50
Eran poco más de las cinco de la mañana, aun no había amanecido y las estrellas se veían claras sobre el oscuro firmamento. El aire soplaba fresco, pero no lo suficiente; aun hacía algo de calor para ser la segunda semana de septiembre. Diana se había despedido de su hermana la noche anterior con un beso sonoro y un gran abrazo.
Roger ayudó a terminar de subir las maletas de ambos en el compartimento del bus, las metió a un lado. El bus iría casi vacío hacia el aeropuerto. Abrazó a su hija pequeña entreteniéndose un poco más de la cuenta; estaba acostumbrado a que sus hijas pasaran varias noches seguidas fuera, pero siempre en casa de los padres de Ofelia. Miró serio a Travis antes de estrecharle la mano y amenazarlo una última vez.
─Cuidaré de ella, señor. No se preocupe.
La pareja entró en el autobús y mostraron los billetes al conductor. Ocuparon sus asientos y se sonrieron. Olimpia dejó caer su frente contra el cristal; su padre se había marchado ya.
La idea de visitar a la familia de Travis le había hecho mucha ilusión al principio, pero desde que se había levantado esa mañana ya no lo veía tan claro. ¿Qué significaba aquello? Tal vez debía hablarlo con Travis antes de llegar. No habían hablado nunca de lo que había entre ellos. Sí, él le había dicho que la quería, y ella estaba enamorada; aunque no se lo había dicho aun. Pero ¿cómo la presentaría ante sus padres? ¿Su novia? ¿Su amiga? Estaba claro que para Peter ella hacía feliz a su hijo, pero... debía preguntárselo.
El autobús llevaba en marcha ya casi media hora. La chica seguía dudando si hablar o no. Se incorporó un poco y dirigió la vista hacia Travis. Estaba dormido como un tronco. Puso los ojos en blanco ¿cómo era posible que se quedara dormido?
Olimpia se encogió de hombros y se dejó caer sobre él. El peso de la cabeza de la chica sobre su hombro lo despertó. Parpadeó un par de veces y la miró; se recolocó en su asiento, pasando un brazo por los hombros de la muchacha, obligándola a que se recostase sobre su pecho. Y así, con el latir tranquilo del corazón de Travis bajo su mejilla izquierda, Olimpia se durmió.
─Eh, disculpen. Pero hemos llegado. Deben bajar.
La voz ronca y educada del conductor los despertó. Estaban algo adormilados; Travis miró su reloj, eran más de las ocho. Su vuelo no saldría hasta las diez, por lo que aun tenían tiempo de desayunar tranquilos.
Pasearon por el Aeropuerto Internacional Hartsfield-Jackson de Atlanta. Era enorme, como todos los aeropuertos internacionales. La gente iba de un lado a otro con maletas. Algunos se encontraban por primera vez en mucho tiempo, otros sólo estaban de paso; algunas personas marchaban para unos días y otras lo hacían para mucho tiempo. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la chica y sin pensar, apretó fuerte la mano de Travis.
Se sentaron en un Starbucks con un par de cafés en las manos. Travis lo removía tranquilo mientras Olimpia se armaba de valor. Cerró los ojos y tomó aire. Debía preguntárselo, ese era el momento. Una vez llegara a Texas ya no podría hacerlo.
─Travis. ─Los ojos verdes de Olimpia se clavaron en los suyos ─. ¿Qué somos tú y yo? Es decir... ¿cómo me presentarás ante tu familia?
Travis la miró levantando una ceja. Chasqueó la lengua, suspiró. Parecía algo molesto con la pregunta.
─Creía que eso estaba bastante claro.
La chica asintió.
─Tienes razón. Es que... estoy algo nerviosa.
Travis le sonrió dulce y acercó la silla hasta colocarse a su lado, cerca, muy cerca uno del otro. Le pasó un brazo por encima de los hombros y la besó dulce y tierno. Sus labios sabían a café, leche y azúcar, a ternura y tras un rato, a pasión.
Las puertas del avión se cerraron y las azafatas comenzaron con las indicaciones de seguridad. Olimpia estaba junto al pasillo, miraba a las chicas que, con una sonrisa forzada en los labios, seguían los movimientos coreografiados que estaban hartas de repetir una y otra vez. Cuando terminaron se dispersaron y comenzaron a servir a los pasajeros. El vuelo era de dos horas y una vez llegasen a Dallas, Luke los recogería y los llevaría al rancho, lo que les llevaría una hora y media más. Olimpia hizo los cálculos en su cabeza, llegarían sobre las tres de la tarde al rancho, la hora de comer.
El avión despegó y comenzó a tomar altura. Cuarenta minutos después trató de despertar a Travis de nuevo. Era increíble la facilidad que tenía para dormirse, pensó. Le acarició sensualmente en el cuello, y al ver que no se despertaba le dio un suave beso allí dónde lo había acariciado. Travis abrió los ojos lentamente y los dirigió a la mirada juguetona y despierta de la chica.
─Se me ha ocurrido una travesura.
La chica le susurraba muy cerca del rostro, sentía su aliento, el calor de su cuerpo y su mirada divertida. Travis respondió con otra sonrisa pícara y una mirada lobuna, creía tener una ligera idea de la travesura que quería cometer. Asintió cómplice.
Olimpia se separó de él y se levantó para dirigirse al baño, la idea de hacerlo allí le pareció atrevida, aunque a la par bastante clásica. No serían los primeros ni tampoco los últimos en hacer realidad esa fantasía. La chica se acercó a la parte trasera del avión y abrió la puerta del aseo. Entró y miró a su alrededor, era demasiado pequeño, pensó; apenas tenía espacio para moverse ella, ¿cómo iba a entrar Travis tras ella? Cerró la puerta y esperó.
El motero dejó pasar unos minutos, se notaría demasiado si se dirigía hacia el aseo justo detrás de la chica. Miró a su alrededor, al resto de los pasajeros; parecían entretenidos. Era el momento. Travis se levantó de su asiento y se dirigió algo nervioso hacia el baño dónde lo esperaba Olimpia. La simple idea de lo prohibido, de una fantasía como aquella lo encendía rápidamente. Dio un par de toques en la puerta, pero nadie respondía. Insistió un poco más. Trató de abrirla, pero estaba cerrada. Se acercó un poco para hablar.
─Oli, ¿estás ahí?
Tras un par de segundos la puerta se abrió rápidamente y una señora de unos cuarenta años lo miró a los ojos. Travis sentía como se ponía rojo desde la cabeza a los pies. La señora le sonrió traviesa mientras con el dedo índice le acariciaba sugerente en el centro del pecho.
─No soy Oli...pero por ti, me llamo hasta Cleopatra si hace falta, guapo.
Travis se quedó sin palabras, alejó la mano de la señora que se lo comía con los ojos. Carraspeó y se disculpó.
─Disculpe, eh...yo buscaba...
─Ya sé lo que buscabas.
La mujer soltó una carcajada, cerró la puerta del aseo y se marchó divertida. Le dirigió una última mirada jocosa antes de sentarse.
La puerta del otro aseo se abrió, esta vez sí era Olimpia la que estaba al otro lado. Travis miró de nuevo a los pasajeros, y esta vez no encontró los ojos de la señora. Entró rápido y con los labios pegados a los de la chica dejó que la pasión del momento los guiara.
El habitáculo era demasiado pequeño y ambos llevaban pantalones. Travis pensó que aquello sería demasiado difícil. Una fantasía que tenía pinta que se quedaría en eso.
Pero Olimpia se negaba a ello. Rápidamente se desabrochó el vaquero y se quitó la camiseta quedándose en ropa interior. Le quitó la camiseta al motero mientras con su lengua hacía un camino desde su ombligo hasta el lóbulo de su oreja izquierda. Luego, sin despegar sus labios de él, comenzó a luchar con el botón de su vaquero, a su vez, Travis luchaba con sus braguitas. Una vez liberó el ansia de pasión de aquel hombre sin terminar de bajarle la ropa se subió de un salto sobre él. La chica lo mordía, lo besaba y acariciaba, jugaba con él, lo encendía, lo provocaba; y Travis respondía con besos, caricias y más provocación.
Terminó elevándola sobre el pequeño lavamanos metálico y de una sola embestida la penetró. No había tiempo para recrearse en el cariño y la ternura, ambos lo sabían, aquello era sexo rápido y salvaje; alguien podría llamar a la puerta en cualquier momento.
Una última embestida seguida de un gruñido contenido contra su hombro le decía a Olimpia que la fantasía había tocado a su fin, que su juego había terminado, y sólo tenía un ganador esa vez. Travis jadeaba con el rostro escondido entre su melena oscura. Olimpia abrió la boca para decirle algo, estaba un poco molesta, pero en ese momento escucharon la puerta del otro aseo abrirse.
Rápidamente se vistieron y Travis fue el primero en salir. Aun estaba acalorado, los músculos tensionados por el esfuerzo y algo despeinado, pero no podía dejar de mostrar una enorme sonrisa por lo que acababa de hacer. Al andar, se encontró de frente con la mirada de la señora de antes, ésta se rio traviesa, sabedora de lo que él había hecho; el motero avergonzado sintió como el rubor de sus mejillas aumentaba, así como el calor que tenía. Desvió la mirada y se sentó en silencio. Olimpia llegó un par de minutos después para sentarse con él. Travis entrelazó en silencio sus dedos a los de la chica y le regaló un beso cariñoso y cómplice.
Luke los esperaba a los dos en la puerta de salida rodeado de mucha más gente. Les sonrió al verlos salir con las maletas.
─¡Por fin! Vamos al coche, mamá está deseando verte.
Los hermanos se abrazaron y luego Luke se acercó a Olimpia para darle la bienvenida con un beso en la mejilla. El mayor de los hermanos ahora parecía relajado; llevaba su sombrero de cowboy, unas botas a juego, un vaquero algo desgastado y una camiseta blanca. El clásico tejano, pensó Olimpia. Esta vez su atuendo no desentonaba del resto de las personas que lo rodeaban.
Luke conducía una vieja ranchera roja. Estaba oxidada y algo destartalada. Olimpia sonrió para sí, se parecía mucho a la de Max, aunque esta era más grande y parecía que tenía mucho más rodaje. La pareja dejó las maletas en la parte trasera y subieron.
─¿Y qué tal el vuelo? ─preguntó Luke a la pareja que no se soltaba de la mano.
─Bien... no ha estado nada mal ─Travis sonrió cómplice a Olimpia mientras respondía a la pregunta de su hermano.
Olimpia se encogió de hombros algo aburrida.
─Si tú lo dices, a mí se me ha hecho bastante corto, no me he enterado de casi nada.
Travis la miró confuso. No esperaba esa respuesta. Apretó un poco la mano que tenía sobre la de la chica, cómo preguntando, pero ella por respuesta desvió la mirada aburrida hacia la ventanilla de su derecha.
Luke sonrió, no comprendía muy bien la reacción de la pareja. Pero tampoco era algo que le interesara. Ellos se entendían, de manera que comenzó a hablar un poco sobre la granja, sobre Dennis y sobre el pequeño Jhonas, el primer sobrino de Travis que aun no conocía. Una hora y media más tarde de conversaciones sobre vacas, caballos, tractores, rodeos y sobre los últimos cotilleos de algunos viejos amigos que compartían los hermanos y que ya sabían que él llegaba a Fairfield, Olimpia alcanzó a ver la granja al final de la carretera.
El rancho de la familia Mills se extendía por todo lo que la vista podía abarcar. Lo bordeaba una valla de madera rústica hecho con troncos. En el portal de la entrada podía leerse tallado: Rancho Mills; en el lado derecho se encontraba un buzón oxidado con su banderita hacia abajo. No había correo ese día, pensó Olimpia al verlo. El camino sin asfaltar les guiaba desde la carretera hasta la casa atravesando las tierras salpicadas de hierba verde con algunos claros más amarillos en otras zonas. La valla continuaba por esa zona para evitar que las reses se salieran. Olimpia pudo distinguir algunas vacas sueltas pastando al fondo. En cuestión de minutos, y tras sortear algunas piedras por el camino, la enorme casa se presentaba ante ellos.
Era la típica casa de granja americana de dos plantas; de madera pintada en un verde muy claro, y el techo inclinado a dos aguas de teja gris. Las puertas y las ventanas eran blancas. Las vallas de madera laterales terminaban en otro portalón de madera. La casa estaba bordeada de césped y florecillas de colores. Había una pérgola a la derecha del camino donde la familia guardaba los coches.
Peter estaba sentado en una sillita de mimbre en el pequeño porche. Tenía entre las manos un enorme libro. Se quitó las minúsculas gafas que descansaban sobre su nariz roja y redonda.
─¡Abby! ¡Abigail tesoro! ¡Ya están aquí!
Olimpia salió a la par de Luke y fue a abrazar corriendo a Peter. Le dio mucha alegría verlo de nuevo. No sabía por qué, pero ese hombre le ponía de buen humor. Su rostro era agradable y le sacaba una sonrisa. Travis se acercó a su padre tranquilo, esperando que soltara a Olimpia.
Una mujer rubia, que aparentaba cincuenta años se acercó corriendo mientras se limpiaba las manos con un paño de cocina. Abrazó a Travis, era bajita, por lo que el motero tuvo que agacharse para poder corresponder a su abrazo. La mujer lo achuchaba con lágrimas en los ojos, lo cubría de besos y no dejaba de decirle cuánto lo había echado de menos.
─Yo también me alegro de volver a casa mamá.
Travis se separó de ella, no sin constarle un puchero por parte de la mujer.
─Estás guapísimo hijo mío. Como te hemos echado en falta. Pero ya estás aquí, por fin estás aquí.
Abigail se secaba las lágrimas sin dejar de mirar a su hijo. Travis le sonrió y se dirigió a su padre para darle un fugaz abrazo. No eran muy comunes las muestras de afecto entre Peter y sus hijos, y las pocas que había solían ser cortas, como aquella. Travis se dirigió entonces a Olimpia, que había quedado relegada a un lado y miraba con una sonrisa tierna la escena y le pasó un brazo por los hombros. La miró henchido de amor y le sonrió. Luego se dirigió de nuevo a su madre.
─Mamá, quiero presentarte a ...
─¡Olimpia, tesoro! ─La mujer se acercó y la achuchó de la misma manera que abrazó a Travis, sólo que esta vez, ambas mujeres tenían la misma altura, por lo que no tuvo que agacharse.
─Hola, señora Mills. ─Olimpia se separó y la miró algo avergonzada.
─Deja, deja, que me haces mayor, llámame Abby, tesoro. Por Dios, eres preciosa y muy joven... ¿qué edad tienes?
─Dieciocho. ─Olimpia se encogió de hombros y miró sus zapatos azorada.
Abby la miró sorprendida, paseó su mirada hasta su hijo y luego a su marido que no le había dicho nada. Trataba de articular algo, pero no era capaz, tenía un nudo en la garganta por la impresión. Esa chica era diez años menor que su hijo. Luke fue quien reaccionó, ya que el silencio se iba tornando cada vez más incómodo.
─Mamá, ¿por qué no dejas que descansen un poco y coman algo? Han sido muchas horas de viaje.
Peter y Abby acompañó a la pareja al interior de la casa. Estaba decorada con muy buen gusto. Muebles sencillos de madera natural, con un estilo country, aunque algo más moderno. Subieron al piso superior y Abby guio a Olimpia a uno de los dormitorios.
─Dormirás aquí, tesoro, en el viejo cuarto de Travis.
El motero entró tras ellas, y dejó las maletas sobre la cama.
─Tu no. ─La respuesta autoritaria de su madre lo cogió desprevenido ─. Tu dormirás en el cuarto de Luke.
─Pero mamá...
─No hay peros que valgan. Estoy segura de que a sus padres no les gustarían que durmierais juntos. Ya sabes las normas de esta casa Travis.
Travis dejó caer los hombros y soltó un gruñido sonoro; mientras su madre salía del dormitorio camino de las escaleras. No le hacía mucha gracia dormir separado de la chica. Había fantaseado con tenerla por las noches en su cama. Olimpia reprimió una risita. Travis levantó una ceja, se acercó a ella y la agarró sugerente por la cintura.
─¿Qué te hace tanta gracia de esta situación?
─Nada, ¿qué te molesta a ti tanto de esta situación?
Travis le sonrió de nuevo y le acarició el cuello lentamente, provocando un escalofrío en la chica.
─Esta noche vendré a verte, y todas las noches. No creas que vas a librarte de mí.
Un grito sobresaltó a la pareja. Era Abby desde la parte baja de las escaleras.
─¡Travis! ¡Sal de ese dormitorio, ahora!
Olimpia sonrió mientras veía como el motero se marchaba arrastrando los pies. Se percató en ese momento de la felicidad que llenaba su corazón.
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