41
Oli se despertó a la mañana siguiente algo más tarde de lo habitual. Max las había acercado aquella noche pasadas las tres de la madrugada. Así que las chicas esperaban que los abuelos de la pelirroja no se enfadasen mucho. Miró a su alrededor aun confusa por el sueño.
Didi roncaba a su lado, y Anne, aunque no podía verla, sabía que dormía profundamente en la cama, ya que desde dónde se encontraba alcanzaba a ver uno de sus pies que caía por el bode del colchón.
Olimpia se movió lenta y pesadamente hasta colocarse boca arriba, mirando el techo. Podía oír de fondo a la yaya Miri hacer las cosas de la casa. Sin quererlo las imágenes de todo lo sucedido durante la noche hicieron su aparición en su mente desordenadamente. El beso de Alex en la penumbra de la playa, el hilo de sangre roja que iba desde el extremo del labio roto hasta la barbilla de Travis, Alex por el suelo, la mirada embriagada del motero, el puño del surfista atravesando el aire hasta llegar al rostro de Travis, el beso suave y cálido del motero en aquella habitación justo después de declararle lo que sentía. Demasiadas aventuras y sentimientos en unas horas.
Ahora estaba más tranquila y veía lo sucedido algo lejos. Pero, aunque así lo viera, sabía que no podía escaparse, esta vez no había manera, tendría que dar la cara y hacer frente a todo, a Travis.
Olimpia había correspondido al beso de Travis, pero no le había dado ninguna respuesta, aunque tal vez él lo diera por hecho, ella podía haberlo parado, haberse frenado ella misma, pero no lo hizo, aunque se resistió al principio, al final cedió y quiso ceder.
¿Estaba segura de querer una relación con ese hombre? Tal vez no fuera muy diferente a lo que ya tenía y había vivido con él hasta ese momento. Se sentía bien con él, con ella misma cuando estaba junto a él, sus besos y caricias, que la sacara de sus casillas, reírse de él y con él. No, no era como estar con Oliver, aquello era diferente, era especial, se sentía completa y llena de vida y sólo cuándo estaba entre sus brazos y sus caricias se olvidada de todo, de los miedos y preocupaciones. ¿Desaparecían? No, los miedos nunca se iban, sólo se ocultaban en un lugar de su mente y su corazón por un tiempo, porque ahora de nuevo estaban ahí, a su alrededor, oprimiendo su corazón desde la distancia. Los miedos a la certeza de que aquello tendría un final amargo para los dos incluso antes de comenzar.
Si, aquella historia, sabía bien Olimpia que estaba condenada al fracaso. Debía aceptarlo, y sólo si lo aceptaba podría disfrutarlo plenamente como un bonito amor de verano. Un amor de esos que luego recuerdas con ternura y nostalgia. Pero, ¿era capaz de aceptar que todo lo que ansiaba vivir con ese hombre tendría ese final aciago? ¿estaría dispuesta a cambiarlo todo para que ese final nunca llegase?
¿Ansiaba vivir? Esas dos palabras hicieron que la mente de Oli se parase en seco en cuanto las reflexionó. Ansiar vivir eran palabras mayores, era un sentimiento en el que no había reparado hasta la noche anterior, hasta casi ese momento. Sonrió para ella misma. No se había dado cuenta de cuánto lo deseaba realmente. Estar con él, besarlo, compartir con él su tiempo, sus miedos y preocupaciones, consolarlo y ser consolada por ese hombre alto y fuerte. Pero por otro lado los miedos a sufrir, a herirse a sí misma y herirlo a él, a sufrir, le impedían ver cuánto quería vivir una historia como la que estaba viviendo su hermana con Max.
La cabeza le daba vueltas y el estómago comenzó a rugir con más fuerza de la que le gustaba. Por lo que terminó por levantarse de la cama y salir con cuidado del dormitorio para no despertar a las demás.
La yaya estaba en la cocina, como siempre, en su pequeña oficina, cómo decía su abuelo con cariño. Olía a café molido y a tarta de zanahoria recién hecha. La chica se sirvió tranquilamente una taza a ella y otra a la abuela, aunque seguramente Miriam ya habría desayunado, sabía que la abuela volvería a tomarse una taza de café con ella, y, eso esperaba la chica.
Tras un breve silencio, uno de esos tranquilos que nunca se hacen incómodos, Olimpia habló.
- Yaya Miri, ¿cómo sabes si estás enamorada?
La chica se sonrojó, y desvió la mirada hacia su taza aun humeante. Sabía que la abuela sería sincera y le ayudaría, pero le daba vergüenza hablar con ella. Aunque, ¿con quién más podría hablar? No tenía a su madre y sabía que su padre no era el más indicado, Ofelia tampoco, aunque era como su segunda madre, no le haría mucha gracia saber qué estaba pasando entre el nuevo mecánico y ella.
─No lo sé, tesoro, supongo que eso se sabe, simplemente.
─¿Y qué se debe hacer después?
La yaya le sonrió amable.
─Debes dejarlo, ya te lo he explicado pequeña, debes dejar que las corrientes te lleven, ellas siempre te llevarán a buen puerto.
─Pero ¿qué haces cuando sabes que no lo hará?
La yaya le acarició en la mejilla, retiró un mechón de pelo rebelde y le cogió de la mano.
─Mejor un amor perdido que un amor no vivido.
El sábado Max apareció muy temprano con la camioneta para recoger a las chicas. Las llevaría a desayunar al chiringuito de la fiesta, allí ya les estaban esperando Travis y Oliver. Anne y Oli entraron en el patio interno del local de madera, seguidos de Max y Didi.
Travis estaba sentado de espaldas, tranquilo, un café sólo en su mano, Oliver de frente había apoyado la cabeza en la mesa adormilado, hacía poco que había amanecido, el cielo estaba claro y despejado, un celeste precioso coronaba el mar al fondo de la playa.
Oli suspiró tranquila, las palabras que la yaya Miri le había dicho la mañana anterior aun le rondaban, le había estado dando vueltas todo el día. Se tranquilizó y se sentó en la mesa con los demás, miró de reojo a Travis y éste le devolvió una mirada seria y distante. ¿Qué estaría pensando?
Desayunaron tranquilos, era su último día de vacaciones en Florida y habían decidido pasarlo en la zona sur de la playa los seis tranquilamente, alejados de los surfistas y de la gente, por lo que una vez salieron del chiringuito se montaron en la camioneta y la moto.
A medida que se alejaban de la ciudad, la carretera iba cambiando, estaba cada vez más descuidada hasta que finalmente, tras desviarse por un sendero secundario, todo era tierra, piedras y árboles.
Oli se agarraba a la cintura de Travis, sentía su respiración, su pecho se hinchaba con cada inspiración, sin darse cuenta, subió su mano izquierda hasta llegar al pectoral del motero, sentía su corazón latir fuerte. Tras llegar a una zona arbolada desde la que podían ver el mar, los seis amigos se adentraron en la playa y dispusieron todos los enseres, toallas, bolsas, y demás.
─Esperemos que no nos multen, esto es zona protegida.
─Vamos Oliver relájate, ¿quién va a venir?
Didi sonreía mientras le revolvía el pelo negro al chico canijo.
El sol iba subiendo y la mañana pasaba, la temperatura era ideal, el mar no estaba agitado, por lo que todos podían bañarse tranquilamente, no había gente a la vista. Parecían estar solos en una playa de arena blanca y aguas cristalinas. Al fondo los árboles y palmeras les daban una sombra perfecta. Fue cuando Olimpia se quedó sola con las bolsas y apareció Travis para coger una toalla cuando la chica le pidió ir a pasear.
Anduvieron durante casi veinte minutos por la orilla del mar, alejándose de los demás. El agua les lamía los pies desnudos, y el sol calentaba sus cuerpos. Travis estaba en bañador, pero Olimpia sin embargo se había puesto un vestido de playa que le llegaba por la rodilla. La chica miraba el horizonte casi sin pensar, silencio entre los dos, sólo el chapoteo de las olas les acompañaba. Oli agarró la mano de Travis, entrelazó sus dedos y éste se dejó, la chica lo obligó a parar, a mirarle a los ojos.
─Travis, he estado pensando en todo esto.
─Te dejaré en paz, si es lo que quieres ─interrumpió el motero. La chica sonrió triste, suspiró y relajó sus hombros, se quedaron en silencio unos minutos más, de pie en la orilla del mar, agarrados de las manos. Travis se acercó un poco más a ella, quería abrazarla, acariciarla. No quería dejarla en paz, no quería desprenderse de ella, y sabía que era lo que la chica le iba a pedir. Se había excedido la otra noche, no sólo había golpeado a aquel surfista, sino que además le había dicho que estaba enamorado y la había besado. Pero entonces, si ella no quería estar con él ¿por qué no lo había parado entonces? ¿por qué estaba ahora allí con sus manos suaves y cálidas agarradas a él?
─Travis... yo...─, la voz de la chica se rompía, su respiración era cada vez más agitada ─. Quiero que nos demos una oportunidad.
El motero la miró a los ojos, no está seguro de entenderla bien, sentía un rayo de esperanza atravesar su corazón, pero ya lo había sentido antes y se había equivocado, no quería que esta vez le volviera a pasar. No podría soportarlo.
─¿Qué quieres decir?
─Por favor Travis, pareces idiota...quiero salir contigo.
La chica le sonrió y Travis no supo cómo reaccionar, tenía delante todo lo que deseaba, Olimpia accedía a él, ser uno, dejar atrás toda esa extraña historia y estar juntos los dos. La estrechó entre sus brazos, la agarró fuerte contra él, no quería perderla, esta vez no se escaparía, sería suya siempre. El corazón del motero latía rápido y fuerte, estaba feliz, ni más ni menos. Tras unos instantes de un abrazo dulce y lleno de sentimientos, la chica se despegó un poco para mirarlo a los ojos.
-Travis, tienes que entender, que esto no acabará bien. Sólo seremos pinceladas de verano en un lienzo que nunca se terminará de pintar.
La mirada del motero se oscureció de repente, no era eso lo que había esperado. Volvía a escaparse entre sus manos, tal vez no en ese momento, tal vez no ese verano, pero se acabaría, sabía que ella se marcharía y eso sólo se lo confirmaba. Sabía que nunca podría retenerla allí, ni era eso lo que quería hacer, pero en un rincón de su corazón deseaba que eso cambiase.
─Pero... no lo entiendo ¿por qué?
La chica le sonrió y le regaló un beso dulce en los labios, sin separarse de su boca le respondió.
─Porque es mejor un amor perdido que no vivido. Y quiero vivirlo contigo, aunque se termine.
El motero la abrazó más fuerte contra él. Ante su respuesta sólo podía besarla. Eso no duraría, ambos lo sabían, pero aun así ella quería vivirlo, quería estar con él, y él con ella. Travis se dejó llevar por el momento, enterró en un segundo en el fondo de su corazón todos sus miedos y preocupaciones que iban naciendo poco a poco, y de la misma forma hacía Olimpia. Cada beso y caricia ayudaba a enterrar hondo esos sentimientos que de nada les servirían.
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