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Capítulo Cuatro

Mohana

Diecisiete años esperé este día, claro que en la mitad me había convencido a mí misma de que jamás pasaría, pero ahora empacando mis pocas pertenencias, todo parecía una increíble locura, no extrañaría en absoluto este lugar, llevo queriendo salir de él hace tiempo.
Tampoco tenía amigas porque todas me consideraban un bicho raro y después de todo eso era.
Con un pequeño vistazo a mi ahora ex pequeña habitación inhalé profundo, afuera de estas cuatro paredes algo nuevo comenzaría.

¿Pero por qué a mí?

¿Qué tenía yo de especial?

Una vez fuera, introduje la llave en la puerta de la habitación cuando un aroma dulzón y empalagador asfixió mis fosas nasales.

—Así que por fin el bicho raro se marcha, quien lo diría—. Se burló enrollando un rubio mechón de pelo en su dedo.—No te extrañaremos en absoluto.

Respiré hondo para controlar las ganas de volver a romperle la nariz, la verdad quería terminar bien el día y tampoco deseaba que mi nuevo papi se arrepintiera.

—Pues así es, y yo tampoco voy a extrañarte, ya que estaré muy ocupada comprando ropa nueva y de vacaciones en lugares que tú no verás ni en tus mejores sueños—. Con una sonrisa de satisfacción en mis labios le guiñé un ojo antes de pasar por su lado y desaparecer detrás de ella.

En la entrada principal del Orfanato estaba la Directora y las demás hermanas que cuidaban siempre de nosotras, entre ella se encontraba la rata, en su cara estaba dibujado el desprecio y también la derrota. Ella fue la que ayudó a mi ya deplorable autoestima convenciéndome de que jamás nadie me querría así como lo hicieron mis padres, pero ahora con un lujoso Mercedes AMG esperándome frente a mí, todo eso parecía tan lejano e insignificante, por fin el día con el que siempre soñé había llegado.

En dirección contraria a las monjas estaba don mirada oscura con una sonrisa torcida. Viéndolo mejor, no parece tan malo después de todo. Decidió adoptarme, a mí.

—Muy bien, en nombre de todas las hermanas quiero desearte lo mejor en tu nueva vida, con tu nueva familia. Ojalá seas muy feliz mi querida Mohana—. Creo que la directora sería una de las pocas que en verdad fue sincera conmigo siempre, pero no la extrañaría en absoluto.
Hace años que tenían un hueco en lugar de corazón, y me sentía bien con eso.

—De verdad se los agradezco, y las extrañaré mucho—. Mentira. Mirando fijamente a la rata, una mueca maliciosa y burlona se apoderó de mis labios provocando que Teresa pusiera sus ojos en blanco, disfrutaba tanto que hiciera eso.

—Por cierto linda, anoche creí escuchar un disparo, ¿ Lo oíste tu?—. Esa pregunta heló la sangre de mis venas.— Te lo pregunto a ti, porque fue en el horario en el cual fuiste liberada de tu castigo—.Prosiguió la directora.

—No, no oí nada—. De mi boca no iba a salir ni una palabra sobre lo que vi y oí, aún el miedo seguía acompañándome.— Se lo debe haber imaginado, hermana.

Ella solo asintió, y al fin pude soltar el aire estancado en mis pulmones.

Me giré y mi atención se puso sobre mi nuevo tutor, tomé mi bolso con una mano mientras que con la otra apretaba el pequeño dije que colgaba en mi cuello, inhale profundo por segunda vez.

—Estoy lista—.Dije preparándome para lo que venía.

A través de la ventanilla polarizada del automóvil los edificios de la ciudad se alzaban tan deslumbrantes, viví en este lugar toda mi vida y solo había salido un par de veces de visita a la catedral católica, pero siempre al cuidado de las monjas.

Estábamos entrando en un barrio privado, el invierno le sentaba bien;
Aceras sin una hoja seca, árboles con ramas secas adornados con luces de navidad y detrás de ellos grandes mansiones competían una con la otra por ser las mejores y más caras.

Paramos frente a una casa en particular, cubierta con rejas verde oscuro de unos tres metros de largo.
El portero parado detrás de ellas tocó un botón y las rejas se abrieron confirmando la llegada de su dueño.
La distancia entre la entrada principal y la casa era corta.
La mansión tiene un color azul cielo con dos balcones en el segundo piso, una puerta doble de madera con grandes ventanales de cristal a los lados, todo muy de ensueños.

Bajamos del vehículo y el primero en entrar en la mansión fue el señor mirada oscura, así sin más dejándome sola sin saber que hacer.
Aún seguía contemplando la increíble mansión cuando una voz me exaltó.

—Así que tú eres mi nueva hermanita—.Mi cuerpo dio un salto por la sorpresa.
Hermoso, rubio, alto y con unos ojos verde esmeralda preciosos. La mandíbula me caía por el piso, nunca nadie causó en mí esa impresión.

Ok, Mohana no actúes como una tonta, no ahora.

—¿Tú quién eres?—.Para disimular puse cara de desinteresada. Su mirada recorrió todo mi cuerpo.

—Mi nombre es Camilo, Belicov es mi padrastro—.Solo asentí. Su motocicleta estaba estacionada a unos centímetros detrás de la limusina, siempre quise una de esas.—¿ Te gusta?—.Preguntó señalando en dirección a su motocicleta.

—Si, siempre quise una.

—Bueno, un día de estos podemos montarla, juntos—.Trague grueso y asentí nuevamente, ok él estaba coqueteando conmigo. A simple vista Camilo parece todo un idiota rompe corazones, con sus jeans apretados, camisa blanca, campera de cuero y esa mirada que pone hasta a la más virgen.

—¿ Acaso te comieron la lengua los ratones?—.Si supiera que he vivido toda mi vida entre ellos, él no diría eso.

—No, es solo que no me interesa hablar contigo en absoluto—.Punto para mí. Está bien que tenga mis momentos de locura pero no iba a enrollarme con mi hermanastro, eso sí que no iba a pasar.

Camilo inclinó su cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.—Ok, lo pillo. Vamos, te mostraré tu nueva casa—. Tomó de mis manos el viejo bolso de deportes que contenía mis pertenencias y pasó por delante de mí, no me quedaba más que seguirlo.

Subimos las escaleras y traspasamos las grandes puertas principales que llevaban a un recibidor elegante, en medio se encontraba una escalera doble, que llevaba a los pisos superiores, detrás de ella el lugar estaba ocupado por largos y oscuros pasillos.
A mi izquierda había un marco doble sin puerta, ahí se encontraba la sala. Mientras que la habitación a mi derecha contenía el comedor más hermoso que mis ojos vieron jamás.

—Y... ¿Te gusta?—.Preguntó con las manos en los bolsillos de sus jeans.

—Es... hermoso—. Dije moviendo mis ojos por todo el lugar hasta pasarlos en él.

—Lo sé, mi madre es buena en esto—. Antes de permitirme preguntar sobre ella Camilo continuó.—Ven, te mostraré tu cuarto.

Subimos las escaleras dobles hacia el ala izquierda de la casa, una vez en el segundo piso cruzamos un ancho pasillo blanco como la nieve adornado con pinturas en acrílico muy pintorescas.
Pasamos tres puertas cerradas hasta pararnos en la cuarta.

—Esta es la tuya—.Me indicó Camilo moviendo la manecilla de la puerta, la cual inmediatamente hizo un clic y se abrió.

Dentro todo era caliente. Había una cama matrimonial en medio, dos mesas de noche color crema a ambos lados adornadas por lámparas grises con flores negras.
Las paredes también eran grises y estaban acompañadas de unos hermosos ventanales de cristal corredizo que daban a un deslumbrante balcón.

—Veo que esto también te ha gustado—. Afirmó Camilo con una sonrisa que dejaba al descubierto sus hermosos y blancos dientes.

Asentí, solo eso podía.

—Dejaré que te instales—.Habló poniendo mis pertenencias en el piso junto a mí.—Volveré más tarde.

—Gracias, enserio—.Estaba muy agradecida, él había sido tan amable conmigo a pesar de haberle mostrado mala cara. Pero no me iba a disculpar, eso no era lo mío.

Camilo se giró y dio unos pasos antes de pararse y volver para mirarme.

—Y por cierto, tienes los ojos más hermosos que vi.

Esas simples palabras me dejaron sin aire.

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