
Capítulo tres
Serie, chico guapo, paisaje, gatito, frase, respuesta, gatito. Ese era el ciclo que se repetía en el escritorio del Tumblr de Dante —a veces con algún cambio en el orden o un minino extra—. Las imágenes pasaban una tras otra, reflejándose en sus orbes azules, mientras Dante no las analizaba. Su mente estaba extraviada en otros campos de guerra. La sonrisa de lado que portaba Equis aquella tarde danzaba ofensivamente entre los recuerdos del rubio. Y eso que habían pasado varios días desde su encuentro.
La lluvia comenzaba a salpicar la ciudad de tonos tristeza y las primeras gotitas de una tarde fría decoraban el ventanal del apartamento. Dante estaba sentado como un indio en el sofá —esa posición ya era una firma personal suya— y tenía su portátil en la mesita de café que había acercado hasta sí. Un trueno lejano resonó en el cielo y su estómago imitó el sonido con la misma timidez. Habían pasado mucho desde el desayuno y no quería comer nada fuerte hasta que Nathan llegase de trabajar. Intentó ignorar la primera advertencia y continúo añadiendo material a su blog, pero el segundo aviso no pudo pasar desapercibido.
Dante se levantó y se dirigió al refrigerador en busca de alguna merienda. Aún estaba con su «pijama» que consistía en una camiseta gris que le cubría hasta poco más de la cintura, sus bóxers rojos y ajustados que eran cortos, y unos calcetines largos que casi le llegaban a la rodilla. Este atuendo dejaba al descubierto sus anchos y sólidos muslos, piel pálida y suave. No dejaría que nadie le viese así salvo, quizás, Nathan y con mucha suerte. Cruzaba desde la pequeña plataforma donde estaba la salita hasta la cocina acariciando el piso al caminar de puntillas y, de nuevo, pensando en Equis. ¿Por qué el destino jugaba tan injustamente? ¿Qué parte de dejar atrás Poisonwoods no había quedado clara? Equis seguro traía problemas, arrastrándolos como cadenas en una prisión. ¿Qué quería? ¿Y si tenía que devolverle el dinero? «Por favor, Nathan, llega ya» pensó al llegar a la cocina.
Allí, mientras abría la puerta del refrigerador, percibió una luz tras el cristal. ¿Qué era aquello? Era una concentración luminosa muy débil, casi invisible. Bailaba como si estuviera suspendida en el viento y luchara por quedarse en aquel lugar. ¿Podía ser un fuego fatuo? Era una locura, pero la única explicación lógica que Dante encontraba en aquel momento. Se acercó más al cristal y, tal vez, no debió hacerlo. Lo que contempló en su mente le provocó un escalofrío que recorrió todo su cuerpo y le hizo estremecerse. Se giró lentamente, con cautela, y confirmó que lo que acababa de ver hace unos segundos era un reflejo. La verdadera luz estaba allí, en su apartamento, brillando de manera descomunal y amenazante. Las vías respiratorias del rubio se cerraron automáticamente y un fuerte dolor de cabeza le atacó. Sintió un fluido a una temperatura distinta —porque no sabría decir si era caliente o frío en aquel momento tan confuso— correr desde su nariz hasta sus labios y dejar el rastro. El sabor amargo y metálico de la sangre le inundó la boca y una pulsación potente producto del dolor de cabeza le hizo arrodillarse, víctima de un malestar torturante. Logró arrastrarse hasta fuera de la cocina y recostó su espalda en el cristal echando la cabeza hacia atrás.
La luz azul se movió hasta quedar en el medio de la estancia y allí se quedó como si contemplase al pobre Dante en su agonía. Se movía de arriba abajo, parecía rebotar en el aire mismo, pavoneándose con toda la elegancia.
Luego de unos agonizantes quince minutos, una idea vagó hasta llegar a Dante. La esfera de luz era la fuente principal de su condición y debilidad. Por más que tratara de alejarse, no lo conseguía. O eso, pensaba. ¿Y si era al revés?
Dante se arrastró tímidamente en dirección a la esfera. Podría ser su salvación o el final. Hacía un esfuerzo sobre humano combatiendo contra su dolor de cabeza, la sangre y todas las molestias que sentía en el estómago. La esfera seguía allí, desafiante. A solo metro y medio de la fuente de luz, el rubio pudo reincorporarse hasta ponerse de rodillas y, finalmente, lograr estar de pie.
Estaba ahí, a tan solo centímetros de la esfera azul. Brillaba y se movía, quizás con más desespero que hace un rato. Otro escalofrío recorrió el cuerpo de Dante, acariciándole la piel con su electricidad. Acto seguido, un impulso involuntario llevó la mano del rubio hasta tocar suavemente un núcleo metálico que descansaba en medio de toda aquella luz. Al entrar en contacto con la esfera, ésta se disipó. Como si se tratase de un acto de magia, la luz azul ya no estaba y Dante se sintió aliviado. Desapareció también su dolor de cabeza y se detuvo el sangrado. Para su desgracia, aún no había terminado.
Si bien había desaparecido la esfera de luz, cerca de la puerta había algo similar. Era de un tamaño inferior y ya no era simplemente luz. Era... ¿fuego? Dante se acercó cautelosamente hasta aquella llama de fuego azul suspendida en el aire. Lentamente acercó su mano sin dejar de pensar que era una mala idea. Pero sorprendentemente, aquel fuego extraño no le quemó. Abrió la puerta para encontrarse con una larga cadena de aquellos cuerpos incandescentes. Cada pocos metros flotaba uno en el aire.
El pasillo estaba vacío, Dante aun no podía comprobar si alguien más veía esas llamas o si se estaba volviendo loco. Otro impulso lo llevo al siguiente. Y sentía el deseo de ir hasta el próximo, pero una chica de cabello oscuro y rizado salía de una de las puertas. No había visto a Dante, pero él a ella sí y no quería que le viese con aquel aspecto semidesnudo. Retrocedió y se metió a su apartamento. Se puso unos pantalones, botas y el abrigo inglés largo que le llagaba poco más arriba de las rodillas. De nuevo empezaba a sangrar por la nariz así que se dio prisa en volver a perseguir las llamas azules.
Persiguió aquellos cuerpos ígneos y, a medida que avanzaba, perdía el control. Pasada la quinta llama, Dante solo actuaba sin pensar. Enfocado únicamente en seguir el camino sin importar qué. Pasó la H25 y entró al ascensor donde automáticamente eligió bajar hasta el piso B que era la última opción. Una vez allí, siguió la cadena ignorando todo. Pasó apresuradamente frente al mostrador de recepción y la rubia de voz chillona se le quedó mirando. Dante no podía ver nada de eso; se había trasportado a otro mundo y allí solo había un camino que cruzaba un bosque bajo un cielo azabache sin estrellas. Se dirigía a la puerta para enfrentarse a la tormenta que ya había arreciado y la mujer de voz irritante intentó detenerlo llamándolo.
—¿Señor Montgomery?
Pero el señor Montgomery no hizo caso. Salió a toda prisa y de inmediato se empapó con la tormenta. Golpeaba su cabellera rubia y chorreaba por toda su cara. El abrigo originalmente crema era ahora marrón y sus zapatos hacían que el agua de los charcos salpicase al ser embestida por los mismos gracias a la prisa de Dante al andar. No se detenía por nada ni nadie. Cruzó la calle, milagrosamente ileso, y seguía enfocado en seguir la cadena de azules. Tardó diez minutos o un poco menos en acercarse a un edificio que probablemente estaba abandonado. Una mujer impresa en rojo oscuro y blanco le miraba desde lo alto. Las letras se había borrado, pero la mujer ahí estaba con sus ojos grandes y perdidos y sus manos abiertas.
El rastro continuaba dentro del edificio y Dante tenía visiones de la realidad, por extraño que sonase. Se presentaban en su vista como si lucharan por reemplazar el bosque bajo el cielo nocturno. Bruscamente el escenario cambiaba para la vista del rubio y esto le desconcertaba. Cruzó el edificio que estaba vacío, solo habían pilares y el eco de los zapatos mojados golpeando el piso. Tenía cuatro puertas, una en cada punto cardinal, por lo que Dante atravesó el edificio saliendo por la puerta opuesta a la que había usado para entrar. Al salir, la realidad reemplazó al bosque y Dante dio un paso atrás. La cadena continuaba y ya había ido demasiado lejos, no sabía cómo regresar a casa. Decidió continuar.
Tres puntos azules más adelante, el rubio escuchó un grito desgarrador, era apenas perceptible por la lluvia tan fuerte.
—¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor! —Era una súplica. La voz sonaba desesperanzada y resignada a nunca ser escuchada debido al alboroto de la lluvia.
Dante siguió la cadena hasta llegar a la fuente de los gritos. Se paró a unos metros de la situación intentando analizar qué estaba ocurriendo. Era una señora, la nevada de los años ya se había precipitado sobre su cabellera. Se aferraba con toda su fuerza al borde de una alcantarilla. ¡Estaba dentro!
—¡Por Dios, alguien ayúdeme! —Dante notó que los gritos de la mujer era realmente inaudibles a la distancia que se encontraba hace rato. De hecho, ahora costaba mucho escucharle y le tenía cerca.
Sin titubear demasiado, Dante dejó de lado al chico tímido y sumiso que siempre dominaba su personalidad y trajo al chico seguro e intrépido que era necesario para aquella situación. Se acercó a la señora a toda prisa. Ella tenía los ojos cerrados con fuerza para que el agua no entrase y el cabello le cubría la cara. No podía despejarse el rostro de aquella mojada y molesta cabellera porque se sostenía fuertemente para no caer a la alcantarilla que ya estaba totalmente llena y desbordada. El diluvio era colosal o el sistema de alcantarillados de Boomair era una basura. De cualquier manera, la señora no sabía de la presencia de Dante.
—¡Ayuda! ¡Auxilio! —volvió a gritar débilmente—. ¡Alguien sáqueme de a...!
—Aquí estoy, señora —le interrumpió Dante—. Esté tranquila y permítame ayudarle.
—Ay, mi niño, por favor. Llevo un buen rato aquí. Sácame, sácame. —Su voz cobraba autoridad. Tenía ese tono tan característico de los abuelos cascarrabias que no quieren aceptar que necesitan ayuda. Aquello le resulto adorable a Dante y tomó a la anciana por los hombros.
—Sé que está cansada, pero necesito que me ayude. Haga lo posible por salir.
—No lo dudes, muchacho.
Dante concentró toda su fuerza en sacar a la señora de aquella alcantarilla y ella hizo lo que pudo. Lograron sacar la mitad superior de su cuerpo y ya era todo un poco más fácil. Dante volteó a la señora con cuidado y ella misma logró sentarse casi al borde. De inmediato, se echó hacia atrás y le extendió la mano a Dante para que le ayudase a levantar. El rubio tiró de ella y logró ponerla de pie. Le echó un brazo a los hombros y caminó con ella a su paso lento y cojo hasta llegar a un lugar seguro. Estaban bajo la cortina de lona que protegía la entrada a una floristería. La anciana se abrazó a Dante en muestra de agradecimiento. Estaba temblando y, aunque era imposible de confirmar porque estaban empapados, Dante sintió que lloraba.
Tras ellos se escuchó una campana y la puerta abrirse. Apareció una mujer con semblante sorprendido y sosteniéndose el abrigo que le tapaba el escote y le protegía del frío.
—Pasen, pasen, por favor —invitó ella.
Entraron y se sentaron alrededor de una mesita de patio que estaba dentro. La mujer fue a hacer un café que le ayudase a ambos a entrar en calor. También trajo un poco de ropa seca que tenía por allí. Eran de talla grande porque eran de su hermana según explicó la mujer.
—Para ti no tengo nada, pequeño. Estas son de mi hermana.
Dante solo sonrió en contestación para demostrar que no pasaba nada. Y ambos giraron su vista hasta la señora. Seguía sin decir palabra alguna y concentrada en su café.
—Yo me quedé atrapada aquí por la lluvia —comenzó la mujer para no forzar las situación.
Dante rogó a todos los santos que no tuviese que explicar cómo había llegado hasta ahí.
—No parece que vaya a cesar —se zafó Dante de la amenaza.
—No... No parece. —La mujer se levantó y fue a buscar algo leve para comer.
En el edificio de apartamentos, Nathan había llegado empapado de trabajar. Subió las escaleras y luego el ascensor. Caminaba rítmicamente hasta la H12 esperando encontrarse con la sonrisa de su chico y prepararse algo de comer para ambos. Luego, tal vez con un poco de suerte, tendrían un poco de acción. Se mordió el labio inferior y continuó su recorrido con cierta emoción. Pero al acercarse a su apartamento se encontró la puerta abierta. Apresuró el paso hasta llegar y entró en busca de Dante mas no le encontró. Vio manchas de sangre en el suelo y notó que todas las pertenencias de Dante estaban en el cuarto. Su celular, su cartera... todo. No podía ser un robo o un asalto.
—¡¿DANTE?! —gritó desesperado el de ojos verdes
Recorrió los pasillos a toda velocidad hasta llegar al ascensor, y lo mismo hizo con las escaleras hasta llegar donde la rubia de voz chillona.
—¡Eh, eh, tú! —La próxima vez tendría que preguntarle el nombre.
La chica giró la cabeza algo sobresaltada y miró a Nathan.
—¿Has visto a Dante?
—¿A quién?
—¡Dante! Es más o menos de esta estatura —declaró el de pelo oscuro señalando un poco más arriba de su hombro con la mano abierta—. Pelo rubio, piel blanca, ojos azules...
—¿El señor Montgomery?
«La mato» pensó Nathan.
—¡Sí, sí! ¡El señor Montgomery!
—Salió hace un buen rato por la puerta. Llevaba abrigo. Intenté detenerlo, pero no me escuchó.
—¿Salió? ¿Con este diluvio? —Nathan estaba perdiendo la paciencia y comenzaba a moverse de un lado a otro.
—Sí, señor —se limitó la mujer a contestar.
—¿Y nada más? ¿No ha venido nadie? ¿Ni salió nadie después de él?
—Nadie, señor. ¿Hay algún problema? ¿Está el señor Montgomery en peligro?
Vaya que era tonta la rubia. Nathan no estaba como para soportarla.
—Sí, sí... digamos que es... sonámbulo. Tengo que ir a buscarlo.
Nathan se dirigió a toda prisa hacia la puerta para salir en busca de su rubio. «Dante, Dante, Dante» era lo único que podía pensar. Justo cuando estaba a un paso de salir del edificio, una voz lo detuvo.
—¡Nathan! ¿Qué pasa? ¿Adónde vas con esta lluvia?
Se giró lentamente para encontrarse con Glorianna quien ya iba en camino para buscarlo y sentarle. ¡Lo que faltaba! Luego de calmarse un poco, Nathan le contó a la pelirroja su preocupación, a lo que ella solo aconsejó que se quedara quieto y esperase que la lluvia cesara.
La lluvia estaba calmándose de a poco y la señora, la mujer de la floristería y Dante se estaban acabando las galletas. El rubio se había mostrado tímido en un principio, pero su estómago le exigió comer un poco.
—Iba caminando, intentando aligerar el paso para alcanzar a mi nieto —pronunció la anciana al fin—. Él iba muy deprisa y en pocos segundos desapareció de mi vista.
Dante y la florista fijaron su mirada en la anciana consternados por su historia. La anciana levantó, por fin, la mirada y mostró su serio semblante. Apoyó la cabeza sobre sus manos entrecruzadas a la vez que los codos sobre la mesa.
—No vi por donde iba y la trampilla de la alcantarilla simplemente colapsó debajo de mí. Hice lo que pude por no soltarme, pero con mi edad te cansas muy rápido. Estaba a punto de soltarme cuando este buen muchacho desapareció. —La señora lanzó una mirada neutra al de ojos azules—. ¿Tienen el número de la policía?
El rubio y la florista se miraron y volvieron a fijarse en la señora. El rubio se echó un poco hacia atrás y se acomodó sus anteojos, los había limpiado hace unos minutos. La mujer se levantó, un poco vacilante, y acomodó su silla.
—Ammm, sí. ¿Para qué lo necesita, madame?
La anciana miró a la florista con la indignación iluminándole los ojos. Clavó su seriedad en las pupilas asustadas de la mujer.
—¿Cómo que para qué? ¡Pues para buscar a mi nieto!
La florista miró a Dante buscando refugio, pero el rubio se mostró frío como el hielo y solo le dedicó una mueca forzada de comprensión. No era su intención ser tan soberbio, pero así se mostraba Dante ante las personas desconocidas. Era su defensa.
—Si el niño fue delante de usted —propuso la mujer volviendo su atención hasta la señora—, es posible que llegase a la casa. Tal vez le da miedo regresar por usted. El pobre debe estar asustado.
—Él no conoce el camino a casa —clavó fríamente la anciana mientras levantaba la mirada aún más. Vaya arrogancia inútil.
Dante cruzó los brazos contemplando la escena. Solo quería que parase la lluvia para poder largarse a casa. Nathan seguramente ya había llegado. ¡Oh, problema! No sabía cómo volver a casa.
—Y también necesito el número de una ambulancia. Creo que al caer me he fracturado el pie. —Wow, la señora era realmente fuerte y terca. Todo ese tiempo y hasta ahora es que abre la boca para quejarse.
La mujer no dijo nada y fue en busca de una guía telefónica. De tanto ir y venir probablemente hubiese sido más conveniente hacer la reunión en el almacén o de donde fuese que buscaba las cosas.
—Gracias, chico —dijo simple y fríamente la anciana.
Dante solo sonrío.
Pasados veinte minutos, la ambulancia estaba fuera y los paramédicos transportaban a la señora desde la floristería al vehículo. La lluvia había cesado.
Dante buscó el momento idóneo para atrapar a la florista a solas.
—Oiga, yo tampoco sé el camino a casa —confesó Dante mirando al suelo y con las mejillas sonrojadas.
Ella lo miró con cierta incredulidad, pero estaba muy cansada como para hacer preguntas.
—¿Dónde vives? —preguntó ella con un tono rendido.
—Ammm, no sé cómo se llama el lugar. Es un edificio de apartamentos.
—Hombre, como si no hubiese edificios en esta ciudad —atacó ella en un tono más agresivo del que hubiese querido mostrar.
—Sé que ganaron un premio en 2006 o algo así. ¿Le sirve de algo?
—A mí no, a Internet tal vez le sea de más ayuda —dijo mientras sonreía y tecleaba en su celular. En cierto modo, aquel tono vacilón servía de disculpa.
Dante sonrío también rogando que lo encontrara. No quería tener que llamar a Nathan y darle explicaciones frente a aquella mujer.
—Sí, sí... Ya sé —anunció la florista con una sonrisa victoriosa—. El edificio McCormick ¿No?
Dante solo quería irse a casa y no procesó aquella información que era de vital importancia.
—Sí, supongo que sí —contestó el rubio con desinterés.
—¿Este? —Ella le mostró una foto en su celular y los ojos azules de Dante se iluminaron.
—Sí, ese mismo —dijo con una sincera sonrisa.
—Entonces, en marcha. Sígueme. No está cerca, pero no vale la pena pagar un taxi para eso.
Dante salió primero y ella se quedó cerrando la floristería. Echó las llaves en el bolsillo de su abrigo —el frío que hacía en aquella tarde de verano no era normal— y sonrió dirigiéndose a Dante para ponerse en camino.
Si el piso del edificio hubiese sido de tierra, Nathan ya tuviera hecha una trinchera digna de alguna Guerra Mundial. Se paseaba de lado a lado preocupado mientras Glorianna hacía algunas llamadas.
—Sí, Arturo, rubio de ojos azules y piel clara. Medirá 5'6" pulgada arriba, pulgada abajo. Bien, llámame si le localizas. —Glorianna colgó la llamada.
Nathan le lanzó una mirada interrogante.
—Arturo está buscándolo, ya aparecerá. Tranquilo, Nathan.
Nathan no habló, solo volvió a su ruta trazada. Tras los cristales de aquel edificio, la pelirroja logró divisar a Dante despidiéndose de la florista y caminar hasta la puerta. Sonrió.
—Nathan —avisó Glorianna mientras el rubio entraba—. Ya está aquí.
Nathan se giró enérgicamente y se encontró con los ojitos azules de su rubio. Cruzó la distancia que les separaba corriendo y le abrazó con todas sus fuerzas. De no ser porque Nathan lo había elevado del aire en el abrazo, ambos hubiesen caído al piso.
—¡Dante, Dante, Dante! —gritó el mayor cerrando los ojos y acariciando a su chico detrás del cuello mientras le llenaba de besos toda la cara.
Glorianna se levantó de la silla y le dedicó una sonrisa.
—¿Dónde estabas, imbécil? —quiso saber Nathan al separarse de él.
Dante sabía que Glorianna le había visto junto a la florista y no podía contarle todo allí a Nathan. Así que intoxicó su lengua con una mentira.
—Estaba en casa de una amiga. Me ha llamado desesperada y he tenido que ir a ayudarle como una bala.
«Sígueme la corriente, luego te cuento» pudo leer Nathan en aquellos iris azules. Supo que tenía que seguir las órdenes al pie de la letra.
—Oh —exclamó Nathan con un tono algo forzado—, no vuelvas a hacer algo así. ¿Entendido, gato albino?
—Lo siento.
Glorianna sonrió y se dirigió al segundo piso. Dante y Nathan la siguieron, pero sus caminos se separaron. Los jóvenes fueron al ascensor y ella justo al otro extremo.
Una vez que limpiaron el piso y comieron algo, Nathan quiso saber qué había pasado. Dante se dio una ducha mientras Nathan lavaba los platos. Al salir se puso un «pijama» parecido al que traía antes de marcharse, cambiando únicamente en los colores y que ahora iba descalzo.
Se sentaron ambos en la salita y Dante devolvió la mesa de café a su sitio. Le contó a Nathan todo y mientras lo hacía comenzó a llorar. Cuando terminó de narrar, Dante estaba muy nervioso. Temblaba y sollozaba, y eso mataba lentamente a Nathan por sobredosis de amor. Dante era muy adorable en aquella posición, tan frágil y asustado. El mayor lo rodeó con sus brazos y le apretó con todas sus fuerzas mientras le besaba la frente.
—Tranquilo, mi niño, tranquilo. Ya pasó.
Dante se quedó acostado en su pecho por un buen rato. Nathan le jugaba con el pelo.
—Entonces... ¿Tienes un don para ayudar a las personas en peligro? Wow, eres todo un superhéroe —le elogió el de ojos verdes.
Dante se separó del mayor y lo miró seriamente.
—O para predecir... la muerte.
Nathan tragó fuerte y miró a los ojos del rubio con seriedad.
—¿Cuándo empiezas a trabajar? —preguntó el pelinegro.
—El lunes, de lunes a viernes. Aunque los viernes salgo temprano.
—Eso nos da cuatro días —confirmó Nathan con la mirada perdida ideando un plan.
—¿Para qué, Nei?
—Respuestas.
—¿Qué vas a hacer? —quiso saber Dante con un tono de preocupación.
—Tú déjaselo a Nathan —respondió sonriendo—. Y ahora...
Dante miró a Nathan mientras este se levantaba y lo cogía en brazos como un soldado salvando a su compañero caído. O un caballero a su princesa, pero Dante prefería pensar lo primero.
Nathan le llevó así hasta la habitación donde lo dejó en la cama. Recibió un largo beso del mayor que se divertía paseando su lengua por la boca de Dante. El de ojos verdes se separó y sonrió.
—Tú quédate aquí, relajadito y tranquilo, a esperar por tu tigre. ¡Grraw! —le dijo Nathan guiñándole un ojo y desvistiéndose mientras entraba a la ducha.
Dante se rio un poco. Era reconfortante saber que después de toda aquella locura tenía a alguien que dormiría con él, que se preocupaba y que estaba dispuesto a hacer locuras más grandes por él. Suspiró mientras se dibujaba una sonrisa en sus labios. ¿Qué haría sin el idiota de Nathan? Y allí, por un momento, Dante pudo olvidarse del mundo que había afuera, de Equis, de los fuegos, de la anciana, la florista, de Glorianna y de todo.
Por un momento, Dante respiró aire limpio.
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Las habilidades de Dante comienzan a manifestarse. ¿Qué tendrá pensado Nathan? ¿Pueden confiar en Glorianna?
Espero que les agrade este tercer capítulo, un abrazo ^^
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