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3


Roger, el padre de las hermanas se había levantado temprano, por alguna razón uno de los pilotos delanteros del coche se había fundido. Así que decidió aprovechar el viaje al centro del pueblo para dejar el coche en el taller mientras hacía la compra semanal. Se paseó por los dormitorios para ver a sus hijas, ya que esa noche las había oído entrar casi a la una de la madrugada. No era habitual en ellas, al menos no en Olimpia.

Pasó por el dormitorio de Diana, dormía como un tronco en su cama, con una pierna fuera de las sábanas y la boca abierta. Luego se acercó al dormitorio de Olimpia, que se encontraba tal cual lo había dejado la tarde antes de irse. Una media sonrisa se dibujó en sus labios cansados, sabía perfectamente dónde encontrar a su pequeña. Así que, sin dudar ni un segundo, salió del cuarto en su búsqueda.

Salió por la puerta de la cocina con intención de acercarse a aquel pequeño refugio que les había construido a sus hijas para que pudieran jugar juntas cuando eran niñas. Pero, con el paso del tiempo, Oli se fue adueñando poco a poco de él hasta convertirlo en su pequeño estudio. Allí se pasaba las horas pintando; tal era el tiempo que llegaba a dedicarle a la pintura que Roger tuvo que comprarle una cama para asegurarse que descansaba y no se paseaba a altas horas de la madrugada en pijama de un lado a otro.

Abrió la puerta y allí se encontraba su hija pequeña, delante de un lienzo de casi un metro de largo por medio de ancho. Se permitió el lujo de observarla un poco antes de acercarse; estaba descalza, sentada en un taburete con un pantalón bombacho muy fino lleno de pintura, y una camiseta de hilo bastante grande que hacía que uno de los tirantes siempre le cayera por el hombro dejando ver algo más que la tiranta del sujetador. Tenía una paleta en la mano izquierda con dos pinceles, otro en la boca y uno más grande en la mano derecha. Miraba concentrada el nuevo cuadro que había estado pintando durante toda la noche. Su hija era así, y sabía que no podía cambiarla, suspiró antes de acercarse a ella.

Roger se puso a su lado y paseó su mirada cansada por aquel nuevo lienzo; era bastante extraño y oscuro, no se diferenciaban las líneas. Torció la cabeza y el gesto, aquello parecía un local lleno de gente, pero no estaba muy seguro. De lo que estaba seguro era de la pareja que bailaba agarrada justo en el centro del cuadro, aunque no estaba definido, creía el hombre que estaba clara la intención de su hija al darle esa forma a aquellos óleos.

─¿Qué se supone que es? parece que lo ha pintado un borracho ─comentó extrañado mientras le daba un beso a su hija en la cabeza.

─Esa es la idea papá ─se dio la vuelta y los ojos verdes de Olimpia lo miraron con ternura─. A veces creo que entiendes más de lo que crees.

─Vamos, vete a la cama, llevas toda la noche despierta pintando ¿verdad?

Roger la sujetó por los hombros y comenzó a guiarla hasta la cama que tenía detrás del biombo que había en un rincón.

─No tengo sueño, estoy bien, ¿vas a ir al pueblo?

─Sí, tengo que hacer la compra ¿quieres algo?

─Necesitaría ir a por un lienzo nuevo, un par de brochas y ver si Alvin ha traído nuevos colores de oleo ─su hija se giró para volver a mirarlo haciendo un puchero. ¿Cómo negarle algo a su hija? Nunca les había podido negar nada a ninguna de aquellas niñas, que ahora era lo único que le quedaba─. Por fa papi, deja que vaya contigo.

Roger sonrió antes de asentir indicándole que la esperaría en el coche.

Olimpia salió del coche y sonrió a su padre desde la ventanilla arrugando la nariz. Lo vería en una hora en el taller de Daniel. Se paseó por la tienda de Alvin durante un largo rato, pero los botes de óleos que Olimpia había pedido aun estaban por llegar, los lienzos no la convencieron mucho y no tenía brochas del grosor y calidad que la chica necesitaba; de forma que resignada salió de la tienda camino la vieja cafetería-restaurante de la familia de Anne. Al más puro estilo Tommy Mel's de los años sesenta, la cafetería no había cambiado desde que los padres de su amiga la heredaran hacía ya bastantes años. Se mordió el labio inferior esperando que su amiga estuviera trabajando esa mañana, aunque sabía de sobra que era lo que la chica hacía todos los fines de semana desde que era una niña; de esa forma conseguía el permiso de sus padres para salir con sus amigas.

Olimpia entró y buscó a su amiga con la mirada, quien le sonrió al percatarse de su presencia. Tras eso, buscó una mesa cerca del ventanal desde el cual podía divisar perfectamente la entrada del taller mecánico que estaba al otro lado de la calle. Sin fijarse en el resto de la clientela, la chica se sentó en la mesa que había elegido en la distancia, y esperó tranquila a que su amiga se acercara.

─Hola Oli ¿qué haces tan temprano despierta? Creía que estarías muy cansada ─Anne la miraba con una sonrisa traviesa en los labios.

─¿Por qué iba a estar cansada? estoy bien, ¿qué demonios te pasa? ─preguntó con una ceja levantada. Sabía bien que cuando Anne hablaba de aquella manera es porque quería que le confirmase algún chisme que había oído.

─Vamos, anoche vieron a tu hermana liarse con un rubio y a ti hablando con otro alto, cuenta, cuenta.

─¡Ah! eso, no hay mucho que contar, conocimos a un par de chicos y Didi encontró a su príncipe azul, se liaron y fin de la historia ─Olimpia dejó caer sus hombros y desvió la mirada esperando que, al centrar su respuesta en Diana, su amiga se olvidase del tema─. ¿Podrías traerme un café con leche, por favor? He estado pintando toda la noche y no he desayunado.

Anne bufó y se levantó a regañadientes de la mesa para buscar el café que le habían pedido. Pero, a su vuelta y tras dejarle el café humeante delante, volvió a sentarse y a insistir en el tema. Anne era muy persistente cuando se lo proponía.

─Tía ¿no vas a parar o qué? ─esperó unos segundos en silencio, pero Anne la miraba sin pestañear insistiendo en silencio. Olimpia se rindió─. Está bien ¿qué quieres saber?

─Pues a ver, no sé, cuenta un poco todo...

─Ayer tuvimos un accidente y golpeamos una camioneta vieja, Diana tonteó con uno de los chicos y quedó con ellos. Luego por la noche ella se quedó con el príncipe perfecto, rubio y agradable, y yo con el sapo borde y aburrido.

─¿Era un borde? ¿o sólo estaba defendiéndose de tus comentarios? ─Anne la miraba con las cejas levantadas, la conocía demasiado bien como para tratar de engañarla. Tenía razón, tal vez Travis no fuese un borde y sólo se defendía de sus comentarios desagradables, al fin y al cabo, trató de ligar con ella─. Vamos Oli, todos sabemos cómo eres, ¿seguro que era él el borde?

Oli la miró por el rabillo del ojo sin responder sin responder a la espera de que la chica dejase el tema. Anne resopló y cambió de tema.

─Oye, has dicho que has estado pintando toda la noche ¿no?

─Sí, no es la primera vez que lo hago ─añadió con la taza de café cerca de los labios. La agarraba con las dos manos para poder calentarlas, ya que muchas horas pintando hacía que se le helaran y por mucho calor que hiciera en el ambiente, Olimpia siempre pasaba frío.

─Pues, hace bastante que te veo algo distraída, y sé por tu hermana, que hace también un tiempo que no pintas absolutamente nada. Y de repente tras salir con ese chico tan borde, te has pasado toda la noche pintando ¿no te parece raro?

Anne la miraba con diversión y una sonrisa de oreja a oreja, Olimpia torció el gesto exasperada ya de que no la dejase en paz. Dejó caer los hombros antes de responder.

─No, no me parece raro, así que deja de ver fantasmas donde no los hay. Estaba algo bebida, y todos sabemos que la mayoría de artistas pintan estando borrachos o drogados...

─Si, o enamorados... tu sigue pensando lo que quieras, me voy a seguir trabajando ─. Anne se levantó de la mesa, y le dio un beso a su amiga.

Olimpia se giró observando cómo su amiga se marchaba guiñándole un ojo, observó el restaurante una vez más antes de volver a recolocarse en su sitio y comenzar a disfrutar de su café tranquila. Un par de ancianos al fondo, una chica joven en la barra y un hombre con pinta de mecánico de espaldas a ella. Por alguna razón aquel muchacho se le hizo familiar.

Travis esperó unos segundos tras ver marcharse a la camarera para girarse completamente y encontrar a la dueña de aquella voz que conocía. La chica miraba por la ventana; la camiseta de hilo se le había resbalado del hombro derecho, dejando a la vista la parte trasera de un sujetador negro. En sus codos aun quedaba algo de pintura y tenía la parte de atrás del cuello y parte del pelo, que llevaba recogido con un pincel, lleno de pintura verde. Travis se levantó con su taza de café para sentarse frente de ella y disfrutar de aquellos ojos verdes de nuevo. No esperaba volver a verla, al menos no tan pronto; sentía una extraña punzada en su estómago. Esperó unos segundos pensando qué decirle, estaba tan concentrada en sus pensamientos que no había notado aun su presencia en la mesa. Sonrió de lado antes de hablar.

─Así que soy un sapo borde ¿eh? ─Olimpia se sobresaltó, derramando algo de café en el mantel. Aquella escena le sacó una carcajada a Travis, que se recostó en la silla mientras la seguía mirando fijamente. La chica lo miraba seria y en silencio, pero su disgusto sólo duró unos segundos. Una sonrisa maliciosa apareció descarada en sus labios, sus ojos se oscurecieron y algo le decía a Travis que nada bueno saldría de allí. La chica dejó la taza a un lado y se cruzó de brazos, la tiranta le llegaba ahora casi al codo, dejando a la vista aquel impresionante escote. Travis sentía que su respiración se agitaba, se removió incómodo en la silla y luego apartó la mirada. Aquella chica lo estaba excitando con sólo mirarlo.

─Sí ─tras aquella respuesta, Travis se desinfló, sentía que la emoción y la excitación del momento se esfumaba.

─Tal vez sea un sapo borde, pero bailaste conmigo y luego según tu amiga has estado despierta toda la noche ─el tono de Travis era ahora chulesco y despreocupado. Seguramente aquella chica ni se acordaba de su nombre, pero le divertía molestarla. Veía que su cuerpo se tensaba y su rostro se ruborizaba de ira; estaba completamente seguro que no sabía que responderle.

Sin previo aviso la chica se levantó de la mesa. Travis se quedó boquiabierto, no quería molestarla hasta ese punto; pero era la segunda vez que se marchaba sin decir adiós, de forma que se levantó y la siguió hasta la calle, para agarrarla del brazo. Sintió su piel cálida y suave en su palma de la mano, sus dedos la apresaban firmes, pero sin dañarla. Los ojos de la chica rezumaban ira al encontrarse con los suyos. Estaba preciosa de cualquier manera.

─¿Vas a largarte otra vez sin decir nada?

─No tengo nada que decirte ─la chica lo retaba en silencio, tenía que soltarla o decirle algo. Tragó saliva y tras unos segundos en los que no dejó de rebatirse qué hacer, soltó su agarre ─. Tengo que marcharme.

Travis se quedó mirando como Olimpia salía casi a la carrera calle abajo, sus caderas se movían acompasadas, su pelo recogido, y aquel hombro descubierto amenazaban con volverlo loco. Lo mejor era relajarse y volver al trabajo.

En el taller donde trabajaba lo esperaba Daniel con un coche para reparar, al parecer le fallaba uno de los faros. Travis sonrió divertido, era el coche con el que se golpeó el día antes, lo que significaba que volvería a ver a Olimpia en cuestión de un rato.

***

Olimpia bufó molesta mientras, no entendía por qué Travis la incordiaba de aquella manera. Miró a su alrededor, le estaba dando la vuelta a la manzana para hacer tiempo y no tener que arriesgarse a verlo de nuevo en la cafetería. Miró la hora, su padre seguramente estaría en el taller esperándola, de forma que se dirigió al taller.

Una vez atravesó la puerta, pudo dar con su padre hablando con el bueno de Daniel. Olimpia sonrió y se acercó sin hacer ruido, prestando atención a la conversación.

─Roger, este es Travis, es mi nuevo ayudante, es bastante bueno ─Daniel le estaba presentando a su padre al nuevo mecánico. Olimpia tragó saliva, y se quedó parada, aquello no podía ser cierto. Había salido corriendo de la cafetería para no tener que verlo y allí estaba, aunque desde dónde ella se encontraba no alcanzaba a verlo, sabía que era él. Puso los ojos en blanco antes de continuar acercándose a su padre ─. Y, ¿cómo están las chicas Roger?

─Bien, este martes es el cumpleaños de la pequeña, aun no sé qué querrá que le regale. Sabes que siempre ha sido muy particular ─. Olimpia se sonrojó al encontrarse con su padre, y buscó abrazarse a él. De reojo se encontró con los ojos azules de Travis. Pero, en cuanto su padre le dio un beso y comenzó a darle atención, Olimpia se olvidó del muchacho y lo molesto que le resultaba ─. Aquí está mi pequeña, este martes cumplirá ya dieciocho.

En ese momento, el ruido de un pesado objeto metálico contra el suelo hizo que el trío se asustara y buscara el origen del disturbio. Olimpia trató de ocultar una risa al percatarse que Travis se retorcía de dolor. Se le había caído la llave al suelo y agachado se restregaba el tobillo.

─Travis ¿te has hecho daño? ─preguntó Daniel acercándose a su ayudante.

─No, no, solo se me ha resbalado, el coche está listo ─se notaba en la voz que aquello debía dolerle bastante.

Olimpia se dirigió a la puerta del copiloto, mientras su padre se marchaba con Daniel para pagar la factura de la reparación y revisión.

─¡¿Tienes diecisiete años?! ─los ojos azules de Travis casi se le salían de las órbitas, la sorpresa y el desconcierto eran latentes en su voz. Aquello divertía a la chica, pero a la vez, muchas preguntas se le venían a la cabeza. Qué le importaría a ese chico su edad, seguramente él no sería mucho mayor que ella.

─¿Qué edad pensabas que tenía?

Olimpia terminó de entrar en el coche, y dejó que él le cerrara la puerta, metiendo la cabeza por la ventanilla. La miraba de arriba a abajo. La chica podía ver que su rostro pasaba de la sorpresa al desconcierto y tras ello, observó cómo sus ojos se oscurecían mostrando una mirada que casi se le antojaba lobuna a la chica; descartó rápidamente la idea. Aquel muchacho la molestaba por el puro placer de hacerlo, no ocultaba que disfrutaba haciéndolo, de forma que rechazó la idea de que aquellos ojos pudieran desearla en ese momento. Le sonrió antes de elevar la ventanilla del coche.

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