Capítulo seis
Era el tercer día de trabajo de Dante. Sus ojos estaban pegados a una pantalla de ordenador donde se dedicaba a corregir los errores de redacción en los artículos de una revista. A pesar de su corta edad, Dante estaba a punto de graduarse de su carrera en periodismo. Había empezado a combinar estudios superiores y universitarios con quince años y medio. Antes de llegar a Bommair Village, el rubio ya había hecho todo lo necesario para confirmar su nuevo empleo. Una editorial de revistas le había contratado. Su labor consistía en corregir todos los errores de la revista antes de que esta se publicara. No era el trabajo de sus sueños, pero era una actividad entretenida y le pagarían lo suficiente como para crear una situación económica estable. Eso, sumado a los ingresos de Nathan, quien también había conseguido trabajo, bastaría para vivir bien y concederse algún capricho de vez en cuando.
Revisaba un artículo acerca de las casas con diseños ecológicos. No estaba mal, pero el día anterior le había tocado uno de videojuegos y quedó fascinado. La pantalla de su teléfono se iluminó desviando la atención del rubio desde el monitor al escritorio. Vio que era Blas y quiso saber qué ocurría. Tal vez su amigo Elías había descubierto algo nuevo. Con suma discreción, se levantó de su escritorio y se dirigió al baño para caballeros. Se encerró en uno de los cubículos y contestó.
—¿Hola? —pronunció con voz tímida.
—¿Dante? ¡Hola! ¿Cómo has estado?
—Ummm. Bien, ¿necesitabas algo?
—Solo quería saber si había pasado algo —el chico al otro lado del teléfono hizo una pausa—. Elías me preguntó cómo seguías y pues... He decidido llamarte.
—Estoy muy bien. Podrías llamarme más tarde, Blas. Es que —el rubio también pausó un instante mientras salía del cubículo— estoy en el trabajo.
—Oh, ¿sí? ¿Ya has empezado? Perdóname, por favor. He intentado llamar a Nathan pero la sabandija mugrosa no me contesta. ¿Sabes dónde está?
El menor soltó una tierna risita apoyándose de espaldas a los lavabos.
—Nathan... Él... Ha trabajado duro estos días, ¿sabes? Estoy casi seguro de que aún debe estar durmiendo.
—¡Pero si son las diez de la mañana!
—Precisamente por eso —Dante volvió a reír.
Blas soltó un suspiro y le dijo a Dante que intentaría llamar a Nathan una vez más. Luego de eso se despidieron y el rubio continuó tranquilamente en su trabajo.
Sin embargo, fue imposible que sus pensamientos no se vieran afectados por la corriente y terminaran arremolinados alrededor de los ojos verdes de su querido amante. Le imaginó aún dormido, aprovechándose de que el rubio no estaba para adueñarse de toda la cama. Con la almohada entre su brazo y su cabeza, la boca semiabierta y la mano en el abdomen. Esa mañana se habían levantado juntos para desayunar. Dante pensó en dejarle dormido, pero Nathan nunca le perdonaría haberse ido sin despedirse. El mayor daba tumbos como si estuviera borracho mientras Dante preparaba su desayuno y un café con leche para el de ojos verdes. Le despidió en la puerta con un tierno beso en la frente y le deseó que tuviera un buen día. Prometió que tendría la cena lista para cuando volviera. Tener esa sensación de que alguien se preocupaba por él y de que le importaba a alguien hacía al rubio verdaderamente feliz. Nathan le hacía verdaderamente feliz.
Una hora después, en su departamento, la melena oscura de Nathan caía desde el brazo del sofá. El moreno comenzó a despertarse y al hacerlo notó un terrible dolor de cuello. Maldijo el momento en que decidió quedarse dormido en el sofá. Buscó su móvil y se sorprendió de que fueran ya las once y quince de la mañana. ¡Ya se había perdido casi mediodía! Con sus extremidades aún adormecidas se dirigió al baño y se dio una ducha. Al salir se preparó el desayuno y decidió que era un buen día para conocer un poco más la ciudad.
Mientras ingería su desayuno, que no era más que unas tristes tostadas y huevos revueltos, Nathan pensaba en lo rápido que habían pasado las cosas. Hace algún tiempo solo era un chico un tanto reprimido que veía imposible el hecho de encontrar a alguien que llenara su corazón. Simplemente no tenía el suficiente dinero para impresionar a una chica y, aunque sabía que tener una novia no le iba a ser completamente feliz, suponía que tendría que conformarse con eso. No tenía ni idea de cómo empezar a tener algo especial con un chico. Luego de eso llegó Dante y le fascinó desde el primer momento. Era todo lo que había buscado siempre. Bueno, tal vez lo nerd y lo fan de Taylor Swift era prescindible, pero aun así sentía que era la persona correcta. Sintió mucho miedo al principio. No quería ir demasiado rápido y lanzarse sobre él, pero tampoco quería dejarlo ir sin intentarlo. ¿Qué habría hecho si aquel niño rubio no se hubiera aparecido más por su tienda de dulces? Nathan no podía responderse. Aunque el rubio no pensase que fuera capaz de enamorar locamente a un chico como Nathan, la verdad era que desde el principio el de ojos verdes comenzó a soñar con él. Le idealizaba a su lado, dejándose cuidar por él. Quería tenerlo cerca para poder mimarlo, poder demostrarle que era una persona valiosa y que merecía todas las atenciones del mundo. Día a día iba descubriendo más y más detalles que le fascinaban del rubio. Sencillamente, había encontrado una mina de oro. ¡Y vaya si lo era! Ese chico no dejaba de sorprenderlo. Lo que había empezado como un tierno juego adolescente con un rubio adorable ahora era toda una misión para descubrir que andaba mal con él. Nathan sonrió mientras contemplaba la ciudad desde la inmensa ventana. Nada andaba mal con Dante, estarían bien.
Cuando terminó de desayunar ya iban a ser las doce. Nathan había decidido enviarle un mensaje a su novio para desearle un buen día, pero prefirió esperar un poco más hasta que el rubio saliera de almuerzo y poder llamarlo.
Y así lo hizo, unos veinte minutos después llamó a Dante y pudo escuchar como su voz atravesaba el teléfono para acariciarle.
—¡Gatito albino! ¿Qué tal? ¿Cómo lo llevas?
—Bien, me acaban de decir que ya puedo ir a almorzar. ¿Y tú?
—¿Solo eso me vas a decir? ¿Ni un miserable «Nathan, te amo. No puedo vivir sin ti. Ven a verme porque te necesito ya a mi lado»?
El rubio soltó una risita al otro lado de la línea.
—«Nathan, te amo.» Hasta ahí, lo demás sobra.
El de ojos verdes gruñó y luego intentó fingir que lloraba.
—No seas patético, Nei. Anda.
—Y encima me llama patético. Hashtag ofendido. Mira, tú, niño cruel. ¿Qué vas a hacer? ¿Quieres que te compre comida y te la lleve?
—No. La verdad es que moriría antes de que llegaras. Quedarías atrapado en el tráfico si vienes en taxi. Y si vienes a pie, no llegarías ni a la mitad del recorrido. Hay una cafetería aquí cerca. Iré con una compañera a ver qué hay.
—¡Qué yo soy muy veloz, eh!
—Que sí, lo que tú digas. ¿Qué harás? Ya que he frustrado tu maravilloso plan de cruzar la ciudad para traerme el almuerzo.
—Tirarme al piso, colocarme en posición fetal y llorar intensamente hasta que mis ojos me supliquen que pare —Nathan hizo una pausa mientras escuchaba la risa de su rubio—. Luego es posible que salga a conocer un poco más la ciudad y ver qué hay por ahí.
—Blas me dijo que estaba intentando comunicarse contigo —dijo el de ojos azules luego de controlar su risa.
—¡Sí! ¡Ese pesado! Tengo catorce llamadas. ¡CATORCE LLAMADAS! Ni mi madre me llama tanto. Bueno, mi madre no me llama... ¡Pero aun así!
—Devuélvele la llamada, hombre. No seas cruel.
—Me lo pensaré.
—Ya voy a entrar a la cafetería, Nei. Hablamos luego. ¡Suerte en tu aventura por la ciudad!
—Adiós, nos vemos luego. ¡Te quiero!
—Yo te quiero más, Nei. Adiós.
Luego de cortar la comunicación con Dante, Nathan decidió bajar. Tomó sus pertenencias: teléfono, llaves y billetera. Cerró tras de sí la puerta con el seguro y se dirigió al ascensor. Cuando estaba a pocos pasos de las escaleras que daban al lobby, pudo escuchar un tono de voz que le pareció familiar. Se asomó cautelosamente y pudo verlos dialogar.
Aunque no pudo descifrar muy bien lo que decían. Nathan vio como Glorianna recibía un maletín marrón de parte de Equis a cambio de unas fotografías. Intercambian unas pocas palabras más y, seguido a esto, el joven Equis se marcha del edificio por la puerta principal. Cuando Glorianna subía para volver a su puesto, el moreno la interceptó.
—¡Hola, Glorianna!
La señora pelirroja no parecía haber advertido su presencia allí. Se sobresaltó y luego sonrió mientras le extendía la mano a Nathan.
—¿Qué tal, señor Fox?
Nathan le estrechó la mano mientras le regalaba otra sonrisa. No porque estuviera feliz de verla, sino porque era parte de su plan. Se cruzó de brazos frente a ella, mientras le seguía mostrando esa sonrisa tan amable.
—¿Y ese jovencito tan apuesto? ¿Eh, Glorianna? No me diga que usted... Ya sabe... —Nathan puso entonces una sonrisa un poco más sugerente. A Glorianna le costó un poco entender.
—¿Eh? No, no. Por supuesto que no —se rio un poco—. Él es solo un empleado. Bueno, uno muy destacado en el edificio.
—¿Y se está intercambiando fotitos con un empleado? ¡Vaya, Glorianna! Si nos ha salido listilla. —Nathan observaba el semblante incómodo que la señora trataba de ocultar—. Pero tranquila, el secreto está bien guardado. Equis es un buen chaval.
Entonces el moreno observó divertido la cara de confusión y perplejidad que tenía Glorianna.
—¿Qué? ¿L-lo conoces? ¿De dónde?
—Es hermanito legal de Dante. Bueno, mire, le explico. Cuando los padres de Dante murieron, la familia de Equis pidió su custodia pues Dante era aún menor de edad. Como nadie en su familia estuvo dispuesto a recibir a Dante, la familia de Equis obtuvo la custodia de una manera bastante veloz. De hecho, siguen siendo los tutores legales de Dante para todo caso donde la mayoría de edad sean 21 años.
Glorianna dirigió otra mirada confundida a Nathan. Tenía la boca abierta, no salía de su asombro. Nathan hizo una larga pausa esperando respuesta de su parte.
—Y-yo... La verdad es que no tenía idea de nada de eso. Lamento mucho lo que le haya sucedido a los padres del señor Montgomery. Y... Equis... Bueno, es más bien mi jefe.
—Sí, tiene mucho sentido que el que sube los equipajes sea su jefe —dijo Nathan con un tono muy sarcástico mientras se marchaba y dejaba atrás la escalera desde donde Glorianna aún se encontraba mirándolo con asombro.
Nathan abandonó el edificio con las manos en los bolsillos. Se cruzó la carretera y se perdió entre las calles de la ciudad. Iba pensando en qué haría un tipo como Equis trabajando de botones. Su familia era adinerada, casi tanto como la de Blas. No tenía necesidad de eso. Sin embargo, el de ojos verdes sabía que Equis no estaba en buenos negocios. ¿Algún reto, tal vez? No quiso darle más vueltas al asunto. ¡Y hablando de Blas! Tenía que llamarlo. Decidió hacerlo luego de entrar en la primera tienda que vio. Era una tienda de instrumentos musicales. Quizás era tiempo de aprender a tocar la guitarra.
Dante seguía en su trabajo, tan solo le faltaban unas tres horas más y se iría a casa. Todo transcurría como de costumbre hasta que sintió una molestia sobre su labio. Pasó el dorso de su mano para limpiar lo que creyó que era sudor, pero pronto descubrió una mancha carmesí sobre su piel. Se alarmó, miró a ambos lados y nadie parecía haberse dado cuenta. Siguió buscando con la vista mientras esta se nublaba y el dolor de cabeza comenzaba a surgir. Pudo divisar a lo lejos la esfera azul. Ahí estaba de nuevo. ¿Es que nunca le dejarían en paz? Pensó en ignorarla, en continuar con su trabajo, pero una sensación terrible le invadió y a su memoria regresó el recuerdo de la mañana cuando vio en las noticias al hombre ahorcado. Decidió no pasarlo por alto esta vez. Se levantó de su escritorio y salió tranquilamente. Por fortuna, nadie se percató de su salida.
Como la primera vez, se acercó a la esfera y la tocó tímidamente. Sus males se disiparon y una larga cadena de luces ardientes se extendió por la ciudad. Dante las siguió hasta dos cuadras próximas al punto de partida. Entonces entendió que la cadena podría ser demasiado larga como para completarla a pie. Supo que debía tomar un taxi. Para cuando entró al interior del vehículo amarillo, Dante ya se veía rodeado del bosque, con el solitario sendero frente a él.
Se tranquilizó y dijo pausadamente al taxista:
—Por favor, debe seguir todas mis indicaciones. Es posible que le obligue hacer cambios bruscos, tal vez incluso que vaya contra el tránsito, pero le pagaré doble al llegar a mi destino.
Dante no supo si, en la realidad, el taxista le había dicho que estaba loco. Solo sabía que, en medio de aquel tenebroso bosque, el hombre solo había asentido con la cabeza y se había puesto en marcha.
En una lujosa casa al oeste de Boomair Village, unos ojos marrones brillan de deseo. Observan la piel blanca que se estremece a su tacto, la melena negra con mechas rojizas que se despeinada cada vez más con el sube y baja. Una mano suya acaricia el abdomen de la chica mientras con los dedos de la otra recorre el camino de la nuca hasta su espalda baja. Le entrega besos feroces, cada cierto tiempo enfurecen sus movimientos y ella sonríe con malicia. Solo un tercio de su cara es visible en ese momento, el cabello le cubre el resto. Ella toma su barbilla con ambas manos y le besa con cierta violencia.
En ese momento, él decide cambiar de posición. Obliga a la morena a recostar su espalda en el sillón mientras él se incorpora. La mira con lujuria, con un fuego adolescente ardiendo en sus venas. Ella también desea continuar con aquello y se abraza la cintura del chico con sus piernas. Todo está dispuesto para que la acción continúe, pero el celular de él comienza a sonar.
Ella suelta un suspiro lleno de enojo y decepción. Él ralentiza sus movimientos, pero decide ignorar el ruido y continuar en lo suyo. Intenta continuar, intenta concentrarse en la hermosa chica que jadea por él. Se maldice una y mil veces, pero no logra conseguirlo.
Suelta a la chica mientras se para tremendamente irritado. Se abre paso hasta la mesa del comedor donde había dejado su celular y ve que en la pantalla aparece el nombre de Marketuk. Agarra el celular de mala gana y contesta.
—¡¿Qué carajos quieres ahora, Marke?! ¿No tenías otro puto momento para llamar?
—Eh, eh, primo. Bájale ahí a esa actitud. Conmigo así no...
—¿Qué mierda quieres, Marketuk? —preguntó Equis un poco más calmado.
—¿Recuerdas la niñita esa que tu padre mandó a buscar desde el norte? La tartamuda —describió Marketuk.
—Sí. ¿Qué pasa con ella?
—Pues la acabo de ver dando vueltas por ahí.
—¿Por ahí? ¿Dónde rayos estás?
—Pues en mi taller, hermano. Aquí, tranquilo con mi cerveza y un sensual porro. Ya tú sabes...
—¿En tu escondite? ¿Qué hace esa niña ahí?
—No llames escondite a la Happiness Factory. Tú sabes que el mejo' producto viene de aquí.
—Mira, Marke. No estoy de ánimos para escuchar tus tonterías del negocio, ni de tu producto, ni leches en vinagre. Tampoco tengo tiempo para encargarme de la niña. Solo retenla contigo y ya iré yo después a buscarla. ¿Está bien?
—Oh, me parece que eso no se va a poder hacer, hermano. La mocosa ya cruzó al territorio de los Quintana y yo pa' allá no me meto.
Equis dirigió la mirada hasta Ashley que se encontraba ya sentada en el sillón y fumaba un cigarrillo. Seguía desnuda, aunque tenía un albornoz de seda sobrepuesto en los hombros. El joven se mordió los labios y volvió a maldecir su suerte internamente.
—Dios, Marke. Tanto presumir de tu maldito negocio y no puedes pasar de una línea por miedoso. Voy para allá.
El otro contestó algo, pero Equis simplemente lo ignoró y colgó la llamada. Dejó el celular en la mesa y se dirigió a la sala. Tomó su chaqueta del pechero y se dirigía al cuarto para buscar algo de ropa cuando las frías palabras de Ashley le interceptaron.
—¿Qué ha pasado?
—Cosas del trabajo, Ash. Tengo que irme.
—No, si me parece perfecto —dijo ella con una sonrisa sarcástica mientras se levantaba del sillón y se colocaba correctamente el albornoz—. Lárgate... otra vez.
Ella abandonó la estancia, chocando su hombro con el de Equis al pasar. El pelinegro no quiso perpetuar la escena, bajó la cabeza y continúo con lo decidido.
El viaje había sido más largo de lo esperado, aunque tal vez no tan enrevesado como Dante creía. Al llegar a un sitio donde el taxi ya no podía continuar, el rubio se bajó del automóvil, pagó lo debido y siguió el camino de fuegos azules. Estaba de vuelta en el mundo real, en algún momento había salido del bosque oscuro sin darse cuenta. La cadena le llevó hasta un lugar aparentemente abandonado. Era un puente de dos vías lleno de basura, escombros y cientos de autos abandonados. Era imposible transitar por él. Otros dos puentes cruzaban sobre ese, aunque aquellos sí eran transitables. Dante no conocía aquel lugar para nada y, mientras avanzaba por el sendero de incandescentes, se fijaba en todos los grafitis y dibujos que estaban en las paredes. Pocos metros después, vio algo colorido tirado en el suelo. Al acercarse pudo notar que era una niña de cabello castaño recogido en dos trenzas. Llevaba un traje azul y blanco con una puntilla de flores al terminar la tela. El rubio pudo luego ver algo que le atemorizó. La niña llevaba un arma en las manos. Una pistola, enteramente negra y brillosa. Sonrió a Dante y salió corriendo, perdiéndose entre los autos descompuestos. A pesar del llamado de Dante, la niña no paró. El de ojos azules se acercó más y más, siguiendo la cadena y el bosque volvió a aparecer. Podía escuchar la risa distorsionada de la niña a lo lejos, pero ya no podía ver los autos. Caminaba con cuidado para no chocarse con nada.
A cada lado del viejo puente había plataformas dedicadas al almacenamiento. Usualmente, aquel puente era utilizado como zona de carga para pequeñas embarcaciones. También había edificaciones que, en su tiempo, se dedicaban a proveer servicios a la comunidad pesquera. Tiendas de artículos de pesca, oficinas de seguros, bares, entre otros. Desde uno de esos callejones un hombre entre los cuarenta y cincuenta años, calvo, de apariencia descuidada, pudo observar como la niña de las trenzas disparaba a un barril de por allí y el contenido de este se derramaba.
—¡Eh, tú, maldita niña! ¡Deja de hacer eso, esto no es sitio para jugar!
La niña le ignoró y continuó disparando a barriles y contenedores. El hombre llamó a su jefe a gritos y un hombre mayor, con anteojos y para nada en forma salió.
—¡Agh! Esto es un truco del maldito negro. ¡Vamos, no se queden ahí disparen! —gritaba el hombre mientras apuntaba con su bastón al otro lado de la vía.
—¿A la niña?
—A la niña no, imbécil. ¡A sus cosas! ¡Sus cargamentos!
El hombre calvo pegó otro grito, esta vez para llamar al resto de la pandilla. Inmediatamente comenzaron a disparar a la vía de al frente. Rompieron ventanas, algunos barriles e incluso un automóvil comenzó a arder.
Marketuk salió furioso de su guarida y, al ver que se trataba de un ataque, envió a sus muchachos a defenderse. De esa manera comenzó una intensa balacera entre ambos extremos de las vías mientras la niña seguía jugando inocentemente y Dante la seguía.
El rubio no podía ver nada de lo que ocurría estaba sumido en el bosque nuevamente. Sin embargo, había comenzado a acelerar su paso debido al extraño comportamiento que presentaban los fuegos. Iban desvaneciéndose progresivamente, obligando a Dante a aumentar la velocidad para alcanzarlos.
Poco tiempo después, el lujoso auto deportivo de Equis llegó a la escena. Lo dejó estacionado en donde el taxi había dejado a Dante minutos antes y corrió hasta donde se escuchaba el escándalo. Al llegar, se encontró con la guerrilla de bandos y se sorprendió. ¿Qué estaba pasando? Él solo venía a recoger a una niña y luego se iría a casa. Ese era el plan. Sin embargo, pocos segundo después pudo ver una cabellera rubia abriéndose paso tranquilamente entre la balacera. Se fijó un poco mejor en ella entrecerrando los ojos para confirmar sus sospechas.
—Dante...
Se acercó lo más que pudo hasta quedar detrás de una muralla de autos viejos. Desde allí pudo observar mejor a Dante y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Dante era una persona especial. No solo era, técnicamente, su hermano legal, sino que de él podía depender todo su proyecto.
Con nerviosismo, introdujo su mano en el bolsillo del pantalón, sacó su teléfono y marcó el número de Marketuk.
—¡Marke, ¿qué diablos hacen?!
—Oh compadre, nos defendemos del bandido inglés. Le estamos dando un buen escarmiento.
—¡Para esto ahora mismo!
—¿Qué? ¿Qué dices? Esto no ha hecho más que empezar.
—¡Marketuk, hay personas en peligro!
—¡Pero ellos empezaron! Ahora que se aguanten.
—¡PARA LA MALDITA BALACERA AHORA O IRÉ YO MISMO HASTA DONDE ESTÁS Y TE REBANARÉ LA GARGANTA EN DOS! ¡¿ME HAS ENTENDIDO?!
Marketuk hizo un profundo silencio durante un momento.
—Tampoco así, primo.
—Haz lo que te digo —dijo Equis antes de colgar.
Poco a poco, el fuego fue terminando. Los hombres de Marketuk guardaron sus armas y el otro bando se cansó rápidamente de no recibir respuesta. Equis contemplaba la escena desde el mismo lugar. Minutos más tarde, Dante regresaba sobre sus pasos con la niña en brazos. Una enorme mancha de sangre tintaba su camiseta y su paso era lento y torpe.
Equis volvió a tomar el teléfono para hablar con Marketuk.
—Ahora escúchame bien, idiota. Si algo les pasa a la niña o a Dante están todos muertos.
—Tranquilo, tranquilo. Ya hemos parado.
—Sigue mis instrucciones si quieres salir vivo de esto —ordenaba Equis mientras subía a su auto—. Vas a llevarlos al hospital público de Boomair. No me importa a quien envíes, solo envía a alguien. Alguien estará esperando al chico. Bajo ningún concepto dejes que él entre al hospital o a cualquier otro sitio.
—¡Pero yo no puedo hacer eso! ¡Tengo trabajo que hacer!
—Me importa un soberano pimiento. Haz lo que te pido. Llámame cuando hayas dejado al chico.
En el camino de regreso, Equis estuvo haciendo arreglos para que alguien fuera recoger a Dante donde había dicho. Comunicó la situación a un superior y, al parecer, ellos también andaban buscando a la niña. El joven se reservó los detalles que involucraban a Dante, de forma tal que nadie en la empresa podría sospechar de él. Debía ser cuidadoso con toda la información que revelaba, pues podría ser perjudicial para él. Eso también lo había aprendido de su padre.
La persona que habían contactado para que recogiera a Dante era nada más y nada menos que Nathan. El de ojos verdes se paseaba de un lado a otro en la acera, casi comiéndose las uñas. Estaba terriblemente nervioso y asustado. Cuando su rubio se bajó del auto gris en que había llegado, Nathan sonrió al ver que estaba bien. No obstante, cuando el vehículo continuó su marcha, el mayor pudo notar la mancha roja en la ropa de Dante. Sintió un escalofrío, el mundo bajo sus pies tembló y su vista casi se nubla. Sin pensar, saltó al auxilio del rubio sin siquiera mirar antes de cruzar la carretera.
Llegó hasta él y lo abrazó con todas sus fuerzas. Le besó sobre su cabello mientras le preguntaba si estaba bien. Dante restregó la cabeza en el pecho de su moreno, asintiendo, y se abrazó a él con incluso más fuerza. Luego de un largo tiempo abrazados, Nathan se apartó un poco y le levantó la cara a Dante para poder verlo. Se encontró con unos profundos ojos azules cristalizados, suplicantes. Los labios pálidos, temblorosos, intentaban decir algo. Se acercó al rubio a la vez que éste se aferraba a su camiseta y volvía a refugiarse en el hueco de su pecho.
—¿Qué ha pasado, pequeño? Dime qué ocurre —pidió Nathan acariciando la nuca de su pálido amante—. Ya estoy aquí contigo, nada te pasará.
—S-solo... Llévame a casa...
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Ahora sí. Luego de mucho, mucho, muchísimo tiempo de ausencia, regresa Piel de Incendio. He estado avanzando con otra historia y la verdad es que había abandonado un poquito a Dante y Nathan. ¡Pero ya están de vuelta! Y espero poder traer actualizaciones con mucha más frecuencia.
En este capítulo Equis consigue información muy importante acerca de Dante, pero debe guardarla pues puede serle más útil si la mantiene en secreto. ¿Le saldrá bien la jugada? Por otro lado, Nathan descubrió a Glorianna y Equis intercambiando algo. ¿Qué podría ser?
Espero que les haya gustado este nuevo capítulo y que me perdonen el tiempo de ausencia ^^ Nos vemos prontito, un abrazo <3
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