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1.- Beso

Miro por las ventanas de la oficina como la lluvia cae incesante. Odio los días así. Por suerte ya el día terminó y estoy caminando rumbo al ascensor para marcharme. Cuando me detengo en las puertas del ascensor, mi móvil suena. Al sacarlo veo que es mi jefe. A esta hora una llamada suya no augura nada bueno.

—Dígame.

—Puede venir a mi oficina necesito que revise unos informes conmigo—su voz es fría y cortante.

¡Genial! Justo lo que necesito para completar mi día. Quedarme hasta más tarde. Pero lo entiendo. Es fin de mes y están en cierre.

Paso por mi escritorio y a pesar de que no me lo ha pedido, tomo varios archivos y carpetas que sé que necesitará.

Mientras camino hacia su oficina puedo ver como el resto de mis compañeros se marchan y allí voy yo, en sentido opuesto.

Toco a su puerta y él me manda a entrar. En cuanto lo hago me indica que lo acompañe en el enorme sofá que tiene una mesita al frente. Allí, ha desplegado muchos papeles. Se ha sacado la americana y remangado la camisa dejando a la vista por primera vez el cuerpo de infarto que se esconde todos los días debajo del elegante traje. Dejo las carpetas sobre la mesita y me quedo mirando los papeles sobre esta.

—¿Hay un faltante? —pregunto al analizar los documentos sobre la mesa.

—Eso es lo que quiero que me ayudes a entender—me señala unos documentos—. De acuerdo a estas facturas de ventas y los libros de producción, todo está perfecto. Las cantidades coinciden con todo, pero en el inventario actualizado hay una sobre producción por encima de lo declarado.

Me dejo caer en el sofá y comienzo a revisar los expedientes de producción que corresponden a la sobreproducción.

Dos horas más tarde el tiempo afuera ha empeorado y los relámpagos alumbran el cielo. Todo está oscuro y es una noche tempestuosa.

—Creo que he encontrado el problema—murmuro mientras reviso por tercera vez las facturas y los registros de producción.

—Muéstrame—me pide dejándose caer a mi lado.

—Aquí—le señalo una cifra en una de las facturas y otra en producción.

—Son los mismos números—comenta pensativo mientras acerca su mirada al papel.

—Sí, pero en el de producción hay declarado una merma, pero no encontré la destrucción de dicha merma en todo el proceso.

—Interesante.

—Así mismo sucede en varios lotes más—comento señalándole otras carpetas sobre la mesa.

—Sabía que me podías ayudar en esto—murmura brindándome una sonrisa.

Y durante ese breve instante me pierdo en su mirada. Es la primera vez que lo miro a los ojos con tanta atención. Son hermosos. De color avellana verdosos. Y mientras nos miramos fijamente él acerca su boca a la mía y yo me retiro hacia atrás.

—¿Qué haces? —le pregunto apartándome.

—¿Acaso no deseabas que te besara? —me pregunta alzando una ceja.

—Estoy casada y usted también. ¿Hemos terminado? —pregunto poniéndome de pie.

—Sí, puedes marcharse.

Y con esas palabras abandono su oficina.

Mientras bajo en el ascensor pienso en su mirada hipnotizante y en su boca, a pesar de que no debo pensar en ello.

Al llegar afuera me percato de que aún llueve a cántaros, no he traído paraguas y he venido en el metro. Me quedo parada en las puertas mientras miro hacia el cielo esperando a que la tormenta mengue.

Un auto se detiene junto a la acera y suena el claxon. Sé a quién pertenece, pero no pienso montarme en su auto. Vuelve a tocar el claxon, pero yo no me muevo. El sonido de un mensaje entrante en mi m ovil me alerta. Sé que es de él sin siquiera mirar el celular.

—"Súbete que te llevo hasta tu casa" —leo el mensaje y miro hacia su auto.

—"Gracias, estoy esperando a mi esposo, viene por mi" —no sé porque le he mentido.

—"Él esta con tus hijas" —como sabe que tengo hijos.

—"Están con la niñera" —respondo con la esperanza que se dé por vencido.

—"Vamos, sube, la tormenta es para toda la noche"

Me quedo mirando hacia su auto y después al cielo tempestuoso. Esto es una muy mala idea. Guardo el móvil en el bolso y echo a correr hacia su auto. En cuanto estoy llegando la puerta se abre y me meto dentro sin perder un segundo.

Estoy totalmente mojada y chorreando agua sobre el cuero del asiento de su Porsche.

—Gracias por llevarme—comento mientras busco una toallita en mi bolso para secarme un poco.

Él se inclina hacia mi lado y enciende mi calefacción.

—¿Dónde vives?

Le doy mi dirección y sin decir nada más el conduce rumbo a mi apartamento. Su mirada está todo el tiempo en la carretera y agradezco que no me mire en este momento. El agua ha hecho que mi ropa se pegue a mi cuerpo.

Treinta minutos más tarde, detiene el auto frente a mi edificio. Aún está lloviendo torrencialmente, pero no puedo quedarme junto a él durante mucho más tiempo. Abro la puerta y sin siquiera agradecerle el haberme traído, corro hacia la puerta de acceso a mi edificio. Abro la primera puerta y entro saliendo del aguacero. Solo entonces me percato que no tengo mi bolso conmigo.

—¡Mierda! —exclamo frustrada.

—¡Ashley! —siento su grito unos segundos antes de que se abra la puerta.

Se gira hacia mí y lo miro sorprendida.

Está completamente mojado y la camisa de lino se ha vuelto transparente adherida a su cuerpo. Respiro de forma agitada y no sé si es por haber corrido o por mirar al cuerpo de infarto de mi jefe. Me lanza una sonrisa arrebatadora y se acerca a mí. No sé porque lo hago, pero retrocedo hasta la pared. Se detiene frente a mí y me muestra mi bolso.

—Gracias—susurro mientras lo tomo de sus manos con el corazón desbocado.

—Nos vemos mañana—da media vuelta y se marcha.

Aferro el bolso con fuerza a mi pecho mientras lo observo desaparecer.

Entro al apartamento y todo es un caos en su interior. Los juguetes tirados, los platos sucios en la cocina. Dejo escapar un suspiro y cuento mentalmente. Me acerco a la habitación de las niñas y ambas están dormidas, pero no hay señales de su padre. Me acerco y les doy un beso en la frente a cada una antes de dirigirme hacia mi habitación necesito sacarme la ropa mojada. Escucho el agua de la ducha cayendo y sonrío. Me saco la ropa y me meto al baño junto a mi esposo.

—Ya llegaste—murmura mientras se gira hacia mí.

—Sí, acabo de llegar, ¿podemos hablar de algo?—

—Podemos hacerlo más tarde—le sonrío y enredo mis manos en su cuello en busca de una caricia, pero él se aparta de mí—. Te espero en la cama—y con esas palabras se marcha hacia la habitación.

Sé que debe estar cansado entre el trabajo y las niñas, pero ya esto es demasiado. Una semana sin sexo es demasiado para mí. Antes aprovechábamos cada instante de privacidad que teníamos, pero ahora esos instantes o el está muy cansado o lo estoy yo. Cuando salgo del baño el está dormido ya, típico. Son casi las 11 pm y aún me queda mucho por hacer.

Para cuando termino de recoger la casa y fregar los trastos caigo en la cama profundamente dormida.

Cuando despierto ya él se ha marchado para el trabajo. No hemos podido hablar y quería contarle lo ocurrido. En la tarde será. Preparo las niñas y las dejo en la escuela antes de irme para el trabajo. Hoy al menos he venido en el auto y he traído sombrilla pues está lloviznando.

Al igual que ayer y que todos los días me encuentro con mi jefe en el ascensor.

—Buenos días—saludo a todos los que esperan el ascensor.

—Buenos días—de todas las voces la suya es la enfoco mejor.

Las puertas del ascensor se abren y entro acomodándome en el fondo. Al igual que ayer, se acomoda a mi lado. En cuanto las puertas se cierran lo siento. Siento una caricia sobre mis nalgas. Giro mi mirada hacia él que me sonríe con diversión.

«Pero será atrevido y descarado»

Intento moverme hacia un lado para apartarme de su toque atrevido y tentador, pero al hacerlo le piso el pie a una señora a mi lado.

—Lo siento—me disculpo y regreso a mi posición anterior.

—No puedes escapar de mi—susurra en mi oído y cierro los ojos.

Su mano vuelve a acariciarme, esta vez entre mis nalgas y yo cierro los ojos para no abofetearlo. Me contengo y soporto su caricia. En cuanto las puertas se abren salgo casi corriendo del ascensor.

—Ashley, ven un momento conmigo—me pide y lo sigo hacia su oficina.

Él va a escuchar lo que tengo que decirle. Abre la puerta de su oficina para mí y entro pensando en todo lo que le voy a decir. Camino hacia el sofá y me siento, el hace lo mismo y entonces levanto mi mirada hacia él.

—Escúchame Taylor, si crees que puedes venir y tocarme cuando te dé la gana estás muy equivocado.

Pero ya lo tengo sobre mí. Como puedo coloco mis manos en su pecho evitando por todos los medios que me bese. Tengo una de sus manos en uno de mis muslos y con la otra aferra mis dos manos contra su pecho. su rostro está cerca del mío y sus labios casi besándome.

—Te he dicho que no.

—¿Por qué?

—No.

—¿Solo sabes decir que no?

—No.

Me sonríe con diversión.

—Muero por morder tus labios.

—Taylor, no.

—Sí.

—No—respondo con firmeza.

—Sí—responde con diversión.

Y entonces toma mi boca sin yo poderlo evitar. Me zafo como puedo de sus manos y aparto mi boca de la suya. Empujo su rostro lejos del mío y lo miro fijamente. Su mirada avellana me hipnotiza. Hoy sus ojos lucen más verdes que de costumbre y ese color siempre ha sido mi debilidad y mi perdición. Mi corazón late desbocado y sin percatarme mi cuerpo toma el control. El calor enfebrecido que ha dejado su boca sobre la mía no me deja pensar con claridad y sin pensarlo ahora soy yo la que lo está besando de regreso. Y con este nuevo beso, los gritos en mi mente que dicen que no debo se van apagando quedando olvidados en la distancia. Subo las manos hacia su cuello y acaricio su cabello que es suave y envía cosquillas por mi piel.

—Tu boca sabe deliciosa—susurra mientras gimo y el vuelve a atacar mis labios metiendo la lengua ahora en mi boca.

Su barba cosquillea contra mi piel. No puedo detenerlo. Pensé que tendría el autocontrol para hacerlo, pero no he podido. No sé qué me ha poseído a hacer algo que nunca en mi vida he hecho. Pero su sabor, su olor y el calor de su boca sobre la mía me ha hecho cometer esta locura. Toma una de mis manos y la lleva hacia su entrepierna donde la coloca sobre su excitación.

—Mira cómo me tienes, siénteme.

Gimo al sentir lo duro y grande que está con solo un beso que nos hemos dado. Aprieto sin dejar de besarlo, pero entonces aparto mi mano y mi boca de él. Lo miro con la respiración acelerada. Tengo mis labios hinchados por el trato poco delicado de su boca sobre la mía.

—¿No me deseas también? —pregunta sin separar su boca de mí.

¿Cómo le dices a tu mente que se ponga en sintonía con tu cuerpo si este te traiciona a cada segundo? Su cercanía me llama, y mi cuerpo clama por el suyo, pero al mismo tiempo mi mente que me dice que no debo. No puedo continuar con esto. Sé que no debo, pero hay algo en el que hace que sea imposible resistirme. Quizás es su mirada o su sonrisa, no lo sé.

¿Qué debo hacer?

¿Le hago caso a mi mente o a mí cuerpo?

Desplazo mi mirada de sus ojos a sus labios. Ninguno se mueve, simplemente estamos viendo quien da el siguiente paso. No deja de mirar mis labios y yo tampoco puedo apartar mi mirada de su boca tentadora. Acerca su boca a mi cuello y contengo un gemido cuando deja varios besos allí.

—Detente—le pido aferrando con mi mano la suya que sube hacia mi sexo.

—¿Sucede algo? —pregunta separando su boca de mi cuello y deteniéndola frente a mí.

—Nunca he hecho algo como esto—respondo en un susurro.

—¿Quieres que me detenga?

¿Cómo le explico el dilema que hay en mi mente?

—No—sus labios se deslizan sobre los míos una vez más.

—Entonces no me detendré—susurra mientras une su boca a la mía.

Me muerde el labio inferior y tira de él antes de introducir su lengua en mi boca una vez más. Gimo contra sus labios y me entrego al deseo hasta que separamos nuestras bocas en busca de aire.

—¡Tócame!—me pide. Y una vez más la duda regresa a mi mente y el las ve en mi mirada. La duda, la inseguridad. Se aparta un poco de mi—. ¿A qué le tienes miedo?

—A lo desconocido.

—¿Nunca antes habías hecho esto?

—No—respondo nerviosa.

Nunca se me ha pasado por la mente engañar a mi marido. Quizás los eventos recientes y la falta de sexo es lo que ha provocado que me comporte como lo estoy haciendo. Quizás el estrés del trabajo, la falta de caricias por su parte y la necesidad de unas vacaciones en familia es lo que ha provocado que me deje seducir por mi jefe.

—¿Cuánto tiempo llevas de casada?

—Quince años.

—Oh—se aparta un poco de mi acomodando el bulto en su pantalón—. Creo que mejor olvidamos lo ocurrido.

Y así sin más se aleja de mí. Me acomodo la ropa y salgo de su oficina con el corazón a mil y millones de interrogantes en mi mente.

Salgo de allí rumbo el baño y me miro al espejo. Mis labios están hinchados por sus besos apasionados y mis mejillas ligeramente enrojecidas. Hace mucho, mucho tiempo que no me siento así de excitada con solo un beso. Deslizo mis dedos por los labios. Su beso ha sido adictivo en verdad.


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