11
El viernes a las nueve las chicas estaban en el dormitorio de Didi, listas y algo nerviosas. No era la primera vez que lo hacían, pero siempre sentían un cosquilleo en el estómago.
Oli releía uno de los panfletos que tenía de las residencias de la universidad de Londres y Didi no paraba de ojear el móvil. De pronto sonó una perdida en el móvil de Diana. Las chicas cogieron sus bolsos y se encaminaron a la entrada.
Roger las encontró en la entrada a punto de marcharse, frenándolas con la mirada.
─Sabéis las normas, no me importa la hora a la que volváis, pero hacedlo juntas ¿entendido?
Le dio un beso a cada una y salió tras ellas para ojear al intruso que pasaba en una camioneta azul y mohosa. No le gustaba la idea de que sus hijas salieran con chicos. Para él, siempre serían sus pequeñas, sus niñas; pero sabía que no se lo podía impedir y que pasaría tanto si quería como si no.
Didi entró la primera en la camioneta y dejó a su hermana al lado de la puerta del copiloto. Era una camioneta muy vieja y el asiento era lo suficientemente ancho como para llevar a dos personas cómodamente. Olimpia comenzó a rebuscar en su bolso.
─Ya estamos listas ¿nos vamos? ─preguntó Didi mientras sonreía al rubio que conducía. Este asintió y le guiño un ojo a las chicas─. Tienes que dar la vuelta por la calle de atrás, Oli no va a venir.
Los ojos de Max se posaron entonces en Olimpia, mostrando lo que a la chica le parecía desilusión.
─Pensaba que vendrías.
En ese momento el beep de un mensaje entrante en la BlackBerry de Oli hizo que ésta ignorase por completo el comentario de Max. Con un ademán de su mano indicó al rubio que siguiera su camino, parando unos minutos más tarde en el lugar en que Diana le indicaba. Olimpia saltó de la camioneta y se despidió de la pareja por la ventanilla abierta.
─Estaré en la casita del jardín, avisad cuando lleguéis y saldré a vuestro encuentro.
Didi asintió con una sonrisa.
Max la había dejado en un callejón que quedaba entre las vallas de dos casas justo a la espalda de la suya. Estaba oscuro, pero lo conocía de sobra. Entró y tras andar unos quince metros, dio con la valla metálica que cercaba el jardín de su casa. Estaba en el rincón más alejado, rodeada de arbustos y flores que las hermanas nunca podaban para que así, al entrar a escondidas, su padre no las viera. Sólo tenía que cruzar la verja, agacharse y correr unos tres metros hasta la ventana que había en la parte trasera de la casita del jardín. La ventana era lo suficientemente grande como para que pasase un hombre adulto. Debería estar completamente cerrada, pero tanto ella como Diana, siempre le quitaban el pestillo para poder entrar sin tener que abrir la puerta delantera y arriesgarse a que su padre las pillara. Esto era lo que las chicas hacían cuando una de las dos quería pasar la noche fuera y la otra no. Sólo tenía que entrar, quedarse en la casita del jardín hasta que la otra hermana la avisara de su llegada, para volver a salir por el callejón, dar la vuelta a la calle y entrar en casa las dos juntas. Aunque esta vez, sería Max quien la volviera a recoger en la camioneta.
Una vez dentro, Olimpia se tumbó en la cama y llamó a Oliver, en respuesta al mensaje que había recibido de él hacía unos minutos.
***
Diana se recostaba mimosa sobre el brazo fuerte de Max, mientras con tranquilidad explicaba qué era lo que las chicas habían hecho al decirle que parase para dejar a Olimpia en aquel callejón.
─De esta forma podemos salir cuando queramos y nuestro padre no se enfada ─concluyó con una sonrisa en los labios─ Max, cielito, ¿qué te pasa? Te has quedado muy serio.
─Nada, es que pensaba que tu hermana vendría.
─¿Y qué más da?... Ahora podemos estar solos.
─Le dije a Travis que estaríamos en el bar, así que no estaremos muy solos que digamos, cuando llegue le mandaré un mensaje ─Diana asintió, entendiendo rápidamente el motivo de la desilusión de Max. Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios.
─No lo hagas, quiero hablar con él.
***
Tras aparcar la Harley en el reservado para las motos, Travis entró en el bar con la esperanza de volver a ver los ojos verdes de Olimpia. Sentía la necesidad de besarla y protegerla de aquello que aquel día la tenía tan desanimada. Llevaba con un pellizco nervioso en el estómago desde que esa tarde Max le había enviado un mensaje indicando que había quedado con las hermanas para salir. Localizó al chico en la barra con una cerveza y la mirada perdida en la pista de baile; mientras se acercaba comenzó a buscar a Olimpia sin éxito alguno.
─Me dijiste que estaría aquí ─bufó molesto.
─Quise mandarte un mensaje tío, pero Didi dijo que quería hablar contigo, ahora vendrá.
Tras unos segundos, Diana aparecía a la espalda de Max con una sonrisa dulce. La chica besó a su amigo en la comisura de los labios y luego lo miró a él de arriba a abajo, regalándole a él también una mirada aprobatoria. Travis la miró con el ceño fruncido, sentía curiosidad por lo que la chica rubia querría decirle, pero sobretodo deseaba saber dónde estaba la hermana bajita y borde.
─¿Vamos fuera? quiero hablar contigo. ─Travis asintió y se marchó siguiendo a la chica, dejando a Max en la barra con su cerveza.
Una vez en la calle, Diana se enfrentó a él. Los ojos le brillaban bastante, seguramente por efectos de las copas que ya se habría tomado, pero aun así, estaba seria y aunque no llegaba a intimidarle, su seriedad y la mirada que le echaba, hacía que Travis sintiera que aquella conversación sería importante.
─¿Qué edad tienes Travis? ─la pregunta lo cogió desprevenido.
─Veintiocho.
─Mi hermana es diez años más joven que tú, pero no es idiota, sabe lo que quiere y lo que no.
─¿Me traes para decirme eso? ─aquella conversación no tenía mucho sentido para él. Pero lo que Diana le contó a continuación sí era interesante, pues la chica le explicó dónde estaba Olimpia en ese momento y cómo podía llegar hasta ella.
Mientras Diana hablaba, una leve sonrisa asomaba a sus labios y un pequeño rayo de esperanza se colaba en su pecho. Esa noche podría volver a verla; y, por lo que la chica le estaba contando, podían estar a solas un buen rato.
Travis agradeció a Diana toda aquella información, y sin poder ocultar su entusiasmo se giró sobre sus talones en busca de su moto. Pero la mano cálida de Diana lo sujetó por el brazo antes de que pudiera llevar a cabo su deseo, deteniéndolo y haciendo que sus miradas volvieran a encontrarse.
─Antes de marcharte, quiero que me respondas a una pregunta... ¿te gusta mi hermana? ─la mirada seria de la chica se clavó en sus ojos azules. No supo responderle─. Estás perdido, Travis ─Diana deshizo su agarre y lo dejó marchar.
No entendía por qué le había dicho eso, pero estaba decidido a ver a Olimpia esa noche. No sabía realmente si le gustaba de la forma que Diana creía; le atraía, quería conocerla y desde que la había visto tan triste aquel día sentía la necesidad de consolarla, pero de ahí a gustarle había un tramo muy grande que no creía que fuera a cruzar.
***
Un rato más tarde se encontraba en el callejón del que le había hablado Didi. Era lo suficientemente ancho como para meter la moto y lo suficientemente estrecho como para que no la vieran a simple vista. De forma que entró, saltó la valla y con cuidado se encaminó hacia la ventana de atrás.
Pudo oír la voz de Olimpia, tal vez estuviera hablando por teléfono ya que su hermana le había asegurado que estaría sola. Entró con cuidado de no hacer ruido, era un pequeño aseo, con una placa de ducha, un váter y un lavamanos. La puerta estaba entreabierta; había luz, así que, con cuidado la abrió un poco más para poder ver. Se sentía como un fisgón, aquello podría traerle serios problemas. Se acercó a la rendija y alcanzó a ver una sala con un sofá, unos caballetes y sentada en un taburete en el centro de la habitación estaba Olimpia; sólo llevaba un jersey de punto blanco, con el pelo recogido y las piernas al aire. En el muslo derecho podía verle un enorme tatuaje, aunque no podía distinguir el dibujo. Tras coger aire, se armó de valor y atravesó el umbral.
─¿Qué haces tan sola?
Aquellas cuatro palabras sacaron a Olimpia de sus pensamientos e hicieron que se le cayesen los pinceles. Conocía la voz del hombre que acababa de hacer su aparición con una sonrisa en los labios; aquellos labios que ya había probado y disfrutado. Sus ojos se pasearon por el chaleco de cuero de Travis, subiendo por su camiseta estrecha que marcaban todos y cada uno de los músculos de aquel hombre y deteniéndose en aquel lunar que tan atractivo lo hacía, justo encima de su labio superior. De un salto se puso en pie, interponiendo entre ellos el taburete y tratando de taparse con la camiseta todo lo posible. Travis comenzó a acercarse a ella lentamente, sin reparar que tras el biombo que había a su lado, se encontraba Oliver a medio vestir sentado en su cama. Olimpia tragó saliva y miró de reojo a su amigo. Tal vez Oliver podría vestirse y marcharse sin que Travis se diera cuenta, pensó Olimpia.
─¿Qué haces aquí? ─tartamudeó, pasando sus ojos verdes de Travis a Oliver, que ya había empezado a ponerse el pantalón.
─Tu hermana me dijo dónde podía encontrarte. El otro día me pareció verte algo triste ...
─¿Triste?... ─dijo casi en un gritito agudo, tenía al motero frente a ella, sólo los separaba el taburete, volvió a mirar a Oliver, que por señas le dijo que lo entretuviera─. Si...eh... bueno, no tenía un buen día ¿sabes?
Seguía encogida de hombros y tratando de bajar más el jersey, no le gustaba enseñar su tatuaje, y Travis lo miraba descaradamente. Volvió a mirar disimuladamente por encima del hombro del motero, Oliver había conseguido ponerse el pantalón, y llevaba en la mano sus botas y su camisa con la que se tropezó al salir camino de la puerta del baño, haciendo que se le cayeran los zapatos. Con el ruido, Travis se giró y vio al chico. Con el rostro congestionado buscó los ojos de Olimpia de nuevo.
─¿No decías que no es tu novio?
Olimpia no sabía qué hacer. Travis la miraba con desprecio y sorpresa, no tenía que darle explicaciones a nadie, era su vida y aquel hombre no era su novio. No comprendía la raíz de su enfado, pero sentía que debía explicarse.
─No es mi novio... Tranquilízate ¿vale? Vamos a hablar ─le dijo con las manos en alto, intentado que su voz sonase relajada y conciliadora. Travis tenía el rostro desencajado y no dejaba de pasear su mirada enfurecida de Oliver a ella.
─Oli, lo mejor es que yo me marche, de todas formas, es tarde ya.
Y sin más, Oliver se perdió en la oscuridad de la noche a medio vestir, dejándola sola con Travis. Olimpia no pudo evitar un suspiro exasperado por el comportamiento cobarde de su amigo. Tras esperar unos segundos, volvió a mirar al motero que se mesaba nervioso el pelo, mientras se sentaba en el sofá.
Olimpia estaba completamente bloqueada ante lo que estaba sucediendo. Aquella situación era ridícula, seguía sin entender qué hacía Travis en su casa y sobre todo, el porqué de aquella reacción desproporcionada.
─Vamos, ¿no íbamos a hablar?
El motero la miraba con las cejas levantadas y un cigarro encendido en las manos. Olimpia asintió y se acercó lentamente a la cama; cogió sus vaqueros, y tras vestirse se sentó a su lado. Sentía el calor en las mejillas, sabía que estaba roja. Observó a Travis dar otra calada al cigarro con la mirada perdida, tenía las piernas cruzadas y un brazo puesto sobre el respaldar del sofá. Olimpia sentía cómo la ira se hacía con su control, y con un movimiento rápido le arrebató a Travis el cigarro, se levantó y lo tiró al váter.
─Mi padre entra aquí y no quiero tener problemas ¿entendido? ─Travis asintió serio y se cruzó de brazos esperando una explicación. Olimpia tragó saliva y cogió aire, aunque sentía la necesidad de explicarse, no pensaba hacerlo. Aquella era su vida, y él no era nadie en ella─. ¿Qué haces aquí, Travis?
─Ibas a explicarme qué hacías con ese niñato.
─Hacía mi vida, ahora responde, ¿a qué has venido?
─¿Qué significa qué hacías tu vida? ─los ojos de Travis se abrieron aún más, estaba claro que aquella no era la respuesta que deseaba.
─Dios, ¿es que no está claro? Me acostaba con él ¿vale? ─respondió poniendo los ojos en blanco ─. Creía que resultaba evidente.
─¿A qué juegas, Oli? Primero me dices que no es tu novio, luego me besas y ahora me dices sin tapujos que te acuestas con él, ¿de qué vas?
Travis se puso en pie y se restregó el cuello con la mano derecha evidenciando lo nervioso que estaba. Olimpia se levantó tras él.
─No juego a nada Travis, ¿a qué juegas tú? ─le agarró el brazo para que se girase y poder encararlo─. Porque, que yo sepa, es a ti a quién le está dando un ataque de celos.
─Yo no estoy celoso de ese crío ─respondió señalando la puerta por la que había salido Oliver.
─¿Entonces? ─preguntó Oli, cruzando los brazos. Dejó pasar unos segundos, Travis desvió la mirada y comenzó a andar nervioso por la habitación. Se pasó por frente de los caballetes y miró por encima los lienzos, paseó la mirada también por la cama deshecha, bajo la atenta mirada de Olimpia.
─Tengo que irme de aquí ─masculló casi en un susurro. Y sin más se marchó por la misma ventana por dónde había salido Oliver, dejando sola a la chica.
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