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Capítulo siete | primera parte


La tarde en que Dante había rescatado a la pequeña niña en la balacera, Nathan estaba muy molesto. El rubio no habló durante el camino de vuelta al edificio, pero el mayor no paraba de quejarse acerca de su comportamiento. No le dirigía la mirada, únicamente manoteaba al aire en cada semáforo y luego sostenía con mucha firmeza el volante.

—¡No puedo creer que se te haya ocurrido cometer semejante estupidez, Dante Montgomery! ¡¿En qué demonios estabas pensando?! —Nathan no podía calmarse, simplemente aquello sobrepasaba sus límites.

Al llegar frente al edificio, el de ojos verdes estacionó el vehículo, se bajó del auto y colocó las llaves en el mismo lugar donde las había encontrado: el guardalodos izquierdo de la parte trasera del vehículo. Acto seguido a esto, pasó frente al auto y le abrió la puerta al rubio. A pesar de estar terriblemente molesto con Dante, Nathan era todo un caballero. El menor no pudo evitar que se le escapase una pequeña sonrisita.

—Vamos, bájate. ¡Y no te rías que no he terminado contigo! ¡Andando!

Dante obedeció. Salió del vehículo y caminó un poco, escuchando como el moreno cerraba la puerta tras de él. Éste lo tomó del brazo, obligándole a caminar más de prisa. El rubio agachó la cabeza mientras su novio le guiaba a través del vestíbulo. La recepcionista de voz chillona se quedó mirándolos, pero el teléfono sonó y tuvo que seguir con su trabajo. De quien no pudieron salvarse fue de Glorianna.

La mujer, que al parecer nunca abandonaba su puesto en la segunda planta, los vio subir con notable prisa. Inmediatamente se fijó en la camiseta ensangrentada de Dante. Se acercó a ellos tan rápido como pudo.

—¡Señor Fox! ¡Señor Montgomery! ¡Qué horror! ¿Qué ha pasado? ¿Necesitan ayudan? Estamos dispuestos a...

—No te metas donde no te llaman, Glorianna. Déjanos en paz. Estamos bien. —Nathan ciertamente no había medido sus palabras. Todo el respeto se le había olvidado. La rabia nublaba su vista.

Dante se sorprendió con la actitud de su querido Nathan. Pocas veces se le veía tan disgustado. No podía negar que sentía algo de miedo. Esa faceta de Nathan aún era desconocida para él y siempre hay un temor irracional —o quizás no tan irracional— a lo desconocido.

Tomaron el ascensor y, al llegar a la H12, el mayor abrió la puerta y tiró de su camiseta hasta llevarlo adentro. Lo obligó a sentarse en el sofá mientras él se deshacía de todas las cosas que le incomodaban. Fuera chaqueta. Fuera reloj. Tiró las llaves, la billetera y su celular sobre el mostrador de la cocina y regresó hasta donde estaba el rubio, aún cabizbajo. Se cruzó de brazos frente a él, mientras se apoyaba en el otro sillón.

—¿Me puedes explicar en qué estabas pensando? —pidió Nathan con suavidad.

El menor no contestó. Se limitó a levantar la mirada, encontrándose con los potentes ojos verdes de Nathan clavados en él. Volvió a bajar la cabeza.

—Dante, estoy hablando contigo. Mírame —ordenó el de cabello oscuro. Intentaba mantener la serenidad.

Dante obedeció, pero seguía sin decir nada. Desvió la mirada al gran ventanal del fondo.

—¡Por el amor de Dios, Dante! ¡Contéstame, maldita sea! —gritó Nathan a la vez que daba un poderoso golpe lleno de rabia en el brazo del mueble.

El de ojos azules se sorprendió e intentó reaccionar, pero el miedo lo había paralizado por completo. Hizo un esfuerzo sobrehumano para poder hablar.

—Y-yo... —pronunció finalmente—. No sé... Nathan, por favor no...

—¿Nathan, por favor no qué? ¡¿Ah?!

Dante hizo un gesto de negación con la cabeza en señal de que lo olvidase.

—¡Dime!

—No... No te enojes conmigo, por favor...

Maldita sea, ese rubio acababa de romperle el alma a Nathan en pedacitos.

El mayor se llevó las manos a la cara. Se levantó de su lugar y caminó hasta el ventanal. Allí se quedó un rato y luego regresó, notablemente más calmado.

—Mírame —pidió al rubio—. No estoy enojado contigo, ¿sí? Bueno... Sí, sí lo estoy. Estoy muy enojado contigo —confesó—. Pero ya no te voy a gritar. Solo quiero que hables conmigo, ¿vale? ¿Podrías hacerlo?

El rubio asintió mientras se secaba unas pocas lágrimas que se le habían escapado por hacer enojar a Nathan.

—¿Qué pasó?

—Yo... Am... Mira —Dante buscaba las palabras para explicarle lo que había pasado a Nathan y convencerlo de por qué había actuado así—, el día en que hablamos con Blas y su amigo, ¿lo recuerdas?

Nathan asintió mientras se acomodaba en el sillón opuesto al del rubio.

—Pues por la tarde, creo, o por la noche... No lo sé. El punto es que otra cosa azul de esas apareció. Y yo... Yo tenía miedo. Estaba contigo y no quería dejar pasar ese momento. Así que decidí ignorarlo y me alejé lo más que pude de ella. Vine hasta aquí para acompañarte, ¿recuerdas? Y me tumbé a tu lado y comimos pizza. Yo me sentía muy mal al principio. Estaba muy débil y tenía un dolor de cabeza horrible, pero con el tiempo se fue disipando y pude disfrutar de una noche tranquila.

Dante pudo notar como el de ojos verdes le miraba atento, prácticamente sin pestañear. Tuvo que hacer una pausa porque lo que le iba a contar a Nathan podía traerle problemas, pero sabía que debía hacerlo.

—La mañana siguiente me desperté y salí corriendo hasta la habitación para ver si la esfera seguía allí. No estaba y me sentí aliviado, pero...

—¿Pero...?

—Luego encendí la televisión y... —Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas del rubio, salvajes e incontrolables— estaban pasando las noticias... ¡Un hombre había muerto! ¡Se había ahorcado, Nei! Y allí estaban su esposa y sus hijos destrozados. Y yo... yo sentí que pude haberlo evitado. Sentí que era mi culpa y fue verdaderamente horrible. Era la peor sensación por la que había pasado. Tenía rabia dentro de mí, impotencia, solo quería salir corriendo y gritando que era mi culpa para que todos se enteraran de que soy un idiota egoísta que prefiere quedarse en casa viendo series con su novio que ayudar a los que están en peligro. ¡Y yo no quería volver a pasar por eso, Nathan, entiéndeme!

El de pelo oscuro sintió la imperiosa necesidad de saltar hasta donde estaba Dante y abrazarlo con todas sus fuerzas. Besarlo en la cabeza y decirle que todo estaría bien, que no llorara más, pero no lo hizo. El rubio debía entender que no estuvo bien lo que había hecho.

—¿Y qué pasó hoy? ¿Cómo llegaste hasta allá?

Dante tragó saliva, miró fijamente a Nathan y siguió narrando.

—Estaba en mi trabajo. Ya faltaba poco para salir cuando comencé a sangrar por la nariz. La busqué y allí estaba la esfera azul, en la carretera. Me acerqué a ella y lo demás simplemente pasó. Seguí la cadena hasta que me di cuenta que llegaría más rápido en taxi así que le pagué a uno. Nathan, si yo... si yo no hubiera estado ahí, ella habría muerto. Una bala le hubiese atravesado el estómago y, si eso no bastaba, otra hubiese hecho lo mismo con su cabeza. Aun así, creo que un disparo le alcanzó la pierna. Pero ella estará bien, ¿verdad, Nei?

Nathan cerró los ojos. No podía permitir que aquella carita inocente, tierna y desesperada le convenciera. Buscó la voluntad necesaria en su interior, se paró de su asiento desafiante, volvió a cruzar los brazos y finalmente habló.

—¿Y en ti no se te ocurrió pensar? ¿Cierto, Dante? —preguntó con una voz apesadumbrada—. ¿Qué hubiera pasado si una de esas balas te alcanzaba a ti? ¿En la cabeza, en el pecho, en el corazón?

Dante levantó la cabeza, mirando al mayor con sus ojos azules empapados en lágrimas y los labios temblorosos.

—¡Y no me mires así, Dante! ¿Si quieras piensas en mí, joder? ¿No se te pasa por la cabeza que voy a estar preocupado porque no llegas ni me contestas? ¡Si no recibo esa llamada de Dios sabe quién en estos momentos ni siquiera sabría dónde andas! —exclamó Nathan soltando un soplido—. ¿Es eso lo que quieres para mí, Dante? ¿Qué me muera de un ataque al corazón pensando que algo te ha sucedido? ¡No seas así, Dante! ¡Piensa un poco en cómo me siento yo!

Seguido a esto, Nathan se tiró de la pequeña plataforma donde se encontraba la salita y se dirigió a la puerta. El rubio sintió pánico en ese momento. Se arrodilló en el sofá mientras contemplaba como la cabellera oscura de Nathan se movía de un lado a otro mientras se marchaba de la habitación. El mundo de Dante se iba rasgando con cada paso que Nathan daba en dirección a esa puerta.

—¡Nathan! ¿Q-qué haces? —preguntó el menor con voz temblorosa mientras intentaba pararse del sofá—. ¡Nathan! ¡Nathan!

El mayor lo ignoraba, abrió la puerta y paró justo antes de dar un paso afuera. Giró el cuello para mirar al rubio que, de alguna manera sobrehumana, ya había llegado a estar a dos pasos de él. Miró a esos ojos azules llenos de miedo y de ternura. El rastro que dejaban sus lágrimas podía distinguirse debido a la luz del pasillo. Sus labios entreabiertos y su frágil cuerpo temblando... Dante realmente estaba asustado como un gatito recién nacido.

—Nathan, por favor... No... No me dejes así. No ahora...

—Dante...

—¡Por favor, Nathan! ¡Te lo suplico! —sollozaba el rubio mientras agarraba al mayor de la camiseta y tiraba de él—. Quédate. Quédate conmigo. No te vayas...

—Dante —volvió a pronunciar el de ojos verdes con firmeza a la vez que se zafaba de su agarre—. Dante, escúchame.

—¿Qué? —preguntó el menor con desánimo y pesar.

—¿Se puede saber quién te ha dicho a ti que me marcho? Voy a buscar mis audífonos que se han caído de mi chaqueta mientras te traía —dijo Nathan con una sonrisa en los labios.

Al rubio le desconcertó la respuesta y su reacción no fue otra que pegarle con todas sus fuerzas a Nathan en el brazo.

—¡Idiota!

—¡Miedica!

—¡Te odio!

—Sabes que me amas. Dame un beso, anda.

Dante no se lo pensó dos veces y acortó la distancia que los separaba. Se paró de puntillas para alcanzar los labios del mayor y se entregaron un dulce beso de disculpa. Claro que, quizás, Nathan buscaba algo más que una simple disculpa. Por un momento, pareció tornarse en un beso agresivo y salvaje, pero regresó a su naturaleza tierna al instante. El mayor se despegó con una sincera sonrisa en el rostro. Secó las lágrimas de Dante con su pulgar, levantando un poco los anteojos del rubio, y le dio otro beso en la frente.

—Quédate aquí. Voy a buscar mis audífonos y regreso. ¡No vaya a ser que se los encuentre Glorianna primero y me los confisque!

El rubio cerró la puerta con otra sonrisa. Ese Nathan era la persona más cruel que había conocido en su vida. También era la más amorosa. No quería perderlo nunca y más le valía no volver a hacerlo enojar.



Pocos minutos después, el mayor llamó a la puerta y Dante corrió para abrirle. Al hacerlo, Nathan le mostró los audífonos, que estaban hechos un lío, y una sonrisa.

—Nathan 1, Glorianna 0. ¡Sí!

Se sentaron en el sofá grande, esta vez juntos. Nathan se acercó al brazo del mueble mientras Dante se recostó sobre él, descansando la cabeza en su pecho.

—Recibí una llamada de un desconocido hoy —dijo Nathan, paseando sus dedos por la cabellera rubia—. Una voz robótica me dijo que mi querido rubio tonto estaba muy lejos de casa y que me lo entregarían en tal dirección. Yo corrí como un loco por la tienda buscando lápiz y papel para apuntar la dirección. Así tuviera que caminar hasta otro país, iría a buscarte.

Dante sonrió aunque Nathan no pudo apreciarlo. El rubio no podía quejarse, tenía a su lado alguien que, sin ninguna duda, le demostraba un amor incondicional.

—Pero el psicópata extraño que me llamo era bien amable y me dijo que habían quince vehículos de color violeta repartidos por la ciudad. Podría reconocerlos fácilmente porque tendrían una pegatina de una flor de loto blanca en el cristal trasero. Lo único que tenía que hacer era encontrar alguno y las llaves estarían en el guardalodos izquierdo de la parte de atrás del auto. No dudé ni un minuto, salí disparado a buscar uno de esos. Algunas calles más abajo lo encontré y el resto ya lo sabes.

—Gracias por ir a buscarme.

—No me lo agradezcas, no fue un favor. Esta noche te cobro el susto que me has dado —decía Nathan mientras le hacía cosquillas tiernamente en el cuello a su amado rubio—. De lo que deberías preocuparte es de quién te llevó hasta allí y quién me llamó. Parecen gente poderosa, Dante. Es como... como si alguien te estuviera vigilando.

—Nathan, me metí a quién sabe qué tipo de barrio. Dudo mucho que allí fueran los feligreses a rezar novenas. Seguramente eran algún tipo de... mafia. Tendrán sus razones para no querernos allí.

—Quizás, pero... no sé. No voy a quedarme de brazos cruzados. ¡Vamos a planear esto!

Nathan intentó pararse del sofá, pero el peso del rubio se lo impidió.

—¿Qué vas a hacer, Nei? Quédate ahí, estamos muy cómodos.

—Quiero hacer algo. Ya verás lo que es. Déjame salir.

—¡No quiero!

—¡Que me olvides, gato apestoso! —decía el mayor mientras le hacía cosquillas a Dante, consiguiendo que se apartara.

Nathan regresó al rato con cosas un tanto curiosas. Traía la tablet que le habían dado a Dante para su trabajo, gomitas de dulce que había sacado de la nevera, un poco de dinero y su celular.

—¿Para qué es todo eso, Nathan?

—Planearemos nuestro viaje a Poisonwoods.

—¿A qué? ¿Te has vuelto loco?

—Creo que siempre lo he estado. Ahora escúchame. Estamos aquí y tenemos que llegar hasta acá —dijo Nathan señalando primero a Boomair y luego los límites de Poisonwoods en el mapa que estaba abierto en la tablet de Dante.

—Sí. Necesitamos tomar un vuelo para poder llegar al norte de Poisonwoods. Luego dirigirnos hasta el centro de la ciudad y cruzar cientos de kilómetros hasta llegar al sur. Por cierto, por ese recorrido también se cruza un gran río de unos escasos... am... ¿Dos mil metros de ancho? —dijo el rubio con un alto nivel de sarcasmo—. ¡Ah! Y un desierto pequeñito para nada hostil.

—No empieces a poner trabas, Dante. ¿Cuándo ha salido mal un plan mío? —preguntó el mayor. Seguidamente hizo una pausa—. Mejor no contestes. ¡Pero para el que quiere todo es posible!

—Hay sus excepciones a ese dicho, ¿sabes? Igual el que lo inventó no estaba considerando una locura tan grande y tonta como la que planeas tú.

—No me cuestione, señor Montgomery. ¡Menos diez puntos a Gryffindor!

—¡Nathan, hazme caso! ¡Es imposible! ¿Qué piensas hacer? ¿Tomar autobuses por toda la ciudad y luego montarnos a camello para cruzar el desierto?

—Veo que lo vas pillando. Si es que eres más listo... —decía Nathan mientras le acariciaba la cabeza al rubio.

—¡Nathan!

—Mira, ten —dijo el mayor mientras le lanzaba el teléfono móvil a su novio—. Busca boletos de avión para Poisonwoods. Seguro que los vuelos son baratos. Ahí no hay más que ruinas y edificios en decadencia.

A pesar de que Dante no estaba para nada de acuerdo con la idea de Nathan, obedeció a su mandato.

—Hay un vuelo el sábado, a las tres.

—Perfecto. Una vez lleguemos, pasaremos la noche en tu casa.

—¿Qué? ¡No voy a volver ahí!

—Sí que lo harás, calla. Entonces, a la mañana siguiente tomaremos autobuses hasta llegar al centro de la ciudad. A partir de ahí caminaremos hasta casa de mis padres. Pasaremos allí la segunda noche y saldremos de madrugada al sur. Tengo algunos amigos por allí que podrían ayudarnos a sobrepasar los... obstáculos.

El de ojos azules soltó una carcajada y se aferró al brazo de Nathan.

—¿De cuál te fumaste, Nei? Sabes que estoy en contra del uso de drogas.

—Ja-ja —rio Nathan con sarcasmo—. Hablo en serio, Dante. No podemos seguir sin saber absolutamente nada acerca de cómo controlar tu... poder. ¡No puedes seguir cruzándote la ciudad y arriesgando la vida porque sí!

—Pero Blas...

—¡Pero Blas nada! ¡No podemos depender de ese idiota cada vez que estemos en problemas, Dante! Somos chicos grandes ya, ¿sí? Decidimos mudarnos aquí y tener una vida normal de pareja y, por lo tanto, saldremos de las situaciones como personas normales. ¡Y las personas normales no tienen un maldito amigo millonario que los lleve a pasear en helicóptero!

Dante resopló y miró a Nathan fijamente.

—¿Y cómo vamos a pagar los boletos de avión, Nathan? ¿La comida? ¿Quién sabe si necesitemos algo más?

—Necesitaremos agua. Mucha agua.

—En el aeropuerto no intercambian boletos por botellas de agua, ¿sabes?

—¡Ay, ya, sabelotodo! Ya juntaremos el dinero. Mira, yo tengo... —decía Nathan mientras contaba el dinero que había traído. Se levantó luego y fue a por su billetera, vaciándola junto a los billetes que ya había contado—. Am... Doce dólares con setenta y cinco centavos.

—Madre mía...

—¿Tú?

—A mí me quedan poco más de cien dólares. No nos da ni para un solo boleto.

—Es hora de hacerle una cordial llamadita a mis padres. Tú apunta aquí todo lo que se te ocurra que necesitaremos —ordenó Nathan a la vez que se paraba y se disponía a hacer la llamada.

—¡Nathan!

—¿Para qué eran las gomitas de dulce?

—Ah, sí... Tenía hambre. Gracias por recordármelas. —Tomó sus gomitas y entonces sí se dirigió a la cocina para hablar con sus padres.

A pesar de que a Dante aquello le seguía pareciendo una malísima idea, sabía que no había manera de convencer a Nathan. Era una de las desventajas de haberse ennoviado de un chico tan espontáneo. Aunque debía admitir que gracias a esas ideas locas y absurdas del moreno seguían juntos. Debido a ellas es que estaban allí, el uno para el otro.



Y así lo hicieron. El sábado a las nueve de la noche llegaron al aeropuerto nacional de Poisonwoods. Pasaron la noche en la pequeña cabaña desordenada y descuidada que había sido habitada por Dante hasta hace apenas unas semanas. A la mañana siguiente tomaron tres autobuses para poder llegar al centro de la ciudad y caminaron hasta casa de los padres de Nathan. Su madre estaba muy emocionada por volver a ver a su hijo y parecía incluso más emocionada por ver a Dante. Le dio un fuerte abrazo y el rubio casi sintió como crujían sus huesos. Su padre saludó a Nathan con un abrazo y a Dante le ofreció la mano con una sonrisa amigable. Nathan les había dicho a sus padres que el rubio iría a Poisonwoods por cuestiones de trabajo y que él quería acompañarlo. Infló los precios de los pasajes un poco y consiguió el dinero exacto de les faltaba para completar la compra de dos boletos. Durante el viaje, el rubio estuvo escuchando una y otra vez lo que debía decir a sus padres. Diría que ya había terminado su carrera de periodismo y que se dedicaba a cubrir noticias insólitas alrededor del mundo. Al padre de Nathan no parecía haberle convencido del todo la historia, pero no dijo nada.

El lunes partieron de madrugada. La luna aún estaba luciendo sus brillos en el oscuro cielo cuando los jóvenes se despidieron de los padres de Nathan. Se dirigieron al sur caminando hasta que consiguieron el primer autobús del día. Éste los llevó hasta fuera de la ciudad, a los límites de la civilización. Durante el camino, el rubio pensó en sus padres. En cuánto les echaba de menos. Las lágrimas comenzaron a recorrer sin permiso sus mejillas y tuvo que cerrar los ojos. Podía recordarlos tan bien... La sonrisa amable de su madre, el semblante serio de su padre, las escapadas al campo que hacía juntos... Todas las imágenes pasaban frente a sus ojos como en un desfile. Finalmente, todos los recuerdos se consumieron en una llama viva, azul, mortífera. Su corazón se retorcía de dolor, un vacío se hacía sentir en su estómago y sus huesos empezaron a tiritar de frío. Por fortuna, Nathan estaba a su lado. Y, aunque estaba totalmente dormido, seguía protegiéndole y cuidándole.

Al llegar a su destino, se bajaron dando tumbos. Dante por la desagradable sensación que le apresaba y Nathan porque aún estaba medio dormido. Se dirigieron hasta un concesionario de vehículos y Nathan le pidió que esperase afuera. El rubio pudo ver a través del cristal como su novio saludaba con un abrazo a otro chico y, luego de una corta conversación, intercambiaron dinero por unas llaves. El mayor salió y se dirigió hasta donde estaba su pequeño Dante.

—He conseguido algo que nos llevará lo más lejos posible. No está en la mejor condición, pero esperemos que funcione.

Le dio un corto beso en los labios y fue a por el vehículo que acababa de rentar a su viejo amigo Tony. No había pagado mucho por él, así que no esperaba gran cosa. Solo rezaba para que tuviera cuatro ruedas y arrancara. Se apareció luego en un auto antiguo de color azul. La pintura estaba desgastada, los asientos parecían haber sido arañados por un gato y sí, olía un poco mal, pero les serviría. Se bajó e invitó a subir al rubio mientras le abría la puerta con una sonrisa. Dante subió con cierto recelo, pero no quedaba otra opción.

Se pusieron en marcha, con los cristales abajo porque el auto no tenía sistema de aire acondicionado. El radio funcionaba. Se escuchaba bastante mal, pero se escuchaba.

—¿Hacia dónde vamos, Nei?

—Hay un supermercado justo antes de salir de la civilización de Poisonwoods. Es muy barato y de calidad muy dudosa, justo lo que necesitamos.

—¿Calidad dudosa?

—No tomes nada de lo que no estés seguro si lleva ahí más de dos años.

Dante soltó una carcajada y buscó la mano del mayor para entrelazarla con la suya. Sin duda sería una travesía un tanto alocada.

A medio camino, el de ojos verdes buscó en su bolsillo y sacó su teléfono celular.

—Dante, saca el tuyo, marca el número de tu trabajo y dámelo.

—¿Qué vas a hacer?

—Pues decirle que estás terriblemente enfermo y no vas a poder asistir hoy.

—¡Me van a matar, Nei!

—Esperemos que estén de buen humor.

El rubio se ofreció a ser quien llamara primero al trabajo de Nathan y lo excusara. Todo salió bien. Una voz de hombre gentil le había dicho que no había problemas y que esperaba que se recuperara pronto. Sin embargo, cuando le tocó el turno a Nathan, el cuento fue otro. Una desesperada voz de mujer gritó a través de la línea telefónica, casi despeinando la cabellera de Nathan con su intensidad. El moreno intentó solventar la situación, pero solo recibió más gritos, amenazas e insultos.

—Am... Todo en orden —decía Nathan mientras tomaba el desvío hacia el supermercado.

—¿Tendré que buscar otro trabajo al regresar?

—Es muy probable.

Dante volvió a reír.

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¡Nuevo capítulo! Como este capítulo ha salido un poco más largo que los demás he decidido subirlo en dos partes. Durante la semana publicaré la segunda parte, que desborda azúcar, por cierto Jaja


En este séptimo capítulo Nathan estaba muy enojado por la actitud de Dante, pero finalmente demuestra que no está dispuesto a dejarlo solo. Ahora se encuentran comenzando una travesía que promete ser complicada, pero muy divertida. ¡Nos vemos dentro de poco para saber qué ha pasado entre estos dos!


Muchísimas gracias a todos por leer. Un abrazo <3

PD: Muy prontito subiré una historia corta para participar en el concurso #Black&White. Así que si gustan, pueden pasar a echar un vistazo y a apoyar ^^ Puede ser perfecta para hacer un lectura rápida y entretenida llena de jovencitos, una directora muy estricta, curiosas reuniones en el bosque y mucha magia. ¿O debería decir... brujería? Jaja ¡Nos vemos por allí! ^^


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