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Los ojos verdes y cansados de Olimpia repasaban de nuevo aquel lienzo en blanco. Era ya la octava noche que se desvelaba, salía de su dormitorio en silencio y se sentaba delante de aquel caballete. Las ganas y el deseo de pintar, de sentir fluir su alma en cada pincelada, se habían evaporado.
Suspiró y se levantó molesta del taburete para desperezarse lentamente cuan larga era. Sabía muy bien porqué las musas la habían abandonado hacía ya más de una semana. Supo que se hundió en ese bloqueo en el momento que recibió la carta en la que le concedían la beca para estudiar en la Universidad de Arte de Londres. Todo cambió en el momento que la leyó, alegría y miedo, oportunidades que piden a cambio sacrificios. Todo había cambiado en ese momento.
Cuando habló con su padre, éste le había sonreído con tristeza y le había dicho que la aceptase, si eso era lo que ella quería. La echaría de menos, pero, aunque quisiera, él no podría darle nunca esa oportunidad, que no la podía desaprovechar.
La verdad es que Oli no esperaba que aceptara su decisión de irse fuera del país, pero así lo hizo. Aunque sabía que más que aceptarlo, su padre se había resignado. Sabía cuánto amaba pintar y que en aquel pequeño pueblo de Estados Unidos ella necesitaba aire, nunca sería feliz si se quedaba en Waycross, y su padre lo sabía.
Pero no era la beca en sí, ni su marcha lo que la preocupaba y la había llevado al bloqueo. Era Diana, su hermana. Desde que muriera su madre, Didi y ella se habían unido mucho. Salían juntas como dos amigas, se lo contaban todo. ¿Todo? ¿Estaba segura de que se contaban todo? Por parte de Diana sí que era seguro, pero Oli le había ocultado a Didi su decisión de marcharse fuera. Cierto era que, al principio de solicitar las becas para estudiar arte, no estaba muy convencida que le fueran a conceder ninguna, pero, finalmente sí que la aceptaron. Y desde ese momento, el momento que su profesora de arte y la que la había ayudado a buscar universidades y presentar sus trabajos a éstas, había aparecido con la carta en una mano y una sonrisa enorme en los labios, Oli no se quitaba de la cabeza a su hermana.
Unos golpes secos en la puerta de la pequeña casita del jardín dónde la chica pintaba la despertaron de sus pensamientos. Diana entró por la puerta y con una sonrisa dulce le tendió a Olimpia una taza de café caliente recién hecho.
─¡Oli! Por fin te encuentro, hoy vamos en el coche. Arréglate que llegaremos tarde.
Didi, era un año mayor que su hermana; aunque debido a la depresión que cogió al morir su madre había repetido, por lo que ambas hermanas asistían al mismo curso desde que eran pequeñas.
Eran muy diferentes: Didi era alta, delgada, rubia y con un carácter dulce y tierno que gustaba a todos los chicos; Oli, era bajita, morena y con algo más de curvas que su hermana. No estaba gorda, pero no le importaba si perdía algo de peso.
Fue a mitad de camino, ya en el coche, cuando Olimpia comenzó la conversación:
─Oye Didi... hoy es viernes y sales con tus amigas, ¿podría ir con vosotras? ─tartamudeó Oli mientras desviaba la mirada por la ventanilla y se agachaba un poco en el sillón del coche, temerosa de que su hermana se riera de ella. Se había pasado todo el curso rehuyendo de las invitaciones de su hermana para ir a en aquel antro alejado con sus amigas, y ahí estaba ella, preguntando si podía ir.
─¿¡Cómo!? ... ¿mi hermanita pequeña que odia las fiestas ahora quiere salir y ligar con chicos?... estoy flipando, en serio ─reía mientras daba pequeños botecitos en su asiento.
─Vale, déjalo, no te rías más ─respondió Olimpia molesta─. ¡Y deja de hacer el ganso, que nos vamos a matar!
─Tranquila no nos vamos a matar, sé conducir, pero es que me ha pillado por sorpresa. ─En ese momento, Didi descuidó el volante para mirar a su hermana─. ¡Oh! vamos Oli, no te enfades... ¡Es que no me lo esperaba!
Fue entonces cuando el coche colisionaba con una ranchera azul mohosa que había parado al ponerse en rojo el semáforo. Las chicas se golpearon contra el volante y el salpicadero.
El conductor se bajó de la camioneta cabreado y gritando improperios. Era alto, moreno, con el pelo corto y los ojos azules. Al otro lado de la camioneta salió otro chico algo más joven, rubio y con la misma altura. Ambos se iban acercando a ambas ventanillas.
─Genial Didi, ahora sí que la has hecho buena, ese tipo que viene por ahí y está muy cabreado, joder.
─Tía, pero... ¡¿A ti que te pasa?! ¡¿Es que no miras cuando conduces o qué?!
El chico se acercó a la ventanilla de Didi, muy enfadado, llevaba un chaleco de cuero negro y unos pantalones vaqueros llenos de grasa de motor.
─Vamos sal del coche y dame los papeles del seguro... ¡joder!, has estropeado la camioneta ─gritaba mientras se acercaba a la parte de atrás para ver los daños.
Oli salió del coche mientras su hermana buscaba los papeles en la guantera.
─Acababa de pintarla ─se quejaba el tipo con pinta de motero.
─Pero, ¿qué dices? Si está oxidada y abollada, esta camioneta está para el arrastre ─comenzó a replicar Olimpia, con las manos en jarra y mirándolo de arriba a abajo. Era guapo, eso no podía negarlo, tenía un lunar en el lado izquierdo de la cara, encima de la boca, y sus manos era fuertes, la camisa de manga corta remangada hasta los hombros mostraba que era asiduo de algún gimnasio.
─Vamos Travis, relájate, estas chicas solo se han despistado un poco ─le dijo el rubio mientras le pasaba un brazo por encima.
─Ni despistado ni ostias, ¡quiero el seguro! ─seguía gritando Travis mientras miraba de arriba a abajo a Olimpia y a Didi. Ésta se acercó en ese momento, con la documentación del coche.
─Está bien, aquí tengo la documentación, venga vamos a rellenarla.
Diana desvió la mirada hacia su hermana en busca de apoyo, Olimpia se percató rápidamente de aquello, y asintió en respuesta. Fue entonces cuando la chica le sonrió traviesa, ambas se conocían bien y Oli se percató de que una idea estaba tomando forma en la mente de Diana, sólo esperaba que funcionase. Observó los movimientos de su hermana, que ahora tenía la vista puesta en el chico rubio, le sonrió pícara y se contoneó hacia el capó. El muchacho rápidamente soltó a su amigo y se acercó a la chica.
─Bueno, tal vez no sea necesario nada de esto. Somos personas civilizadas, podremos arreglarlo hablando tranquilamente ¿no os parece chicas? ─Olimpia desvió la mirada hacia su reloj en cuanto el chico le regaló una sonrisa. La chica bufó molesta y el muchacho volvió a centrar su atención en Diana─. A ver, empecemos por presentarnos, soy Max, y este de aquí es Travis, tiene mal carácter, pero no es mal tío, ¿y vosotras sois?
─Yo soy Oli y esa es mi hermana Didi, venga ya nos hemos presentado, ahora arreglad los papeles antes de que a este tío le dé un soponcio ─interrumpió Oli mirando el rostro congestionado de Travis. A aquel muchacho le daría algo si aquello se alargaba más de la cuenta y a ella tampoco le apetecía mucho seguir parada en medio de la calle.
─Disculpa a mi hermana, soy Didi ─ronroneó mientras se toqueteaba un poco el pelo─. Ahora tenemos prisa, pero podríamos tomar algo luego y rellenar los papeles si os parece bien. ¿Qué tal esta noche en el bar de las afueras a eso de las diez?
Los ojos de Oli se abrieron ante la sorpresa. Su hermana estaba coqueteando con un tipo que no conocía de nada para no rellenar el parte del seguro.
─De acuerdo, allí estaremos.
Olimpia, puso los ojos en blanco y se metió en el coche. Mientras Max arrastraba a Travis a la camioneta.
Las hermanas se miraron durante un segundo y empezaron a reírse.
─En serio Didi, les has hecho creer que saldrías con él para librarte del tema del seguro, ¡esto es increíble! ─exclamó Oli entre risas.
─¿Cómo que les he hecho creer? ¿No decías que querías salir hoy? Pues eso es lo que vamos a hacer, vamos a salir a bailar con un par de chicos guapos que acabamos de conocer, y de paso, quitarnos del medio todo el problema del coche.
─¡¿Qué?!... ¿no hablarás en serio? no pienso salir por ahí dos tíos que no conozco de nada y menos sabiendo que uno de ellos es capaz de matarnos.
─¿Pero qué tonterías estás diciendo? ─preguntó Didi.
─Didi, ¿pero tú lo has visto? estaba como loco y eso que la camioneta estaba hecha polvo.
─No digas estupideces, vamos, después de clase tenemos que decidir con cuál nos quedamos cada una.
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