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23


El jueves a las ocho en punto ya estaba la cafetera preparada para servir a los clientes más madrugadores. No era el primer verano que Olimpia trabajaba allí con Anne; la señora Ofelia le contrataba todos los veranos desde que tenía doce o trece años. Los primeros años ayudaban a moler el café, limpiar y preparar algunos bocadillos, fregar los suelos y los aseos, tirar la basura y poco más. Una vez las chicas cumplieron los quince comenzaron a servir las mesas y el café.

La mañana comenzó tranquila, la chica saludaba a todos los clientes del café, mientras hablaba tranquila con su amiga.

─Hoy es el primer día del último verano, Oli. ─Le decía Anne mientras iba preparando otra cafetera.

─No te pongas triste... acaba de empezar y aun tenemos todo el verano por delante. ─Le sonrió mientras fregaba las tazas de los primeros clientes.

En ese momento, la señora Ofelia se acercó a las chicas con la fregona en la mano y el rostro congestionado por las prisas.

─Niñas, voy a la trastienda un rato. Tengo que sacar los ingredientes para el menú de hoy, os dejo al cargo.

─¡Date prisa mamá que en un rato esto comenzará a animarse! ─apuró Anne a su madre con una sonrisa radiante antes de acercarse a Olimpia y ayudarla a fregar el resto de las tazas.

Olimpia levantó la cabeza observando de reojo a su alrededor, y en el momento en que se cercioró que nadie podía oírlas, acercó sus labios al oído de su amiga:

─¿Qué tal anoche en el baile?

La chica se encogió de hombros y se sonrojó.

─No pasó nada, si es a eso a lo que te refieres. ─Anne levantó la vista antes de continuar─: Oye, ese que viene por allí... ¿no es Travis?

Olimpia levantó la mirada y la fijó dónde su amiga había señalado con la cabeza. El motero vestía con una camiseta blanca estrecha, unos pantalones multibolsillos llenos de manchas y algúna que otra rotura en las rodillas. Su corazón se aceleró al recordar las caricias suaves de las manos del mecánico sobre su piel. El hombre entró y se sentó al lado opuesto de la barra sin prestar atención a su alrededor.

Los ojos verdes de Olimpia se encontraron con la mirada traviesa de Anne, que le sonrió pícara. Entendía a su amiga sin necesidad de palabras. Le sonrió malévola a la pelirroja y cogió la cafetera antes de acercase sigilosa a él.

Travis miraba ensimismado la pantalla de su Blackberry negra. Se mordía nervioso el labio inferior y aquel gesto le decía a Olimpia que seguramente, el gesto de desolación de su rostro se debía a ella. Torció el gesto, tal vez debió despedirse de él, se dijo.

─Hola, ¿qué te pongo? ─preguntó con una sonrisa una vez llegó a su lado.

Travis levantó la cabeza y su mirada azul se topó con la de ella. Olimpia pudo ver cómo el rostro del motero se relajaba y un brillo de alegría nacía en aquella mirada.

─¿Qué haces aquí?

─Dar un concierto... ¿a ti qué te parece? ─respondió sarcástica mientras miraba exasperada al techo─. Trabajo aquí los veranos. Seré la que te prepare el café todas las mañanas ─agregó con un tono más dulce mientras se daba una vuelta para enseñarle el uniforme que llevaba y el mandil. El uniforme era sencillo, una camisa blanca con el logo de la cafetería, una falda corta a juego y un mandil en tono turquesa. Olimpia se sonrojó un poco al ver cómo Travis la observaba fascinado y con una sonrisa en los labios.

─Café sólo, por favor. ─Pidió educadamente. La chica asintió, colocó una taza delante del motero y mientras le servía, éste continúo hablando─: ¿Siempre desapareces después de dormir con alguien?

Los ojos de Olimpia se abrieron y el calor que sentía en sus mejillas aumentó, junto con los latidos de su corazón. Miró a su alrededor para comprobar que no había nadie a su alrededor.

─Shh... ¿quieres que alguien te oiga?

Travis miró también a los lados y se acercó un poco a la barra.

─No sabía que esto era un secreto.

─Pues lo es, nadie debe saberlo ─respondió agitada y algo molesta─. Además, Max me recogió sobre las seis y tú estabas dormido... ─Continuó desviando la mirada hacia la taza de café que se encontraba entre los dos.

─Ya... y no quisiste despertarme ¿no?

─Travis. Por favor, sin numeritos. Lo prometiste.

El motero se calló y volvió a recolocarse en el asiento mirando de reojo a la chica. Asintió y se tomó el café de un sorbo sin añadir azúcar, pagó el importe exacto y se levantó.

Olimpia lo observó dirigirse a la puerta; se sentía mal por haberse marchado sin decir nada, pero lo cierto era, que no quería despertarlo. Suspiró al recordar el rostro relajado de Travis, el tacto de sus manos, su olor y el recuerdo de la noche que pasaron juntos apareció sin aviso en la mente de la chica.

─¡Eh! ─La voz del motero la sacó de su ensoñación─. ¿Café solo mañana a la misma hora?

Olimpia asintió y Travis le guiñó un ojo antes de salir por la puerta. Sin quererlo una sonrisa trémula se coló en los labios de la muchacha, que se prometió a sí misma que la próxima vez lo despertaría antes de marcharse.

─¿Ya se ha marchado el ayudante de Daniel?

La pregunta la sobresaltó y ruborizada por quedarse embobada se giró sobre sus talones. Ofelia la miraba con una mano en su cintura mientras con la otra se apoyaba en la fregona; una ceja en alto le decía a Olimpia que aquella mujer se había dado cuenta de cómo miraba a Travis.

─Es muy guapo, pero algo mayor ─la reprendió seria Ofelia─. Mañana cuando vuelva haced el favor de decirle que se pase por la trastienda que la furgoneta no arranca, ¿entendido?

Las amigas asintieron y continuaron con sus quehaceres. A las cinco, las dos amigas entraron en el vestuario para cambiarse y dar por finalizada la primera jornada.

─¿Te apetece salir este finde Oli? ─preguntó Anne mientras se quitaba la camisa.

Olimpia se giró y se la quedó mirando pensativa. Anne era una chica delgaducha, tal vez más de la cuenta, muy pálida de piel, pero con el cuerpo proporcionado, tenía muchas pecas, lo propio de una persona pelirroja, pero había algo en la parte baja del cuello que no era precisamente ni una peca ni una mancha de nacimiento.

─Anne, eso que tienes en el cuello ¿es un chupetón? ─Anne se llevó una mano al cuello para tratar de tapar la marca, y se rio nerviosa─. No me lo puedo creer. ¡Vamos cuéntamelo!

─¿Qué tal si este finde hacemos reunión de chicas? ¿Pizza, cotilleos y fiesta? ─Le ofreció su amiga zafándose de los intentos de Olimpia por darle en el trasero con la camisa y cogiendo su ropa para terminar de cambiarse.

─¿No me vas a contar absolutamente nada?

─Te lo cuento, pero quiero algo a cambio ─respondió poniendo los brazos en jarra. Olimpia levantó una ceja y arrugó la nariz; creía saber por dónde iba su amiga.

─¿Qué hay entre tú y el ayudante del mecánico? Vamos, dímelo y te lo cuento todo.

Olimpia se quedó algo seria, pensando si hablar con su amiga o no. Anne era una buena chica, aunque también un poco cotilla. Cosa que había heredado de su madre a quien le confiaba todo. No estaba muy segura de contarle lo que había entre ellos, ya que existía el riesgo de que se enterase Ofelia y ésta se lo contase a su padre.

─Hum, no sé, no sé ... es una oferta tentadora...

─¿Aun estáis así? ─La voz sorprendida de Ofelia las sobresaltó─. Si no os apetece marcharos aun hay gente a la que servir y cacharros por fregar.

Ante aquello, las dos chicas se terminaron de cambiar y salieron a la calle por la puerta principal del restaurante.

─¿Qué? ¿Salimos este sábado? ─Le volvió a preguntar la pelirroja.

─Se lo diré a Didi para que no haga planes con Max. Ahora están de novios y parecen dos lapas ─agregó mirando al cielo.

Tras despedirse, Olimpia se encaminó hacia la parada del bus de la calle perpendicular, para ello debía pasar por delante del taller. La idea de parar a saludar a Travis se le pasó por la mente, pero la rechazó rápidamente. 

***


A las diez, Travis entró en la cafetería con un pellizco nervioso en el estómago por saber que volvería a verla. Se sentó en el mismo taburete y la buscó con la mirada.

─Hay clientes y estoy liada... ¿puedes venir y ayudarme, Oli? ─Anne le sonrió cómplice mientras en voz alta, reclamaba la ayuda de su amiga.

En ese momento, Olimpia salió y agarró una de las cafeteras que había en la barra trasera, se acercó a él y sin saludar, le puso una taza delante que llenó rápidamente.

─Café solo ─dijo quedamente, antes de clavar sus ojos verdes en los azules de Travis. Una sonrisa estúpida se le dibujo al hombre en el semblante, y al ver cómo la chica acercaba lentamente su mano hasta su rostro, tragó saliva torpemente. Su respiración se agitó y Travis tuvo que tratar de contener un jadeo al sentir el calor de aquella mano sobre la piel de su mejilla. Sin darle tiempo a reacción, la chica le quitó el cigarrillo que siempre llevaba tras la oreja. En el rostro de Olimpia se dibujó una mueca de disgusto al observarlo.

─Eso es mío ─se quejó molesto.

─Ahora no. ─Olimpia respondió seria mientras tiraba el cigarrillo a uno de los cubos de basura que tenía tras ella. Aunque le había molestado ese gesto, Travis lo olvidó en el instante en que se dejó caer sobre la barra y el olor almizcleño de ella se adentró en sus pulmones.

─Oye, este sábado había pensado preparar café. ─aquella proposición había salido de sus labios casi en un susurro y sin pensar. Deseaba volver a tenerla en su casa enredada en sus sábanas y a su cuerpo.

─Este fin de semana tengo planes, tal vez en otro momento.

Olimpia le sonrió y se encaminó para continuar con su trabajo. Pero aquel gesto no hacía que el dolor por el rechazo se hiciera más pequeño. Sin poder evitarlo, siguió con atención todos los movimientos de la muchacha.

─Travis, ¡eh!... chico... ─El mecánico zarandeó la cabeza y pestañeó varias veces hasta reconocer a la mujer rechoncha que tenía delante─. Te estoy hablando... ¿qué estás mirando?

─Nada. Disculpe, ¿qué decía? ─Travis sentía el calor de la vergüenza subir hasta su rostro. Seguramente aquella mujer se había dado cuenta que observaba de manera poco inocente a una de sus trabajadoras.

─Te decía que necesito que te pases luego a mirar la furgoneta, no arranca, así que no la podemos llevar al taller. Está detrás en la trastienda.


***

Una vez dieron las cinco, y mientras terminaban de vestirse, las chicas oyeron los gritos de la madre de Anne:

─Anne cariño, ¿puedes traer las llaves de la furgoneta? Están en mi bolso.

Las chicas se dirigieron al aparcamiento trasero. La pelirroja salió primera con las llaves en la mano y Olimpia se quedó apoyada contra el marco de la puerta mirando. La furgoneta estaba justo enfrente agarrada por la parte trasera a la grúa del mecánico, y tras ella, estaba el padre de Anne, Arthur: era el típico irlandés pelirrojo y rechoncho con un enorme bigote, siempre sonriente, de piel muy blanca y mejillas sonrojadas, exactamente igual que Anne; frente por frente a él estaba Travis, era algo más alto, estaba fumando relajadamente, con una mano dentro del bolsillo trasero del pantalón, se había remangado la camiseta y mostraba unos bíceps grandes y definidos. Olimpia paseó su mirada por su rostro, en busca de la mancha que el hombre traía esa mañana de aceite en la mejilla; había deseado acariciarlo y quitársela, pero no era el lugar adecuado. Bajó sus ojos hasta sus labios dulces y traviesos, que ya había probado y que, en ese momento, se le antojaron de nuevo. Cuanto más los miraba más deseaba morderlos.

Arthur dio un respingo al acercarse su hija, y, acto seguido tiró un cigarrillo que al parecer llevaba entre los labios en ese momento. Mientras apartaba el humo con las manos de forma algo ridícula y con el pie apagaba la colilla, miraba asustado hacia la puerta dónde estaba Olimpia estaba. La chica rio al ver la escena.

─¡Papá! Si mamá se entera ... ¡Lo habías dejado! ─Anne se cruzó de brazos y lo miraba malhumorada.

─Lo sé Caperucita, lo sé... pero... ─Arthur estaba avergonzado y a la vez asustado, resultaba bastante cómico ver a un hombre de sus proporciones en esa situación. La chica le dio a su padre las llaves y se acercó a Olimpia, resoplando.

─Tesoro ¿no se lo dirás a tu madre verdad? ─El rostro de Arthur conmovió a Olimpia, que desvió la mirada a su amiga que estaba de espaldas y no podía ver a su padre.

─No, papá, no se lo diré a mamá. ─Se giró y levantó un dedo en dirección a su padre ─. Pero a cambio me dejarás pasar la noche de mañana en casa de Oli.

─Por supuesto Caperucita ─asintió bastante aliviado.

Travis le pidió las llaves a Arthur, que se las entregó y se acercó avergonzando dónde se encontraba su hija. Mientras, el motero revisaba que la camioneta estuviera bien agarrada. Olimpia se sonrojó al darse cuenta que el muchacho la miraba de reojo, seguramente, se había dado cuenta que ella lo observaba.

Arthur se detuvo delante de las muchachas, suspiró y entró para continuar en la cocina. Anne la miró.

─Es increíble ... ─dijo con un suspiro de resignación, luego acercó su cabeza a Oli y guiñándole un ojo añadió ─. Oye, me quedaré un rato más con mis padres, vete tú a casa ¿vale?

Olimpia le regaló una sonrisa cómplice y esperó a que entrase su amiga. Una vez cerró la puerta se acercó a la camioneta. Travis ya estaba en el asiento del conductor listo para arrancar la grúa y marcharse. Se paró a su lado y lo miró con inocencia mal fingida, colocó las manos en sus bolsillos traseros y balanceándose sobre sus talones, le habló:

─Oye ... si ya has terminado, ¿podrías acercarme a casa?

El motero le dio la última calada a su cigarro, lentamente, disfrutando de su sabor, lo agarró con el pulgar y el índice, se quedó mirando cómo se terminaba de consumir. Olimpia torció la boca, estaba disfrutando de tenerla allí esperando que él decidiera o no llevarla. Al ver que no le respondía y algo molesta por la impertinencia del hombre, Olimpia se alejó de la grúa, dándole la espalda.

─Espérame al final de la calle, al lado de la vieja cabina telefónica. Te recojo en cuanto deje éste cacharro. ─Olimpia sonrió malévola para sus adentros, sintiéndose ganadora en la pequeña batalla que se había marcado con él.

Quince minutos más tarde, Travis paraba la moto frente a ella. La ira recorría e inflamaba las venas de Olimpia. La había tenido esperando en medio de una calle al lado de una cabina de teléfono donde tras cinco minutos de espera, comenzó a sentirse como una fulana en su puesto de trabajo.

─¿No podías haber elegido otro sitio? ─refunfuó─. Parezco una puta esperando a su chulo. ─El motero la miró divertido mientras ella se colocaba el casco y se sentaba a su espalda─. ¡Eres odioso! ... lo has hecho adrede ─continuó y le asestó un golpe en la espalda.

Sin esperárselo, la moto salió disparada hacia el frente, obligándola a agarrarse fuertemente a la cintura del motero. Aquello la molestó aun más, pero a medida que la moto avanzaba y el viento fresco de la tarde le golpeaba en el cuerpo, se fue relajando. Tras un par de calles y algunas curvas, Olimpia le pidió que la llevase al parque que daba al lago. Era un parque grande natural, con algunos caminos de tierra preparados para que la gente pudiera salir a correr y pasear disfrutando de la naturaleza. Se bajó de la moto y se quitó el casco.

─¿Para qué querías venir aquí? ─preguntó Travis mientras se quitaba el casco.

Olimpia lo miró de arriba a abajo con deseo contenido, se mordió el labio y sin darle tiempo a reacción, se contoneó dejándose caer sobre sus labios. Tras unos instantes, las manos de Travis se ciñeron a su cintura, y sus labios respondieron a los suyos. Olimpia invadió su boca y dejó que él jugara con la suya.

─Vamos ─le dijo mientras le tiraba de una mano hacia el interior del parque.

Pasearon durante un rato, adentrándose en el parque. Hacía sol y algo de calor, pero a medida que se adentraban camino del lago la temperatura bajaba un par de grados.

─¿Se puede saber a qué viene todo esto? ─preguntó Travis deteniéndose en medio del camino.

─A nada, me apetece pasear un rato con mi amigo ─y mirando hacia los lados, se acercó de nuevo y tiró de él.

Su perfume la embriagaba, olía a grasa del taller, sudor y aftershave. No sabía por qué, pero cuanto más cerca estaba menos control tenía sobre ella misma. Con Oliver no le sucedía aquello, y no estaba segura de por qué. Tal vez porque Travis era mayor, se decía. Besó lentamente sus labios, deteniéndose en su labio inferior, lo mordió atrapándolo entre sus dientes y tirando ligeramente de él. Travis la agarró por la cintura y la acercó a él.

─Si sigues así, amiga, no es a tu casa dónde te llevaré ─Le susurró jadeante mientras bajaba sus manos hasta su trasero y clavaba los dedos. La chica le sonrió deseaba marcharse con él. La idea de enredarse en sus sábanas, en su cuerpo, la encendía.

─Tal vez me marche contigo ─respondió con una sonrisa traviesa, sabiendo que aquello lo excitaría aun más─. Pero hoy no... vamos, llévame a casa. 

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