57
El día siguiente Olimpia lo había pasado en casa organizando la maleta. Había estado revisando la temperatura media que había en invierno. Sacó todos sus chaquetones y conjuntos, botas, y demás; los dejó sobre la cama, comenzó a elegir ropa. Diana le había dicho que sería más cómodo si hacía varios juegos de vestimentas que además pudiera combinar entre sí.
Una hora y media más tarde de tratar de cambiar pantalones con jersey, blusas con faldas y demás, Olimpia se rindió. Aquello no era para ella, eso se le daría bien a Diana, pero ella estaba hecha de otra pasta; no era de las que se lo pensaban al elegir la ropa, y tampoco de las que se arreglaban mucho. Al final optó por coger las prendas más prácticas, calentitas y cómodas que vio. Metió en la vieja maleta del ejército de su padre, que a saber cuántos años tendría, las prendas favoritas de la chica, así como las converse, ropa interior suficiente, calcetines, algunas bufandas, gorros y por último fue buscando entre las prendas lo que creía que le faltaría.
Sólo había metido dos vaqueros, pues un tercer más. ¿Faldas? Con una tendría suficiente... ¿Camisetas? Varias de mangas largas y un par de mangas cortas... y así con todo hasta que finalmente terminó por meter el vestido negro que se había comprado para el baile de graduación. No le gustaba salir, pero no desperdiciaría sus años de universidad sin salir al menos una vez por Londres.
En una pequeña cajita Olimpia guardó su shoker y las pocas joyas que tenía y las metió en uno de los bolsillos de la maleta. Ya estaba lista, sólo quedaba volver a recoger toda la habitación, cosa que no le ocupó mucho rato.
Cansada, se tumbó boca arriba en la cama; los brazos sobre el abdomen y la mente en blanco. En poco menos de una semana estaría en un avión camino a Londres, camino a su nueva vida. En un acto reflejo, se acarició la mano e hizo rodar el anillo que Travis le había entregado. Travis... su rostro se le apareció de nuevo, su olor y su calor, debía hablar con él. Había tomado una decisión, Diana tenía razón, no era justo para aquel hombre que ella no pudiera quererlo como se merecía. Él le había entregado su corazón desde el principio.
Los recuerdos de todos los momentos vividos con Travis se fueron sucediendo, la primera vez que bailaron, el primer beso que Olimpia le robó, la primera vez que se enredó en sus sábanas la noche del baile, la ruta en moto, la pelea con aquel surfista, cómo le confesó que la amaba aquella misma noche, las confidencias, las caricias, la puesta de sol en Texas y su mirada cuando ella se puso aquel anillo, sólo unos días antes.
Aquello fue un error, se dijo; el error más grande de todos. Iba a romperle el corazón, lo sabía, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Él la amaba con todo su corazón, le entregaba su alma y su vida en cada beso, caricia y mirada, sin embargo, ella no podía, sólo una pequeña parte de ella se entregaba a él. Olimpia no quería eso, quería amarlo por completo, quería entregarle su alma, su vida y su corazón de la misma forma. Debía hacerlo ya.
Se levantó de la cama, un sentimiento de tristeza se le clavaba en el corazón, por un lado, sentía que era lo correcto, pero por otro, sabía que, si no terminaba por romperle el corazón, a Travis le costaría mucho volver a recomponerse. Cerró los ojos y acarició el colgante que le había regalado, el símbolo celta del amor eterno prendía de su cuello, y rezó por un segundo, para que lo que ambos sentían fuera la expresión viva de aquel colgante, pudiendo así superar el duro golpe que ella iba a asestarle a su relación.
Un rato más tarde, la chica llegó a la puerta del taller mecánico. Buscó la Harley negra de Travis y se dejó caer sobre el sillín. Lo dejaría ese día, pero antes necesitaba estar con él una última vez. Demostrarle que lo amaba. Esperó varios minutos que se le hicieron horas, la punzada de tristeza, se transformaba en nervios y ansiedad, en miedo y preocupación. ¿Cómo se lo diría? ¿Cómo reaccionaría? ¿Estaría bien lo que pensaba hacer antes de dejarlo? ¿Sería ese el momento?... Mil preguntas se le agolpaban en la cabeza haciendo que la vista se le nublase. Cerró los ojos y trató de relajarse.
─¿No estás algo sola?
La voz relajada y suave de Travis la sacó de su ensoñación, eran las mismas cuatro palabras que le dijo la primera noche que salieron, mucho antes de enamorarse. Olimpia sonrió, y al mirarlo a los ojos azules parte del miedo y la ansiedad se volatilizaron.
Lo abrazó desesperada, buscó sus labios ávida de su contacto y sus caricias. No quería soltarlo, quería amarlo, entregarse a él en ese momento y en ese lugar. Travis correspondió a su beso y trató de separarse.
─Oli, mi jefe está dentro y Ofelia nos está viendo.
La chica lo abrazó más fuerte aun y volvió a buscar su boca, sabía a café amargo. Sin casi despegarse le respondió:
─No me importa. Vamos a tu casa, por favor.
Travis sonrió travieso, aunque una extraña sensación se coló en su pecho. Aunque sabía que Olimpia era una mujer muy pasional y le gustaba llevar la iniciativa en cuanto a juegos de cama se refería, su voz y sus besos le decía que algo que sucedía, que algo no iba lo bien que debería ir. Aun así, Travis cerró su mente a esa sensación apartándola, para dejar que los besos de aquella mujer lo embriagaran y lo llevaran a la locura.
Aceleró la moto y salió por la calle principal como un rayo. Normalmente procuraba cumplir con la velocidad máxima, pero la chica no dejaba de presionarle, su mirada ardía en lo que él creía que eran deseo y pasión fundidos en el océano verde de sus ojos.
Travis abrió la puerta de su casa con bastante dificultad, Olimpia no lo soltaba. No quería alejarse de él, lo besaba, mordía y lo provocaba, quería demostrarle que era suya, aunque sólo fuera por una vez; la última. De una patada la chica cerró la puerta y comenzó a quitarse la ropa mientras miraba con desesperación y ansias los ojos azules de Travis, su lunar, sus labios, sus brazos fuertes, sus abdominales marcados una vez que el hombre si quitó la fina camiseta frente a ella, su barba de tres días que tanto le gustaba a la chica, su olor a hombre, sus manos fuertes y cariñosas con las que era capaz de excitarla y consolarla, su mechón rebelde en la frente.
Olimpia jadeaba fuerte, lo miraba excitada y triste, sabía que esa era la última vez que lo vería, se lo había propuesto y pensaba cumplirlo. Cuando se quitó el pantalón, se irguió y se quedó en silencio frente a aquel hombre que tanto la quería y a quien deseaba corresponder. Quería tener en su mente aquella imagen siempre, aquel motero era el hombre de su vida, suyo, de nadie más. Y ella sería suya, sólo que él debía esperar un poco más.
Travis se quitó el pantalón y se quedó sólo con la ropa interior, miraba a Olimpia, que, le mostraba un sujetador negro con unas braguitas blancas de algodón muy sencillas. Se había relajado, en sus ojos ya no había deseo, sino cariño, una sonrisa tierna se asomó a los labios de la muchacha que se acercaba a él lentamente. El motero extendió los brazos invitándola a cobijarse en un abrazo íntimo, la besó en la frente en cuanto la chica lo rodeó con sus brazos. No era momento para la pasión ni para el deseo, era el momento para la ternura y el cariño, para decir "te quiero". Para sentir el calor del otro, absorber su aroma y guardar en un rincón de la mente y el corazón aquel abrazo, aquellos sentimientos.
Travis y Olimpia se fundieron el uno en el otro en silencio. Dos cuerpos, un corazón.
Una lágrima rebelde resbaló por la mejilla de la chica perdiéndose en su cuello. Sonrió feliz, pues sabía que le pertenecía, aunque sólo fuera por unas horas; su corazón era ahora entero de Travis, y ese era el mejor regalo que le podía hacer.
Travis la cogió en brazos y la llevó en volandas a la cama, algo en su interior le decía que ese momento era de los dos. La tendió en la cama y la miró en silencio; la chica no podía dejar de sonreírle. Fue entonces cuando el motero se dio cuenta, ahora sí, era suya, por fin, desde que la conociera en mayo, aquella era la primera vez que esa mujer era suya y se entregaba a él en cuerpo y alma.
***
Los ojos azules de Travis la miraban con ternura, y sus dedos se paseaban por su brazo dulcemente provocando un escalofrío placentero sobre su piel. Olimpia suspiró y lo abrazó fuerte, colocando la cabeza del motero sobre su pecho desnudo; le acariciaba el cabello lentamente.
Travis sentía la respiración suave de la chica sobre su cabeza, y el latir de su corazón acompasado con los movimientos de su pecho. Todo era perfecto, la quería con locura, él le pertenecía por completo, su cuerpo y su corazón no tenía otra razón de ser, todo su mundo era ahora ella, pero... Una duda seguía atormentándole, se clavaba en su corazón como una espina, una duda pequeña pero molesta, pero ese era el momento de arrancarla. Se incorporó un poco y acarició el rostro de la chica con el dorso de la mano.
─Olimpia... te quiero... ─La chica le sonrió ─... pero no estoy seguro de que tu sientas lo mismo.
─Travis... ─Los ojos de Olimpia se abrieron, y su rostro se tornó serio y preocupado.
─Por favor, necesito saberlo antes de que te marches.
Los ojos de Travis suplicaban ese "te quiero" desde hacía mucho, pero esta vez no era en silencio; el motero le pedía claramente que se lo dijera. Olimpia tragó saliva.
─Yo... ─Olimpia suspiró, era hora de poner las cartas sobre la mesa. Su mirada se endureció ─. Travis, estoy enamorada de ti, pero...─Los ojos del hombre se llenaron de miedo ─... pero no quiero atarme a ti. Quiero ir a Londres y vivir mi vida, y no creo que esto vaya a salir bien. ¿Qué pasará cuando uno de los dos conozca a otra persona? Piénsalo ¿qué harás? ¿Me llamarás para decirme que has encontrado a alguien?
Travis la miraba en silencio, no daba crédito a lo que estaba oyendo. Olimpia le hablaba de forma cortante y fría. Aquello era completamente surrealista, no podía estar pasando. Aquella mujer que le hacía tan feliz, aquella mujer que se había entregado a él, lo abandonaba, se iba de su lado.
─Olimpia, por favor... ─Travis se abrazó a ella, eso no podía estar pasando ─. Podemos intentarlo, por favor...
La chica le acarició el pelo de nuevo, su voz y su rostro se suavizaron al sentir el contacto del cuerpo desnudo y caliente del motero. Lo quería, lo quería con locura, ¿qué demonios estaba haciendo? Quererse a ella misma, eso era lo que estaba haciendo.
─Travis, por favor... tengo que hacer esto sola. No puedo ni quiero arrastrarte.
─Olimpia, te quiero. ¿Es que no lo entiendes?
Travis estaba desesperado y al borde del llanto. La chica lo miraba con tristeza.
─Lo entiendo Travis, y no sabes lo difícil que es esto para mí. En Texas, mientras pintaba el cuadro de tu abuelo, me di cuenta de algo. ─El motero esperó en silencio que continuara ─. Necesito pintar tanto como respirar.
─No te pido que lo dejes Olimpia, te pido que no me dejes a mí.
─¿No lo entiendes? ─La chica comenzó a desesperarse, explicar sus sentimientos no era lo que mejor se le daba y empezaba a elevar la voz ─. La mitad de mi corazón siempre le ha pertenecido, mi amor por la pintura es demasiado grande, ella me ha robado esa mitad y exige la parte que tú le has quitado. Quiero entregarte mi corazón, Travis, quiero amarte como tú me amas, pero no podré entregártelo hasta que me pertenezca de nuevo, y para ello debo amarla a ella antes. Debo entregarme a mi arte, y cuando eso ocurra, entonces seré dueña de mí misma y podré quererte sin miedos, sin culpas ni resentimientos. No puedo quererte si no me quiero a mí misma.
─Pero...puedo esperarte Olimpia. Te quiero.
La chica selló los labios del motero con un beso tierno, mientras se quitaba el anillo que llevaba; tomó una mano del hombre con las suyas y se lo entregó. Se levantó, cogió su ropa interior y fue al salón para terminar de vestirse.
Travis no daba crédito a lo que estaba sucediendo, ella le había entregado su cuerpo, su alma y su corazón durante unas horas y luego, se marchaba, se escurría de nuevo de sus manos como el agua. El motero miró el anillo que Olimpia le había entregado, se puso su ropa interior y salió en busca de la muchacha. No lo permitiría, la quería, si no era ella, no sería nadie.
─¡Olimpia! ¡No puedes marcharte así! Por favor, no me dejes...
La chica estaba terminando de atarse los cordones. Se puso de pie y se acercó lentamente a él. Le acarició el mentón, su barba le rascaba en la palma de la mano. En sus ojos encontró un miedo y una desesperación como nunca antes le había visto. El corazón de Olimpia se hacía pedazos poco a poco y las lágrimas comenzaron a rodar pos sus mejillas.
─Se acabó Travis.
Y sin volver la vista atrás, Olimpia se marchó, dejando a Travis sólo con los restos de su corazón.
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