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36

Arthur paró el coche frente a una preciosa casita de madera, estaba algo aislada de la ciudad, pero tenía la playa muy cerca, a sólo unos cien metros. La madera de la fachada estaba pintada en un blanco impoluto que chocaba con el frondoso verde de los limoneros y naranjos que tenía al rededor. Los parterres que había a los lados del camino de piedras hasta la entrada estaban llenos de florecillas de muchos colores. A un lado del jardín de entrada había un columpio algo viejo. Era de Anne, las chicas ya lo conocían porque habían pasado más de un verano en casa de los abuelos maternos de su amiga. Mientras sacaban las cosas del coche una señora rechoncha y bajita con el pelo cano recogido en un precioso moño muy bien peinado salió a recibirles. Anne se acercó con los brazos abiertos a su abuela

─¡Yaya Miri!

La señora cerró el abrazo alrededor de su nieta y lo selló con dos besos muy sonoros en las mejillas. Luego pasó a hacer lo mismo a las hermanas.

─¡Qué bonita estáis las tres! Vamos, os he preparado tarta de zanahoria.

Las chicas se relamieron, la Yaya Miri era la mejor cocinera que conocían, y su especialidad era la tarta de zanahoria. Las chicas entraron y dejaron las bolsas en el salón.

El interior de la casa era como de muñecas. Todo lleno de colores pastel, cuadros de la familia y pinturas hechas a manos por todas partes. En el pasillo había un par que Oli les había regalado a los abuelos de Anne. Pasaron a la cocina, era amplia, con los azulejos en blanco y una bonita cenefa de frutas, había una isleta que separaba la zona del comedor de la zona de cocina, en ella estaba a un lado el fogón, y en el otro estaba reposando la tarta que la Yaya les había prometido.

Anne sacó tazas para todos, Oli y Didi prepararon la mesa, habían estado tantas veces en casa de los abuelos de las chicas que sabían perfectamente dónde estaba todo. Mientras todas trabajaban en colocar la mesa y preparar el café, el abuelo de Anne entró por la puerta desde el jardín trasero. Era un señor menudo y delgaducho, vestía siempre con unos pantalones con tirantes y polos de colores claros, y siempre le acompañaba su gorra y su pipa de madera. Besó a las chicas una a una y se sentó en el extremo de la mesa.

─Que alegría volver a teneros unos días con nosotros. Nos lo vamos a pasar muy bien ─. dijo el anciano mirando a las chicas y a su yerno─ ¿sabéis? Hace sólo una semana que terminaron mi nueva barbacoa en el jardín.

Las chicas sonrieron. El abuelo de Anne adoraba comer en el jardín y todos los veranos hablaba sobre construir una barbacoa en un rincón. Parecía que por fin había cumplido su sueño.

Tras terminar con toda la tarta de zanahoria, las tres chicas comenzaron a recoger la mesa y a fregar los cacharros y colocarlos en su sitio. Las hermanas procuraban que mientras estuvieran allí, los abuelos de Anne no tuvieran que hacer casi nada, salvo cocinar, eso era lo único que las chicas le pedían a la Yaya Miri.

Cuando ya casi hubieron terminado de recoger la cocina Arthur se levantó de la mesa, besó a su suegra en la frente y se despidió de todos.

─Bueno, yo me marcho, Ofelia está en el restaurante sola ─desvió la mirada a las chicas ─pasaré a recogerlos el domingo, sed buenas y ayudad en todo ¿entendido?

─Vamos Arthur, déjalas, siempre se portan muy bien, además están aquí para disfrutar de la playa y las vacaciones.

Respondió alegre la Yaya Miri, tras eso, los abuelos acompañaron a su yerno a la puerta para despedirse de él. Las chicas recogieron las maletas y subieron a la buhardilla. Allí la Yaya Miri le tenía siempre preparada sus camas, pero sabían que ya estaba mayor y tendrían que preparar el dormitorio ellas.

Había una cama con tres colchones uno encima de otro, tapados con una colcha hecha a mano por una vieja amiga de la familia. Las chicas la quitaron y doblaron con cuidado. Sacaron dos de los tres colchones y los colocaron en el suelo. Sería dónde dormirían las dos hermanas. Oli fue la que bajó al dormitorio de los abuelos de Anne, sabía que las sábanas las guardaba en el primer cajón de su Antigua cómoda. Antes de abrir el cajón se paró a mirar las fotos de la familia. Una muy vieja le llamó la atención. La tomó entre sus manos, era una preciosa pareja muy joven, sonreían felices mientras se abrazaban, la mujer llevaba un traje de baño propio de la época de entonces, era como un neopreno, pero de pantalón corto, se dijo Oli, y al lado un muchacho con una sonrisa que desprendía orgullo, llevaba también un bañador largo de cuadros.

─Eso fue poco antes de casarnos.

La voz de la Yaya Miri asustó a Oli, que dio un enorme respingo.

─Yaya Miri, me ha asustado.

─Lo siento pequeña.

La mujer se acercó y con cuidado quitó el marco de fotos a Olimpia para volver a colocarlo en su sitio. Luego abrió el primer cajón de la cómoda y le tendió tres juegos de sábanas.

─Ten, haced las camas y guardad la ropa. Después de comer podréis salir a la playa a pasar la tarde.

Oli asintió y subió tranquila con las sábanas. Eran las mismas que usaban desde que eran pequeñas, pero por mucho tiempo que pasara, las sábanas siempre olían igual. Oli se quedó parada en mitad de las escaleras con la nariz metida en las sábanas. El olor a flores frescas, a sal de la playa, a ropa recién tendida en mitad del jardín, en definitiva, el olor a verano y felicidad que respiraba siempre que entraba en la casa de los abuelos de Anne. Terminó de subir las escaleras y allí encontró a Anne y Didi sacando ropa de sus bolsas y colocándolas en el armario ordenadamente. Sonrió para sí misma, tal vez fuera el último verano que pasara con su amiga y su hermana, pero estaba decidida a disfrutarlo con ellas.

Hicieron las camas, se pusieron los biquinis y bajaron al jardín trasero. El abuelo de Anne les enseñó su nueva barbacoa, las nuevas flores que estaban naciendo y una tomatera preciosa que tenía que ya estaba dando unos tomates enormes.

Comieron en el jardín, tal y como le gustaba al abuelo de Anne. Fueron las chicas quienes volvieron a recoger la mesa y fregarlo todo.

─Podéis ir a la playa a pasar la tarde. Para ir a la ciudad tendréis que ir en bus o bien, podréis atravesar la playa.

Les dijo el abuelo mientras le daba una calada a su pipa y estiraba los pies. Estaba sentado en el porche tranquilamente, como siempre hacía tras en buen almuerzo.

Las chicas salieron una tras otra con las toallas de playa al hombro. Sólo Didi llevaba un bolso largo con flores pintadas y las carteras y móviles de las tres chicas.

Atravesaron el camino de tierra, giraron al llegar a la carretera y en cuestión de unos minutos estaban en la playa. Al fondo podían ver la ciudad, era un buen trecho, pero no tenían otra cosa que hacer.

Dieron un paseo bajo el sol tranquilamente, las chicas sonreían y hablaban entre ellas de veranos pasados que ya no volverían. La brisa del mar ondeaba sus vestidos y melenas.

Tras media hora de caminata, las chicas llegaron al paseo marítimo que daba a la avenida principal.

─Creo que podemos quedarnos aquí un rato ¿no os parece?

Comenzó a hablar Anne, mientras con disimulo señalaba a un grupo de surfistas que estaban en la orilla. Algunos estaban hablando, otros entraban al agua y un par más estaban ya al fondo esperando a que el mar les regalara alguna que otra buena ola.

Didi se bajó las gafas de sol hasta la punta de la nariz y con una sonrisa malévola respondió a su amiga.

─Me parece ideal Anne, creo que este verano vamos a disfrutar bastante.

Las chicas se rieron entre ellas, y se acercaron un poco más hacia el grupo de chicos, lo suficiente como para llamar su atención, pero no tanto como para que pareciese un acto muy descarado. Colocaron sus toallas y guardaron sus vestidos, mostrando al mundo sus pieles blancas y sin broncear. De las tres, Didi era la que más morena estaba, ya que había pasado algunos fines de semana en el lago bronceándose, pero tanto Olimpia como Anne estaban blancas como pescadillas. Al principio las chicas se sentían cohibidas y se arrepintieron de no haber ido al lago a tomar el sol con Didi, pero poco a poco y tras intercambiar varias miradas con un par de surfistas se sintieron más seguras.

Tras un rato, y sintiendo el calor del sol sobre su espalda, Oli decidió darse un baño. Se levantó pesadamente, dejó las gafas y lentamente se fue acercando a la orilla. El agua lamía sus pies, refrescándolos. Mientras la chica entraba en el agua un chico con su tabla salía. Sus miradas se cruzaron un instante. Era un poco más alto que ella, con el torso ancho y abdominales marcados, llevaba un bañador negro con dibujos fluorescentes en el bajo de la pernera derecha, un collar con lo que Oli creía que era un diente de tiburón y un aro en la oreja izquierda. Sus ojos eran marrones, llevaba el pelo rubio recogido en una especie de moño sobre la coronilla y los lados de la cabeza rapados al uno, en el brazo derecho llevaba la tabla, era roja y tenía pintada un enorme tribal hawaiano en el centro.

Oli se mordió el labio y se sonrojó cuando vio que el chico la miraba de arriba a abajo con una preciosa sonrisa.

─¡Eh!

Alguien llamaba al chico que desvió la mirada y aceleró el paso para alcanzar al grupo con el que había venido.

Oli se lanzó de cabeza al agua en cuanto le llegó por las caderas, su corazón se había acelerado, normalmente no se le quedaban mirando los chicos de esa manera. Sonrió para sí misma.

Al caer el sol, las chicas decidieron ir a comprar un helado antes de volver a casa. Entraron en la primera heladería que vieron, había algo de cola, pero no les importaban.

Salieron un rato más tarde con una tarrina cada una. Al salir de la heladería, el grupo de surfistas que había estado en la playa entraban, el mismo chico que antes había visto en bañador estaba ahora delante de las chicas con una sudadera gris y la tabla en una enorme bolsa de tela de rayas negra, roja y amarilla. Llevaba un gorro de punto fino negro y sobre él la capucha de la sudadera. Oli volvió a sonreír al chico mientras se acercaba tímida una cucharada de su bola de helado. Él chico se quedó mirándola de nuevo y tras pasar las tres chicas por su lado, éste se volvió para mirarla bien, tan descarado, que los compañeros lo empujaron y se rieron de él en voz lo suficientemente alta como para que las chicas se dieran cuenta de que las estaban mirando.  

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