Capítulo trece
El hierro le hería las muñecas. Un artefacto raro le cubría los ojos y sentía el frío suelo en sus rodillas desnudas. Aunque intentó zafarse varias veces, era evidente que estaba encarcelado allí. Por aquel mismo motivo, había desistido de gritar por ayuda. Simplemente no le parecía una opción viable. Entre su desconcierto, pudo escuchar la voz de una mujer.
—Muy bien, Dante. Veo que ya está despierto. Desde ahora comenzaremos con las pruebas preliminares. ¿Sí?
—¿Quién es usted?
—No es momento de preguntas. Solo limítese a seguir mis instrucciones y a contestar lo que le pido. ¿Puede hacer eso?
Dante se limitó a hacer silencio.
—Como quiera, señor Montgomery. Escuche con atención. Imagine que se encuentra en un pasillo y al final hay una intersección, ¿gira usted a la derecha o a la izquierda?
Dante volvió a evitar responder.
—¿Derecha o izquierda, Montgomery?
Nada.
—Ugh. Coopere, Dante, coopere. Se lo repetiré una vez más...
En aquel momento, el sonido de una puerta automática interrumpió a la mujer.
—¡Margaret! ¿Ya ha despertado? —decía una voz que al rubio se le hacía conocida.
—Sí, pero no ha querido decir nada.
—Déjamelo a mí. Tómate un rato libre. Si ves a Stanley, dile que necesito los archivos del sujeto D20224 completos en mi oficina.
La mujer anunció que regresaría dentro de una hora y se despidió. Seguido a esto, Dante escuchó una silla moviéndose, algunos tecleos y sonidos de computador. Sintió una ligera presión en las gafas metálicas que le cegaban y, en menos de diez segundos, las mismas le fueron removidas. La luz clara castigaba los delicados ojos de Dante, haciéndoles llorar para contrarrestar el ardor. Lo primero que contempló una vez su vista se había acostumbrado fue aquel repugnante rostro.
—Hola, hermanito —decía con una sonrisa.
—¿Qué mierda haces, Equis? ¿Qué quieres de mí?
—Oh, ¡qué pregunta! ¿Cómo empezar a responderla? Queremos muchas cosas de ti. Y nos vas a ayudar a obtenerlas. ¿Estás de acuerdo?
—No.
—No me importa de todos modos. Bien, mira. Sabemos que eres... especial, Dante. ¿No es así? No eres un chico común, ¿cierto? Necesitamos hacer que tu don sea más fuerte para que pueda sernos útil, supongo que me entiendes.
El rubio solo contestó con un mirada llena de furia, agitando la cabeza para despejarse el pelo de la cara.
—¿Ves todas estas máquinas? Están conectadas a ti, a tus... emociones, de cierto modo. La electricidad, la ciencia y la psicología son una combinación interesante, ¿sabes? El caso es que, por cada vez que mientas, por cada vez que calles, sentirás dolor. Física y mentalmente. Yo que tú cooperaría.
—¿Por qué tenías que secuestrarme?
—Porque sabía que era la única manera de que accedieras. Llevamos rato observándote, Dante. Yo en especial. Sé que tienes miedo de todo esto. Esa siempre ha sido tu debilidad, Dante, tu miedo. Sin él serías seguramente imparable. Pero no, eres un pobre chico lleno de miedos e inseguridades que necesita de otros para sentirse bien. ¿Por qué no me dejas ayudarte?
—Yo no necesito que me ayudes con nada —dijo el rubio, haciendo una pausa y rebuscando en su interior un poco de su esperanza rota—. Tengo a Nathan.
El joven Equis echó una carcajada.
—¿Nathan? ¿Hablas del payaso ese de tu novio? —Se puso de cuclillas frente a Dante y lo miró con una expresión compasiva—. Haz de cuenta, Dante, que no lo volverás a ver dentro de un buen tiempo. Y, si todo sale como lo planeo, quizás no necesites verlo nunca más.
El rubio sintió de inmediato el dorso de la mano de Equis acariciarle la mejilla. Apartó la cara con asco, pero no podía moverse mucho más.
—Siempre son recelosos al principio —le susurró al oído—, luego caen. Caen como moscas.
Se alejó con una sonrisa macabra. Dante sintió un escalofrío recorrerle la columna. Solo quería vomitar en aquel momento. La presencia de Equis le ponía enfermo. Necesitaba salir de allí, regresar a casa. Comenzó a pensar que, quizás, nunca debió salir de Poisonwoods. Nada de esto le hubiera ocurrido si se hubiera quedado refugiado entre las calles de aquel pueblo olvidado.
—Continuaremos con tus pruebas, Dante. A ver... —decía mientras revisaba los papeles—. Si estuvieras en un pasillo y tuvieras que tomar uno de dos caminos: derecha o izquierda, ¿cuál escogerías?
Dante volvió a mantener silencio. Recibió una fuerte bofetada por parte de Equis.
—Es mejor esto a recibir una descarga de las máquinas. Te lo aseguro, Dante. Aun así, no es agradable marcar esa linda carita que traes. ¿Puedes contestar?
El rubio contuvo el llanto y dirigió su mirada al mayor. No habló.
—¡Qué contestes, maldita sea! —gritaba Equis furioso a la vez que descargaba otro potente golpe contra el rostro del rubio.
Dante soltó un sollozo y finalmente se dignó a decir:
—Derecha.
—Bien. ¡Fantástico! —respondió el joven mientras anotaba—. Mientras te formulaba la pregunta, ¿te visualizabas corriendo o andando?
—Mandándote al infierno.
—Ay, pero qué tierno eres. Dime, ¿ibas corriendo o caminando?
Dante desvió su mirada y la dirigió a la puerta. Sería fuerte y no se dejaría chantajear por el dolor o las burlas del imbécil de Equis. No lograrían nada. Esperaría en silencio hasta que Nathan lo encontrara. Pensó profundamente en él. ¿Qué estaría haciendo? ¿Lo estaría buscando? ¿Se encontraría bien? Si ese imbécil desgraciado de Equis le había hecho daño, Dante se juró a sí mismo que sacaría fuerzas desde lo más oculto de su ser y le golpearía hasta borrarle las facciones de la cara.
—Yo no quería hacer esto, pero tú lo has decidido así. Es una lástima que a veces seas tan tonto.
Con presionar unos pocos botones, Equis había activado una de las peores máquinas de tortura modernas. Inmediatamente Dante empezó a sentir escalofríos y mareos. Escuchaba sonidos espantosos, sentía que sus memorias se mezclaban unas con otras, que sus sentidos se trastornaban. Era la peor combinación de sensaciones que había experimentado en toda su vida. Aquello le provocaba pánico, terror. Quería huir de allí. Ya no podía soportarlo. Le costaba respirar, le costaba abrir los ojos. Su corazón latía anormalmente. Necesitaba parar todo aquello.
Ya no podía más.
—¡Para, por favor! —exclamó con la voz rota entre quejidos—. Déjame tranquilo.
Equis paró el castigo.
—¿Qué decías, Dante?
—Ya no me hagas daño —suplicó.
—Eso depende de ti —respondió Equis encendiendo un cigarrillo—. ¿Corriendo o caminando, Dante?
—Caminando... Caminando rápidamente.
—¿Ves? Así tienes que comportarte. Buen chico.
Pasó una mano por la cabeza de Dante y continuó el interrogatorio que duró aproximadamente una hora. La mujer de antes había llegado en la parte final. Dante cooperaba. No creía volver a resistir otra descarga de aquellas. Tampoco quería intentarlo. Solo quería que lo dejaran ir, pero conocía a Equis. Sabía que no le dejaría ir así porque sí. Aquello formaba todo parte de un plan mucho más complejo y enrevesado.
Equis encargó luego a la mujer que realizara las pruebas extrasensoriales. Dante fue vestido y sacado de aquella habitación por dos guardias que lo llevaron hasta el cuarto donde hace meses había estado el pequeño John Falconi. Miraba con impotencia a Equis desde lejos, sintiendo como se le revolvían las tripas con tan solo pensar en su nombre. Empezaba a sospechar acerca del motivo por el cual su familia se ofreció a tomar su custodia legal luego de la muerte de sus padres.
Dejando atrás a Dante y Margaret, Equis se quitó la bata y se puso de vuelta su chaqueta y sus guantes de cuero. En ese momento fue interceptado por Glorianna.
—¡Agente McCormick! ¡Agente McCormick! ¿Qué tal ha salido todo?
—Hola, Glorianna. ¿Cómo estás? Buen día —soltó con sarcasmo el joven—. Todo va bien, Glorianna. Parece que nuevamente has dado en el clavo.
—¿De verdad? ¡Genial! ¿Hay algo que pueda hacer en el caso? ¿Necesita que me encargue de Dante?
—No, Glorianna. De hecho, no te quiero cerca de Dante —respondió con aspereza—. Encárgate del subnormal ese de Nathan. Mientras más lejos lo puedas mantener mejor. Desaparécelo de nuestra vista.
—Entendido, señor. Como ordene.
El joven prosiguió su marcha hasta llegar a su oficina. Hizo a un lado el desorden de archivos y materiales que tenía allí e ingresó a la computadora los avances en el caso de Dante. Se encontraba verdaderamente emocionado. Con el rubio allí, su programa había dado un salto de calidad enorme. Todos en la empresa lo respetarían. Sin embargo, le daba pena la situación de Dante. Podía notarle en la cara que estaba confundido, desorientado y muy asustado. Él no quería eso para Dante. Aunque no lo pareciera, Equis le tenía mucho aprecio. Se sentía mal tratándole de aquella forma, pero la ciencia y el progreso iban por delante de sus sentimientos y consideraciones.
Poco después, salió de allí con una idea clara. Le haría una pequeña visita a Hayley, la chica que le había ayudado a atrapar a Dante. Lo más gracioso de todo es que esta vez no lo había hecho queriendo y lo había conseguido. Esa chica era tan patética que hasta le estaba cayendo bien al joven Equis.
Condujo por la ciudad hasta llegar a aquel callejón sin salida. Estacionó su coche cerca de unos contenedores de basura y arrugó a nariz por el fuerte olor a inmundicia. Y no era solo la basura, era la humedad, el ambiente. Todo el entorno daba bastante asco. Se subió a los contenedores para entrar por una de las ventanas rotas del edificio que llevaba años abandonado a medio construir.
Dentro se topó con el piso áspero, lleno de polvo y las marcas de orina de algún vagabundo. Las columnas de acero estaban llenas de grafitis y mensajes espantosos, frases de mal gusto o confesiones atrevidas. Hayley pertenecía a ese mundo. Si bien algunas veces trabajaba en misiones para la empresa, era una chica vagabunda, sin familia, ni dinero y muchísimo menos valores o cultura. Con su juventud y belleza, era evidente en qué tipo de trabajos invertía sus noches. Pero al parecer aquello no le alcanzaba para mucho más que un poco de comida y saciar sus adicciones a las drogas.
—Ven, ratita de pelo blanco—decía Equis buscándola con la mirada entre aquel mar de porquerías.
Continuó adentrándose cada vez más en su escondite. Conocía bien que aquella era la sección de Hayley, un pedacito del edificio que le había sido cedido luego de guerrillas y disputas. Había estado allí alguna que otra vez. Al acercarse a un viejo tocador, Equis descubrió un reloj que parecía bastante costoso.
—Oh, ¿y esto de dónde lo has robado? Me lo llevaré —decía mientras se lo echaba al bolsillo de su chaqueta—. A Ashley le va a encantar.
—Ese me lo han regalado hace poco —contestó la chica saliendo de las sombras—. Aún no me decidía dónde venderlo.
—¿Te han regalado un reloj de oro por unos pocos minutos? ¡Así yo también quiero meterme a eso que haces!
—Con esa carita de niño malo, los retirados se pelearían por ti. Sobre todo los abogados, esos son los que más buscan tipos como tú.
Equis hizo una mueca de disgusto. No le interesaba esa información en lo más absoluto. Podía haber muerto sin conocerla y tan tranquilo que se quedaba. Se acercó a la muchacha y le sonrió, sin embargo.
—Hola, Hayley. Quería informarte que por fin has sido de utilidad.
La chica del pelo platino le miraba con ganas de saber un poco más. Equis supo adivinarla y prosiguió.
—Gracias a tus amiguitos de este bajo mundo, hemos confirmado que Dante es muy especial. ¿Recuerdas aquella tarde, cuando me llamaste aterrorizada para que viniera a defenderte de los matones que te querían degollar?
—Te llamé porque eras mi última opción —confesó Hayley con la voz empapada en su característico tono melancólico—. Aun así, nunca viniste.
—¿Qué no vine? ¡Por supuesto que lo hice! —respondió el joven—. ¿O es que acaso crees que el malhechor huyó solamente porque Dante se lo pidió con esa vocecita que tiene? Yo estaba allí, Hayley. Lo vi todo. Aquel tipo huyó al ver mi pistola apuntándole desde el auto.
—Yo vi los ojos de Dante, Alexander. Ningún arma en el mundo se compara a ese fuego que brilla ahí.
—Hoy te has dado un pase de la buena, ¿no?
—Piensa lo que quieras.
El joven Equis se acercó entonces a chica y la tomó por la barbilla.
—No deberías tratarme así, ¿sabes? Me debes la vida, básicamente. Por otro lado —dijo a la vez que sacaba su teléfono celular—, quiero enseñarte cómo va todo. Eres parte de esto, aunque parezca mentira.
De inmediato comenzó a enseñarle a Hayley imágenes de Dante durante sus pruebas. Eso rompió el corazón de la chica. Lo tenían encerrado como un animal, con cadenas, semidesnudo y seguramente no había visto un bocado de pan en largas horas. Quién sabía si días. Hayley no veía en su semblante ni rastro del chico lleno de fuerza que había visto en el callejón, ni tampoco del muchacho dulce que se encontraba de vez en cuando por el edificio. ¡Si hasta parecía otra persona!
—Es bonito, ¿no te parece? Creo que hasta una perra sucia y moribunda como tú puede darse cuenta de eso. Esto va a ser interesante.
—Déjalo en paz.
—Oh, ¿qué ha sido eso? La señorita «no sé lavar la ropa» se preocupa por alguien. —Equis soltó una carcajada—. No es asunto tuyo. Limítate a no dar más problemas.
Aún riéndose, Equis regresó sobre sus pasos y se marchó. Hayley se quedó pensando en lo terriblemente desordenada que estaba la cabeza de aquel chico. Sabía perfectamente para qué le había enseñado aquellas fotos. Si ellos caían, ella caería con ellos. Se sentía mal por Dante, se sentía mal por su novio. Qué desesperados debían de estar ambos.
Comenzó a cambiarse de ropa para su encuentro nocturno. Ya el sol iba cayendo y la negrura de la noche se apoderaba de Boomair Village. Hayley estaba convencida de algo. Equis no tenía buenos planes. Ni para ella, ni para Dante, ni para nadie.
Tenía sus garras puestas en un trofeo que notenía derecho a reclamar, pero, como niño caprichoso y consentido al fin,terminaría por obtenerlo. Costase lo que costase, sin importar el dinero, lasangre o el dolor, Alexander McCormick conseguiría lo que buscaba.
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¡Hola! Ya comienza el drama en la historia Jaja Espero que este nuevo capítulo les haya gustado ^^
¡Feliz 2017 a todos! <3 ¡Un abarazo muy fuerte!
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