PIERROT
Arrastrando los pies con aplomo, notando que en cada pisada va impresa un día más caminando sin camino. Viviendo sin vivir.
Se ajusta la máscara, tanto la suya propia como la artificial del Pierrot sonriente.
«Solo soy un bufón» Se recuerda así mismo. «Debo sonreír».
Pasa de largo ignorando las miradas de sus compañeros y atraviesa la carpa. Pisa el suelo de arena y mira al público. Comienza el shou.
Los torpes hacen reír y la risa es alegría. La alegría es felicidad y la felicidad buena vida. Sí él no puede alcanzar esa sonrisa al menos sabe que puede conseguir la de los demás. Que por él nadie debe llorar.
Coge un balón, uno con estrellas pintadas, y se sube encima para hacer equilibrio. Un, dos, tres... Primera caída. Un golpe duro, fuerte y doloroso.
Se pone en pie en el acto y da vueltas sobre si mismo usando un solo pie de apoyo. Hacer el tonto también hace gracia, las carcajadas empiezan a sonar y reberveran en sus oídos agradeciendo su actuación.
Pero algo va mal. Alguien no ríe. Puede escuchar las gotas de sal que caen sobre los peldaños de las gradas. Una niña lo contempla con ojos recíprocos bañados en amargura.
Sigue con su actuación, cayendo cuantiosas veces, pero la pequeña no gira las comisuras de sus labios.
El espectáculo termina, todo se vacía y en las gradas solo queda esa pequeña esperando. ¿A qué espera? ¿Y sus padres?
Baja las gradas con prisa y se acerca al Pierrot. Lo mira con decisión y le grita sin consideración:
— ¡Mentiroso!
-- ¿Cómo?
El joven la mira desconcertado. Su voz rasposa le recuerda el tiempo que lleva sin pronunciar palabra. ¿Cuanto tiempo habrá llevado sin hablar con alguien? Su trabajo solo consiste en hacer reír no en hablar.
-- ¡Eres un mentiroso!
-- Yo no he dicho ninguna mentira.
Se pone de cuclillas para quedar a su altura. Los ojos marrones lo miran con desparpajo y de pronto se empañan. De nuevo ese mar salado recorre las montañas de su pequeña cara.
-- ¡Eres un mentiroso!
Extiende una mano y la pasa por la mejilla de la pequeña escurriendo sus lágrimas. Acto seguido se pone en pie y alza su sombrero para mostrarle unas flores salidas de la nada. Uno de los pocos trucos de magia que cualquiera sabe hacer.
-- ¡Para!
Se sube a la pelota que usó antes y vuelve a jugar al equilibrio, no tarda en caer al suelo con estrépito. Pero eso solo provoca más lágrimas en la pequeña que chilla enrabietada.
-- ¡Para! ¡Deja de hacerte daño!
-- No me hago daño. No me duele nada.
-- ¡Mentira!
-- No me duele nada por ti, mi deber es hacerte reír y por ello nada duele.
Pero con cada palabra una lágrima bajo la máscara. Su voz se quiebra, pero trata de ocultarla con la tos. La niña llora más fuerte y lo mira con mayor determinación.
-- Dejame ver tu cara.
-- ¿Cómo?
-- Dejame quitarte esa máscara.
Mientras habla ya a extendido las manos y en un movimiento rápido le arrebata el objeto. En cuanto lo hace el chico trata de sonreír, pero los ojos rojos y las lágrimas secas lo delatan.
-- No estás bien. Deja de ocultarte y llora. No debes sentir vergüenza ni ocultar tus sentimientos, eso solo dolerá más.
-- Pero... es... estoy bien... -- Mas las lágrimas ya vuelven a desbordar solas y traicioneras.
La niña muestra una pequeña sonrisa y lo mira sincera.
-- No pasa nada, si no puedes sonreír lloraré contigo hoy.
Lo estrecha en un fuerte abrazo que el sorprendido muchacho corresponde hundiendo la cara en su hombro. Y llora y grita y solloza y deja caer todo su sufrimiento sobre ese pequeño ángel que a ido a su rescate.
Y mientras muchacho y ángel comparten amistad y tristeza, a lo lejos los contempla el causante de tanto sufrimiento. Un joven pecoso sonríe viendo como su hermano llora. Porque se a liberado, porque ya no lo volverá a hacer. Porque para superar un dolor primero hay que sufrirlo y descargar el llanto para luego seguir en paz y calma avanzado con pies ligeros y no de plomo. Porque en ese momento sabe que su hermano ya no necesitará más de su supervisión y ahora él también puede descansar en paz.
Será un Pierrot, pero ya no es el triste y pobre Pierrot, sino el alegre y feliz muchacho de máscara sonriente como su misma cara.
Monkey D Luffy vuelve a sonreír y esta vez es sincero. Y al separarse puede ver con claridad la luz que ilumina el cuerpo de la niña que se desvanece lentamente entre sus manos. Y al fondo otro ángel que lo despide con una enorme sonrisa en los labios y sus últimas palabras antes de desaparecer con la pequeña.
-- Adiós Luffy, hasta pronto.
FIN
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