49
Olimpia bajó de la moto, era un miércoles algo caluroso. Se quitó el casco y esperó a que Travis hiciera lo mismo. Estaban frente por frente de la puerta de casa, aun era temprano y Roger no había salido de trabajar. La chica se acercó a él traviesa y lo besó dulcemente; al separarse el motero volvió a capturar sus labios en un nuevo beso más ardiente y húmedo. La chica pasó los brazos por su cuello y se restregó contra el cuerpo de él, quería dejar que la pasión los arrastrara hasta la cama de la casita del jardín; mordió un poco, sabiendo que eso lo despertaría.
─Oli, ¿a qué hora llega tu padre?
La chica se separó confusa y algo molesta por la pregunta. No esperaba un comentario así tras lo que ella creía que era una insinuación bastante clara y fácil de entender. Parpadeó y resopló.
─No lo sé, a la noche, tal vez a las ocho o las nueve. ¿Por qué lo preguntas?
─Tengo que hablar con él.
La chica le sonrió traviesa y volvió a la carga. Lo besó de nuevo, gimiendo un poco para tratar de encenderlo, de llevarlo a su terreno, paseó las manos por su pecho y se contoneó sugerente.
─Tendrás que esperar un buen rato... vamos, sé qué puedes hacer para no aburrirte mientras.
La chica tiró de él, pero éste no se movió. Su mirada azul estaba llena de deseo, claro que quería entrar y no aburrirse; sabía y deseaba lo que la chica estaba insinuando. Pero no, ella misma le había dicho que Roger no lo quería volver a ver allí. Al menos solos los dos; quería respetar las normas. La chica lo miraba lasciva y juguetona, disfrutaba con sus labios y su lengua, lo acariciaba sugerente; sentía el calor que desprendía el cuerpo de Olimpia, era demasiado para él. Pero no, debía resistir la tentación de seguirla, de desnudarla y tomarla allí. Tragó saliva y con los ojos cerrados contó hasta tres para relajar la erección que ya no podía esconder bajo su pantalón vaquero.
─No. Su casa, sus normas. Volveré más tarde.
Travis se despegó de ella a regañadientes. Se colocó el casco de nuevo bajo la mirada molesta de Olimpia y arrancó la moto. Le lanzó un beso antes de meter la marcha y acelerar.
Abrió la puerta de su piso. Había aparcado fuera, justo en la entrada a su portal; saldría de nuevo en un rato. Se metió en la ducha y comenzó a desnudarse, pero justo antes de entrar se dio cuenta de que no tenía una tolla para poder secarse. Salió de nuevo al dormitorio y rebuscó entre los cajones de la cómoda, encontrando por el camino una de las camisetas de Olimpia, la había traído con la excusa de tener algo para cambiarse allí en caso de necesidad. Tomó la prenda entre sus manos y se la llevó al rostro; olía a ella, a su cuerpo, a su pelo, a su risa y su sabor. Sentía el calor de su cuerpo, el contacto de sus suaves dedos contra su piel. Travis sonrió y la erección que se había esfumado durante el trayecto a casa, reapareció inmediatamente ante el recuerdo del cuerpo desnudo de Olimpia entre sus brazos.
Travis se metió bajo el chorro caliente de agua y se perdió en sus pensamientos un poco más. ¿Cómo era posible que no pudiera dejar de pensar en ella? Esa chica se había metido en su mente, invadiendo su corazón como nadie lo había hecho antes. Lo excitaba y tranquilizaba, lo divertía y molestaba; a veces se mostraba sumisa y otras era ella quien dominaba la situación, era independiente, pero a la vez le rogaba con la mirada que se quedara con ella; ella representaba orden y caos en un mismo ser.
El timbre de la puerta sonó alrededor de las nueve y media. Fue Olimpia quien abrió la puerta, sabía quién era; le había mandado un mensaje un poco antes, justo en el momento en que su padre cruzaba el umbral. Lo miró a los ojos, molesta por el desplante que le había hecho hacía un rato cuando la dejó en la puerta de su casa; curiosa por el motive que tendría Travis para hablar con su padre. Lo hizo pasar y le dio un rápido beso en la mejilla.
Olimpia entró en el salón seguida de Travis. Roger estaba sentado mirando la televisión con una cerveza en la mano y las pantuflas viejas en los pies. Se levantó sorprendido al ver al mecánico frente a él. Se estrecharon la mano.
─Vaya, Travis, estaba terminado de ver un partido de béisbol, vamos siéntate. Olimpia, tráele una cerveza, vamos.
Olimpia asintió y obedeció a su padre. Travis se sentó y esperó. Unos segundos después aparecía de nuevo Oli con una cerveza ya abierta en la mano, estaba muy fría, justo como a él le gustaba. Le dio las gracias educado y dejó que la chica se sentase a su lado. El partido acabó quince minutos después.
─Vaya, ha estado muy reñido.
─Sí, es cierto señor.
Roger le dio un sorbo a su cerveza, y miró al motero serio.
─Dime Travis, ¿qué te trae por aquí?
Travis se aclaró la voz y se incorporó un poco en el asiento. Miró a Olimpia y luego se mojó los labios con la lengua.
─La verdad, señor, es que ... he venido porque quería hablar con usted, a solas.
Roger lo miró con los ojos entornados y el rostro inclinado hacia la derecha. Luego desvió la mirada a su hija.
─Olimpia, vamos, ya lo has oído. Ve a tu habitación.
Olimpia asintió y se levantó. Paseó de nuevo su mirada por los dos hombres que estaban allí sentados y se marchó en silencio. Atravesó la doble puerta que daba a la entrada, y durante un segundo estuvo tentada a quedarse allí, en el pasillo, para poder escuchar qué era eso que Travis quería hablar con su padre a solas. Pero luego lo meditó mejor, no estaría bien y tanto su padre como el motero se podrían enfadar. Ya se lo diría en su momento.
Roger se recostó sobre su sillón orejero y miró a Travis de arriba a abajo, estudiándolo. Sentía curiosidad por lo que ese muchacho tenía que decirle.
─¿Y bien? ¿Ocurre algo, muchacho?
─No, señor... bueno, quería agradecerle que me acepte, señor. Que me permita salir con su hija y que acepte nuestra relación.
Roger frunció el ceño.
─No te confundas, hijo. Te permito salir con mi hija porque así ella lo ha decidido. No soy quien para decir con quién puede salir o acostarse. Pero, ten claro, que no lo acepto. No estoy de acuerdo con vuestra relación.
Travis lo miró sorprendido. No se esperaba para nada esa respuesta. Después de la cena del otro día, pensaba que su padre lo había aceptado.
─Señor, sé que soy muy mayor para su hija. Me hago cargo de lo que eso significa, pero debe saber que la quiero. Que no le haría daño.
─No pongo en duda lo que me dices, hijo. Pero, seamos sinceros ¿Cuánto tiempo crees que va a durar esto?
Travis se quedó en silencio. Trató de responder, pero Roger fue más rápido y lo cortó antes de empezar.
─Mi hija se marchará a Londres en poco más de un mes. Sí, es posible que sigáis juntos algo más, puede que pases aquí las Navidades cuando vuelta, incluso el próximo verano. Pero es joven, y en la Universidad encontrará a muchachos de su edad que comparten su pasión por la pintura. ¿Qué ocurrirá cuando esos chicos se fijen en Olimpia, cuando traten de conquistarla? ¿Crees que te esperará?
El mundo de Travis se venía abajo por momentos. Su mirada antes clara, ahora era sombría. Roger continuaba hablando.
─Conozco a mi hija, joven. No eres el primer hombre en su vida, y por supuesto, no serás el último. Ella no se quedará aquí por voluntad propia, y en el caso de que le pidas que se quede y ella acepte. ¿Qué sucederá? ─Roger se incorporó y dejó la cerveza en la mesita del centro del salón, luego miró a Travis directamente a los ojos ─. Te diré lo que sucederá, muchacho. Todo estará bien, estarás con ella y creerás que ella te corresponde. Pero no es así, tarde o temprano te culpará por arrebatarle su sueño, su pasión, y entonces no importará cuanto la quieras, porque ella se marchará de tu lado. Sea como sea Travis, vuestra relación, lo que sientes por mi hija; no te llevará a ninguna parte.
El corazón de Travis se hizo añicos en ese momento. Sabía que eso pasaría, pero en lo más profundo de su alma aun había un pequeño rayo de esperanza; un rayo que ahora se apagaba rápidamente. Escuchar aquella verdad de los labios de su padre, saber que eso sería lo que pasaría, lo destrozaba poco a poco. Travis no respondió, desvió la mirada al suelo y se quedó allí, sumido en su tristeza y pensamientos.
Roger lo miraba, sentía pena por ese hombre. Realmente estaba enamorado de su hija. Sus ojos hablaban solos, y en un segundo, en menos, pensó Roger, ese muchacho que tenía delante se había quedado vacío. Había perdido parte de su alma y se había roto su corazón. Continuó hablando.
─De todas maneras, muchacho. Aunque mi hija te esperase, ¿qué sería de ti? Eres mayor, Olimpia estará en Londres al menos seis años. Tú conocerás aquí a alguna buena mujer, y nadie te culpará de ello. Seguramente te enamorarás, tienes una edad y querrás asentar la cabeza. Mi hija... aun es una cría y lo último en lo que piensa en es casarse y tener hijos. ¿Comprendes ahora por qué permito que estéis juntos? Es estúpido prohibir algo que tarde o temprano acabará, lo mejor es dejar que el río siga su curso... Pero, esta no es la razón por la que has venido ¿cierto? Dime, ¿qué es lo que quieres decirme?
Travis salió de su ensimismamiento. Parpadeó y miró a su alrededor. Durante unos segundos, no sabía dónde estaba; se había visto a sí mismo, sólo, perdido sin el calor y al amor de su vida. ¿Era así como se sentía Roger desde que perdiera su mujer hacía trece años? El no perdería a Olimpia, no de la forma en que su padre perdió a su esposa; él la perdería por otro hombre, tarde o temprano. Trató de recomponerse un poco, ocultar su pesar y el shock que le había producido escuchar las duras palabras que Roger le estaba dedicando. Se enderezó y tomó aire.
─Tiene razón, lo que quería pedirle es permiso, señor. Volaré de nuevo a Texas a ver a mi familia, sólo estaré una semana, y quería que Olimpia viniera conmigo. Por supuesto, yo me haré cargo de todos los gastos del viaje. Pero quería que me diera su aprobación.
Roger se rascó la barbilla y lo sopesó un poco. Su hija estaría fuera, sola con ese hombre durante una semana. Dormirían juntos, aunque ya sabía Roger que habían dormido más de una vez juntos, y no precisamente muy lejos de dónde estaba él; sólo a unos ¿cuántos? La distancia que separaba su casa de la casita del jardín, nada más.
─Está bien, llévatela. Disfruta el tiempo que te queda con ella Travis. Pero cuídala, ya sabes qué pasará si la haces sufrir.
Travis asintió serio. Estrechó la mano de Roger y con un ademán de cabeza se despidió para salir por la puerta.
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