22
Olimpia paseaba por la gasolinera abrazada a sí misma, tratando de quitarse el malestar y el frío de la noche. Travis por su lado llenaba el depósito de la Harley. Era la una de la madrugada, y aunque ya hacía suficiente calor durante el día, en las noches aún refrescaba. Un escalofrío la recorrió desde los pies hasta la nuca, obligándola a volver junto a la moto.
Travis se acercó a ella serio, mientras guardaba el cambio en una cartera de piel marrón que parecía bastante ajada.
─No le queda cerveza, o eso dice ─la chica lo miró y se encogió de hombros, mientras sin poder disimularlo, un escalofrío le recorría el cuerpo de la cabeza a los pies. Travis se quitó la chaqueta y se la tendió─. Vamos, te llevaré a casa y te preparé café.
Olimpia lo miró y asintió, tenía demasiado frío para discutir, así que se colocó la chaqueta y accedió. La chupa de Travis era pesada, más de lo que parecía y excesivamente grande para ella. Le sobraba casi quince centímetros de manga y le llegaba un poco por encima de su vestido. La parte interna de la prenda aun mantenía el calor del cuerpo del motero. Se la cerró y el olor que la envolvió hizo que, sin poder evitarlo, cerrase los ojos y se perdiera en él. Era un olor fuerte y penetrante, nada de colonias tipo Diesel o Brave, como las que usaban los chicos de su edad. Le gustaba, y al abrir los ojos se encontró de frente con la mirada intensa y oscura de Travis. Olimpia se mordió el labio inferior antes de girarse para subirse de nuevo a la moto, avergonzada y deseosa de saber qué pasaba por la mente de aquel hombre en ese momento.
Se subieron a la moto y éste la arrancó, metió la marcha y de un acelerón rápido salieron de la gasolinera. Un rato más tarde Olimpia notó como aminoraba y se fijó en su alrededor. Era un barrio nuevo, estaba algo apartado del pueblo y había varios edificios de tres plantas y cuatro plantas. Tras pasar unos cuantos bloques, Travis giró a la derecha y paró frente a un enorme portalón de garaje. La mano curiosa del motero sobre la parte alta de su muslo la sobresaltó.
─Pero... ¡¿qué estás haciendo?!
El hombre se giró y la miró travieso desde el interior de su casco.
─Nada, busco el mando para abrir la puerta, está en el bolsillo derecho.
─Pues pídelo ─resopló y seguidamente, metió una mano dónde le había indicado para sacar el llavero.
Travis aparcó la moto en una plaza al fondo, justo al lado de otra moto aun más grande tapada con una funda protectora. Olimpia se acercó a ella curiosa, una vez había bajado de la Harley, acarició suavemente la tela de la funda y miró a Travis a los ojos.
─¿Cuántas motos tienes?
─Sólo dos, pero esta es para los fines de semana y las rutas ─respondió mientras se acercaba y la destapaba para enseñársela. La chica la acarició ensimismada, era una Kawasaki GTR 1400 azul noche preciosa.
─¿Me montarás? ─preguntó mirando al chico con un brillo de esperanza en la mirada. No todos los días podía ver una moto como ésa.
Travis volvió a tapar la moto, se acercó ella y le regaló una sonrisa traviesa.
─Te montaré siempre que quieras.
Olimpia bajó los hombros y en cuanto el motero se giró y salió andando, se dio cuenta que lo que para ella era una simple pregunta inocente, Travis la había transformado dándole un significado diferente. Sin saber qué responder, lo taladró con la mirada, mientras éste se dirigía a la puerta que daba a las escaleras que les llevaría a su casa. Resignada, lo siguió.
Entraron en el piso del motero. Era pequeño y por suerte para Travis, estaba medianamente decente. Se acercó a la cocina americana para sacar una cafetera mientras la chica se paseaba por el salón, dejando su chupa sobre el respaldar del sofá.
─¿Puedo usar tu baño?
La voz de Olimpia llamó su atención, estaba mirando el único marco que tenía en la estantería casi vacía.
─Sí, claro ─le dijo mientras llenaba la cafetera y la ponía al fuego─, en el dormitorio, es ese de ahí ─añadió señalando la puerta que daba a su dormitorio.
Travis se mordió el labio tratando de recordar en qué condiciones había dejado la habitación. Suspiró al verla entrar y cerrar la puerta tras de sí.
Mientras el café se hacía, el motero se paseó por el salón en busca de su chaqueta para colgarla. La tomó entre sus manos, y sin poder evitarlo, la llevó hasta su rostro. El perfume almizcleño de Olimpia se había quedado impregnado en ella, haciendo que Travis se perdiera sin remedio en aquel aroma. En ese momento, la cafetera comenzó a silbar, indicándole a Travis que el café estaba listo y obligándole a dejar a regañadientes la chaqueta en el sofá de nuevo, separándose del calor y el perfume que Olimpia había abandonado en ella. De manera que tomó dos tazas y comenzó a servirlo. Uno sólo sin azúcar para él y otro con leche y dos cucharadas de azúcar, tal y como la había visto en más de una ocasión. Se sorprendió a sí mismo, pues nunca le había puesto tanta atención a aquellos detalles en el resto de mujeres que había conocido.
─¡Eh! El café casi está ─gritó mientras tomaba dos tazas y comenzaba a servirlo. Un café sólo sin azúcar para él y otro con leche y dos cucharadas de azúcar, tal y como la había visto en más de una ocasión. Se sorprendió a sí mismo, pues nunca le había puesto tanta atención a aquellos detalles en el resto de mujeres que había conocido.
─Que bien huele. ─El ronroneo de Olimpia lo obligó a girarse con la cafetera y la taza que tenía lista para ella; pero la visión de lo que encontró lo petrificó.
En el umbral de la puerta de su dormitorio estaba aquella mujer, vestida sólo con una de sus camisas, el pelo suelto y la cara completamente lavada. Un nudo se creó en su garganta, impidiendo que pudiera pronunciar sonido alguno. La respiración del motero se aceleró en el momento en que una sonrisa traviesa se dibujó en el rostro de Olimpia; sus ojos verdes eran ahora oscuros y lo observaban con lo que Travis anhelaba que fuera deseo. Tragó saliva, al ver cómo la mujer se acercaba contoneándose, sentía que sus músculos se tensaban, y que el nudo de su garganta desaparecía dando paso a una tensión nueva que comenzaba a asomar en sus pantalones. Sin poder evitarlo, paseó su mirada por las piernas desnudas de Olimpia, percatándose del tatuaje que aún no había podido ver con detenimiento, lo que aumentó su deseo y la presión en su entrepierna.
─¿Me sirves el café o no?
Las palabras de la chica, lo trajeron de vuelta a la realidad, haciendo que diera un respingo y carraspeara para tratar de borrar la lujuria de su voz. Las manos de Olimpia le retiraron la taza con suavidad, acariciándolo sin querer durante el proceso. Sin poder evitarlo, un gemido se coló en su garganta, el calor de sus manos pequeñas, su mirada verde y aquellas piernas desnudas lo despertaban y llamaban a gritos. Aquella piel suave lo invitaba a clavar sus uñas, a besarla y morderla. Deseaba hacerla suya.
Desvió la mirada para tratar de serenarse, girándose y dejando la cafetera en la encimera para hacerse con su taza. Respiró profundamente un par de veces, y se armó de valor para acercarse a ella, pero al llegar al sofá, volvió a quedarse congelado; Olimpia se había sentado sobre sus piernas, la camisa se le había subido, mostrando sus preciosos muslos, que, aunque mostraban algunas estrías, a Travis se le antojaron las piernas más hermosas que había visto. Tragó saliva a la par que volvía a sentir aquella presión en el pantalón.
─¿Vas a quedarte de pie toda la noche o qué? ─Olimpia le preguntaba sin desviar su mirada verde de la taza de café que ahora sujetaba con las dos manos, tratando de absorber todo el calor de ella. Un calor que TRavis deseaba darle él mismo.
Se sentó, obediente; sintiendo cómo la chica se acercaba a él, hasta rozarle el brazo. El calor que emanaba de ella amenazaba con volverlo loco; le costaba respirar con normalidad, y la presión en su entrepierna no hacía más que aumentar. La necesitaba y deseaba tanto como necesitaba el aire que respiraba. Sentía que la fuerza de voluntad se desvanecía a cada segundo que pasaba. Suspiró fuerte y la miró de reojo, y en ese momento, observó una sonrisa malévola en sus labios. Olimpia estaba jugando con él, todo aquello era un juego deliberado, y Travis no pensaba quedarse atrás.
Le pasó el brazo por encima de sus hombros, obligándola a recostarse un poco más sobre é', de manera que casi podía rozar la piel de aquellas piernas que lo enloquecían con la punta de sus dedos. Acercó su rostro a su oreja y sin disimulo, olió el perfume que su piel emanaba. Travis se mordió el labio inferior, tratando de contener el deseo de pasear su lengua por aquel cuello perfecto a sus ojos.
El cuerpo de Olimpia se tensó, y sin que a Travis le diera tiempo a reaccionar, la chica se levantó del sofá, zafándose de su leve agarre, y dejando el corazón del motero vacío. Sentía que le quitaban una parte de él cada vez que ella se alejaba de su lado, que el aire que había a su alrededor ya no podía llenar sus pulmones. Y en silencio deseó que volviera a sentarse. La miró de nuevo de arriba abajo mientras se paseaba por el salón, observándolo de soslayo. Travis le dio un sorbo a su café, esperando que ella fuera la primera en hablar.
─¿Son tus padres? ─preguntó Olimpia mientras se acercaba de nuevo con un marco en una mano y la taza de café en la otra. Tavis asintió y observó el marco que ahora se encontraba sobre la pequeña mesita auxiliar frente a ellos. En la foto, una mujer de unos cincuenta años, sonreía feliz a un hombre regordete con cara de bonachón. Travis sonrió ante el recuerdo de sus padres en aquella granja de Texas dónde aún seguían viviendo. Olimpia volvió a sentarse en el sofá, esta vez algo más lejos; pero lo suficientemente cerca como para sentir el calor de su cuerpo y el perfume que tanto le gustaba de ella.
─Háblame de ellos. ─Olimpia le sonreía tímida, y con las cejas en alto esperó a que él respondiera a su petición.
─¿Qué quieres saber?
La chica se encogió de hombros.
─No sé, ¿dónde están?
─Viven en Texas, en una granja... se dedican a criar ganado y caballos.
─¿Por qué te marchaste? ─Olimpia llevó la taza de café hasta sus labios, y Travis deseó ser esa taza para poder saborearla. Desde que la besara en aquel bar el día de su cumpleaños, no había podido dejar de pensar en sus labios, en su cuerpo enredado en el de él. Deseaba probar su piel, morderla y lamerla, hacerla retorcerse de placer bajo su cuerpo. Tragó saliva, y zarandeó la cabeza para alejar aquellos pensamientos.
─La granja no era para mí.
─¿Cómo son? ─Olimpia lo miraba con curiosidad inocente en la mirada.
─Son buenas personas, normales, como todos los padres, supongo, ¿y los tuyos? ─Aquella conversación comenzaba a cansarle. No deseaba revivir el pasado.
Los ojos de Olimpia se nublaron, y su rostro se ensombreció. Tragó saliva mientras desviaba la vista hasta posarla sobre la fotografía. En aquel momento, la chica parecía indefensa y desorientada. El deseo de cuidarla y protegerla invadió el corazón de Travis; todos los músculos de su cuerpo gritaban porque se acercara a ella y la estrechara entre sus brazos, protegiéndola de todo mal que pudiera asolarla. Entonces, una sonrisa que Travis no supo descifrar se dibujó en sus labios.
─¿Qué pensarían tus padres su supieran que estás intentando aprovecharte una cría de instituto? ─La pregunta lo pilló desprevenido; abrió los ojos y balbuceó algo que ni él mismo entendió. Olimpia comenzó a reír se a mandíbula batiente, hasta caer del sofá. Aunque lo había desarmado con aquel comentario, la risa de la chica lamía y despertaba la alegría de su corazón─. Deberías verte la cara que tienes ─dijo mientras se secaba las lágrimas que le resbalaban por el rostro y se ponía de pie, justo delante de él─. ¡Oh! Vamos, solo era una broma entre amigos, no te enfades.
Travis la miró a los ojos y levantó una ceja, dejó la taza de café sobre la mesa, al otro lado del marco de fotos y de un movimiento rápido y limpio, tiró de ella hasta colocarla encima de él a horcajadas. No sabía por qué lo había hecho; pero no podía más, necesitaba tenerla cerca, sentir su piel y su calor. Acercó su rostro al de ella regalándole una sonrisa traviesa. Había llegado el momento, se dijo, era ahora o nunca.
─Si quisiera aprovecharme de ti, te habría puesto wiskhy en el café. Y no lo he hecho.
─¿Eso es lo que haces? ¿Emborrachas a todas las tías? ─Olimpia lo miraba desconcertada.
Travis se recostó un poco en el sofá, levantó las manos y encogiéndose de hombros respondió:
─Así soy yo, las emborracho a todas ─respondió, con una sonrisa triunfal mientras se dejaba caer sobre el respaldar del sofá y levantaba las manos en alto para dejar claro, que estaba siendo sincero.
─¿Por qué?
─Porque como dice Max, yo no conquisto Oli, yo emborracho y me aprovecho.
Olimpia lo miraba con los ojos entornados. Pasaron unos segundos que al motero se le hicieron eternos. Aquella chica estaba sobre él, en silencio, y aquello hizo que se preguntara si no había ido demasiado lejos con aquella broma. Tal vez la estaba asustando.
─¿Debo entonces sentirme a salvo? A mí no has intentado emborracharme ni una sola vez.
Olimpia levantó la cabeza, mirándolo con suficiencia. Travis sonrió, y sin querer parar, la agarró por la cintura, atrayéndola hasta él, mientras él se acercaba hasta casi rozar sus labios con los de ella. Tragó saliva, haciendo un esfuerzo por no devorar aquella boca que tanto deseaba probar. La erección que hacía rato se había esfumado, volvía de nuevo a hacer acto de presencia. Travis deseó que Olimpia no la notase, pero sabía que aquello era imposible, viendo la postura en la que ella estaba. El motero decidió arriesgarse.
─No... a ti intento conquistarte Oli. Ya te lo dije, me gustas.
La chica le sonrió con malicia.
─Pues se te da de pena.
Aquel comentario le atravesó el corazón. Sabía que conquistar era algo que nunca se le había dado muy bien, pero sentía que había algo entre los dos; tal vez una conexión, pero aquellas palabras lo descolocaron completamente. Tal vez no era la chica adecuada, tal vez sólo era un juego para ella y él había vuelto a mal interpretarlo todo de nuevo. Pero, ¿qué podía hacer? Olimpia lo desarmaba y lo volvía armar con una sonrisa, con sus comentarios sarcásticos, con el perfume de su pelo, el calor de su cuerpo, con el anhelo de sus caricias. Travis cerró los ojos, evitando la mirada de ella. No podía mirar cómo se reía de él, aquello sería demasiado.
─Lo siento, no quería decir eso ─Olimpia se disculpó, y desvió la mirada culpable hasta su regazo. Ese acto hizo que Travis la mirase, volvía a parecer una niña indefensa y vulnerable. Llevó una de sus manos hasta la barbilla de ella y la obligó a mirarle.
─Si me dices que no te gusto, que te molesto, te llevaré a casa y no volverás a saber nada más de mí.
Decirle aquello era casi como clavar estacas al rojo vivo sobre su cuerpo. Pero, aunque la respuesta le asustaba, necesitaba saberlo. Pues, a veces sentía que entre ellos había algo, una conexión, el deseo de fundirse el uno en el otro, y en otras ocasiones, sentía que Olimpia lo alejaba y no deseaba nada. Tragó saliva, esperando que de aquellos labios saliera una respuesta que no le partiera el corazón.
─Me gustas, pero soy libre y quiero seguir siéndolo, es lo único que puedes conseguir de mí.
Y allí estaba, aquella era su oportunidad. Le gustaba, y eso significaba que podía tratar de conquistarla, de tenerla y hacerla suya. Y esa oportunidad, por pequeña que fuera, no pensaba desaprovecharla.
Travis se acercó hasta casi rozar sus labios, colocó sus manos en la cintura de ella, acercándola todo lo que pudo hacia él y le susurró:
─Me vale, porque terminaré conquistándote.
Y sin avisar, la besó. Un beso lento, sin prisas. Un beso en el que Travis le regalaba el alma. Sintió como Olimpia se rendía a él, cómo sus manos pequeñas se enredaban en su pelo. Travis paseó su lengua suavemente por los labios de la chica, pidiéndole permiso para explorarla. Un permiso que ella le concedió, dejándose invadir. Sus lenguas bailaron al son de una música que sólo ellos podían oír. Y poco a poco, aquel beso suave, fue subiendo en intensidad, dando rienda suelta a la pasión. Un suave mordisco en el labio inferior de Travis, le arrancó un gruñido, excitándolo y haciéndolo perder el control. Agarró por los muslos a Olimpia y la elevó casi sin esfuerzo, llevándola en volandas a la cama.
─¿Qué haces? ─Olimpia reía divertida mientras se aferraba con fuerza a su cuello y se ceñía a su cintura.
─Aprovecharme de ti.
Travis la soltó en la cama, y comenzó a quitarse los zapatos y el cinturón. Mientras, de rodillas, Olimpa se acercó a él para desabrocharle lentamente los botones de la camisa a la par que volvía a besarlo con intensidad. El deseo aumentaba rápidamente en el cuerpo de Travis. La tenía allí, en su cama, y pensaba hacerla suya de todas las formas posibles. Olimpia lo desnudó rápidamente, mientras lo besaba, lamía y mordía en el cuello, los labios y el pecho desnudo, haciendo que el motero perdiera el control de sí mismo. De un solo movimiento, Travis le quitó la camisa, dejándola sólo con unas pequeñas braguitas de algodón blanco. Estaba en la orilla de la cama, de rodillas, frente a él; con su melena negra cayendo en cascada sobre sus hombros, y abrazándose a sí misma.
─No te tapes. Quiero verte ─le susurró Travis mientras la atraía hacia él por la cintura, antes de desnudarla completamente. La besó de nuevo, sintiendo cómo Olimpia se deshacía entre sus brazos. Ella también lo deseaba, y eso lo excitó aún más─. Ahora eres mía, ¿entiendes?
Olimpia asintió y volvió a besarlo.
─¿Tienes...? ─le preguntó en un susurro.
─En la mesita de noche.
Olimpia sonrió traviesa, y gateando por la cama se acercó al cajón de la mesita que le había indicado. Aquel, era el mayor de los espectáculos que Travis había visto en su vida. Olimpia volvió a acercarse a él, y mientras lo besaba de nuevo, con una habilidad que sorprendió al motero, le puso el condón. Travis la abrazó, fundiéndose en aquel beso, que deseaba no tuviera fin. La intensidad y la pasión volvió a controlarlo todo, haciendo que el motero la girase, colocándola de espaldas a él. Paseó sus labios por aquel cuello tan perfecto, por su hombro derecho, pellizcó sus pezones y luego, lentamente, bajó una de sus manos hasta dar con el centro del placer de ella.
Olimpia estaba más que preparada para recibir sus atenciones, y él no quiso hacerla esperar mucho más. Aquello era lo que había deseado desde aquel beso. Paseó la yema de sus dedos por entre sus pliegues, arrancando un gemido de placer de su garganta. Aquello lo excitó, haciendo que aumentara la intensidad de sus caricias y sus besos. Pero, sin previo aviso, Olimpia se dejó caer, colocándose a la espera de que él la invadiera.
─Vas a volverme loco.
La chica lo miró por encima del hombro y le sonrió traviesa mientras acercaba su trasero a su erección. De una sola embestida, Travis la invadió. El cuerpo de Olimpia era perfecto, su calor, sus movimientos, cómo sus cuerpos se acoplaban el uno en el otro. El motero la agarró de las caderas, y hundió las uñas en su piel, como había deseado hacer desde hacía tiempo. Olimpia gimió a la par que levantaba la cabeza. Su melena caía por su espalda, y sus caderas se movían al mismo ritmo que las embestidas de Travis. Poco a poco, Travis fue aumentando la intensidad de sus embestidas. El ritmo era ahora una danza salvaje y animal en la que ambos gemían y jadeaban de puro placer. Pero aquello no era lo que Travis deseaba.
─Olimpia... ─gimió─ No, para... por favor. ─Y armándose de toda la fuerza de voluntad, Travis se separó de ella.
La chica se giró rápidamente para encararse a él y lo miró incrédula.
─¿Qué pasa? ─su tono de voz rozaba el enfado─. ¿No es esto lo que querías?
Travis la abrazó, y la miró a los ojos.
─Sí... pero no así ─la chica lo miraba con el ceño fruncido─. No quiero follarte como a una más; quiero ver cómo disfrutas en mis brazos, cómo te corres para mí. Quiero hacerte el amor, Olimpia.
La mirada de la chica se suavizó, y Travis volvió a besarla lentamente, sin prisas. Y con cuidado, la recostó en la cama, con él encima. Travis se perdió en aquellos ojos verdes una vez más antes de volver a besarla. Y ésta vez, suavemente, sin prisas y disfrutando de cada caricia, Travis le hizo el amor.
Todo estaba a oscuras, salvo por una farola que había cerca de la ventana del dormitorio. Iluminaba la habitación levemente. Olimpia dormía boca abajo, con el rostro hacía Travis y las manos debajo de la almohada. El motero la miraba en silencio, sus mejillas rosadas y sus facciones relajadas y tranquilas lo invitaban a acariciarla suavemente. Pesadamente la chica abrió los ojos.
─Hola ─susurró con una sonrisa que no podía esconder. Olimpia se desperezó, girándose y colocándose boca arriba; gesto que Travis aprovechó para acercarla aun más hacia él.
Olimpia lo miraba con ojos somnolientos, alzó su mano derecha y le apartó un mechón de pelo de la frente, para luego continuar con la caricia hacia el mentón. Su rostro cambió y sus rasgos se endurecieron para dar paso a una mirada seria:
─Travis, esto no significa nada, ¿entiendes? Soy libre y tú también. ─La sonrisa se borró en el momento en que ella habló. La tenía, había alcanzado el cielo y el éxtasis, y ahora ella lo alejaba y se marchaba de su lado, partiéndole el corazón con aquellas palabras─. Podemos vernos, y estar juntos, pero no seremos nada. Yo haré mi vida y tú harás la tuya. Eso es todo lo que puedo darte, lo tomas o lo dejas, tú decides.
La chica le dio un ligero beso en los labios, y se levantó para buscar su ropa interior. Travis la siguió con la mirada tratando de asimilar el golpe que le había asestado en su corazón. Tragó saliva al verla salir de su cuarto con una tranquilidad y parsimonia que al hombre se le hizo insoportable.
¿Cómo era posible que ella no sintiera nada de lo que en aquella cama había sucedido? Pensó el motero mientras desviaba la mirada a las sábanas de su cama deshecha. Él le había entregado su corazón esa noche y ella lo estaba utilizando. Ahí estaba, no era una cría cualquiera, sabía lo que quería, se dijo a sí mismo. Las palabras que Didi le dijo la noche del viernes que fue a buscarla a la casita del jardín aparecieron en su mente, "¿te gusta mi hermana? Si es así, estás perdido". Ahora la entendía, y tenía toda la razón, estaba perdido. Perdido en sus ojos verdes, en su olor almizcleño, en su cuerpo y en su voz. Ya no había vuelta atrás, la había tenido por un momento, y ahora se estaba escapando como el agua cuando tratas de retenerla entre las manos. ¿Qué hacer? Era tenerla a medias o no tenerla.
Tras unos minutos, Olimpia volvió a entrar de nuevo en el dormitorio. Travis seguía con la miraba serio. Se sentó en la cama, se tapó con las sábanas, y cruzó su mirada verde con la azul de él, a la espera de una respuesta.
─¿Y bien? ¿qué decides?
Travis tragó saliva, agarró a la chica y la atrajo hacia él. Le dio otro beso lento y tranquilo; necesitaba sentirla y comprobar qué se escondía tras aquellos labios. Un escalofrío lo recorrió cuando Olimpia correspondió a su beso enredando sus dedos en el pelo de él.
Travis cerró la parte de su conciencia que le decía que aquello iba a terminar muy mal para él, y dejó que la esperanza de que tal vez ella cambiara de opinión invadiera su mente y tomara el control.
─Está bien, acepto tus condiciones ─le susurró a los labios.
La chica le sonrió, se separó de él y habló:
─Me tendrás siempre que quieras, pero nada de numeritos, ni amenazar a nadie, sin ataduras y si no eres capaz de aceptarlo, se acabó ¿de acuerdo? ─Oli levantó las cejas y esperó una respuesta. Resignado, Travis asintió.
─¿Tengo derecho al menos de ver ese tatuaje que llevas? ─preguntó sonriendo y apartando las sábanas para dejar al descubierto sus piernas. La chica intentó resistirse, pero todo pasó muy rápido y Travis era demasiado fuerte, así que ella se rindió.
─¿Has aceptado mis condiciones sólo para ver mi tatuaje? ─preguntó bobalicona, mientras el motero se tumbaba sobre las piernas de ella, y recorría con el dedo índice el borde de su tatuaje. Eran los personajes de Alicia en el País de las maravillas, el gato a un lado, al otro el sombrerero loco y al fondo entre los dos la silueta de Alicia, abajo la famosa frase del sombrerero: se necesita mucha locura para soportar tanta realidad. El hombre le besó en el centro del tatuaje mientras la miraba fijamente. Tras eso, volvió a colocarse al lado de Olimpia, la abrazó sin hablar, y la atrajo hacia él, tumbados, acurrucados y en los brazos uno del otro se durmió.
El despertador sonó a la hora de siempre. Travis recorrió con una mano y los ojos aun cerrados la cama en busca de Olimpia. Nadie. No había nadie en la cama ya. Se levantó y notó el mismo silencio de todas las mañanas. Su camisa blanca estaba en la cómoda colocada con esmero. La cogió y se la llevó al rostro, aun tenía el olor de la chica. Tras ducharse y tomar un café rápido, el motero salió camino de su trabajo.
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