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Los días pasaban para la pareja que ahora, más tranquila se dedicaban a quererse sin miedo a ser vistos. Los besos y caricias, eran bien recibidos por parte de los dos sin importar ya el lugar ni la gente que hubiera a su alrededor. A partir de la noche del sábado, lo que había entre Travis y Olimpia, había pasado de ser una historia escondida, a un precioso amor de verano que resplandecía igual que el mar bajo los rayos del sol al atardecer.

El martes Travis recogió a Olimpia como todas las tardes en el restaurante. Le regaló un beso húmedo y apasionado en la misma puerta, dejando a la chica sin aliento. La subió a su Harley y la llevó a su casa, merendaron y se regalaron una sesión de besos dulces y cálidos tirados ella sobre él en el sofá. Las manos de Olimpia jugueteaban con el botón del pantalón vaquero del motero, las de él se paseaban por la espalda y las nalgas de ella.

─Oli, no.... espera.

La chica lo miró algo fastidiada. Quería jugar, enredarse en su cuerpo y quemarse con su fuego.

─¿Qué pasa?

─Ahora no, quiero llevarte a un sitio, venga vamos.

La chica se levantó a regañadientes de su regazo. Travis cogió una bolsa que había dejado en un rincón del salón y de la mano guio a la chica hasta el garaje. Subieron a la Kawasaki y se pusieron en camino.

Casi había anochecido, y eso era lo que Travis estaba esperando. Tomó la ruta 23 en dirección Noroeste y luego se desvió por la 177, veinte minutos después había llegado a su destino, el parque natural Okefenokee Swamp. Aparcó en el enorme parquin y sacó la bolsa que había metido en la enorme alforja trasera, puso el candado a la moto y esperó a que la chica lo siguiera.

Se adentraron en el parque un poco hasta encontrar un claro alejado de todo. Había algunas familias pululando por allí y Travis sabía que pronto llegarían más.

─Travis, ¿qué hacemos aquí?

El hombre soltó la bolsa en el suelo, se acercó a ella y la abrazó sugerente por la cintura. Le dio un beso lento, Olimpia dejó que éste la invadiera con su lengua y se recreara en su boca. Ese beso sabía a ternura mezclada con aventura. Sin despegarse de sus labios, Travis respondió a su pregunta.

─Esta noche hay lluvia de estrellas, quería verla contigo.

La chica sonrió un poco descolocada. No estaba acostumbrada a esas cosas, por un lado, pensó en reírse un poco de la ocurrencia ñoña y melosa de Travis, pero por otro lado... era una de las cosas más bonitas que nadie le había propuesto hacer. Optó por callarse.

El parque Okefenokee Swamp era conocido por la enorme cantidad de lagos que había en él, así como por los aligátores que allí habitaban. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la chica al pensar en el lugar en el que estaban.

─Travis...aquí hay cocodrilos, ¿estás seguro que quedarnos por la noche en medio de la nada es buena idea?

El motero asintió mientras abrió la bolsa y sacó de ella un par de mantas enormes, una de ellas la tiró abierta en el suelo. Animó a Olimpia a sentarse a su lado y pasó la otra manta por encima de los dos para cubrirlos de la humedad del ambiente.

─No te preocupes, esos bichejos están protegidos y controlados, y nosotros estamos en la parte reservada para hacer turismo. Estás a salvo. ─Travis le regaló un beso en la punta de la nariz y siguió rebuscando en la bolsa que traía.

Sacó una especie de linternita, una de esas que parecen un antiguo quinqué, la encendió y colocó delante de los dos. Un par de sándwiches envueltos en papel de plata, dos copas de cava y una botella de champán. Esto último hizo que la chica no lo pudiera evitar y se riera del motero.

─¿En serio? Travis, creo que me has confundido con mi hermana.

El motero la miró algo molesto. Se suponía que esas estupideces eran las que gustaban a las chicas, ver las estrellas en medio de la naturaleza con una botella de champán, que le había costado un riñón, arropados bajo una manta.

─Muy bien, pues si esto te parece ridículo, levanta y vámonos.

Travis hizo el intento de levantarse, estaba serio y molesto por el comportamiento de Olimpia. Sólo intentaba agasajarla y ella se reía de él sin piedad. Aunque no sabía por qué se sorprendía, ella era así, debía haberlo supuesto. Olimpia lo agarró de la mano haciendo que perdiese el equilibrio y cayera encima de ella.

─Vamos, no te enfades... ─suplicó antes de besarle tierna ─. Me gusta mucho... es sólo que, me resulta raro.

Travis se incorporó y se sentó de nuevo, recolocó la manta sobre los dos y abrió la botella. Cenaron tranquilos y entre besos y sorbos de champán esperaron a que la lluvia de estrellas comenzara.

Cuando Olimpia localizó la primera fugaz, se apresuró a apagar la linterna. Ambos se tumbaron, uno en los brazos de otro, acurrucados bajo el calor que la manta le proporcionaban para poder disfrutar de uno de los espectáculos de la madre naturaleza.

Los días seguían su curso, el viernes la pareja volvió a salir, esta vez con Didi, Max, Oliver y Anne. Cenaron juntos en la cafetería de Anne, y luego bailaron hasta casi el amanecer en el Turqoise. El sábado Olimpia se quedó todo el día remoloneando en la cama de Travis, desde que llegase a medio día.

─Oli, deberíamos salir de la cama un rato ¿no crees?

La chica lo miraba traviesa. Se acercó a sus labios y los mordió divertida, sabiendo que aquello lo volvía loco. Un gruñido contenido le decía que el motero deseaba algo más que un mordisco.

El domingo en cambio, Travis se había marchado con la Kawa de ruta, como siempre hacía. Olimpia en cambio, se había quedado en casa limpiando un poco.

Comenzó por la planta de abajo, la cocina, el salón, todo era más rápido al contar con la ayuda de Didi. Un par de horas más tarde estaban en la planta de arriba. Cada una de las chicas se encargaba de su dormitorio.

Olimpia ordenó un poco los papeles y los libros del escritorio. Metía en cajas todo lo que ya no iba a volver a usar, los apuntes de algebra, los libros de literatura y biología; ya no le servirían para nada, por lo que tenerlos por allí no era práctico. Al quitar un montón de papeles viejos y resto de apuntes la vieja carta de la Universidad de Londres cayó al suelo.

Olimpia guardó la caja llena de libros y apuntes en el altillo del armario. Recogió el pedazo de papel arrugado y se sentó en el borde de la cama. La carta estaba muy estropeada, había rodado mucho, de la mesita de su cuarto a su bolso, había pasado por las manos de Diana y ésta la había arrugado; además, como había llorado tanto ella como su hermana delante del papel, algunas palabras estaban borrosas por las lágrimas derramadas. Cuántos quebraderos de cabeza le había dado esa carta, y cuántos más aun estaba por darle. Tal vez, si la hubieran rechazado, todo hubiera sido diferente, seguramente no se habría peleado con su hermana, su padre estaría menos decaído, ella más tranquila y, sobre todo, su relación con Travis no tendría que terminarse. Pero, si no la hubiera recibido, ¿lo habría conocido? Olimpia rio triste, e hizo memoria del día que conoció al motero y a Max.

Estaba hablando con Diana, porque se sentía muy mal a causa de la dichosa carta, quería estar con ella, pasar tiempo juntas y por culpa de esa conversación Didi no frenó a tiempo y colisionó el coche. No, si no hubiera recibido esa carta seguramente no lo hubiera conocido.

Una lágrima furtiva se asomaba a sus ojos. Estaban a mitad de agosto, el verano terminaba, sólo un mes y medio más, dos con suerte y todo terminaría. Ella cogería un avión que la llevaría a su destino, a su sueño; pero que dejaría allí todo cuanto tenía y amaba. Su hermana, su padre, sus amigos, su hogar, el restaurante de Anne, la señora Ofelia y Arthur, la casita de la playa de los abuelos de Anne, la playa, el Turqoise, el olor de la casita del jardín, la sensación del viento golpeando contra su cuerpo cuando se subía a la moto, la calidez y el olor de las sábanas de Travis...Travis... un suspiro fue el pistoletazo de salida de su llanto casi inaudible.

─Oli, ¿tienes tú el trapo para limpiar los cristales?

Diana entraba en su dormitorio rauda con el bote de limpiacristales en una mano y el móvil en la otra. Al levantar la cabeza hacia su hermana sus ojos se abrieron y se apresuró a sentarse a su lado y abrazarla.

─Oli, ¿qué pasa?

Olimpia no podía hablar, las palabras se le agolpaban en la garganta y se le hacían un nudo. Se acurrucó sobre el hombro de Diana y le entregó la carta a modo de explicación.

Diana la entendió sin necesidad de palabras. La tristeza también se hizo con su corazón apresándolo e hiriéndolo. Abrazó fuerte a su hermana menor, tratando de consolarla, tratando de consolarse ella.

─Vamos, no llores. Tú no eres de las que lloran.

La voz de Diana se fue transformando en un sollozo. Siempre le pasaba cuando veía a alguien llorar. No sabía por qué, pero se ponía a llorar ella también como una Magdalena. Se quedaron un rato las dos en silencio, hasta que Olimpia se levantó de la cama y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.

─Me marcho en menos de dos meses Didi. Aun no me lo creo. Todo me da vueltas, no sé cómo enfrentarme a esto.

Diana la miró con tristeza y se encogió de hombros. Ella tampoco se lo creía, casi se le había olvidado con todo lo que había pasado en los últimos días.

─No se Oli, ordena tus ideas. Haz una lista con todo lo que vas a necesitar y te vas a llevar.

─No me refiero a eso Didi. Me refiero a ti, a papá... a Travis.

Diana la miró de nuevo a los ojos y le sonrió triste. Levantó una mano para indicarle que se sentara a su lado.

─Papá y yo estaremos aquí, iremos a visitarte. No te preocupes por nosotros...

─No quiero dejar a Travis... ¿Qué hago?

Diana se miró los pies y suspiró.

─No lo sé.

─Es que... todo es tan jodidamente difícil. Esto es lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida.

Olimpia se levantó arrugando la carta en una bola de papel y la tiró con rabia contra el escritorio. Se apoyó con la frente en el marco de la puerta de su dormitorio y suspiró.

─Oli... ¿no has pensado... rechazar la beca?...

Olimpia miró a su hermana de reojo. No, no lo había pensado, esa posibilidad no se le había pasado nunca por la cabeza. Era su sueño ¿cómo iba a abandonarlo? Diana continuó:

─...No se... podrías quedarte aquí, estudiar en Jacksonville o en Atlanta, solo están a dos o tres horas en coche, o podrías quedarte en alguna residencia y venir los fines de semana a casa. No tendrías que dejar a Travis... ni a nosotros. Lo tendrías todo aquí.

Olimpia se encaró a Diana. La miró a los ojos y vio la misma tristeza y miedo que ella sentía.

─No lo sé, Diana. Es la oportunidad de mi vida.

Diana la agarró por las manos.

─Al menos piénsalo. Por favor. ─suplicó a su hermana mientras de nuevo las lágrimas les salían a borbotones sin poder detenerse. Olimpia cerró los ojos resignada y asintió.

Un rato más tarde Diana se marchó de su dormitorio para volver a dejarla sola con sus pensamientos. Quedarse, le había dicho. Era una opción que no había contemplado y que no quería contemplar. Si lo pensaba mucho, podría convencerse y entonces ¿cómo seguiría adelante? Si, todo sería precioso y bonito. Travis estaría a su lado, iría y volvería de cualquier Universidad, ya fuera en Atlanta o en Jacksonville, pero ¿qué pasaría con el tiempo? Tarde o temprano la realidad le daría una bofetada, y la realidad era que habría dejado escapar la oportunidad de estudiar en Londres, de mostrar su arte al mundo, tal vez de labrarse un hueco en un mundo de difícil acceso; lo más probable era que eso nunca sucediera por mucho que se esforzara, pero la pena y el remordimiento de no haberlo intentado la reconcomería, la amargaría. ¿Quería quedarse? Claro que sí. Decir que deseaba quedarse por su hermana y su padre era sólo una excusa; eso lo tenía claro, sólo lo decía porque sabía que era lo que debía decir. Quería quedarse por Travis, nunca había sentido nada así por nadie. Nunca se había enamorado, sí, esa era la verdad. Estaba enamorada de ese motero desde casi el principio. ¿Por qué no decirlo si era la verdad? Porque si lo decía, aunque solo fuera en un susurro, se haría realidad y no habría marcha atrás. No, no podía decirlo en voz alta, porque entonces ya no podría marcharse.

La cabeza de la chica daba vueltas. En silencio maldijo a Travis, por quererla, por enamorarse de ella; por enamorarse de él, por amarlo como lo amaba. 

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