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Capítulo uno | primera parte

En medio una ciudad cuyos edificios eran maletas y montañas de ropa doblada, se ve la cabellera rubia de Dante. La luz del sol golpea en su pálida piel dándole el aspecto de un verdadero vampiro. Es la misma luz la que le consigue despertar de aquel sueño con sabor a despedida y a sal. Abre los ojos, esforzándose para la pesada cortina que les protege no se cierre de golpe, y recuerda que el sueño ya no es sueño. Recuerda que el sueño es verdad, de esas que te arañan un poco si vas descalzo.


Se levanta despacio, con movimientos torpes. Su cerebro reacciona de a poco. Se dirige al espejo verde de diseño económico que está en frente. Sus ojos se ven apagados y, por si fuera poco, tiene ojeras tremendamente notables gracias a su piel tan blanca. Tiene mucho que empacar aún y no puede permitirse perder el tiempo.

Cruza como le es posible entre las montañas de maletas, ropa y Dios sabe qué más empacó «por si acaso». Sus pies descalzos van desplazándose de puntillas por el suelo de madera, ya caliente por el sol. De la mesita al lado de la puerta, toma la ropa que dejó preparada ayer y entra al baño.

Siente en sus pies el agradable contraste entre el cálido piso de madera y las frías losas que decoran el suelo del baño. Allí, dos espejos más, uno encima del lavabo y otro tras la puerta, le recuerdan sus ojeras. Se restriega los ojos con cuidado de no tirar sus gafas, luego pone las mismas sobre la estantería llena de toallas y esas cosas que se pueden encontrar en un baño, pero que hace meses no usa. Cruza los brazos hasta agarrar los extremos de su camiseta blanca del Tour 1989. Alza los brazos hasta dejar su torso desnudo. Se quita las pulseras de goma que iban a juego con su camiseta y las coloca junto a sus anteojos en la primera repisa de la estantería. «Style», blanca con el título en colores, y «Taylor Swift», roja con el nombre en blanco. Pasa una mano por su pecho, acariciándose hasta llegar al broche de su pantalón. Lo desabrocha y hace una maniobra para atrapar con sus dedos también el elástico de su ropa interior. Se desnuda enteramente y se contempla frente al espejo. No lo hace porque esté orgulloso de sus delgadas piernas y las costillas que no debería notarse tanto, se está mirando a los ojos. Está descifrando como otros le ven, obviando el hecho de la ropa, y de qué revelan sus ojos. Son dos pequeños universos, paralelos, recreándose, son dos remolinos en el mar bajo el sol de junio, son dos cielos abiertos a la libertad. Esta vez sí. Dante será Dante, aunque duela lo que deja atrás. Cierra sus universos y se forma una agradable sonrisa en sus labios. Siente el beso del viento que se ha colado por la pequeña ventanita.

—Vamos, Dan. Falta poco —dice en voz alta—. Y deja de hablar solo en voz alta —se corrige a sí mismo.

Asoma la cabeza tras la cortina que provee privacidad innecesaria para alguien que vive solo. Tiene la manía de asegurarse que nadie haya entrado mientras él dormía y se escondiese allí. También estaba la excusa de que podría haber entrado algún animal desagradable, las ardillas eran muy feroces en Poisonwoods. A Dante no le hacía ilusión morir gracias a una ardilla loca, y mucho menos desnudo.

Entra en la ducha y gira los grifos graduando la temperatura del agua. Los chorritos de agua le golpean en el cuerpo. Da la espalda y permite que la presión del agua masajee sus hombros. Luego se moja el cabello, y los mechones le tapan la vista. Permanece allí unos minutos, reflexiona como si estuviese siendo bañado por la cascada de la sabiduría y el conocimiento. En uno pocos movimientos automáticos ya se había duchado y lavado el cabello. De hecho, ya se estaba subiendo el pantalón corto de jugar baloncesto —que nunca había sido visto en una cancha de baloncesto— cuando sonó el celular. «Look at what you've done, stand still, falling away from me... » ¡Vaya escándalo! ¿Quién podía ser a las seis de la mañana? Se puso la camiseta, esta vez simplemente roja, y se peinó como pudo. Algunos mechones no obedecían, así que el resultado dejaba mucho que desear. Se apresuró a tomar las pulseras y los anteojos y caminó aceleradamente hasta la pequeña salita de donde provenía la enérgica melodía de Outside. Miró la pantalla del celular a la vez que se apagó.

—Malditos impacientes.

Buscó en la lista de llamadas perdidas y vio que era Nathan. Era cierto, había olvidado llamarlo anoche. Se quedó dormido. Ya le llamaría luego de desayunar, su estómago rugía como león en combate.

Unos treinta minutos después, Dante estaba en el sofá, sentado como un indio, y se disponía a devolver la llamada.

—¿Dante?

—Krypto, el superperro... —Dulce sarcasmo que hacía sonreír al rubio.

—Imbécil

—Idiota

—Qué cariñoso, oye... —se quejó Nathan.

Un pequeño silencio se hizo presente en la comunicación. El sol invadía cada vez más la pequeña cabaña y las sombras de las ventanas se reflejaban en el suyo con mayor nitidez.

—Y bien, ¿qué querías, Nei? —preguntó tímidamente el de anteojos.

Nathan soltó un largo suspiro. Se escuchaba ese ruido que hace la tristeza al abrirse paso a través de las venas hasta llegar al corazón y al alma. Dante podía escucharlo.

—¿En serio te vas, Dante? ¿No puedes esperar un poco a que mis padres puedan hacer unos ajustes y conseguir el dinero para traerte al centro de la ciudad? Posionwoods necesita un chico tan bonito como tú por sus calles. —Su voz... era distinta. Dante no había escuchado ese tono antes. Era cálido, suave, tierno.

Cerró los ojos y ya ignoró lo que decía el chico al otro lado del teléfono. Solo se concentró en su sonido. Sentía sus brazos alrededor de su cintura, las caricias en las mejillas, un beso en la frente y ahí estaba ese chico del suéter azul cielo.

—¿Dante? —se preocupó el mayor.

—Nathan, lo siento. Ya está decidido. Estoy harto de este lugar, de salir a la calle y sentir las miradas de personas que juzgan tu alma sin adentrarse en ella. Estoy cansado de escuchar a sacerdotes ocultándose tras un libro para hacer daño. No quiero ser parte de esto, no quiero ser el epicentro de un temblor de dudas y sospechas. No puedo con esto, Nei.

—Adoro tu manera de hablar cuando estás serio, mon petit lion. Cuánto te voy a echar de menos, pero no puedo impedir que te vayas.

—Gracias. —Fue lo único que consiguió decir con el nudo en la garganta y su voz rasgándose.

—Pero aún soy tu novio y aún tengo poder sobre ti. Así que te obligo a pasar el resto del día conmigo. —La transición en su voz fue rápida, de la tristeza a un tono entre vacilón y seductor.

—Tengo maletas que ordenar, y cosas que resolver antes de tomar el vuelo.

—Por favor, Dante —suplicó—. Luego te ayudaré a hacer las maletas. Y te acompañaré al aeropuerto.

—Si sigues con ese tono tan atractivo terminarás convenciéndome de pecar, de nuevo. —Sonrió mientras se levantaba del sillón—. ¿Dónde nos vemos?

—En la biblioteca, dentro de media hora.

—Tenías todo preparado, eh zorrita de feria. —Dante parecía relajado.

—Me vuelves a llamar así y te despides del avión, la libertad y de tu vida en general.

—Qué poético... —Soltó una tímida risita.

—Como siempre, así soy. Venga, voy a prepararme. Nos vemos ya.

—Seguirás igual de feo, querido. No te esfuerces. Bye.

—Todos quieren a un novio como tú. —Se río—. Adiós.

Dante colgó la llamada.

Así que de esa manera se sentía. Tan surrealista como triste. Era la última vez que vería a ese pajarito en la ventana, la última vez que se arreglaría para una cita en este lugar. Allí todo sería distinto. Trabajo y trabajo hasta llegar cansado a casa y pasar la página para el nuevo día. Al menos, los fines de semana serían para él. Se iría a un lugar donde cada quien viviese su vida. Estaba cansado de pequeños pueblos donde el vecino sabía de principio a fin la vida del otro. Fue a buscar una ropa un poco más decente que la camiseta roja y el pantalón de baloncesto que no era de baloncesto. Consiguió una camisa negra con diseños y unos vaqueros ajustados rojos. Finalizó su atuendo con unas botas negras e intentó peinarse de nuevo. Esta vez usó un poco de gel y logró un resultado más decente.

Al mirarse al espejo, se veía distinto. Más alegre, con más vida. Incluso parecía que las ojeras pudiesen desaparecer, pero uso un poco de maquillaje —sí, él era así de maniático— y las disimuló muy bien. Se remangó la camisa porque hacía algo de calor en aquella mañana y fue a por su celular. Se dispuso a salir, despidiéndose de las maletas y de su cabaña. Vio el otro sillón más pequeño que nunca usaba, aquel donde Nathan le marcó como suyo por primera vez... y por segunda, y tercera. Sonrió y cerró la puerta. Se encaminó a la biblioteca que era el único lugar interesante en su pueblo, o aldea primitiva, según se midiese el nivel de tontería en sus habitantes. El callejón donde estaba su cabaña parecía interminable. Era estrecho, solo había unos dos pasos entre las puertas de las casas y la pared improvisada con tablas de madera mal colocadas.


Una vez estuvo en la biblioteca, se sentó en el banco donde siempre a esperar a Nathan. Sintió la mirada de alguien recorrerle la piel. Le revisaba de la cabeza a los pies y volvía a subir. Era la señora de siempre. Temida por los adultos y adorada por los niños en la fiesta de Halloween. Marta fue acusada de brujería muchísimas veces, y encima Dante era juzgado más que ella.

Le miró directamente a los ojos. Conectó esos rayos llenos de experiencia y dolor que salían de los ojos cafés de la señora con los suyos que eran torpes e inexpertos. Ella entendió el mensaje y agachó la cabeza continuando su camino.

Dante regresó su mirada a la carretera y le llamó la atención un sombrero gris. Y más adelante, unos orbes verdes que hipnotizaban al mínimo contacto visual. Nathan estaba radiante e impecable. Se acercaba con su rítmico caminar seguro, abriéndose paso entre las personas inmersas en sus pensamientos desorganizados. Traía una camiseta blanca adornada con una palestina azul y pantalones ajustados grises que hacían juego con su sombrero. Terminaba con unas Vans también grises.

—Hola, guapo. ¿Qué tal? ¿Llevas mucho esperándome? —pronunciaba Nathan mientras le tomaba las manos y las besaba.

—Hola, Nei. Acabo de llegar. —Dante sonrió y sus ojos realmente brillaron. Nathan pudo notarlo y lo abrazó fuerte.

—Bueno, supongo que tenemos que hablar. ¿No?

—Tengo miedo. —El rubio se aferró a Nathan con fuerza y éste le beso la frente.

—Eh, que no te pueda el miedo. Es lo que querías y estás a punto de conseguirlo. —El de ojos verdes se apartó un poco para mirarle a la cara y dedicarle una reconfortante sonrisa.

—No es exactamente cómo quería que ocurriese.

—Hay cosas que no son exactas, pequeño. Hay que adaptarse a ello.

Dante solo cerró los ojos y asintió.

—¿Qué te parece si aprovechamos este día al máximo? —propuso Nathan.

—¿Qué tienes pensado hacer?

—Empecemos por comer algo. Me muero de hambre.

—Siempre tienes hambre. Ni comiéndote el mundo entero te conformas. —Se rio Dante.

Nathan se acercó y posó sus labios sobre el cuello del rubio en un tierno beso. Luego le susurró al oído:

—Tal vez con comerte a besos me quede satisfecho. —Le dio otro corto beso en la mejilla.

—Por Dios, qué azucarado. Alguien traiga la insulina.

—¿Tú quejándote de azúcar? Con lo dulce que eres...

—Ja-ja —se rio sarcásticamente su compañero.

Caminaron durante unos cinco o diez minutos hasta una cafetería que también tenía una barra y dos borrachos debatiendo política, sexo y religión. Nathan pidió tostadas y huevos revueltos. Dante solo quiso un vaso de jugo, ya había desayunado. En cuanto trajeron las órdenes, Nathan se lanzó sobre el plato como una fiera hambrienta.

—Vaya que tienes hambre, eh —se rio Dante.

—Déjame en paz, chico con clase.

No hablaron de nada en especial, algunos comentarios de la comida, el clima y poco más. Salieron de allí en dirección al parque donde se habían visto por primera vez. Aquella vez era el primer día de trabajo de Nathan y estaba hecho un lío con los pedidos de los niños. Después de todo, una tiendita de dulces en medio de un parque no era la mejor idea para empezar. Dante había traído a su primito pequeño, Donovan, al parque para que se divirtiese mientras él estudiaba y hacía los deberes del último curso.

—¡DanDan, han abierto una nueva tienda de golosinas!

—Oh por Dios, qué novedad. Algo nunca antes visto —contestó Dante sin despegar la vista de su computadora portátil.

—Dan... —¡Donovan ha usado Ataque Ternura! ¡Es muy efectivo! Dante pierde el combate.

Dante miró los pequeños ojos azules de su primo, y sus mechones de cabello marrón despeinarse con el viento. La inocencia de sus ojos suplicándole cariño en forma de golosina se apoderó de él.

—Muy bien, iremos. —Dante se levantó y guardó el portátil en su mochila.

Al llegar a la aclamada tienda de dulces, Dante solo vio un mar de niños alrededor de una camioneta de colores llamativos. Dentro estaba el empleado encargado dando vueltas de un lado al otro intentando complacerlos a todos.

—Una fila, tienen que hacer una fila, chicos —decía aquel vendedor que tendría pocos años más que Dante. Los niños parecían simplemente ignorarle.

Dante se acercó al mostrador donde antes había ventanas y el signo de Volkswagen. Un cartel revelaba que la tiendita había abierto ese mismo día. El chico estaba de espaldas buscando más dulces para complacer a los feroces tiburones con ropa y en cuanto se dio la vuelta Dante pudo verlo mejor.

Su piel era un poco bronceada, tenía cuerpo de esos que revelaban ir al gimnasio de vez en cuando, su cabello era negro y tenía un peinado un poco extraño. Lo más bonito eran sus ojos, tenían un profundo verde del que hipnotiza y no suelta. Su quijada marcada, barbilla perfecta, labios atractivos... Joder, era más guapo de cerca.

Logró salir del embrujo de sus ojos y le sonrió. Creía que había notado el incómodo escaneado que había hecho Dante, pero no. Estaba aún liado con los pedidos de los niños.

—¿Primer día de trabajo? —preguntó Dante.

—Sí, y, en estos momentos, me parece que el último. —Oh, que voz tan bonita tenía.

—Qué va, hombre. Seguro que puedes con ello.

—Los niños son difíciles, me consumirán. —Abrió los ojos mucho y luego sonrió amablemente.

—Solo te falta un poco de autoridad, observa.

Dante aspiró una bocanada de aire bastante seria y luego se impuso con una voz muy grave sobre los niños.

—A ver, mocosos. O hacen una fila o se quedan sin dulces. Vamos, andando. —Dante señalaba el lugar donde debía empezar la fila y los niños se movían como soldados a la orden del sargento.

Nathan quedó sorprendido por aquel acto y le dedicó una sonrisa a Dante. Esa era su recompensa.

—Muchas gracias, es increíble.

—No es nada, sale con la práctica.

—Ya, a ver qué hago mañana sin ti. —Nathan sonreía mientras cerraba los ojos y se llevaba una mano a la nuca.

—Deberías poner una cinta y determinar el área de la fila de forma disimulada y amable...

—Lo tomaré en cuenta —dijo el de ojos verdes con una corta risa.

—Y ahora voy a hacer la fila, que hay que seguir órdenes —anunció Dante mientras tomaba al pequeño Donovan de la mano y se iba al final de la fila.

Para cuando le tocó el turno a Dante y Donovan ya estaba atardeciendo. Fue una larga espera de treinta minutos, pero Dante esperaría lo que fuese por ver a aquel chico una vez más antes de regresar a casa.

—Lamento que tuvieses que esperar tanto, los chicos son exigentes.

—No importa, caí en mi propia trampa —se rio Dante intentando atraer la atención del chico.

—DanDan ¿Ya nos van a dar los dulces? —Qué manera tan dulce tenía Donovan de enviar el ambiente al infierno.

—Sí, Donovan. ¿Qué quieres?

El chico comenzó a pedir y pedir cantidades preocupantes de golosinas, pero a Dante no le importó pagarlas. Era la excusa perfecta para quedarse un rato más.

—¿Y tú no vas a querer nada, DanDan? —preguntó el chico de ojos verdes, su trabajo al fin y al cabo era vender.

—Preferiría que me llamases Dante. Y bueno, dame mejor un helado que hace calor.

—Entendido. Mi nombre es Nathan. Helado de vainilla. ¿Verdad?

Dante se sorprendió un poco, siempre solían ofrecerle el de chocolate. Todo el mundo pedía ese.

—Sí, de vainilla, por favor.

—Lo sabía —dijo Nathan con una expresión de victoria en la cara.

—¿Y se puede saber cómo? —preguntó Dante arqueando una ceja.

—Intuición —contestó el de cabello negro sonriendo.

Se despidieron y Dante se fue a su casa pensando que todos los chicos deberían ser como él. Y que de seguro, vendría al parque más a menudo. Pasado el tiempo, sin saber exactamente cómo, terminó liado con el vendedor de dulces. Besándose tras la camioneta de colorines. Y hoy estaba despidiéndose de él.

Dante había recorrido la distancia entre la cafetería y el parque prácticamente cegado por el recuerdo del comienzo para todo esto. Nathan también había caminando de forma automática, pero debido a que estaba respondiendo mensajes en su celular.

Al llegar al parque divisaron un banquito que estaba bajo la sombra de un abedul. Era el mismo donde hace tiempo atrás Dante estudiaba los apuntes de química y era convencido por Donovan para descubrir una historia única junto al vendedor de golosinas. Nathan no lo sabía y Dante no dijo nada.

—Quédate allí, Dan —dijo el de ojos verdes y gorro gris—. Yo tengo que ir al baño. Volveré en seguida.

Dante sonrió y se dirigió al banquito. Su teléfono vibraba en su bolsillo, pero a él no le interesaba nada más. Recordaba y mientras más lo hacía, más dolía en el pecho un corazón hinchado de dolor y nostalgia. El parque había perdido su color, todos los árboles parecían sauces que lloraban a modo de despedida. Dante nunca pensó que fuese tan difícil irse del lugar que odiaba con el alma entera. Pero la verdad era que entre sus calles se escondían unas pocas cosas bonitas. Dante nació y creció en ese lugar, era obvio que se sintiese de esa manera. Pero era algo más, algo distinto e inexplicable. Del sol saltaban chispas que se apagaban en el piso. Dante sabía que no era real, pero en su mente ahí estaban. Veía al Dante de siete años repartir los periódicos por la calle frente al parque. Al de diez paseando los perros de los vecinos. A los trece probando la primera cerveza. A los catorce el primer cigarrillo. A los quince rechazar ambos porque no le gustaron, la verdad. Giró la vista y hasta la fuente central del parque y entonces vio al Dante de diecisiete dando su primer beso. Al de diecisiete y medio hacer la fila sin Donovan. Al de dieciocho embriagándose, esta vez de placer y de besos, dentro de una camioneta vacía. A los dieciocho y medio volver a casa a escondidas. Y a los dieicinueve en un banco, haciendo amistad con la soledad una vez más. Esta vez sin guerra, esta vez por decisión unánime. Ella que siempre estaba dispuesta, y Dante que volvía a sus pies.

Tan enfocado estaba Dante en todos sus seres del pasado que no notó el regreso de Nathan. Ni le vio sentarse al lado y contemplarlo llorar. Solo reaccionó cuando el mayor le besó la mejilla. Su contacto suave y cálido le trajo de vuelta al parque con el sol radiante.

—¿Por qué lloras? —quiso saber el de ojos verdes y ojos curiosos.

—No lo sé. —Fue la respuesta de Dante mientras se mordía los labios.

—¿No te deja ir?

—¿El qué?

—El recuerdo, el pueblo, el pasado.

—Me tiene atado, no sé librarme de él.

—Uno nunca se libra del pasado. No puedes negarlo, está ahí. Es como si un escritor publicara una segunda parte que anulara la primera. Todo lo que hacemos lo escribimos a tinta y se quedará con nosotros permanentemente. No puedes torturarte por eso, solo acostumbrarte. Porque un día, cuando estés viejo y feo, y tu familia esté muy liada, y tus amigos no quieran ir al bingo, y el pajarito que te visitaba todas las mañanas haya muerto, solo te quedarás tú con el pasado.

—Y la soledad.

—La plena soledad no existe. Siempre estrás acompañado del pasado y de los sentimientos que tuviste. Los sentimientos que volverán a visitarte cuando tu mente se dé un viaje a los lugares del ayer.

—Tengo muchas cosas en la cabeza para pensar en eso. Solo quiero... estar bien.

Nathan posó un tierno beso sobre la cabeza de su acompañante.

—Lo estarás.

Luego de que se instalase un silencio bastante incómodo para Nathan, pero necesario para Dante, éste último rompió el ambiente.

—¿Por qué estás tan seguro de que debo enorgullecerme de mi pasado y recordarlo? No ha sido demasiado bonito.

—Porque pronto yo estaré ahí, y seré tu pasado.

Dante lanzó una mirada llena de desesperación y súplica hacia el de cabello negro y éste le respondió con un apasionante beso. Dante solo se dejaba llevar mientras Nathan marcaba con su lengua los lugares que ya había besado antes. Se despedía de ellos, o eso sintió Dante.

—¿Nathan? —Una voz conocida para Nathan interrumpió el momento y le hizo separarse del rubio a la velocidad de la luz.

Se giró despacio, sin embargo. Intentaba descubrir a quién pertenecía esa voz. Sabía que la había escuchado. Cuando vio quien era todo tuvo sentido.

—¿Chandler? —preguntó un poco preocupado Nathan. Era un niño de ocho años que venía cada día a la hora libre de Nathan para que jugase con él. Se había ido hace seis meses a visitar a la familia de su padre según le había contado. Era su amigo, pero... no sabía cómo reaccionaría al verle besar a otro chico.

—¡Nathan, eres tú! Llevo buscándote hace media hora, ¿por qué no estás en la tienda?

Chandler notó un rostro pálido y atento tras su amigo —el que vendía dulces—. Lo miró fijamente y sonrió.

—Lo siento, Chandler. No sabía que regresarías hoy. Ya no trabajo en la tiendita de golosinas. ¿Cómo has estado?

—Yo muy bien —contestó el pequeño, desinteresado. —¿Y quién es él?

No. Lo había hecho. Nathan no sabía qué hacer. Era un niño pequeño y podría no entenderlo, pero se sentiría fatal si negaba a quien significaba tanto para él.

—Este chico rubio de aquí se llama Dante. —Hizo una pausa—. Es mi novio.

—Ah —dijo el niño con mayor desinterés—. ¿Le gusta jugar?

Nathan se mordió el labio y miró a Dante anunciando el doble sentido de su próxima respuesta.

—¿Qué si le gusta jugar? Buah, no sabes cuánto, amiguito. —Nathan recibió un buen golpe cortesía de un Dante sonrojado.

—Ah —volvió a decir Chandler—. Y... ¿Quieren jugar con nosotros?

Nathan miró al de ojos azules como pidiendo permiso. Éste le respondió con una sonrisa presionando los labios y alzando las cejas.

—¿Contigo y con quién más? —preguntó Nathan mientras entrelazaba su mano con la de Dante.

—Uno pocos primos y amigos que me he traído desde la casa de la abuela.

—Bien, claro. Llámalos. —Nathan sonrió y miró a Dante. Luego le dio un beso en la mejilla.

Chandler hizo sonar un silbato que tenía.

—¡Venga muchachos, jugarán con nosotros!

En menos de diez segundos Dante y Nathan se vieron rodeados de un ejército de, al menos, veinte niños alrededor de ellos.

—Tu maestro de matemáticas es bastante malo. ¿No, Chandler? —bromeó Nathan rascándose la cabeza.

Dante estalló en una carcajada y se dispusieron a cumplir el trato.

Pasaron todo el día jugando por el parque. Dante disfrutaba de poder correr como loco por el parque y tener la excusa de que jugaba con los niños. Nathan estaba ya cansado de que le quitaran su gorro. Cada vez que lo buscaba lo tenía un niño distinto... o una estatua del parque. Jugaron corrieron, saltaron y estaba felices. Le pusieron dos lacitos a Dante y a Nathan le pintaron un gato —más bien un intento de ardilla deforme— en una mejilla. Y así estuvieron hasta que Chandler y su pandilla tuvieron que marcharse.

—Vaya intensidad. Qué energía tienen estos chicos —dijo Dante mientras intentaba retomar el aire.

—Uh, la princesita está cansada —se burló el mayor haciendo referencia al peinado que le habían hecho al rubio.

—Calla, chico con un tatuaje de rata electrificada.

—Jo, que es un gato —aclaró Nathan fingiendo cara triste.

—Ya te digo yo que es de todo menos un gato.

—Ni gracia que me hace. Anda, vamos a arreglarnos.

Se dirigieron entonces a los baños del parque. Y una vez allí, Dante intentó peinarse y limpiar sus anteojos. Nathan trató de quitarse el garabato de la cara. Era cierto, aquello no era un gato.

Dante se inclinó para arreglarse un poco más el cabello. Los espejos de ese baño estaban bastante mal puestos, demasiado bajos. Nathan pudo notar ciertos atributos de su novio que en la intimidad adoraba. No pudo resistirse así que se acercó por detrás y amarró con sus brazos la cintura del rubio. Sus ojos azules se reflejaron en el espejo antes de cerrarse en respuesta al apasionante beso que Nathan entregaba a su cuello. Éste, luego de terminar ese beso, giró a Dante y le volvió a besar. Esta vez lo hizo con más fuerza y pasión. Nathan acarició la espalda de su novio hasta llegar al final. Ahí acarició un poco y luego, en una maniobra que ya se conocía, agarró los muslos de Dante y lo sentó sobre el lavabo. El beso se aceleraba, cada vez más intenso. Más y mejor. Dante cruzó las piernas alrededor de la cintura de aquel que le estaba tirando del cabello y luego acarició su pecho y recorrió su abdomen hasta llegar al cinturón de Nathan. Acarició su entrepierna e intentó desabrocharlo. Se separaron para tomar aire. Dante logró desabrochar el cinturón. Y...

Y el estómago de Nathan rugió. Estar con los niños había agotado sus energías y recursos en su cuerpo. Tímidamente lanzó una sonrisa de disculpa hacia el rubio que le miraba divertido y con una sonrisa más pronunciada.

—¿De qué te ríes? —quiso saber Nathan desviando la mirada hacia la pared.

—Vaya manera tan espectacular tienes de arruinar el momento. Deberían darte un premio.

Nathan solo vio la sonrisa de Dante antes de que se encontrase en otro corto beso.

—Anda, prepárate y vamos a comer algo. La cafetería de hace rato no está muy lejos —proponía Dante antes de bajarse del lavabo.

—No, no. Tengo algo especial preparado.

Dante se rio un poco.

—Vaya, vaya. No dejas de sorprenderme. Primero una sesión intensa con tus amiguitos del kínder garden y ahora una sorpresa —se burló el rubio.

—Lo de los niños no estaba preparado.

—Ya. Si cuando te pilló Chandler parecías haber visto un fantasma.

—Eso no es cierto. Que yo soy muy valiente.

—Anda, bobo. Te espero fuera.

Nathan se volvió a abrochar el cinturón y arreglar la camiseta que Dante había sacado de sitio. Luego se reunió con Dante fuera del baño.

_____________________________

Si alguien se ha tomado el tiempo de llegar hasta aquí, quiero agradecerle con todas las fuerzas. Espero que Dante y Nathan se hayan ganado un rinconcito en su mente, aunque fuese por un rato. 

He decidido continuar la historia un poco más, así que publicaré nuevos capítulos. He dividido este primer capítulo en dos partes para que sea más fácil de leer porque tal vez encontrarse un primer capítulo de veinte páginas era demasiado. Creo que esta es la manera más conveniente. Un saludo ^^

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