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Capítulo cuatro

El sol ya resplandecía en medio del manto celeste en lo alto anunciando que había pasado la mitad del día. Un redoble rítmico, e inconsciente a la vez, se producía con los golpecitos que daban unos dedos cubiertos por cuero negro. El calor era sofocante, pero aquel chico no tenía intención en bajarse de su auto de lujo y último modelo. Tampoco se quitaría la chaqueta de cuero negra ni de aquellos guantes. Eso sí, se subió las gafas de sol a la cabeza. Si supiese el poco sentido que tenían aquellas acciones, probablemente las hubiera modificado. Pero estaba demasiado cansado. Se miró en el espejo retrovisor y pudo ver sus ojos cansados, su vello facial desgarbado desde hace dos días y los toques de desesperación que empezaban a recorrerle la cara hasta terminar obligándolo a apretar los dientes con fuerzas.

«¡Llévese tres al precio de dos!» ofrecía aquel amable cartel refiriéndose a los cachorritos que saltaban de un lado a otro en su amplia jaula. Aquel hombre llevaba más de dos días allí, frente a la vieja tienda de bicis abandonada y bajo el sol. Siempre cuidaba de los perritos. Les traía agua y los cobijaba en la poca sombra que había. «Debe haber vendido tres o cuatro, falta el de la manchita negra en la nariz» pensó el joven. Aquel cachorro perezoso le había hecho mucha gracia.

Miró la hora y decidió encender la radio. Se arrepintió de tal decisión al escuchar la programación basura y la revirtió. Pocos minutos después sonaba su teléfono. También vibraba, provocaba un estruendo importante. No dudó en lanzarse sobre el móvil y contestar. La conversación se escuchó por todos los altavoces del auto debido al sistema de manos libres.

—¿Administrador Nivel 8 McCormick? —se aseguraba la voz femenina al otro lado del teléfono.

—Clave de confirmación 9682 —validó él con voz serena disimulando la emoción que siempre sentía al pronunciar aquel código.

—El sujeto W40424 ha sido recibido correctamente y ha pasado todas las pruebas médicas sin problemas. Se prepara para ser sometido a interrogación y, posteriormente, exámenes y demás análisis. ¿Desea que suspendamos el proceso hasta que usted esté presente o prefiere que prosigamos con el programa?

—No, no hace falta. Continúen con lo establecido, estaré allí en poco tiempo. —Lanzó una mirada al edificio y colgó. Llevaba horas esperando aquel momento, pero no se precipitó.

Con cautela, tomó una mochila del asiento trasero y sacó una carpeta. Pasó las páginas protegidas con hojas de mica transparentes hasta llegar al individuo W40424. Con un bolígrafo rojo, marcó la casilla de superado en el apartado de revisión médica y dio dos golpecitos a la foto mientras se mordía los labios y ponía la vista en blanco. Cerró la carpeta y dio dos golpecitos más al tiempo que se le dibujaba una sonrisa.

Se había quedado dentro del vehículo pensando por varios minutos y luego salió elegantemente. Su chaqueta estaba abierta y dejaba ver una camiseta blanca con las palabras «Fresh, Fashion, Beauty, Boomair». Se volvió a colocar las gafas para ocultar sus ojos exhaustos y, de paso, su identidad. Pero elegante ante todo. Cerró la puerta dejando una pequeña mancha en aquel cristal negro y tocó en su teléfono el icono de un candado cerrado. Las luces del lujoso automóvil parpadearon dos veces confirmando la orden de seguridad. Una leve sensación de victoria le acarició el pecho y bajó un poco hasta retorcerle las tripas. Estaba nervioso por aquel evento; sus planes avanzaban a pasos de gigante. Era un adulto responsable, su padre estaría orgulloso y su novia también. A medida que caminaba a través de aquel edificio dirección a los laboratorios ocultos, su mente iba haciendo surcos en el cielo, dibujando nombres y ciudades para luego caer hasta terrenos primitivos y antiguos. Estaba emocionado y se le notaba en la sonrisa y en el brillo de los ojos.

Bajó de forma automática hasta su destino y se encontró con el drástico cambio de ambiente. Aquello parecía un hospital. Todas las luces blancas y algunas parpadeantes, el personal con batas de laboratorio... Daba un poco de miedo, no se podía negar. Una mujer le condujo hasta una ventana y a través de ella logró ver al sujeto W40424. Estaba aferrado a la silla y temblaba mientras el psicólogo le preguntaba todo aquel cúmulo de premisas una tras otra.

—Equis, quiero que te encargues del interrogatorio y pruebas extrasensoriales inmediatamente después de que el niño salga de la cámara PSC —ordenó un señor de cabellera blanca y bata de igual color que tenía prisa. No se detuvo a saludar.

El chico solo sonrió y asintió con la cabeza. Aún tenía la mirada clavada en W40424.

—Sí, así será, señor —contestó tiempo después cuando ni siquiera la sombra de aquel caballero seguía en el pasillo.


En el edificio residencial McCormick, Glorianna esperaba impaciente para que el reloj de pie antiguo revelase que era la una de la tarde. Su hora de descanso estaba comprometida ese día. Veinte minutos más tarde —que para la pelirroja fueron, al menos, veinte décadas— ya estaba saliendo disparada del edificio. Caminó a toda velocidad mientras le exigía a sus pulmones la máxima resistencia. Una vez en su vehículo, aspiró con fuerza y dejó que su corazón volviese a su ritmo regular mientras arrancaba. Manejó con prisa y atajos; consiguió estar en la floristería en menos de diez minutos, y hay quien diría que fueron menos de cinco.

Una vez que se estacionó frente a la floristería, se maquilló y arregló como mejor pudo. Salió de su auto para entrar a la floristería.

—¡Laura, Laura, Laura! —gritaba Glorianna al entrar y provocar que las campanitas de la puerta sonasen.

La mujer que había ayudado a Dante y a la señora días antes se asomó por encima del mostrador y se puso de pie lo más rápido que pudo.

—Hola, buenas tardes. Bienvenida a la Floristería Enamorados de... —comenzó a recibirla la pelinegra.

—Sí, sí, sí —interrumpió Glorianna—. Vengo a reclamar un pedido, pero he perdido el papel de mi orden.

Laura le miró con un aire algo molesto, pero no tuvo más remedio.

—Deme su nombre y número de teléfono. Con suerte encontraremos su orden.

La pelirroja sonrió y recitó sus datos presumiendo su vocalización perfecta. Remató con la sonrisa inocente que era parte de su arsenal de persuasión.

Laura se retiró a la trastienda y luego de un buen rato —y varios improperios— regresó con un arreglo floral muy bonito. Ver los trabajos realizados y así de hermosos le levantaba el ánimo a Laura y pasó de una expresión molesta a una de gran satisfacción y emoción.

—Aquí está su pedido, señora. Es un arreglo costoso e increíblemente hermoso. Debe ser una ocasión especial. —Laura le dedicó su sonrisa más sincera.

—Sí... —contestó Glorianna sin prestar mucha atención—. Es para un funeral.

La pelinegra abrió un poco los ojos y decidió no continuar hablando. La pelirroja le pasó el dinero y ella entregó su cambio.

—Por cierto, Laura... —comenzó de nuevo Glorianna mientras metía su dinero de vuelta a su bolso.

Laura la miró con curiosidad reflejada en sus ojos.

—Me he enterado de que la abuela del niño desaparecido estuvo aquí el día del accidente. ¿Es cierto?

—Si lo dice el informe de la policía publicado por toda la ciudad... —contestó Laura con sarcasmo. Aquel no era su día—. Pues es muy probable que sí.

—¿Y qué pasó? ¿Habías llamado a tu amigo para eso o fue casualidad? —insistió Glorianna.

—¿Amigo? ¿Qué amigo?

—Te vi llegar con él al lugar donde trabajo, el edificio McCormick. Me dijo que su amiga lo había llamado y tuvo que salir inmediatamente para acá.

La florista entrecerró los ojos y dio un paso atrás.

—No conozco de nada a ese chico. Y tampoco a la señora. Se aparecieron los dos en mi puerta y no iba a dejarlos afuera.

—¿Y él? El chico, ¿tenía que recoger alguna orden aquí?

—No me explicó cómo llegó ni para qué venía. Solo mencionó que estaba perdido y le ayudé a llegar hasta su apartamento.

La mujer pelirroja se mordió suavemente los labios y tomó su arreglo de flores sonriendo.

—Bueno, solo tenía curiosidad. ¡Gracias por el arreglo! Ha quedado precioso. Si aparece el niño o cualquier cosa llámame, Laura. Pobre madre, debe estar destrozada...

Laura solo sonrió mientras le veía alejarse .


El sujeto W40424 ya estaba en la quinta prueba extrasensorial y el pobre Equis estaba frustrado en la cabina de controles. Presionó el botón que conectaba su micrófono con el altavoz que estaba en la habitación blanca con el niño y con un tono de desesperación dijo:

—A ver, John Falconi... ¿Puedes decirme de qué color es la habitación de la habitación contigua?

—¿Y cómo se supone que sepa si no puedo verla? ¿Ah, listo?

El joven y valiente Equis estrelló la cabeza contra el panel de controles en signo de su frustración y desilusión e inmediatamente la habitación donde se encontraba John empezó a ser testigo de un bailoteo de luces con diferentes colores reflejadas en toda la estancia.

—¡Oh, fiesta! —anunció John W40424 haciendo que el de cabello negro se desesperase aún más.

—Puedes salir a tomar un descanso, Falconi. —le invitó Equis intentando evitar un homicidio en medio de aquella investigación.

Se masajeaba la sien mientras procuraba dejar fuera todo signo de estrés cuando su teléfono comenzó a sonar. Era Ashley, tendría que inventar otra excusa.

—Hola, Ash —saludó él intentando que su voz sonase los más contenta posible.

—¿Equis? ¿Dónde te metes?

—Lo sé, amor. He estado desaparecido. Estoy con unos proyectos de mi padre, pero no puedo revelar mucho. Son archivos del gobierno y pueden vestirme de naranja si me pillan.

—¿Cuándo tendrás tiempo? Si es que te interesa venir a mi casa, claro...

—Por supuesto que me interesa, princesa. Trataré de estar allí esta noche. Debo colgar, adiós.

Escuchó unas palabras por parte de Ashley a lo lejos, pero no pudo descifrarlas antes de cortar la llamada. No tenía ganas de escuchar la irritante voz de su novia. Rogaba porque le dieran un papel importante en una película o serie y, de una buena vez, le dejara seguir tranquilo con su investigación. Todo iba mal, todo se desmoronaba en torno a él. Se sentía suspendido en una inmensidad negra mientras todas las cosas caían como hojas de otoño, girando alrededor de él.

Desconectó sus ojos del tablero de controles y giró su silla hasta donde estaba la carpeta de anotaciones. Tomó el bolígrafo azul que le había regalado tantas alegrías como angustias y se dispuso a hacer las observaciones referentes a las pruebas extrasensoriales. Marcó «fracaso» en las primeras cinco casillas. Mientras soltaba un suspiro y se restregaba los ojos fue girando su silla lentamente hasta quedar de frente a la puerta. Al retirar las manos de su cara, terminar el bostezo y abrir los ojos se encontró con la silueta de John a contraluz.

—La pared es azul y habían cuatro manzanas —dijo el pequeño pelinegro con voz temblorosa.

Equis se quedó paralizado ante aquella escena. No se le ocurrió cómo reaccionar y observó como John daba dos pasos atrás y media vuelta para marcharse.

—¡Eh, espera! ¿Por qué no has dicho eso antes?

—Tengo miedo —soltó el niño sin girarse.

—Ven —invitó Equis.

El niño se giró esta vez, pero muy tímidamente. Caminó tambaleándose hasta dejarse caer a los pies del joven. Aquel acto le pareció demasiado tierno a Equis y estiró la mano hasta acariciarle la negra cabellera. Luego escuchó los sollozos de John y lo agarró por debajo de las costillas hasta sentarlo en su regazo.

—Ey, ey, no llores —dijo intentando consolarlo—. ¿Qué te pasa?

—Quiero ver a mis padres —respondió el niño mirándole a la cara con los ojos empapados en lágrimas inocentes.

—Pero tus padres... Ellos están muy lejos —mintió.

—A mi abuela, entonces... Quiero verla.

—Si cooperas con nosotros la verás pronto —volvió a mentir.

El niño volvió a mirarle examinando su cara, buscando los restos de promesa que quedaban en aquellas palabras. Equis sonrió a modo de respuesta y el pelinegro se decidió a confiar en él. Giró la vista al enorme cristal que estaba sobre el tablero y reconoció la habitación donde había estado tanto tiempo.

—¿Qué hacen conmigo?

—Nada malo, solo queremos usar tus capacidades para encontrar a unas personas —respondió con sinceridad esta vez.

—¿Con mis súper poderes? —preguntó John con una gran sonrisa que desviaba sus lágrimas.

—Con tus súper poderes —afirmó.

El niño se bajó del regazo de Equis y se dirigió a la puerta haciendo una seña a la cabina de pruebas como preguntando si debía volver. Equis asintió mientras sonreía. John entró a la habitación blanca y el joven que se había visto en un universo oscuro y apoteósico, ahora se veía bajo un cielo azul lleno de posibilidades. Los puntos volvían a conectarse, las piezas encajaban y el plan volvía a ponerse en marcha. Estiró la mano hasta dejarla caer sobre la hoja que había llenado de anotaciones frustrantes hace un rato, tiró de ella, la arrancó y la arrugó con fuerza y satisfacción.

Pasó unas cuantas horas más frente a aquel micrófono dictándole las instrucciones a John. Decidió rehacer todas las pruebas para salir de dudas y los resultados eran excelentes. Todo fue de maravilla y pudieron culminar la fase extrasensorial teórica. El corazón le daba brincos de alegría y no dejaba de sonreír. Estaban cada vez más cerca de encontrar a los clanes perdidos.

El señor que le había encargado el interrogatorio y las pruebas de John se apareció en la puerta. Cruzó los brazos con un aspecto de superioridad y clavó su mirada en Equis por encima del cristal de sus anteojos.

—¿Y bien? —inquirió luego de aclararse la garganta.

—Código 2A —anunció Equis con una inmensa sonrisa. El Código 2A significaba que todo salía según lo previsto. Era la respuesta que todos estaban esperando del novato Equis en la compañía. Esperaban mucho de él, después de todo era el hijo del capitán de aquel barco.

—Bien —reconoció su padre mientras hacía una mueca que imitaba una sonrisa. Aquel hombre no tenía emociones—. Te estás defendiendo muy bien.

Aquello era todo un logro. ¡Su padre le había elogiado! ¡Se podía acabar el mundo allí mismo y moriría feliz! Pocos segundos después, su padre había desaparecido dejando a Equis con una sonrisa enorme y la cabeza echada hacia atrás. Se rio por lo bajo, pero fue interrumpido por el sonido de su celular nuevamente. ¿Ashley de nuevo?

No, no era ella.

—¿Administrador Nivel 8 McCormick? —Una voz distinta de mujer acariciaba aquellas palabras, pronunciando cada sílaba, cada palabra a la perfección.

—Clave de confirmación 9682 —confirmó el joven.

—Monitor Glorianna Reyes haciendo un nuevo reporte.

Equis atrapó el teléfono entre su hombro y su oreja mientras buscaba con desespero un papel que no fuese importante para escribir los datos. Vio en una esquina del escritorio un bloc de notas y despegó unas cuantas. Había aprendido de su padre que era más seguro retirar las notas antes de escribir sobre el bloque porque no dejaba marcas en las siguientes hojas. Su padre era un experto en ocultar y deshacer evidencia, pero eso no venía al caso.

—Sí, Glorianna. Dime qué tienes.

—Laura del Sol no está relacionada con la búsqueda, proseguir con la investigación sería una pérdida de tiempo.

El joven no respondió por un buen rato, fijó sus ojos a la nada y se deshiló en sus pensamientos formando una amplia telaraña que conectaba puntos y más puntos con un mismo centro.

—¿Administrador McCormick? —preguntó la pelirroja para hacerlo reaccionar, sabía bien que la comunicación no se había cortado. Podía escuchar su respiración.

—Glorianna... —respondió por fin—. ¿Estás segura? Los medidores registrar la mayor actividad en su floristería y el informe de la policía confirma que estuvo allí cuando... tomamos prestado a John.

Glorianna soltó un suspiro y se escuchó con la capacidad de hacer volar una casa. Como el lobo de los cuentos.

—Sí, estoy segura. Recomiendo que se cancele la investigación de Laura del Sol y también solicito que se abra un nuevo archivo.

Equis escribió las peticiones en las notas con un bolígrafo rojo. «Cancelar: Laura del Sol. Abrir nueva investigación para...

—¿Quién será el sujeto principal de la nueva investigación? —inquirió Equis.

—El joven Montgomery, Dante Montgomery.

Equis dejo caer el bolígrafo mientras escribía. ¿Dante? ¿Su hermanito Dante?

—¿Da-Dante? —titubeó el pelinegro, aun incrédulo.

—Sí, Dante Montgomery. Su apartamento está en el Edificio McCormick, su monitorización podría ser muy sencilla para mí.

—Analizaré la situación, Glorianna. Luego te daré instrucciones —dijo antes de terminar la llamada.

Recogió su bolígrafo del piso y volvió a dejarse caer en la red de hilos. ¡Todo tenía sentido! Dante, el incendio donde murieron sus padres hace poco tiempo, la ausencia de dolor ante su pérdida. ¡Todo conectaba y había tenido a la llave maestra durmiendo bajo su propio techo!

Marcó el teléfono de Glorianna y esperó tres timbres antes de volver a oír la voz cálida de la pelirroja.

—¿Administrador McCormick?

—No —contestó él secamente—. Te hablo como Equis. Tu petición para que se cancele la investigación a la florista estará en proceso esta misma tarde. Bien, felicidades. Ahora lo importante, no vas a mencionar nada sobre Montgomery. ¿Lo has entendido?

—¿Y esa agresividad, Equis? —se defendió sarcásticamente haciendo énfasis en aquel nombre.

—La que me puedo permitir. Cierra la boca y todo estará bien. Recopila toda la información sobre la conducta de Montgomery en los próximos días, reúnete conmigo en el vestíbulo del edificio y todo saldrá tremendamente bien. ¿Nos entendemos, Glorianna?

—Vaya, esto promete. Nos veremos en unos días, entonces.

—Adiós.

Esta vez tiró el teléfono al escritorio y dejó caer su cabeza sobre sus brazos. Metió sus dedos y jugueteó con su pelo mientras pensaba. Su teléfono volvió a sonar. Esta vez solo un timbre. Era un mensaje.

—Vendrás esta noche, ¿verdad? —preguntaba Ashley.

—Sí, esta noche sin falta. Así que prepárate. Y hazlo bien— contestó Equis junto a un emoticono de un tigre.

—Genial —fue su respuesta acompañada de corazones y caritas enamoradas.

Mientras leía ese mensaje, su teléfono hizo el mismo sonido. Era otro mensaje, esta vez de Marketuk. «Joder, ¿ahora qué?» pensó Equis.

—Eh, primo, ya tengo el encargo —su lenguaje tan vulgar hacía imposible olvidar qué tipo de negocios hacía con él.

—¿No puedes esperarte hasta mañana? No puedo recoger el «encarguito» de mi padre ahora.

—¿Puedes esperar otro mes? Ahora o nunca, camarada.

«Paciencia, Equis, paciencia» se dijo a sí mismo.

—Más te vale que sea rápido y discreto esta vez, Marke.

—Tranquilo, campeón, será como cuando comprabas profilácticos a escondidas para darle fiesta a tu diabla.

Podía haberlo dicho peor, así que Equis no continúo la conversación. Se puso de pie y abrió un cajón que estaba cerrado con llave. Sacó de allí su pistola y la ocultó en el bolsillo trasero de su pantalón, por debajo de la chaqueta. Tomó sus cosas, salió del cuarto de control cerrando tras de sí la puerta y se dirigió a su auto. Estaba constantemente cambiado, el joven investigador, el novio apasionado, el jefe de programa, hermano curioso, traficante de drogas... Sin duda su terreno era respetado por los demás en cualquiera de los estados del Equis en los que se encontrase, pero eran demasiados. Se sentía algo perdido y sus hombros le pesaban. Tenía esa sensación que da de repente cuando vas a enfermar y lo sabes, pero luego no pasa nada. Ese escalofrío. Era todo muy extraño.

Por el camino se topó con Stanley. Le hizo señas para que se detuviera.

—Stanley, llena la hoja de interrupción indefinida para Laura del Sol. Procésala lo más rápido posible para que sea efectiva hoy mismo y retira la mitad de tus monitores sobre ella.

Los ojos castaños de Stanley brillaron de una manera inusual, llenos de curiosidad.

—¿A qué se debe la reducción tan drástica de vigilancia, señor?

—No hay tiempo para explicaciones, pero no te enfoques en ella. Es posible que pronto haya que abandonar su caso. Reparte tus hombres entre las investigaciones que aún están activas y encárgate también de John Falconi —ordenó Equis mientras se alejaba.

—Entendido.

Al llegar a su auto, Equis lo desbloqueó con su celular y entró en él. Puso su pistola a un lado para que no le incomodase y también dejó sus cosas en el asiento del pasajero. Se estiró para alcanzar la guantera y una pequeña parte de la piel en su cintura quedó expuesta. Sintió el frío del aire acondicionado y se estremeció un poco. Sacó un sobre de manila doblado identificado con «Marke» en marcador azul. Lo tiró junto a la pistola y se puso en camino para encontrarse con el dueño del sobre. Bueno, más bien de su contenido. Una vez hubiese recogido el encargo de su padre, pasaría por la casa de Ashley y descargaría toda su tensión. O su pistola, si se ponía demasiado pesada. Tal vez aquello ya era mucho. Se concentró en el camino y procuró olvidarse de sus preocupaciones.

Pero procurar no ayudó a lograrlo. Aunque al menos le mantuvo entretenido.

Lo que sí logró fue la transacción con Marketuk, fue rápida, discreta y efectiva. También logró llegar a la casa de Ashley y, por suerte para todos, estaba de buen humor. 

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Hay un cambio de perspectiva en este capítulo, así podremos familiarizarnos con Equis. . Espero que les agrade ^^

Un abrazo <3

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