53
Era noche cerrada, la habitación estaba a oscuras, aunque por la ventana, aun abierta, entraban los trémulos rayos de la luna, iluminando ligeramente la habitación. Olimpia seguía despierta; no había conciliado aun el sueño que antes de la llegada de Travis casi le había vencido en la batalla. Se dio la vuelta, quedando frente por frente al hombre que aceleraba su corazón, últimamente con demasiada facilidad, pensó Olimpia. Aunque había aceptado sus sentimientos hacia Travis, se sorprendía al percatarse de cuán nerviosa e insegura le hacía sentir, cómo le enternecía su sonrisa y la falta que le hacía sus ojos azules, ese lunar travieso justo encima de sus deliciosos labios. La chica sonrió para ella. Alargó la mano y volvió a retirarle el mechón de la frente; se quedó allí, mirando su descanso, su sueño tranquilo y relajado. Era así como quería tenerlo, como deseaba verlo todas las noches y los días de su vida; lo quería a su lado. ¿Por qué no era capaz de decirle aquellas dos palabras que tan importante parecían ser para él? ¿Esa corta frase que en silencio el motero le pedía escuchar? Sólo eran dos palabras, pero dos palabras que lo cambiarían todo.
Travis abrió los ojos y sonrió adormilado a la mujer de su vida. Sí, era ella, él lo sabía; aunque todo terminase en unas semanas, algo en su corazón le decía que no volvería a enamorarse como lo había hecho de Olimpia. Ella había conseguido cruzar la línea de fuego, se había colado en lo más profundo y había echado raíces. Ella era su todo, su vida, su felicidad y su mayor miedo. Sin ella el amor no tendría sentido. Podría encontrar a otra mujer, seguramente lo haría, pero no podría amarla como a ella; se enamoraría de otra mujer, pero no como se había enamorado de ella.
Olimpia se perdió en la mirada azul y limpia de Travis. Una calma serena se instaló en su mente apagando parte de sus pensamientos y miedos. Pasaron en silencio, mirándose a los ojos unos segundos más. Ese era el momento, se decía la chica, tenía que decírselo allí, en aquella cama, aquella noche, bajo esa mirada. Sólo eran dos palabras, solo un "te quiero" y él sería feliz. Y ella sería feliz también. Su corazón se aceleró poco a poco, su respiración se agitaba poco a poco: se acercó a sus labios lentamente. Era el momento, debía hacerlo. Se mojó los labios con la lengua y se aclaró un poco la garganta. Una mano temblorosa se posó en el pecho del motero; sentía su calor, el palpitar de su corazón. Aquello la tranquilizó. Un poco más, las palabras se acercaban a su garganta, subían por ella, deseaban ser pronunciadas en un susurro.
─Travis...
Los ojos del motero la miraban suplicantes. Él también sentía que era el momento; necesitaba oírlo, saber que aquello era real, saber que su amor era correspondido de la misma manera. Que no era un juego, que aquello no era un capricho de una niña de instituto.
─Yo... creo que deberías marcharte ya a tu dormitorio.
Travis suspiró. Una punzada de decepción le atravesó el corazón. Y aunque trató de disimularlo, su mirada mostraba una desazón y tristeza que no pasaron desapercibidas para Olimpia. Le dio un beso de despedida y salió de la cama. Se acercó de nuevo a la ventana, miró hacia fuera, hacia la lejanía y dejó escapar un pensamiento; cerró la ventana y salió por la puerta del dormitorio, con cuidado de no hacer mucho ruido. No tenía edad de andar de madrugada por el tejado de su casa y mucho menos tenía humor para ello. El sentimiento de saber que Olimpia se marcharía y se olvidaría de él, lo acompañó en las últimas horas de sueño.
Un sueño que no duró mucho. Un par de horas después de llegar al viejo cuarto de Luke y tumbarse en la cama, sentía como las viejas y encalladas manos de su padre lo zarandeaban con muy poca delicadeza. Abrió un ojo y lo miró.
─¿Qué?
─Vamos, acompáñame, Luke y yo vamos a recoger las reses que compramos en Illinois. Tenemos que revisarlas y terminar de abonar el pago con el comprador.
Travis se levantó cansado y algo remolón. Estaba de vacaciones, había ido hasta allí para estar con su familia y recuperar el tiempo perdido. Y eso era exactamente lo que estaba haciendo, el tiempo no parecía haber pasado. Su padre lo había despertado igual que antaño, cuando aun vivía allí.
Miró por la ventana, el sol no había salido, pero estaba amaneciendo. Se puso unos vaqueros viejos de Luke que encontró en el armario, una camiseta blanca de algodón y sus botas. Bajó a la cocina y se sirvió una taza de café sólo; disfrutaba de ella mientras miraba por la ventana. Viejos recuerdos cobraban vida a través de aquellos cristales. Los paseos a caballo, las barbacoas con los amigos, las domas, el pastoreo de las reses... Sonrió. Lo había vuelto a recuperar, aunque a todos les decía que la granja no iba con él; Travis sabía que eso no era así. Aquello le gustaba, el trabajo duro en el rancho lo hacía sentir vivo. Y desde que se había marchado no se había vuelto a sentir así, no hasta que conoció a Olimpia. Ella era su brisa de aire con olor a tierra y hierba, ella era la paz de los campos con el atardecer de fondo. Ella lo hacía sentirse vivo de nuevo.
Peter entró en la cocina, sacando de sus pensamientos a su hijo menor. Lo miró serio y le tendió su viejo sombrero. El motero lo miró con los ojos abiertos de par en par.
─Creía que estaría perdido o en la basura.
─Tu madre lo encontró en el establo el mismo día que te marchaste. Lo ha guardado desde entonces. Venga, nos vamos. Le daremos el encuentro a Luke.
Travis asintió y se encajó el sombrero. Soltó la taza de café en el fregadero y siguió a su padre hasta la camioneta. El camino hasta Turlington no era muy largo, pero sabía que su padre pararía a desayunar y tener una charla de padre a hijo antes de ver las reses. Al menos, eso era lo que hacía siempre antes de que él se marchase, y algo le decía que su padre no había cambiado en absoluto.
Olimpia se había despertado sobre las seis y media, justo en el momento que oyó como una de las camionetas de la familia arrancaba y salía por el portalón. Espero en la cama un rato, prestando atención a los sonidos de la casa. Dejó pasar otro rato, y ahí estaba. Alguien se había levantado, pudo oír las pisadas suaves sobre la madera crujiente de las escaleras. Se levantó rápidamente y siguió el sonido. Al llegar a la cocina vislumbró a Abigail con una preciosa bata rosa de seda y un camisón excesivamente provocativo.
─Buenos días Olimpia.
La mujer le sonreía cariñosa mientras se servía una taza de café. Alzó la cafetera preguntando en silencio si la chica quería desayunar.
─Por favor.
Olimpia se sentó a su lado en la mesa de la cocina y cogió la taza que la mujer le tendía. No sabía dónde mirar sin parecer impertinente. Esa mujer estaca casi desnuda y eso incomodaba a la muchacha. Lucía con orgullo su camisón blanco con encaje semitransparente en el escote y el bajo. Olimpia tuvo que reconocer que Abby tenía un cuerpo precioso para su edad y para haber dado a luz a dos hijos.
─Hoy los chicos se han marchado a buscar las reses que compraron en la última feria. Así que tendremos un día de chicas, solas tú y yo ¿qué te parece?
Olimpia sonrió algo incómoda. ¿Qué le parecía? Pues no estaba segura; Abby le caía bien, parecía una mujer muy agradable, pero no estaba segura de qué le parecía pasar un día con ella como si de una amiga se tratase.
─Como ya sabes, no tengo hijas así que no se me presenta esta oportunidad todos los días. Vamos, ve a darte una ducha y a ponerte guapa, iremos al pueblo, haremos la compra, pasearemos y almorzaremos. Luego si quieres podemos ir al salón de belleza donde trabaja Dennis, siempre me hacen un buen precio. Nos harán las uñas y nos arreglaremos el pelo ¿qué te parece?
─Parece que será un día muy divertido.
La chica sonrió, esta vez de forma sincera. La idea ahora le parecía estupenda. Al igual que Abigail no sabía qué era tener una hija, Olimpia no sabía lo que era tener una madre, al menos no a la edad en la que madre e hija terminan haciendo ese tipo de cosas.
La camarera terminó de servir el desayuno y dejó la cuenta en un pequeño platito justo al lado del café de Peter. Se despidió de los hombres con una sonrisa vacía y continuó trabajando bajo la mirada de algunos de los parroquianos.
Travis miraba por la ventana las diferentes motos y camionetas. El reloj de su muñeca marcaba las siete y media pasadas. Dirigió sus ojos azules a su padre.
Peter cortaba en pequeños trozos tanto los huevos, como el beicon frito, para ir dando cuenta de él tranquilamente. Miró a su hijo por encima de su plato y continuó tranquilo su tarea.
─Bien hijo... ¿por qué no me hablas un poco más de Olimpia?
Ahí estaba, la charla para la que su padre lo había despertado tan temprano y por la que había estado esperando ocho años. A Travis le habría encantado levantase de allí y largarse en una de las motos que había aparcada justo al otro lado del cristal. No quería tener esa charla, y mucho menos con su padre. Suspiró, se movió incómodo en su asiento y se mesó el cabello; apoyó el codo izquierdo en la mesa y dejó caer el peso de su cabeza sobre la mano.
─¿Esto es necesario?
Peter frunció el ceño y bufó.
─Si, Travis, es necesario. Es una niña y tu un hombre adulto. Eres responsable de tus actos.
El motero miró perplejo a su padre. Se tapó la cara completamente avergonzado. No creía lo que estaba escuchando.
─Papá, por favor, tengo veintiocho años y Olimpia no es una niña. ─Travis miró a su padre de nuevo con socarronería ─. No te preocupes, no te haremos abuelo tan pronto.
Peter levantó las cejas y dejó el tenedor sobre su plato. Suspiró y dejó caer el peso de sus hombros.
─No es de eso de lo que te estoy hablando, hijo.
─¿Entonces de qué me estás hablando?
Peter apoyó los codos sobre la mesa de nuevo y entrelazó los dedos mirando a su hijo por encima de sus manos.
***
Abby era una mujer muy agradable y divertida, conocía a todo el mundo en el pequeño pueblo. Saludaba a todos amistosa y luego cuando la persona a la que había saludado no prestaba atención o se había marchado, le contaba a Olimpia algún cotilleo sobre su vida personal.
La chica reía, no le gustaba mucho conocer los secretos de los demás, y eso que ella también procedía de un pueblo de cotillas empedernidos, pero entendía que aquella mujer lo hiciera. Fairfield era un pueblo aun más pequeño y cutre que el suyo, por lo que no ocurrirían muchas cosas, y cualquier cotilleo, aunque solo fuera que a una vecina se le estropease el cocido era todo un acontecimiento digno de ser mencionado y recordado durante días.
Pasaron por el pequeño mercado, dónde Abby hizo la compra de casi todo lo que necesitarían para la semana, a excepción de los congelados. Olimpia empujaba el carro mientras la mujer rubia miraba y remiraba el stand de la fruta, oliendo y tanteando las naranjas.
─Dime Olimpia, ¿Cómo son tus padres?
─Pues, mi padre es un buen hombre. Trabaja en una asesoría contable. No es que sea el hombre más divertido del mundo, pero es mi padre. Siempre nos ha mimado a Diana y a mí, creo que más de lo que debía.
─¿Diana?
Abigail se giró un poco a la chica, mostrando curiosidad por el nuevo nombre que acababa de escuchar.
─Didi es mi hermana mayor. Es un poco plasta y algo sentimental, pero no se vivir sin ella.
─¿Y tu madre? ¿Cómo es?
La mirada de Olimpia se ensombreció, su rostro hasta ese momento sonriente y feliz, se tornó serio y lúgubre. Abigail sin pretenderlo había tocado uno de los temas que más dolía a la chica. Nunca hablaba de su madre a nadie. Sólo había hablado de ella con Travis el día que fue a visitarla al cementerio.
Abby se acercó a la chica, se había dado cuenta de que había metido la pata al preguntar. Trató de consolarla poniendo una de sus manos suaves sobre su hombro descubierto.
─Tesoro, lo siento. Yo...
Olimpia se forzó a sonreír. Pero más que una sonrisa, en sus labios sólo había una mueca triste.
─No pasa nada. No lo sabía. ¿Podríamos cambiar de tema?
La mujer asintió y sonrió a la chica; terminaron de hacer la compra en silencio.
***
─Hijo, ¿qué haces con ella? ¿A dónde pretendes llegar con esta relación?
Travis miró a su padre y luego a su café. ¿Qué pretendía con aquella relación? No se lo había planteado. Su padre continuó.
─Lo que quiero decir es, que eres responsable de lo que esa niña siente. No puedes dejarla tirada cuando te canses de ella, seguramente ya esté completamente enamorada.
Las palabras de su padre se clavaban en el corazón del motero como aguijones afilados.
─¿Que coño...?
Travis sentía la ira subir desde los pies hasta alojarse en su corazón. Aquello no tenía sentido, su padre no podía pensar que él fuera un caprichoso insensible y que la relación con aquella muchacha sólo fuese un pasatiempo.
─Hijo, entiendo que te sientas atraído por una chica más joven, es normal. A todos nos pasa alguna vez. Pero tienes que entender que...
─No tengo que entender nada, papá. ─El motero alzó la voz y golpeó la mesa. Miraba a su padre furioso, ignorando los murmullos y miradas curiosas que su arranque de ira había causado en el resto de los clientes de la cafetería ─. Quiero a Olimpia, estoy enamorado de ella. No voy a dejarla tirada como si fuera una colilla.
Su padre lo miró sin inmutarse. Dejó los cubiertos y apartó el plato serenamente a un lado, esperando a que su hijo se calmase. Sabía bien que no solía enfadarse, pero cuando lo hacía no podía controlarse, y mucho menos pensar con claridad.
─¿Y qué pasará? ¿Te casarás con ella? ¿Con una niña de dieciocho años?
Travis parpadeó ante la ocurrencia de su padre. ¿Casarse? Sólo llevaban juntos unas semanas y su padre le hablaba de matrimonio.
─Travis, ¿qué pasará?
El motero tartamudeó dubitativo ante la insistencia de su padre.
─No lo sé, papá. Olimpia se marchará en unas semanas a Londres, no sé qué va a pasar.
Pero sí lo sabía, es más, lo temía. Sentía pavor ante lo que sabía que sucedería; la chica se marcharía y todo terminaría. Peter casi podía leer los pensamientos de su hijo, veía el miedo y las dudas en sus ojos azules; se enderezó de nuevo en la mesa y volvió a hablar, esta vez relajado y concentrándose en todas y cada una de las palabras que le decía.
─Te diré lo que pasará, hijo. Olimpia no querrá irse, está enamorada, te quiere. Y no querrá marcharse.
Travis lo miró serio. ¿Lo quería? Si eso era cierto ¿por qué no se lo había dicho aun? Sí, estaba con él; se entregaba a él, a sus caricias, sus miradas y su pasión; ella le entregaba su cariño y su consuelo, pero Travis no creía que aquello fuera amor. Sabía que la amaba, pero no estaba seguro de lo que ella sentía.
─Travis, escúchame. No debes permitir que se quede contigo. Debes ser responsable, si la quieres déjala ir. Lo que tiene que ser, será... tarde o temprano, será.
***
Abigail y Olimpia almorzaron tranquilas en un precioso restaurante con encanto en la calle principal. A sólo dos tiendas del salón de belleza. Tras la enésima disculpa de Abby, las dos mujeres comenzaron a hablar tranquilas de temas vánales, recetas, algunos chismes más, las tareas de la granja. Sobre las cuatro, una vez terminaron el café, entraron en el salón de belleza donde trabajaba Dennis.
La chica las saludó con un beso a cada una. El salón era muy pequeño, pero bastante coqueto. Las paredes estaban pintadas en un precioso tono beige muy claro, decorado con cuadros retro de flores pintadas. Había un sillón blanco de piel algo desgastado dónde Dennis hacía la manicura a las clientas y un par de sillones negros de peluquería que daban a un gran espejo bordeado de luces, como si de un camerino de cine se tratase.
Abby se sentó rápidamente en uno de los sillones negros que más cerca estaban del de la manicura. Una mujer con rasgos indios y el pelo lacio que le llegaba a la cintura se acercó a ella y colocando una enorme capa negra le preguntó.
─¿Qué haremos esta vez Abby?
─No sé, me gustaría cambiarme un poco. Lo dejo a tu criterio.
La mujer la miró y le revolvió el cabello, como tanteando qué corte le iría mejor.
Dennis acercó a Olimpia y preparó los utensilios para comenzar a hacerle una manicura sencilla, al estilo francés. Oli le sonrió. Le caía bien aquella mujer.
─Dime Olimpia, ¿Cómo conociste a Travis?
Las mujeres la miraron y esperaron en silencio su relato. La chica algo avergonzada les contó la verdad. No era una historia para tirar cohetes, llena de romance, sólo fue un accidente. Aunque para Olimpia, había resultado ser el mejor accidente de su vida, hasta el momento. Olimpia les contó, todo lo que había pasado, pasando por alto algunos detalles como el de Oliver, pero sabía que Abby querría escuchar cómo su hijo la había llevado al baile, de ruta con la moto, cómo se había peleado con aquel surfista en California y se había declarado.
─Es una historia preciosa. ─Abigail se limpió una lágrima con la capa negra que le había puesto la india para que no se manchara de tinte la ropa.
Olimpia se sonrojó de nuevo. No estaba acostumbrada a tanta atención, y no le gustaba mucho ser el centro de la reunión. Pero ella era la que estaba de visita, por lo que asumía bien que debía pasar por el aro.
─Y dinos Olimpia. ─Era Dennis quien preguntaba ─. ¿Qué harás con la beca? ¿Te marcharás?
Olimpia se encogió de hombros. Quería marcharse, pero a la vez no quería separarse de aquel hombre que tan feliz la hacía.
─No lo sé. Aun tengo tiempo de pensármelo.
Abby se dio la vuelta en el sillón negro, enfrentándose a la mirada de la chica. Sus ojos azules, iguales a los de Travis la taladraban.
─No puedes irte, tesoro. Estás enamorada y mi hijo de ti. Si te vas le partirás el corazón.
Dennis miró a su suegra con dureza. Siempre se metía en lo que no le llamaban.
─Abby, ella debe hacer lo que considere mejor.
Abigail ignoró el comentario impertinente de la mujer de su hijo mayor. Su mirada era más intensa y su respiración más fuerte. Se agarraba a los reposabrazos con fuerza, tanta que los nudillos estaban blancos.
─Olimpia, quédate. Estudia aquí o en Atlanta, pero quédate con mi hijo. No lo hagas sufrir más de lo que ya ha sufrido, no se recuperaría.
─¡Basta Abby! Ya puestos ¿por qué no se casan y se vienen al rancho a vivir?
─No sería mala idea Dennis. ─Abigail se acercó a Olimpia y le cogió la mano que ya tenía terminada ─. Cariño, aquí no te faltaría de nada. Serías feliz y mi hijo también. Por favor, no lo abandones.
Olimpia sentía que su corazón se aceleraba. Las dudas que había ocultado en lo más profundo de su mente volvían a salir a la luz. ¿Por qué no? Podría quedarse en Atlanta, estudiar cualquier otra cosa. Tal vez algo de finanzas o contabilidad, como su padre. Podría quedarse con Travis. Abigail tenía razón, si se marchaba no haría otra cosa salvo sufrir, y ella sería la culpable. El motero había estado sufriendo por amor durante los ocho años que había estado fuera de su casa, ya ahora estaba feliz. Su madre lo estaba viendo, y sabía, tan bien como ella, que, si lo dejaba, lo destrozaría, le partiría el corazón.
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