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Capítulo diecinueve

La debilidad combinada con la emoción había hecho que Dante colapsara en los brazos de Nathan. Se desplomó sintiendo que había llegado a donde pertenecía. No le dejarían caer. Sin perder tiempo, el grupo se puso en marcha.

De vuelta al abandonado taller, el chamán Hikari había pedido que recostaran a Dante sobre una mesa y le quitaran la ropa. Nathan y Blas lo desvistieron, dejándolo en ropa interior, mientras Villalta tiraba todas las cosas al suelo para hacer espacio en un viejo escritorio. Usando algunos de los frascos que siempre llevaba amarrados al cuerpo, el chamán desintoxicó a Dante con sus rituales y palabras sagradas. Nathan no se había apartado de su lado. No podía dejar de contemplar todas esas marcas en el cuerpo semidesnudo de su novio. ¡Cuánto daño le habían hecho!

Ahora, recuperado, Dante tomaba un poco de chocolate caliente abrigado bajo una manta. Nathan le jugaba con el cabello mientras lo miraba una y otra vez. Él no podía parar de sonreír luego de despertar y comprobar que nada de aquello había sido un sueño. En serio, después de tanto tiempo, podía volver a respirar aquel aroma dulce del perfume de Nathan. Tenía sus ojos verdes tan cerquita, su voz, la comisura de sus labios, el hueco entre su cuello y su hombro. No podía estar más feliz.

El equipo de Villalta discutía cosas en otra estancia. Dante y Nathan solo podían escuchar murmullos. Quizás era mejor así. Aunque no lo sabían, aquellas personas estaban ideando la manera de mantenerlos seguros y a salvo. Y, a ambos, eso era lo único que les interesa en ese momento.

Un rato después, entraron Blas, su padre y el chamán. Los Villalta sonrieron complacidos al ver el mejoramiento de Dante. Ya tenía color en las mejillas y en los labios. La felicidad de Nathan a su lado también era motivo para estar contentos.

—Bueno, señoritos —dijo el señor Villalta—. Vuelven a estar juntos.

—Señor Villalta, yo quería agradecerle por...

El hombre desestimó con una mano lo que decía Nathan.

—No hay nada que agradecer, Nathan. Es mi deber, como agente y como padre de Blas —dijo—. Ahora, si nos permiten, Hikari quiere contarles lo que sabe acerca de los... las habilidades de Dante. Luego yo les explicaré cómo actuaremos.

Ambos chicos asintieron, prestando su plena atención. Blas fue a sentarse al lado de su padre. El chamán, con las piernas cruzadas, quedó en el centro. Examinaba a Dante con la mirada. Tardó un rato en hablar.

—Así que Dante, ¿eh? —dijo mirando directamente sus ojos azules—. ¿Sabes lo que significa tu nombre, muchacho?

El rubio negó con la cabeza, como hipnotizado por la suavidad en las palabras del chamán.

—Resistencia —afirmó y levantó la cabeza—. Muy bien seleccionado, por lo que veo.

Se acomodó en la silla.

—Ahora bien —comenzó a decir—, te preguntarás quién soy. Responderé tal cual se debe vivir: con lo esencial. Mi nombre es Hikari y vengo de un extenso linaje de chamanes y curanderas. Mi familia ha habitado Poisonwoods desde el principio de los tiempos. Para unas épocas fueron herejes, para otras fueron brujos, hechiceros, magos, adivinos. A pesar de que las civilizaciones nuevas nunca nos miraron con buenos ojos, hay algo que nunca podrán borrar. Somos los primeros historiadores de la región.

» Ya ves, pues, que lo que voy a contarte tiene respaldo en los libros. La WWL busca los restos sepultados de una civilización akania. En la antigüedad, los habitantes de lo que entonces era Aphis se dividían por clanes, que a su vez se ramificaban en comunidades más pequeñas. Su convivencia era mayormente pacífica, aunque sus batallas eran mortales. Hay esparcidas por el mapa varias ruinas que contienen representaciones gráficas de dichos enfrentamientos. Los historiadores modernos se maravillan, incrédulos y deslumbrados a partes iguales, cuando encuentran dibujos de aphisios surcando los cielos, montando criaturas fantásticas o lanzando fuego con las manos. Hoy, gracias a personas como tú, sabemos que la magia no es un mito y que nunca despareció. Solo estaba dormida.

Los más jóvenes escuchaban el relato maravillados. Nunca imaginaron que la historia, antes de las conquistas que enseñaban en la escuela, fuera tan fascinante. El señor Villalta, por otro lado, estaba acostumbrado a esas leyendas que parecían sacadas de un libro. Había conocido al chamán hacía mucho tiempo y se había valido de su ayuda para resolver muchas situaciones en el pasado.

—Al principio, sospechaba que eras un descendiente directo de alguna comunidad de los akania —expuso el chamán—. Luego de revisar los libros, y sobre todo de mirarte a los ojos, puedo decirte que no me equivocaba. Ese brillo, ese color, ese fuego en la mirada solo puede vivir en un auténtico descendiente de un guardián.

—¿Un guardián? —preguntó Dante con curiosidad.

—Los akania eran sociedades pequeñas, pero prevalecientes. Gran parte de su éxito se debió a que sabían trabajar en equipo. Según los textos, amoldaban sus roles sociales en base a las habilidades que se presentaban en cada familia. Así pues, algunos tenían destreza para el cultivo, otros para la caza, otros para el gobierno. Los guardianes eran uno de los oficios más especiales. Se creía que podían predecir y evitar la muerte. Entre el pueblo pensaban que eran una especie de estirpe de ángeles.

—Entonces, ¿Dante es... un ángel?

—Probablemente solo es un pariente muy lejano de alguno. Sus poderes se muestran demasiado diluidos en comparación a lo que dictan los libros. El camino en el bosque que dice ver y los fuegos son solo una pequeña parte.

—¿Y cuántas personas más hay como Dante allá afuera?

—Ahí es dónde entro yo —dijo el señor Villalta—. Gracias a unos documentos a los que tuvo acceso Jason, concluimos que la investigación que lidera Alexander McCormick va dirigida precisamente a encontrar personas como Dante. Tienen abierto un registro con más de cien personas, de las que al menos una docena son denominadas «sujetos clave». Dante está dentro de ese grupo.

—Yo... —comenzó a decir el rubio—. Creo que les están haciendo cosas terribles.

—Justo eso es lo que averiguaremos —afirmó Villalta—. Pero mientras nos encargamos de eso, ustedes necesitan descansar. En la mañana partiremos hacia su nuevo apartamento. Es un piso que compré hace mucho tiempo y que ya no uso. Se lo rentaba a un amigo, pero le he pedido que busque otro lugar.

—Nosotros no queremos ser un inconveniente, señor Villalta —dijo Nathan.

—Tonterías —respondió con media sonrisa—. El ingrato ya me debía cuatro meses de renta.

Saliendo de aquella habitación, el señor Villalta les pidió que intentaran descansar en la noche. Sabía que, entre aquel desorden, iba a ser difícil permanecer cómodos, pero prometía que al día siguiente dormirían en una cama en condiciones. Se disculpó por no tener los mejores lujos para ellos y abandonó la estancia junto al chamán y Blas. Solos quedaron los dos chicos, que no tardaron en buscar el lado menos duro del suelo y se echaron a dormir.

Al día siguiente, fueron llevados por el señor Villalta y Blas a lo que sería su refugio. Durante el camino, Blas les ayudó a programar sus nuevos teléfonos celulares. Eran móviles de seguridad, especialmente diseñados para no revelar información real. Así evitarían ser rastreados. Consigo llevaban también algunos amuletos que les había dado el chamán para protegerse.

—¿Tú recuerdas dónde había que colgar esto, Dante? —preguntó Nathan desenredando algo parecido a un atrapasueños con cascabeles que hacían un sonido muy bonito.

—En la puerta de... ¿la habitación? —respondió dubitativo el rubio—. ¿O era en el baño? Lo tengo apuntado en algún lugar.

Nathan sonrió al pensar en lo precavido que era su novio. No se imaginaba cuánto lo había echado en falta, precisamente por esas cosas pequeñas. Chicos habría miles en el mundo, pero Dante solo había uno y era suyo. Se lo había quedado para él y no pensaba compartirlo con nadie más. Nunca más.

Llegaron a su destino más pronto de lo que suponían. Al bajar del coche, Dante observó el edificio. No pudo evadir las imágenes que se fueron entrecruzando en su cabeza. Aquel panorama evocaba el día en que habían llegado a Boomair. Recordaba como él y Nathan habían dejado todo atrás para comenzar de cero, para compartir sus vidas sin preocuparse por nada.

Ahora era tan distinto, sin embargo. Tomó las maletas y le parecieron más pesadas de lo que esperaba. Blas tuvo que echarle una mano. El aire era distinto, el paisaje era distinto, el sonido era distinto. Él era distinto. Entraba a nuevo mundo, mucho más oscuro que aquel del que al principio huía. Ahora estaba lleno de miedos que antes no conocía, lleno de sentimientos que contrariaban su corazón. Ahora corría de gente que parecía imparable. Ahora vivía con ese terrible dolor de saber que, en un instante, su realidad podía volver a temblar.

Nathan le rodeó el cuello con un brazo y le dio un beso en la cabeza. Siguieron a Villalta hasta su nuevo piso. No estaba nada mal, a decir verdad. Quizás no podía compararse al nidito que habían hecho en el edificio McCormick, pero sentirse protegidos era realmente reconfortante.

Dieron un pequeño recorrido, escuchando atentamente las instrucciones del señor Villalta. Les mostró dónde estaba cada cosa y cómo debían usarla. Finalmente, les dijo que no se preocuparan por ninguna factura.

—De ahora en más, le comunicarán a Blas todo lo que necesiten —explicó—. Están en un lugar seguro, pero no queremos arriesgarnos más de lo debido. ¿Lo entienden?

Ambos jóvenes asintieron.

—Bien. Blas y yo los dejaremos solos —anunció—. Tenemos algunos asuntos que resolver y luego nos reuniremos para trabajar en el caso de McCormick. Les pondremos al tanto después.

—Muchas gracias por toda la ayuda, señor Villalta —respondió Nathan—. De verdad.

Tanto el padre como el hijo dieron una sonrisa en respuesta. Se despidieron y salieron, dejando a Dante y Nathan para que se adaptaran a su nuevo entorno. Los ojos azules de Dante repasaban la estancia de arriba abajo, deteniéndose en los detalles discordantes del lugar. La decoración de interiores no parecía ser el fuerte del señor Villalta. Había estilos de muebles que no debían combinarse, colores que no terminaban de resultar armónicos y la distribución de espacio realmente podía mejorar.

Adivinando sus pensamientos, Nathan le atrapó el rostro con ambas manos y depositó un beso muy suave sobre sus labios.

—Nos acostumbraremos.

El rubio asintió, llevando su cabeza al pecho de Nathan. Se quedó allí por un rato, atrapado en los latidos de su compañero. El corazón de Nathan siempre le había parecido un tanto musical. Tenía un ritmo que a Dante le resultaba alentador y le ayudaba a tranquilizarse, como si anunciara que todo estaría bien.

—Siempre he creído que tus latidos forman una canción.

—Mi corazón a veces canta —dijo Nathan, en esa voz que era un susurro ronco tan encantador—. Cuando estoy contigo.

Ambos permanecieron en silencio. Disfrutaban con viveza de la compañía del otro. Quizás el destino les había puesto una prueba más complicada de lo que imaginaban, pero eso no significara que fueran a hundirse. El mundo había descartado un factor determinante, algo que desmontaba su complot despiadado.

Se habían reencontrado.

Y estando juntos eran imparables.

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