Capítulo diecisiete | segunda parte
Luego de confirmar que, sin lugar a dudas, Glorianna ocultaba algo más, se le asignó a Laura la tarea de vigilarla. La mujer, que había estado comprometida con la causa desde que la anciana Marianne le explicó todo lo que sucedía, no puso ningún pretexto. La reunión entonces continuó su curso. El señor Villalta tomó de nuevo el mando.
—Analicemos ahora los lugares donde sospechamos que podrían tener a Dante. Gracias a la investigación que hemos realizado durante las últimas semanas, Knight y yo, con la ayuda de alguien más, hemos encontrado seis puntos. Tres de ellos son edificios residenciales McCormick distribuidos en la ciudad. Podemos casi descontarlos de inmediato, sería el primer lugar donde buscaríamos y las direcciones están disponibles con un clic en internet. Eso nos deja con tres posibles opciones.
—¿Y cuáles son? ¿Por dónde empezamos? —preguntó Nathan impaciente.
—La residencia McCormick, los laboratorios de la WWL y el Golden Empire —afirmó Villalta—. Por dónde empezar es la pregunta que debemos resolver. Knight piensa que la mansión McCormick es una posibilidad. Después de todo, Dante ya ha estado ahí antes. Además, han reforzado la seguridad del lugar.
—¿Y usted que cree?
El señor Villalta se pasó una mano por el cabello y suspiró mientras miraba a la nada. Luego devolvió su mirada a los potentes ojos verdes del moreno. Nathan lo vio titubear por primera vez.
—Yo diría que todavía debe estar en los laboratorios. Según sabemos, se trata de un gran proyecto, deben realizarle muchas pruebas —dijo y resopló una vez más—. Todo sería más fácil si el Len-Hikari hubiera venido. No lo conseguimos, su hija nos dijo que había emprendido un viaje hace poco y desconocía cuando regresaba.
Nathan suspiró también, desilusionado. Lo menos que necesitaba en esos momentos era que le dijeran que alguien podía ayudar y no estaba allí. Se pasó la mano por la cara tratando de despejarse.
—¿Y el Golden Empire? ¿Qué es?
—Es un centro comercial enorme. Y un casino —respondió Villalta—. Tiene clubes, tres estacionamientos verticales y hasta un pequeño parque central. Es como una miniciudad para gente rica. Aunque solo sabemos que los McCormick tienen una pequeña porción de las acciones del lugar a su nombre, lo que quiere decir que no tienen demasiado poder ahí. No parece un sitio donde llevarían a su sujeto estrella.
—Y sin embargo, es por donde deben empezar a buscar —dijo una voz rasgada y profunda desde el fondo de la habitación—. Las cosas más grandes se refugian en las apariencias pequeñas.
Desde el umbral comenzó a dibujarse una silueta que se fue acercando cada vez más. Era un hombre, no muy alto y de edad avanzada. Traía el pelo blanco hasta los hombros y vestía una extraña túnica con soles y lunas de color dorado. El señor Villalta pareció reconocerlo de inmediato.
Era el chamán.
—¡¿Sagrada Luz?! —preguntó asombrado—. ¡Por Dios santo, Hikari! ¿Cómo llegaste aquí? ¡Te buscamos por todas partes y no apareciste!
El viejo chamán se acercó hasta quedar en medio de la estancia, rodeado de todos. Miró con curiosidad el grupo, cerró los ojos y sonrió. Luego se dirigió a Villalta.
—Me buscaste cuando yo ya estaba aquí.
En el lujoso penthouse, la situación de Dante no hacía más que empeorar. Habían pasado solo unos pocos días desde que había intentado escapar, pero el rubio sentía que había sido una eternidad. Verdaderamente había enojado a Equis. Aferrado a un vaso de agua, Dante pensaba en lo tonto que había sido. ¿Escapar corriendo fuera del edificio? ¡Pero qué tontería! Por supuesto que acabaría mal. Aunque nunca pensó que tanto.
Tosió demasiado fuerte y le dolió todo lo que pudiera doler.
Y luego tosió otra vez. Y otra vez, y otra más.
Cuando despertó al día siguiente de su intento fallido, Equis le confesó algo que lo dejó frío. Como consecuencia de su equivocado y desilusionante comportamiento, había tenido que recurrir a medidas más extremas. Le suministró vía intravenosa un estimulante que habían creado en el laboratorio. Desde ese momento, Dante tendría que tomar una píldora diaria para contrarrestar los efectos mientras el estimulante se encontrara activo en su circuito sanguíneo. Por supuesto que Equis se aprovecharía al máximo de la situación.
Sus encuentros se habían vuelto muchos más agresivos y desenfrenados. También más frecuentes. Equis le obligaba a complacerlo en todo tipo de cosas, sabiendo de la dependencia que había creado en el rubio. Dante entonces se encontraba en dos estados que le inhibían por completo de estar bien. O estaba bajo el dominio de su tirano hermano adoptivo o estaba totalmente sedado por el fármaco.
Algunas veces, la píldora parecía funcionar bien durante largas horas. En otras —como ese día—, sufría fuertes dolores de cabeza y se la pasaba vomitando una y otra vez. Por otro lado, aquella voz que escuchaba desde el principio en su cabeza había cobrado mucha más fuerza. Ahora venía acompañada de imágenes, sensaciones. Podía ver un cuarto lleno de monitores, unas manos atadas, un atuendo azul. ¿Se trataría de Nathan? La piel que podía ver en sus alucinaciones era mucho más clara y la voz tampoco podía asociarla con la de su moreno. Se escuchaba, de hecho, muy distorsionada. Le sonaba familiar, pero no podía recordar por qué. ¿Se estaría volviendo definitivamente loco?
Mientras contemplaba de pie la inmensa —y sin embargo ahora horrible— ciudad que comenzaba a oscurecerse, se abrió la puerta. Ni siquiera se inmutó en voltearse a mirar, ya sabía de quien se trataba. Escuchó como los pasos se acercaron a él y unos brazos lo abrazaron por la cintura. De inmediato sintió el cálido aliento en su oído.
—Vaya, vaya —dijo Equis—. Parece que el gatito está melancólico hoy.
Dante apartó el rostro en dirección contraria.
—Ey —se quejó Equis al tiempo que le obligaba con brusquedad a mirarlo—. Así no se recibe a tu príncipe azul, ¿o sí? Saluda con propiedad a tu hombre.
El rubio forzó una sonrisa, no pudo evitar que fuera evidente la hipocresía. Su captor entrecerró los ojos.
—Dije que me saludaras con propiedad. Sabes lo que significa, no te lo voy a repetir.
Sin escapatoria, Dante suspiró y lo besó en los labios. Equis sonrió en medio del gesto.
—Eso está mejor, mucho mejor —dijo—. ¿Dónde nos quedamos la última vez?
Sin expresiones, Dante caminó hasta la habitación y se colocó boca abajo sobre el colchón. Su mente volvía a estar ausente como ya se había hecho costumbre. Ya ni siquiera podía pensar en cuándo saldría de allí, sino en si en efecto llegaría a hacerlo.
Mientras tanto, en alguna otra parte de la ciudad donde los encuentros eran igual de salvajes y peligrosos, la chica de cabellera plateada se encontraba en una posición no muy diferente. Hayley también solía ausentar la mente del cuerpo cuando sus clientes le aburrían. Y últimamente le aburrían casi todos. Perdida en sus propios pensamientos, fingía estar emocionada mientras contaba los minutos para salir de allí.
—Eres divina —le susurraba uno al oído.
—Simplemente espectacular —decía otro.
—Ajá —fue lo único que respondió.
Sin embargo, y muy de repente, sus ojos parecieron captar un rostro familiar entre la gente. Un joven rubio, de hermosos ojos tras las gafas de pasta, se movía entre la multitud. Su corazón se paró por un segundo y soltó un grito al pensar que quizás se trataba de él.
—Ah, ahí te gustó, ¿no?
Cuando el muchacho se giró y tomó una bebida, Hayley pudo verlo bien. No, no era él. Aun así, sus latidos se habían acelerado. Se escabulló del agarre del asqueroso que tenía encima y se sentó. Su respiración estaba descontrolada. Todos los sueños que había estado teniendo últimamente le cruzaron por la mirada. Todos con ese maldito chico de ojos azules.
—¿Estás bien? ¿Qué diablos te pasó? —preguntó el hombre.
—Nada —respondió ella distraída—. Nada en absoluto.
Y así, si añadir nada más, se levantó. Tomó su abrigo y salió del lugar. Según se alejaba podía escuchar las quejas de los hombres, luego el murmullo del local, y todo lo que dejaba atrás mientras se adentraba en la noche.
Hayley desconocía lo que significaba todo ese asunto, pero algo estaba claro.
No podía quitarse aquellos incandescentes ojosazules de su mente.
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