54
Olimpia fregaba tranquila los platos mientras Abby recogía la mesa de la cocina y guardaba las sobras en fiambreras que luego guardaba ordenadamente en el enorme frigorífico. Había muchos platos y cacharros que fregar, pensaba la chica, pero sabía que era normal; seis hombres adultos trabajaban en el racho a jornada completa, dormían allí casi cinco noches a la semana cada uno, y Abby le había dicho que, aunque Peter insistía en contratar a una persona para que cocinara, ella quería seguir encargándose de todo, le hacía sentirse útil.
Plato a plato, vaso a vaso la chica terminaba de ayudar en la casa cuando ya eran pasadas las cuatro de la tarde. Se secó las manos y colocó doblado el paño de la cocina en el mango del horno, exactamente dónde lo había encontrado. Las dos mujeres salieron de la cocina y entraron en el salón; sólo estaba Peter sentado revisando el libro de cuentas.
─¿Dónde está Travis?
Peter levantó la mirada de su libro y señaló a la ventana.
─En el establo, creo que está cepillando a Nerón.
Olimpia asintió y se paseó tranquila hasta el establo. Todo estaba en silencio, sólo se oía la respiración de los animales y algún que otro golpe de cascos sobre el suelo; se paseó por los corrales, buscando a Travis. Lo encontró cepillando un precioso caballo color canela con manchas blancas en los ojos y la parte superior de las pezuñas. El motero estaba de espaldas, concentrado en su tarea. Tenía un gran cepillo en la mano derecha que paseaba con esmero sobre el lomo del animal, lento y seguro; sabía dónde y cómo cepillar al equino para que se relajara.
Vestía una camisa de cuadros y unos vaqueros, la camisa remangada mostraba sus bíceps fuertes, que se contraían y relajaban con los movimientos del cepillado. Olimpia se dejó caer sobre el portalón de madera del corral, el leve sonido que pudo generar hizo que el animal girase su enorme cabeza hasta dónde ella estaba, provocando a su vez el desconcierto de Travis, quien buscó curioso al intruso.
Olimpia le sonrió tímida antes de entrar en el corral; cerró el portalón de nuevo y se acercó a él en silencio. Éste la condujo de la mano hasta colocarla frente al caballo, de espaldas a él; le tendió el cepillo y tomando su mano la guio. La chica sentía el contacto de la mano de Travis, el calor de su cuerpo en su espalda, su respiración sobre su cuello; se dejó caer un poco, para sentirlo aun más cerca. Travis la agarró por la cintura con la mano que tenía libre y comenzó a besarla en la base del cuello provocando un escalofrío dulce. Travis le quitó el cepillo y lo dejó caer al suelo suavemente, sin dejar de besarla; Olimpia se giró, quería tenerlo frente a ella, y buscó sus labios desesperada. Hundió sus dedos en el cabello moreno y gimió al sentir cómo Travis la atraía hacia él. No sabían el tiempo que había pasado, podrían ser minutos u horas, ya no les importaba. Todo lo que era importante dejaba de serlo, sólo existía para ellos una cosa, ese beso. Un beso tierno y desesperado.
─Vamos, quiero llevarte a un sitio ─le susurró Travis a los labios mientras trataba de deshacerse del abrazo de la chica. Ésta trató de buscar de nuevo sus labios, pero el motero había tomado una decisión y por mucho que le apeteciera seguir con aquella deliciosa sesión de caricias, besos y cariño, se separó de ella.
Preparó a Nerón para pasear. Le colocó la silla al caballo y él cogió una bolsa que tenía en un rincón del corral.
─Coloca un pie aquí ─dijo señalando el estribo ─. Luego agárrate aquí y coge impulso.
La chica hizo lo que le ordenaban y rápidamente se montó sobre el equino. Era enorme, y al principio se sintió extraña, sentía la respiración del animal, todos sus movimientos bajo las piernas. Acarició su cuello suavemente y éste giró la cabeza buscando más caricias y mimos. Travis sonrió y tiró de las riendas para sacar al animal del establo; una vez fuera se subió él colocándose detrás de Olimpia. Le pasó los brazos por la cintura y recolocó las riendas para poder controlar él los movimientos de Nerón.
─¿A cuántas chicas has impresionado así? ─preguntó divertida Olimpia.
─Sólo a ti ─le susurró travieso al oído antes de besarla de nuevo justo bajo el lóbulo de la oreja ─. Aquí el que menos tiene dos o tres caballos, así que es difícil impresionar a una chica llevándola a montar.
Olimpia sonrió y se dejó caer sobre el pecho del motero. El animal comenzó a andar tranquilo alejándose del establo en dirección opuesta a la casa.
─¿Dónde me llevas?
Por respuesta, Travis espoleó al animal que comenzó a trotar asustando un poco a la chica que se sujetó rápidamente a las manos del motero. Éste finalmente la agarró por la cintura con la mano derecha para asegurarse que no se caía y poder azuzar aun más al equino hasta casi conseguir que saliera al galope.
Al principio Olimpia se sentía insegura, inestable y asustada sobre el lomo de aquel animal, sentía cómo los músculos del enorme equino se movían rítmicamente bajo sus piernas, sentía a Travis contra su espalda su mano grande y fuerte sobre su abdomen le daba aun más seguridad. La sensación de ir al galope sobre aquel animal era muy parecida a la sensación que le causaba la moto de Travis. Libertad, esa era la palabra, se sentía libre. El pelo le golpeaba con cada caída de Nerón, sentía que su cuerpo se acompasaba con el del animal y el del hombre que tenía detrás. Era como una danza que se aprendía sólo bailando, escuchando la música que los cascos del caballo creaban cuando golpeaban con fuerza el suelo cubierto de hierba verde.
Durante dos horas estuvieron sobre el animal paseando, intercalando el trote, con el paso lento y luego a veces volvían a galopar. A veces el hombre solicitaba al animal comenzar la carrera, otras el animal pedía al hombre correr hasta que no podía más. El sol ya desdecía, aunque aun quedaba bastante para la puesta de sol. Travis desvió al animal y se acercó a un pequeño montículo al final de la pradera en la que se encontraban; sólo un árbol viejo, pero aun fuerte coronaba su cima. Travis se apeó del animal y ayudó a la chica a descender.
Olimpia se desperezaba tranquila y se restregaba un poco las piernas y las nalgas. Era la primera vez que montaba a caballo y sus piernas le pasaban factura. Travis por su parte le quitó la montura al animal y lo dejó pastar tranquilo. Nerón era un caballo inteligente, y si le daba por huir, su padre le había asegurado que volvería al establo.
De la bolsa que llevaba sacó una enorme manta y la tendió a los pies del árbol, justo frente a donde él sabía que se pondría el sol. Colocó la silla de montar apoyada contra la base del árbol y se tumbó en la manta usando la silla como respaldar.
─Oli, ven conmigo.
La chica se giró. Travis tenía los dos primeros botones de la camisa desabrochados, y las mangas aun recogidas. Olimpia se sentó de rodillas sobre un extremo de la manta y contoneándose traviesa se acercó a sus labios. Los besó y los mordió, mientras con tranquilidad desabrochaba uno a uno los botones, dejando al descubierto el pecho musculado del motero. Paseó sus manos suaves deteniéndose y disfrutando de su respiración y el latir de su corazón. Travis la miraba ensimismado a los ojos. La chica, al notarse observada se mordió el labio y continuó jugando con el botón del pantalón. Pero el motero fue más rápido que ella y de un solo movimiento, rápido y limpio la colocó debajo de él, y siguió besándola lenta y cariñosamente.
Travis no tenía prisa, se tomaba su tiempo y se deleitaba en cada caricia que le daba, en cada beso; escuchaba su respiración, absorbía su perfume y su calor. Para él, en ese instante, en ese lugar, sólo existía ella. Quería decirle cuánto la quería, cuánto la necesitaba, pero un sólo susurro podría estropearlo todo. No, sólo debía demostrárselo, ella lo entendería.
Olimpia cerró sus ojos y dejó su mente en blanco. Los movimientos lentos del motero le decían que no había prisa. Allí solo estaban ellos dos, en ese lugar, en ese instante, nadie podía arrebatarles la felicidad. La chica se abandonó, sólo quería sentir sus caricias, su calor y a Travis dentro de ella. Dejó que el motero la desvistiera muy lentamente y ella a su vez también lo desvistió.
Ese era su momento, el de los dos, y no deseaban otra cosa que no fuera el amor que el otro le regalaba allí. El tiempo era ahora estático para los dos. Un cuerpo dentro del otro, dos almas que se unen para no volverse a separar.
El clímax había llegado antes para ella, y un par de embestidas apasionadas después, le había llegado a él. Travis se dejó caer sobre el pecho aun jadeante de la chica unos segundos. Cuando se recuperó, buscó en la maleta que tenía muy cerca otra de las mantas que usó para tapar a ambos, sin apartarse aun de ella.
Se quedó mirándola a los ojos verdes, perdiéndose en ellos durante un instante; Olimpia a su vez se dejó ahogar en su mirada azul, seducir por su lunar, y se dejó enamorar de nuevo por aquellos labios que, dulces, volvían a bailar con los suyos.
El sol caía por el horizonte, no sabían el tiempo que habían estado allí tirados, uno sobre el otro, acunados por la pasión y el amor que sabían pronto los abandonaría. La pareja miraba a lo lejos, siguiendo el sol, hacía rato que no hablaban; no hacía falta, el cuerpo y los sentimientos hablaban por ellos.
Olimpia se acurrucó sobre el pecho del motero, acariciando el colgante que éste le había regalado, y no había vuelto a quitarse. Sentía miedo y a la vez felicidad. Sabía que en silencio habían construido un recuerdo de esos que no olvidas, de esos que siempre recuerdas con cariño y nostalgia, un recuerdo que siempre vuelve para hacerte sonreír y recuperar por un segundo la felicidad que entonces sentías.
─Ojalá no tuvieras que irte ─esas cinco palabras susurradas lentamente y con tristeza la sacó de su ensoñación. Miró a Travis a los ojos ─. No quiero que te marches Olimpia, no tengo derecho a pedirte que te quedes, pero ...
Los ojos del motero se empañaron un poco, y su abrazo se hizo más intenso.
─No lo digas. No hables, por favor.
Olimpia lo interrumpió y selló los labios de Travis con un beso desesperado mientras una lágrima cristalina caía por su mejilla.
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