59
Olimpia salía cabizbaja del autobús que la dejaba en el aparcamiento principal del aeropuerto. Le había costado mucho convencer a su padre para que no la llevara; sabía que le costaría despedirse de él si lo hacía.
Ya en la estación de autobuses se le había hecho un nudo en la garganta al ver a su padre llorar completamente deshecho ante la certeza de su marcha.
─Sólo serán dos meses, papá.
Le sonrió la menor de sus hijas mientras se abrazaba a él.
─Lo sé, pequeña. Pero aun me cuesta aceptar que os hacéis mayores.
Olimpia besó a Diana y luego abrazó a Max.
─Cuida de ella. ─Le susurró al rubio antes de separarse. Por respuesta, el muchacho le sonrió y le pasó un brazo por encima a su novia. Diana se dejó caer sobre el pecho de muchacho y Olimpia vio como una lágrima clara recorría su mejilla. Volvió a abrazar a su padre y subió los escalones hacia el bus, para antes de entrar, girarse y mirarlos una vez más.
─Volveré en Navidad. ¡Os quiero!
Una sonrisa triste y cansada se dibujó en sus labios cuando levantó la mano para despedirse. No los vería hasta las vacaciones de diciembre, y aunque no era mucho tiempo, Olimpia sabía que le costaría bastante. Era la primera vez que se iba de casa por tanto tiempo; no estaría a la vuelta de la esquina y sabía muy bien que, si algo pasaba, ni su padre ni Didi se lo dirían. Pero contaba con una carta bajo la manga. La noche de la fiesta de despedida había hablado con Max muy seriamente, y le había hecho prometer que éste le contaría todo lo que sucediera, fuera malo o bueno. A Max no le había quedado más remedio que rendirse ante sus exigencias. Olimpia sonrió ante el recuerdo, aunque era un buen chico y sabía que haría feliz a su hermana, Max no tenía mucho carácter y era fácil de manejar.
Un golpe en la espalda de alguien que corría en dirección a una puerta de embarque que estaba a punto de cerrar la sacó de su ensoñación. Quedaba aun más de una hora para que saliera su vuelo, pero era mejor no arriesgarse. Buscó en su bolso el billete de avión que Oliver le había impreso una semana antes. Puerta de embarque tres, ala oeste, hora de salida las cinco y diez minutos. Suspiró y se dirigió a su destino.
***
Todo estaba listo, Travis había pedido el día libre a Daniel, éste se lo había concedido a regañadientes cuando el motero le dijo que haría horas extras sin cobrarlas durante una semana. Se enfundó en su mono negro, se colocó los guantes y cogió la caja que tenía sobre la cama.
Bajó al garaje y dudó, la Harley era su favorita, y en ella había vivido mucho con Olimpia. Pero esta vez necesitaría la Kawa, era la más veloz y segura de las dos motos. Tenía un largo camino de varias horas hasta el aeropuerto internacional de Atlanta. Debía llegar y dar con ella antes de que su avión saliera.
Debí preguntarle a Diana por la puerta de embarque, se dijo enfadado, pero luego se le pasó; la chica le había dicho la hora de salida del avión de Olimpia sin que él se lo pidiera, sólo para darle la oportunidad de despedirse de ella. Ya había hecho mucho, no podía pedirle más.
Se subió en la moto y salió en dirección al aeropuerto. El viento le golpeaba en el tejido del mono y en el casco; el viento zumbaba al ritmo del motor de la enorme moto. Unos kilómetros y habría llegado, tenía la oportunidad de verla, de darle el último beso. Rezaba en silencio para que la chica no lo rechazara.
***
Olimpia llegó a la puerta de embarque, aun era temprano, pero ya había gente al rededor, algunos viajeros que la acompañarían en aquel vuelo de más de doce horas estaban acompañados de sus familiares con quien hablaban animados o lloraban desconsolados, otros al igual que ella, estaban solos en silencio. La chica se preguntó si tal vez, algunas de esas personas también dejaban atrás lo mismo que ella.
Se sentó en una fila de asientos azules y marrones que daban al ventanal por el cual podía la pista de aterrizaje y dejó que el tiempo pasara. Era enorme, había varios aviones esparcidos y colocados junto a la salida de las diferentes puertas de embarque. Otros más al fondo aterrizaban o despegaban, unos hacia la derecha, otros a la izquierda; llevaban a su destino a todos los pasajeros. Y eso era lo que ella estaba haciendo, dirigirse a su destino, su nueva vida lejos de Waycross, de su familia y de Travis.
No lo había vuelto a ver desde que saliera de su casa, sólo un mensaje le había enviado pidiendo al motero que la olvidase. Se arrepintió enseguida de aquello. No debía haberlo hecho. Travis no la había vuelto a molestar desde entonces, ni una llamada, ni un sólo mensaje.
El corazón de la chica roto y triturado por todo lo que le había hecho a aquel hombre del que se había enamorado y a la relación que habían creado, le daba un vuelco. Su respiración a cada segundo más acelerada comenzaba a fallarle. Sentía que su pecho se hinchaba con cada inspiración, pero el aire no llegaba a los pulmones; una sensación de miedo y desolación se colaba por todos sus poros. Los ojos se le empañaron.
Rápida, buscó en su maleta el colgante que Travis le había regalado. Lo tomó entre las manos y lo miró durante unos instantes, hasta que se tranquilizó. Se lo volvió a colgar del cuello; sentía su peso y la frialdad de la piedra en su piel, era reconfortante. Aquel colgante era lo más cerca que podía estar de Travis.
La imagen del motero entregándole aquella bolsita dónde estaba la piedra con aquel símbolo celta volvió a su mente. Su lunar, sus ojos azules, sus labios formando una media sonrisa. Cerró los ojos, sujetando el colgante con una de sus manos. Recordó sus caricias, sus besos y las noches de pasión vividas desde aquel miércoles de junio tras el baile de graduación. Casi podía oír su voz.
─¡Olimpia!
Abrió los ojos de par en par, no era un sueño ni un recuerdo, era la voz de Travis. Estaba allí y la llamaba. Se levantó de un salto y buscó a su alrededor el origen de la voz.
─¡Olimpia!
El motero la buscaba desesperado entre el gentío que andaba de un lado a otro del aeropuerto. Vestía el mono de rutas que usaba cuando salía con la Kawasaki los fines de semana, estaba despeinado y tenía unas ojeras muy marcadas. El rostro desencajado la buscaba desesperado. Olimpia corrió hacia él llamándolo por su nombre, mientras sentía cómo las lágrimas afloraban.
─¡Travis! ¡Estoy aquí!
El motero giró su rostro y la encontró, corría hacia él con los brazos abiertos y una sonrisa dulce en los labios. Sin dudarlo un instante la pareja se fundió en un abrazo. Travis buscó sus labios desesperado, deseando que ella no lo rechazara. Y no lo hizo; Olimpia estaba igual de desesperada, deshecha y destrozada por todo lo que había pasado.
Sus labios se unieron, sus lenguas jugaron en los recovecos del otro, una danza que ya se sabían de memoria, recuerdos compartidos, sentimientos encontrados.
─Te quiero Travis ─susurró Olimpia apretándose aun más a sus labios ─. Por favor, dime que me quede Travis, dime que me quede contigo y lo haré.
El motero se separó de ella un instante, la miró a los ojos verdes. Las palabras que tanto deseaba oír, que había anhelado escuchar, habían sido pronunciadas. Podía tenerla si él se lo pedía, sólo debía decirle que se quedara y sería feliz. Ella se quedaría con él, no volverían a separase. Dudó.
─No sabes cuánto he deseado que me dijeras eso Olimpia, pero no puede ser. No te pediré que te quedes conmigo.
─Pero... ¿no es eso lo que quieres? ¿Qué estemos juntos?
Travis la atrajo un poco más hacia él, y le colocó el pelo detrás de la oreja con mucho cariño. Le sonrió cansado y tras darle un beso dulce le respondió.
─Más que nada en este mundo, Olimpia. Pero no así, quiero que te quedes conmigo porque así lo quieras, no porque te lo pida. Vete, vive y cuando desees estar conmigo, vuelve.
En ese momento la megafonía indicaba que los pasajeros para el vuelo con destino Londres debían embarcar. La chica miró el mostrador donde una azafata indicaba a los pasajeros el camino hacia el avión. Se volvió de nuevo a Travis con el gesto serio.
─¿Y qué harás tú?
─Viviré sin ti, esperando a que vuelvas.
Olimpia suspiró y tragó saliva. Acarició el mentón de Travis, sintiendo su barba de tres días arañar la piel de su mano.
─No me esperes, Travis. Porque yo no lo haré. Vive sin esperar mi vuelta, por favor.
El corazón de Travis no podía romperse más, la sentencia de Olimpia era algo que esperaba, pero que no estaba preparado para escuchar. Ella rompía definitivamente los lazos que los unían.
Olimpia sentía cómo mataba con sus manos lo que quedaba de aquello que una vez había creado con Travis. Sabía que él la esperaría, pero no quería aquello. No quería que sufriera más por su culpa. Debía dejarlo libre también. Si podía volar libre, ella no era nadie para esclavizar el corazón y el alma de aquel hombre, creando esperanzas que tal vez no se cumplieran.
Olimpia se separó del motero y con su maleta se dirigió a la puerta de embarque. Allí, bajo la mirada de aquellas azafatas que acostumbradas ya a ver cómo las parejas rompían sus relaciones delante de ellas, se lanzó de nuevo en sus brazos, buscando el calor de un último beso correspondido.
─Te quiero Olimpia.
─Adiós Travis.
El motero entregó una caja preciosa a la chica, era grande y algo pesada. Con un precioso lazo dorado y papel negro.
─Ábrelo cuando estés en el avión.
Y sin más, Travis se dio media vuelta, dejando a Olimpia sola en el mostrador.
***
Varias horas han pasado desde que el avión había despegado. Olimpia miraba la caja que Travis le había dado antes de despedirse definitivamente. Deseaba abrirla, pero tenía miedo de lo que pudiera encontrar.
─Vamos muchacha. Ábrelo, no puede ser tan malo.
La señora que tenía a su derecha le sonreía amable. Llevaba observando cómo Olimpia dudaba en abrir o no aquel regalo. La chica la miró y asintió. Se armó de valor y quitó el lazo para luego quitar la tapa.
Dentro había un libro en cuero violeta, con unos dibujos algo desgastados en dorado. Olimpia sonrió y una lágrima se escape furtiva hacia su cuello.
Alicia en el país de las maravillas, recordó entonces el día que fue con Travis al museo y entraron en aquella pequeña librería. Tomó el libro entre sus manos y se percató que había algo que separaba las páginas. Abrió el libro y allí encontró un pequeño sobre y una frase marcadas con subrayador amarillo.
Leyó la frase sintiendo cómo la mirada atenta y curiosa de la señora hacía lo mismo. No le importó.
─Si la felicidad es una locura. Entonces me declaro loco.
Olimpia sonrió en silencio y con el dorso de la mano se enjugó los ojos.
─Vaya, ese muchacho debe estar muy enamorado. ─La señora le sonrió mostrando su dentadura postiza y arrugando los ojos hasta casi cerrarlos ─. Vamos abre la carta.
Olimpia hizo lo que la mujer le dijo y la leyó.
Olimpia, te quiero. Estos meses han sido una locura que me ha devuelto la felicidad. No entiendo las razones que te empujan a querer hacer esto sola, pero las respeto. No puedo pedirte que me quieras si no es amor lo que sientes. Yo te esperaré, porque en mi vida no habrá otra mujer a la que quiera como te amo a ti.
En este sobre he dejado el anillo que te entregué. Nunca debí hacerlo, pues supuso el principio del fin. Pero he comprendido que ese final habría llegado tarde o temprano. Tal vez no ahora, tal vez habríamos estado juntos unos meses más, pero de nada hubiera servido. Porque siempre has estado lejos de mí. Te acercabas, pero a la vez te alejabas, y no puedo hacer nada por evitarlo.
Por favor, quédate el anillo, guárdalo o haz lo que quieras con él, pero no me lo devuelvas. Si no es tuyo, si no eres tú la que lo lleve, nadie lo llevará.
Te quiero.
Travis.
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