Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

47


Ese sábado de agosto, las chicas estaban muy nerviosas; esa noche su padre conocería a los chicos por los que suspiraban.

¿Suspiraba? Olimpia se rascó la nuca, ella no suspiraba por Travis, no al menos como lo hacía Didi por Max, pero no podía negar que notaba un cosquilleo en todo su cuerpo cuando estaba a su lado, se sentía flotar cuando sus manos fuertes la acariciaban, su voz la transportaba lejos, mil sentimientos afloraban y morían en el centro de su pecho. Sin quererlo, la chica soltó un suspiro.

Durante las horas de las comidas en las que habían coincidido padre e hijas, habían estado dándole vueltas para ver dónde celebrar la dichosa cena. Las hermanas querían comer fuera; no era algo que solieran hacer con su padre muy a menudo y de esa manera podrían evitar cualquier tipo de escándalo por parte de éste. No es que pensaran que su padre se fuera a poner como un energúmeno delante de Max y Travis, pero a las chicas nada ni nadie le podía asegurar que no perdiera la paciencia en algún momento; sobretodo vista la última conversación sobre el tema.

Las chicas se metieron temprano en la cocina, para poder arreglarse a tiempo y servir la cena tal y como los chicos llegasen, cuanto menos tiempo estuviesen junto a su padre mejor para todos.

─Didi, ¿no crees que te estás pasando un pelín?

Didi cortaba las verduras y repasaba la salsa para las costillas. Revisaba de vez en cuando la tarta de calabaza que tenía al horno.

─No Oli, no me estoy pasando. Esto es para papá, son sus platos favoritos. Si está de buen humor todo saldrá bien ¿no te parece?

Olimpia la miró y se lavó las manos para comenzar a preparar el puré de boniatos que servirían de guarnición con las costillas.

─Tiene sentido.

A falta de poco más de una hora para que dieran las nueve, momento en que los muchachos harían su aparición, las chicas prepararon la mesa y subieron a arreglarse por turnos. Diana se puso su vestido rosa palo con tirantes que tan bien le sentaba con unos tacones sencillos, Olimpia en cambio no estaba segura de si debía o no arreglarse tanto para la ocasión, así que optó por ponerse su falda de cuero con una camisa blanca y unas bailarinas negras.

Roger recibió a sus hijas en el salón, sentado en su butacón marrón. Aunque estaba serio se había vestido para la ocasión. Un pantalón de pinzas beige y una camisa blanca, unos náuticos que las chicas ni recordaban que tenía.

Las hermanas se sentaron a en el tresillo a su lado y se quedaron mirando entre ellos durante un rato. Roger miró a Didi y Olimpia con más o menos aprobación, estaban muy guapas, sobre todo Diana. Era la que sabía sacarse más partido de las dos. Pero, aun así, no les hacía mucha gracia verlas tan acicaladas, ya que no se arreglaban para ellas mismas, sino para los dos hombres que en unos minutos cruzarían el umbral de su puerta. Roger endureció la mirada y se serenó. Debía mostrarse autoritario y regio con los muchachos. Debía medirlos y examinarlos, claro estaba que no podía ni quería prohibir nada a sus hijas; lo último que quería era perderlas, pero no estaba demás que esos muchachos les temiera un poco.

Diana miró el reloj que prendía en el centro de la pared, era una antigualla de madera de caoba labrada que heredaron al morir sus abuelos paternos, la verdad es que la chica adoraba ese reloj. Sus abuelos murieron hacía ya tres años uno y cuatro la otra, pero sentía que ese reloj los mantenía vivos en el tiempo. Luego, dirigió la mirada a su hermana, que miraba ensimismada la pata de la mesilla baja central. Cogió mucho aire, lo soltó lentamente y se encaró a su padre con una bonita sonrisa.

─Ya casi es la hora.

Roger asintió sin mirarla, mientras se mesaba el mentón recién afeitado. Diana lo miró algo molesta.

─Papi, Max se angustia con facilidad, por favor, no lo hagas sufrir mucho.

Su padre no respondió, seguía con la mirada perdida en la lejanía, los pensamientos del hombre se perdían. Olimpia por el contrario inclinó la cabeza hacia su hermana, y gesticulando sin hablar, le dijo: imbécil. Ahora sí que su padre se lo pondría difícil al muchacho.

Unos segundos más, y Olimpia pudo oír como el motor de una moto grande y pesada se paraba frente a su casa. Su corazón se aceleró tanto, que se tuvo que llevar una mano al pecho y respirar profundo un par de veces para tratar de calmarse. Travis había llegado, cruzaría la puerta como su pareja oficialmente ante su padre, y sabía que éste lo haría sufrir de lo lindo. Solo espera que su padre no hiciera... no, no creía a su padre capaz de algo así.

El timbre de la puerta sonó, y las chicas se miraron y luego miraron a su padre. No sabían si debían ser ellas las que abriesen la puerta o debía hacerlo su padre, todo era nuevo para todos los asistentes a la cena de esa noche. Roger levantó las cejas y señaló la puerta a sus hijas para que fueran a abrir. Olimpia asintió y se levantó.

Abrió la puerta lentamente, y frente a ella, por primera vez en el umbral de su casa, estaba Travis. Se había vestido algo más elegante que de costumbre. Una camisa azul, unos vaqueros oscuros nuevos, un cinturón de cuero negro ancho a juego con los zapatos y una americana de mezclilla gris, todo coronado por lo que a Olimpia más le llamaba la atención, una preciosa corbata azul noche ancha que llevaba algo mal colocada. Estaba despeinado por culpa del casco de la moto y llevaba entre las manos una botella de vino. Sonrió a la chica y está el correspondió con otra sonrisa tímida. Estaba guapo así vestido, aunque se notaba que no estaba muy cómodo con el atuendo, al menos con la corbata.

─He traído vino.

Dijo casi en un susurro mientras le tendía la botella que la chica recibía en sus manos.

La puerta se cerró tras él, y Olimpia se adelantó para dirigirlo hasta el salón. Travis tragó saliva y miró a su alrededor; nunca se había planteado cómo sería la casa de la muchacha. Aunque era bastante normal, paredes lisas y sencillas, luces cálidas, madera por todos lados, fotos y cuadros, seguramente pintados por la mujer que tenía ante él. El olor que impregnaba el hogar lo transportó, olía a comida hecha con cariño, costillas al horno, tarta de calabaza, verduras... olor a hogar. Al hogar que él abandonó hacía ya un tiempo, al que ahora, gracias a Olimpia, podría volver. Atravesó la puerta doble que daba al salón y justo frente a él en un sofá orejero de piel marrón oscura estaba sentado con las piernas cruzadas y mirándolo serio, Roger.

─Buenas noches.

Roger se levantó y estrechó la mano que Travis le acercaba. Un apretón fuerte y seguro, o al menos eso fue lo que percibió Roger al recibir la mano del hombre que tenía delante. Lo invitó a sentarse a su lado, en el tresillo, y le agradeció el regalo que había traído y que Olimpia había metido en la nevera por orden de su padre.

La chica se sentó de nuevo en el sofá, entre Travis y Diana. Miró a su padre algo cortada y luego a su hermana. No estaba segura, ninguna de las dos, de cómo debían comportarse.

Los hombres se miraron serios, la tensión se percibía en el ambiente; la calma que precedía a la batalla. En silencio, Roger retaba al motero, y éste hacía lo mismo a su vez. La tez de Roger se relajó y mostró una sonrisa amable, aunque algo forzada.

─¿Te gusta el béisbol, Travis?

─Soy más de futbol americano, señor.

Roger lo miró y asintió. Era un buen comienzo, se decía el hombre que continuó con la conversación. A Roger también le gustaba el futbol americano, aunque no seguía la liga con fervor, sí veía algunos programas de deportes y los partidos que emitían cuando le coincidía estar en casa.

Tras media hora de conversación Travis estaba algo más relajado, ambos hombres compartían gustos con respecto a los deportes. Aunque el motero daba gracias de que ninguno de los dos fuera un auténtico hincha en lo que al futbol americano se refería, ya que Roger apostaba siempre por los Atlanta Falcons y él por los Dallas Cowboys.

Entre tanta conversación deportiva, las chicas se miraban algo aburridas. El timbre sonó en ese momento. Didi parpadeó rápida y su rostro se iluminó. Miró a su padre y este asintió, dando por zanjada la conversación que tenía con Travis acerca de uno de los últimos partidos que habían visto.

Max hizo su aparición en el salón de la casa. Vestía una camiseta algo estrecha, de color verde caqui y con un par de botones en el cuello que mantenía cerrados, un pantalón beige y un cinturón marrón de cuero a juego con sus mocasines. Saludó inseguro y algo avergonzado por llegar tarde.

Roger se levantó para estrechar también la mano del muchacho. Un apretón inseguro y demasiado suave. Lo miró reprobatorio. Antes de que entrasen por la puerta ninguno de los dos, el padre de las muchachas pensaba que a quien más le costaría aceptar sería al mayor de los dos. Pero hasta el momento era por quien más se inclinaba la balanza. Roger examinó con detenimiento a Max, mientras lo hacía pasar junto al resto al comedor. Era un muchacho alto y definido, hacía buena pareja con Diana, y no había apenas diferencia de edad entre ellos, lo que agradecía de veras. Lo que no le gustaba era su inseguridad, lo recordaba de la última vez que pasó a recoger a sus hijas para llevarlas al baile; en esa ocasión el muchacho se había mostrado relajado y seguro de sí mismo. Incluso lo encontró divertido; Roger asintió para él, en aquel momento tal vez no pensaba que la relación con la mayor de sus hijas fuera a convertirse en algo tan serio. ¿Miedo al compromiso? Ese pensamiento hizo que Roger torciera el gesto.

Roger presidía la mesa rectangular del comedor. A un lado Diana con Max, frente por frente a ellos Olimpia y Travis. Las chicas acercaron a la mesa los entrantes y el primer plato.

─Tiene muy buena pinta y huele muy bien ¿qué es?

Preguntó Max mirando a Diana anonadado. A pesar de estar nervioso, no podía evitar mirarla con cara de bobo. Roger lo tomó como un punto a favor del muchacho. La chica le sonrió.

─De entrantes hay, tzatziki y hummus con algo de pepino y zanahoria cruda para mojar en ellos, también hay queso feta y aceitunas kalamata y de primero gemistá.

Respondió la muchacha mientras colocaba el último plato con un tomate y un pimiento relleno de una pasta hecha con especias, verdura y arroz pasados por el horno. Max la miró extrañado.

─¿Por qué te extrañas, chico? ─Roger lo miró de arriba a abajo serio ─. ¿Es que acaso no sabes que Diana es medio griega?

Max miró su regazo avergonzado.

─No, señor, su apellido es Cooper, di por hecho que eran americanos.

─Pues te equivocaste al darlo por hecho, igual que te has equivocado de hora.

Max enrojecía de vergüenza por momentos. Roger le estaba haciendo pasar un mal rato, incluso Olimpia se compadecía del muchacho.

─Yo creía que sólo su esposa era griega. Supongo que también me he equivocado. ─Travis respondió mordaz al comentario agresivo que Roger soltó a su amigo; cosa que sorprendió a la par que agradó al anfitrión, que lo miró de reojo sin responder.

Sonrió al motero, y se metió el tenedor en la boca saboreando parte del relleno de uno de los pimientos de su plato. Le gustó mucho que aquel hombre lo retara de esa manera, que defendiera a su amigo, la balanza se inclinaba un poco más hacia su lado. Por otra parte, pensaba Roger, Olimpia le había contado a Travis algo acerca de su madre, eso le daba más pistas sobre lo que su hija sentía por ese hombre tan mayor. La balanza se inclinó de nuevo, pero esta vez en sentido contrario, no le gustaba que su hija se sincerara así con el primer hombre que conocía en su vida.

Roger comenzó a interrogar a Max acerca de lo que hacía, qué estudiaba y qué hacían sus padres. Cómo le iban en los estudios y qué pensaba hacer cuando terminase la Universidad. La conversación relajó un poco a Max y las respuestas agradaron a Roger. Era un muchacho joven, pero parecía saber lo que quería en la vida. Estudiaba derecho en Jacksonville, no trabajaba en verano realmente, pero sí ayudaba al novio de su madre en el bufete que éste tenía. Le quedaban dos años más para terminar la facultad. Tenía unas notas excelentes y esperaba poder optar a entrar en algún programa de prácticas con Abrams, Davis, Mason & Long LLC uno de los mejores bufetes de abogados de Atlanta. Aunque Roger no lo mostraba, estaba realmente impresionado. La balanza de Max comenzó a inclinarse, un buen empleo significaba que su hija no tendría problemas en el futuro, y si a eso le sumaba que el chico no dejaba de mirarla embelesado, la balanza casi se equilibraba con la de Travis. No estaba mal, se dijo.

Después de las costillas con puré de boniato acompañados del vino que el motero había traído, las hermanas sirvieron la tarta de calabaza que tanto gustaba a Roger. Media hora de conversación animada, algunas anécdotas de los muchachos de cuando convivieron juntos en Jacksonville y poco más, los cinco terminaron de cenar.

Mientras Diana y Olimpia terminaban de recoger la mesa, Roger se dejó caer sobre sus codos, entrelazando sus dedos, miró de reojo primero a Max y luego a Travis, para luego serio preguntar:

─¿Y cómo conocisteis a mis hijas?

Olimpia y Diana se miraron con los ojos como platos; aun no le habían dicho a su padre como los conocieron porque así se enteraría de que fueron ellas las que estropearon el faro del coche. Las chicas miraron a los muchachos algo nerviosas. Fue Max, en un alarde de valor quien respondió.

─Pues verá, Roger... ¿puedo llamarle Roger?

─No, no puedes ─Y la balanza de Max, retrocedió un poco.

─Señor Cooper, pues, fue en junio, antes de terminar el curso...nosotros ─dijo señalando a Travis y luego a si mismo ─... paramos en un semáforo que se puso en rojo, y sus hijas chocaron contra nuestra camioneta.

Roger miró a sus hijas de reojo severo, recordando que en esa fecha tuvo que llevar el coche por primera vez en mucho tiempo al taller de Daniel. Dónde conoció a Travis, a quien le dirigió una mirada de soslayo.

─Por eso el faro estaba destrozado ─sentenció más para sí mismo que para el resto de los presentes. Luego con un movimiento leve de su mano derecha, pidió a Max que continuara.

─Bueno... eh... ─tartamudeó Max, cuando se dio cuenta de lo que estaba diciendo ─. No hay mucho más que contar.

Roger llevó a los muchachos al salón mientras las chicas recogían y limpiaban la cocina y el comedor. Sabían bien que su padre querría estar a solas con los dos. Roger los hizo sentarse en el tresillo a los dos y luego cerró la doble puerta que daba al comedor.

─¿Qué opinas Didi? ─preguntó casi en un susurro.

─No lo sé, ¿quieres que nos acerquemos a curiosear?

Olimpia asintió y se secó las manos. Diana se quitó los tacones para no hacer ruido y ambas se acercaron a las puertas sigilosas. Se colocaron cada una a un lado de cada puerta. Eran de madera, grandes y con pequeñas ventanitas de cristales translucidos para dejar pasar la luz, aunque no se podía distinguir nada al otro lado. Se quedaron en silencio y se miraron entre ellas, mientras prestaban atención a la conversación que se sucedía en la habitación de al lado.

Roger se sentó tranquilo y ofreció un cigarrillo a cada uno de los muchachos, ambos lo rechazaron cortésmente.

Se quedaron en silencio, mirándose entre ellos. Roger pasaba de Travis a Max y luego al revés. Era el mayor quien mejor sostenía la mirada, y quien más tranquilo estaba. Se mostraba seguro ante él, aunque por experiencia propia, Roger sabía que aquello en parte era fachada. Travis estaba tan asustado e inseguro como lo estaba Max, pero lo sabía disimular.

Max paseó la mirada por la sala y se detuvo en las dos escopetas de caza que Roger tenía colgadas justo debajo del reloj de madera. El anfitrión se percató y se dirigió a él con aire solemne.

─El de arriba es una Lamber Superpuesta de calibre doce, perfecta para la caza al vuelo y largas distancias. La de abajo es una yuxtapuesta Holland & Holland Mauser 375, para la caza menor, liebres y otros animalillos asustadizos.

Roger sonrió malévolo a Max que tragó saliva antes de asentir y desviar la mirada hacia su regazo. Estaba blanco y con la cara desencajada. En su mente sólo podía ver la imagen de él mismo corriendo perseguido por el padre de Diana con una de esas escopetas de cacería.

─¿Es que tu padre no te ha llevado de caza nunca, muchacho?

─Pues... no, la verdad es que no, señor Cooper.

─¿Y a ti Travis?

El motero le devolvió una sonrisa mordaz.

─Soy tejano señor, mi padre me enseñó a disparar con apenas diez años. ─Travis se levantó del sillón y se acercó para mirar los rifles más de cerca ─. Esta Holland & Holland es preciosa, pero en Texas nos gusta la caza mayor, y para eso es mejor una Winchester M94.

El motero se giró orgulloso y devolvió la mirada a Roger, por un instante creía haber visto algo de aprobación en sus ojos.

─Aunque, hace mucho que no he ido de caza, ya casi lo he olvidado.

Travis volvió a sentarse en el mismo sitio y se acomodó un poco sobre el respaldar del sofá, pero no demasiado. Sabía que el padre de las chicas los había estado evaluando, y aun lo hacía.

Roger se rascó el mentón mientras volvía a pasear la mirada por los muchachos.

─Bien, ahora voy a hablaros serios a los dos. Mis hijas es lo único que me queda. Soy mayores que ellas, tú sobre todo Travis ─remarcó sus palabras señalando al muchacho─. Pero, aun así, ellas os han elegido y eso es algo que, aunque no me agrade, debo aceptar...

Olimpia y Diana se miraron con los ojos como platos. Una gran sonrisa apareció en el rostro de Didi, mostrando todos los dientes blancos y alineados a su hermana. Siguieron en silencio escuchando.

─...Pero os advierto a los dos. ─El rostro de Roger se tornó aun más severo ─. Si le hacéis algo a mis hijas, si veo que sufren por vuestra culpa... juro que no habrá lugar en el mundo en el que podáis esconderos. Os haré pagar cada una de las lágrimas que derramen ¿me entendéis?

Los dos asintieron y Travis respondió el primero.

─Cuidaré de su hija lo mejor que pueda señor.

Max siguió a su amigo.

─Yo también, señor Cooper.

Roger se recostó sobre su butacón de piel, extendió los brazos en cruz tanto como pudo, una gran sonrisa que mostraba toda la dentadura blanca y perfecta y una expresión de mofa en su tez dijo:

─Ya podéis relajaros muchachos, habéis pasado la prueba de fuego.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro