Capítulo cinco
Dante observaba con una taza de té en las manos como los ojos verdes de Nathan estaban clavados en la pantalla del portátil y su boca semiabierta solo le provocaba unas ganas locas de abalanzarse sobre él y besarlo hasta olvidar toda la locura de los fuegos y muertes. Su pecho desnudo, tan tentador y atrayente... Apartó su mirada hasta la ventana para no continuar su película llena de seducción. El sol se abría paso entre las nubes con rayos tibios anunciando los primeros besos del otoño. El departamento parecía haber sufrido el azote del más fiero huracán. Los cojines del sofá en el piso, los libros de la estantería desordenados, almohadas en el comedor... en fin, un desastre. Toda aquella obra magna del desorden no podía tener otro autor más que Nathan. Había pasado media mañana rebuscando el lugar en busca de un cable que necesitaba para poder realizar la video-llamada. ¿Cómo podía haber perdido algo en tan poco tiempo?
—Ya... Am... Creo que esto va aquí y esto... ¿aquí? Sí creo que sí -anunciaba el moreno mientras se mordía los labios intentando averiguar cómo exactamente funcionaban las video-llamadas en aquella computadora—. Bien, creo que ya va. Dan, ¿cuál es tu código de exportación de vídeo en la configuración principal?
—¿Cuál es mi código de qué cosa? —preguntó Dante mientras se acercaba para acostarse en el sofá junto a Nathan, apoyando la cabeza en su muslo y dejando su taza en la mesita de café. El de cabello oscuro levantó un poco el brazo para que Dante estuviese cómodo.
—El código de configuración de video principal... algo así. No me digas que no sabes qué es —reclamó Nathan sin despegar su vista de la pantalla de la computadora.
Dante levantó la vista para contestarle. Fijó sus luceros azules en la barbilla definida del mayor y al ver que no le miraba se limitó a contestar:
—No, ¿por qué?
—Porque yo tampoco tengo ni idea de qué es ni para qué sirve.
Dante se rio mientras acariciaba el firme brazo de Nathan. Su piel suave y su olor a... a Nathan, a su Nathan, le hacían sonreír con más ganas.
—Hubiese sido más fácil comprar un portátil nuevo. Este es de la edad prehistórica —soltó Dante.
—Ya claro, como nos sobra el dinero y no hemos comido lechuga y tomate todos estos días porque era lo más barato... —espondió el de ojos verdes con sarcasmo.
—Al menos el aderezo le da sabor.
—No tenemos aderezo.
—Ya pero... te lo imaginas.
—Dante, mi vida, ve a arreglarte que esto ya va a estar listo.
—Eso dijiste hace media hora —planteó el rubio rodando los ojos.
—Dante... —El tono de Nathan revelaba advertencia. La verdad era que se ponía un poco tenso con las cosas tecnológicas.
Luego de unos diez minutos, Dante salió de la habitación bien peinado y con sus anteojos. Traía en sus manos una camiseta y la acercó a Nathan.
—Imagino que no pensarás hablar con Blas sin camiseta, ¿no?
—Yo pensaba exhibirme y presumirle este hermoso cuerpo. ¿Cómo crees que me vea más musculoso? ¿De esta pose o así? —preguntaba el moreno mientras hacía ridículas poses y contenía mal su risa.
—Te ves mejor así —afirmó Dante mientras le vestía con la camiseta a la fuerza.
—Me destruyes mis sueños, Dante —le acusó Nathan haciendo mohín.
—Calla y llama a Blas, anda.
Nathan obedeció a la orden del rubio luego de recibir un débil golpe en el hombre acompañado de una sonrisa y se dispuso a llamar a su amigo a través del computador portátil. El tono sonó unas seis veces hasta que la cara perfilada y el cabello inmaculadamente peinado de Blas aparecieron en la pantalla.
—Hola, Blas. ¿Qué tal?
—Todo está bien, Nathan. ¿Está Dante contigo?
—Aquí estoy —anunció Dante acomodándose de manera que fuera posible ser captado por la cámara.
—Bien, Hola Dante. Pensé que podríamos hacer esto desde la biblioteca para que a Elías le pillase más cerca, pero luego me di cuenta de que sería más seguro hablar de esto en un lugar privado así que le traje a mí casa y por eso hemos tardado tanto.
—No te preocupes nosotros acabamos de despertar de todos modos —dijo Nathan intentando ocultar el incómodo hecho de que tardó una eternidad en descubrir cómo funcionaba aquella magia de las video-llamadas—. ¿En qué parte de tu casa estás? Nunca había visto ese lugar.
—Es la biblioteca del abuelo, una parte de su laboratorio. Aquí están los libros más antiguos y Elías ha conseguido algunos muy interesantes.
—Espera... ¿Tú casa tiene un laboratorio? A veces me preguntó por qué me odias tanto y no me aceptas como hermano —sugirió Nathan—. Elías debe ser el historiador del que nos hablaste ¿no? —preguntó el moreno. Dante permanecía callado con los labios muy juntos, atento a lo que pasaba en la habitación de Blas.
—Siempre serás bienvenido aquí, Nathan. Y sí, este es el señor Latour. Está dispuesto a ayudaros con vuestra situación si le contáis lo que ha pasado —pronunció el chico adinerado con ese acento extranjero que Nathan había empezado a extrañar desde que vivía en Boomair.
El chico mencionado hacía su aparición en la pantalla. Parecía ser bastante bajo de estatura, tenía el cabello negro que caía en su frente como graciosas ondas. Aparentaba tener la misma edad que Blas y Nathan. Llevaba unos anteojos que le daban aquella típica apariencia de estudioso.
—Un placer conocerles, espero ser de ayuda.
—Buenos días, señor Latour —saludaron ambos chicos desde Boomair. Su formalidad hizo reír al chico estudioso.
—Por favor, llámenme Elías —pidió él sonriendo.
—Elías es mi compañero en las clases de historia de la universidad. Pero solo basta con ver como brilla en los debates para saber que es el mejor de la clase.
Elías sonrió y Dante diría que hasta se sonrojó un poco.
—No es para tanto. Me concentro en historia y psicología a la vez. Son dos ramas que raramente se mezclan de manera directa, pero me parece que para entender la historia es importantísimo conocer la mentalidad de las personas y viceversa. Cuando Blas me habló de su caso quedé fascinado y... si soy sincero... —Latour lanzó un breve suspiro— ahora tengo miedo de no ser suficientemente bueno como para ayudarlos.
—Cualquier ayuda, por mínima que sea, me serviría de algo, señor Latour. —Sintió la mirada de Nathan y de inmediato se corrigió—. S-Señor Elías, quiero decir.
—Elías, solo Elías —explicó él—. ¿Qué tal si me cuentan cómo comenzó todo?
A Dante le estaba venciendo la timidez. Estaba muy nervioso como para contestar y tuvo que levantarse del sofá. Desde una distancia prudente le suplicó a Nathan con la mirada que empezase él a contar. Nathan no pudo resistirse a esos ojos del color del cobalto que imploraban piedad. Quiso levantarse a abrazarlo, sintió como su piel lo llamaba, pero no quería parecer extraño frente a Elías.
El rubio se llevó las manos al rostro y se dirigió al baño. Se encerró en él y se lavó la cara. Desde allí pudo escuchar como Nathan narraba lo que había sucedido según él mismo se lo había contado.
—Dante estaba aquí, en su departamento, cuando vio el reflejo de una pelota azul en la ventana. Al girarse descubrió que estaba dentro, seguramente por aquí donde estoy sentado. Sintió mareos y un fuerte dolor de cabeza, comenzó a sangrar por la nariz y le abatió una fuerte debilidad.
—Espera un segundo, Nathan —pidió Blas—. Por ahí he visto una foto de un círculo azul. Elías ¿sabes de qué hablo? Tenía una corona o algo así.
—Sí Blas, pero eso es un libro de alquimia. No creo que esté relacionado a esto. ¿Cómo era la esfera? ¿Metálica, gaseosa...?
—Dante dijo que se acercó a ella y cuando tocó el núcleo metálico su dolor desapareció. Es ahí cuando aparece la cadena de fuegos azules que le guían hasta el lugar de incidente.
—¿Y él estaba consciente? Quiero decir, ¿durante el camino sabía lo que hacía?
Nathan no supo cuál era la respuesta a aquella pregunta y dudó un poco antes de responder.
—Yo... Yo supongo que sí —respondió Nathan claramente sin mucha convicción.
—¿Dónde está Dante, Nathan? Pregúntale —ugirió Blas.
—Dante tuvo que... —respondió Nathan inventando una excusa para justificar su ausencia.
—Aquí estoy. —Dante apareció por la puerta de la habitación y se dirigió con calma hasta el sofá. Traía un abrigo que le quedaba un poco grande, era de Nathan. Lo necesitaba para calmar el frío que sentía y evitar temblar demasiado.
Se acomodó en el sofá junto a Nathan, muy pegado a él, casi acurrucado, y Nathan levantó un brazo para que se acomodara mejor. Le abrazó con ese brazo y le dio un corto y tierno beso en la frente. Dante se mordía los extremos de las mangas del suéter y descansaba la cabeza sobre el hombre de su ángel protector.
A Elías pareció resultarle extraño aquel actor cariñoso.
—No, no estaba consiente. A medida que avanzaba perdía el control sobre mí y mi visión se mezclaba con una especie de... camino extraño. A ambos lados había un bosque, pero el camino estaba despejado completamente —confesó el rubio.
—¿Había luna? ¿Luna nueva, luna llena, luna azul, luna sangrante, luna de Artemisa?
Dante se quedó paralizado ante la pregunta. Elías había dicho tantas opciones que, si alguna vez lo tuvo claro, ahora ya no tenía ni idea.
—No... No lo recuerdo —admitió.
—¿Habían criaturas en el bosque? ¿Hadas, luces, mariposas de la muerte?
—¿Mariposas de la muerte? Yo pensé que todas eran bonitas —se lamentó Nathan con un tono de desilusión.
—C-creo que había un búho —señaló Dante—. No lo recuerdo bien.
Elías se levantó y desapareció del plano de la cámara. Se escucharon algunos ruidos, el pasar de las páginas y luego la voz del joven.
—Creo que ya tengo una idea. Las Llamadas... Creo que debería estar por aquí... Oh...
Se escuchó esta vez un fuerte estruendo, como si se cayese una torre enorme de libros. El escándalo hizo que Dante se sobresaltara y se refugiara asustado aún más cerca del cuerpo cálido de su Nathan. El ruido se repitió unas cuantas veces acompañados de murmullos por parte de Elías. Durante este tiempo, Blas se dedicó a sonreír a la cámara, un poco incómodo por el silencio. Dante y Nathan aprovecharon el momento para hacer lo que estaban deseando desde hace un rato. El rubio echó la cabeza hacia atrás y el de ojos verdes la sostuvo entrelazando sus dedos en la dorada cabellera. Se acercó a sus labios pálidos y, tras rozarlos por unos segundos, introdujo su lengua en la boca de Dante y comenzó a acariciarlo en el tierno beso. Sus lenguas danzaban y se abrazaban como dos excursionistas en el ártico para entrar en calor. Se deslizaban como las manos de un amante sobre las piernas del otro al levantarse con ganas de hacer el amor. Dante levantó sus manos hasta encontrar la cabellera oscura de Nathan y tiró de ella con delicadeza y delirio a la vez. Nathan solo acariciaba las mejillas rosadas de Dante con el dorso de su mano, las rozaba con tanto cariño y esmero que hacía estremecer al rubio.
Por falta de aire, interrumpieron el beso y volvieron a la realidad de su departamento. Nathan miró a la pantalla sin un poco de arrepentimiento mientras que Dante escondió la cara entre sus manos violentamente sonrojado y se tumbó en el sofá de la posición opuesta para que no pudieran verlo. El semblante de incomodidad de Blas había sido reemplazado por unos ojos brillosos como quien mira a dos cachorritos jugar con ternura. Por suerte, su compañero aún no había terminado de buscar en los libros.
Finalmente, Elías apareció con unos tomos. Estaban cubiertos en cuero y la mayoría tenían las letras del título doradas.
—Aquí explican algo sobre lo que sospecho que pudiera explicar la situación. El único problema es que... —El joven desvió la mirada hacia la pequeña montaña de libros.
—¿Es que...? —quiso saber el de ojos verdes.
—No consigo ninguno que esté escrito en español... ni en inglés... Todos están en código oscuro.
—¿Código oscuro? ¿Eso qué es? —volvió inquietarse Nathan.
—Es un idioma muy antiguo, el más antiguo de Poisonwoods. Su uso fue muy reducido y se remonta a los inicios de la ciudad en cuestión. Suele relacionarse con la jerarquía religiosa de los primeros habitantes y no es hasta mucho después que esos organismos dogmáticos desaparecen. Claro, su influencia fue cada vez menor y más oculta, pero eso explica la existencia de estos ejemplares. Deduzco que son de entre la década de decadencia final y la extinción del lenguaje, hace alrededor de doscientos años.
Los sentidos de Nathan se ralentizaron un poco durante el tiempo que tardó su cerebro en procesar todo el tornado de información que le había soltado el joven al otro lado de la pantalla. Cuando pudo más o menos situarse en situación, quiso aclarar:
—¿Me estás diciendo, en buen español, que esos libros que están escritos hace dios sabe cuántos años explican lo que le pasa a Dante y que no lo sabremos nunca porque los que hablaban ese idioma están todos muertos?
—En teoría sí, pero todo tiene solución. Aunque nos tomará un buen rato puedo intentar traducirlo. No será exacto pero se parecerá mucho a lo que quiere decir —planteó Elías acomodándose sus anteojos.
—Empecemos entonces —sugirió Nathan tomando lápiz y papel.
Dos golpes se escucharon en la puerta del departamento de Dante. Elías y Blas centraron su mirada fijamente en Nathan.
—¡Servicio de limpieza!
Era cierto, era viernes y Glorianna les había dicho que pasaban ese día. Dante se levantó antes de que Nathan pudiera decir algo y caminó descalzo de puntillas hasta la puerta. Al abrir se encontró con la figura de una mujer, una mujer muy joven. Tenía la piel muy clara, la cara muy limpiaba y con un maquillaje sutil. Lo que más destacaba de ella era su cabello, corto a la altura de sus hombros y de un rubio platino muy acertado. Era bastante alta, considerablemente más alta que Dante y sus botas con tacón no ayudaban a Dante a sentirse mejor.
La chica sonrió mientras levantaba la canasta que traía entre manos y la sacudía un poco. Dante le hizo un gesto para que pasara y, mientras la chica buscaba los productos de limpieza y pensaba por dónde empezar, Dante le explicó que no requerían de limpieza en el departamento, mas sí el servicio de lavandería.
—Me gustaría acompañarla para saber dónde queda la lavandería. Así, si surge alguna emergencia con la ropa, puedo ir —pidió el rubio con una sonrisa.
La chica tardó en responder y tartamudeó un poco en su respuesta. Finalmente, sonrió y asintió.
—Claro, venga conmigo.
Durante el tiempo que la chica tardó en meter toda la ropa en la canasta —que tampoco era demasiada— Dante fue a por sus zapatos, se quitó el abrigo y pidió al grupo que lo disculpasen un momento. Nathan ya estaba apuntando lo que Elías traducía. Tenía toda su concentración puesta en buscarle un sentido lógico a aquellas palabras y cuando Dante se despidió solo levantó la mirada y le lanzó un beso.
La chica se adelantó a Dante abrazando la canasta y ambos salieron del departamento.
En la lavandería, la chica se tomaba todo su tiempo en segregar la ropa y Dante quiso darse una vuelta por el local para satisfacer su curiosidad. Había varios modelos distintos de lavadoras y secadoras. También vio una gran torre de canastas y juró que una ráfaga de viento podría derrumbarlas. Los ojos de Dante curioseaban por el lugar, moviéndose en silencio.
—Ya, ya estamos, he divido la ropa por colores y ahora, am... Toca lavarla. —Dante notó cierto tono de inseguridad en su voz, pero lo pasó por alto. Nunca entendería a las mujeres, de eso estaba seguro.
La mujer se dirigió hacia una de las lavadoras, levantó la tapa y echó la ropa. Cerró la tapa y solo presionó el primer botón que le pareció adecuado. Se alejó de la máquina y sonrió a Dante mientras colocaba la canasta en una esquina.
Dante la miró un poco sorprendido y, al ver que no tenía intenciones de nada más, se acercó a la lavadora que ni siquiera estaba trabajando.
—¿No crees que deberías colocar primero el detergente y seleccionar el modo de lavado y la temperatura? —preguntó el rubio mientras abría la lavadora nuevamente y seguía sus propias instrucciones.
La mujer abrió los ojos sorprendida y se ruborizó levemente. Dio unos cuantos pasos al frente al tiempo que ocultaba unos mechones de su descolorido cabello tras las orejas. Se acercó a la lavadora y le dio la espalda mientras apoyaba las manos en ella.
—Oh, claro. Perdona mi ignorancia. —Hizo una pausa y sonrió con desánimo—. Es que no estoy acostumbrada a estas máquinas modernas —explicó soltando un risita falsa.
Dante la miró fijamente, pero no dijo nada. Aquellas máquinas no eran demasiado modernas. Y estaba seguro de que ninguna lavadora hacía todo el trabajo con solo presionar el botón de enjuague. Se limitó a morderse los labios y dar media vuelta.
—Gracias por mostrarme el lugar. Debo regresar a mi habitación —anunció—. Que tenga lindo día.
La chica solo sonrió y siguió a Dante con la mirada hasta que desapareció de su vista. Algunos minutos más tarde, mientras ella estaba concentrada en su celular, una figura masculina vestida casi enteramente de negro apareció y se recostó en la entrada del lugar.
—¿De verdad no sabes lavar ropa? Ha sido para morirse de la risa.
La chica levantó la vista sobresaltada y se relajó al ver que se trataba de Equis.
—Seguramente tú tampoco sepas, niño rico. Tu padre te hizo la vida ya.
—Solo te pedí que trajeras un miserable cabello rubio y no has sido capaz. ¿Debería reportar esto a mi padre, niña fantasma? Oh, espera, no te pueden degradar más —expuso con sarcasmo el joven de chaqueta negra. Tratar de inferiores a la gente no era la mejor manera de conseguir que le obedecieran y él lo sabía, pero era un verdadero placer hacerse el superior ante esa desagradable chica callejera.
Ella lo miró con unas claras ganas de despedazarlo, segregar sus piezas en una canasta y echarlas a la lavadora para observarlas mientras daban vueltas y vueltas. Se le dibujó una sonrisa ante la imagen mental de aquel imbécil engreído descuartizado, pero volvió a la realidad en cuanto Equis se acercó.
—Yo te pedí que evitaras cruzarte conmigo y aquí estás.
—Para tu desgracia, trabajas para mí.
La chica se quedó callada y apretó los labios hasta formarlos una línea. Equis se acercó aún más y le apartó el cabello de cara.
—Así que te recomiendo hacer las cosas bien y traerme lo que he pedido lo más pronto posible. —La voz de Equis estaba cargada de un tono amenazante.
Él se alejó y ella se tapó la cara con las manos. Volvió a esconder los mechones rebeldes tras las orejas y una lágrima se deslizó por su mejilla dejando el rastro hasta morir en sus labios junto a su amargo sabor.
Dante ya había regresado a su departamento y se encontró con su grupo exhausto. Nathan tenía las manos en la cabeza y tras la pantalla aún estaba Elías traduciendo. Blas parecía haberse quedado dormido.
—Dante, ya has vuelto. ¡Qué bien! Así puedes ayudarnos con esto tú que eres listo.
Dante se acercó y se sentó junto a Nathan. El mayor entrelazó su mano con la del rubio y le hizo sonreír tontamente.
—¿Qué tienen hasta ahora?
—Elías ha estado buscando en ese libro raro y hemos encontrado una foto que se parece mucho a los fuegos que dijiste, pero la descripción nos está absorbiendo por completo. No tiene sentido. —Nathan le mostró el papel lleno de oraciones que invertían en uso de las palabras o les cambiaba alguna letra.
—Hasta ahora lo que consideramos más acertado es «El contestar consulta en la puerta de las alturas» ¿Te hace sentido?
—Para nada. ¿Puedo ver la foto? —pidió el de ojos azules.
Elías tomó el libro y enfocó la imagen con la cámara para que Dante pudiera ver los detalles. Dante se sorprendió ante la similitud que guarda la fotografía con la cadena de fuegos azules que había visto el día anterior. También le desconcertó el hecho de que la descripción de la foto estaba en español. No podía leerla completa porque la cámara cortaba una parte, pero al menos leía «La respuesta se oculta»
—¿Y qué es exactamente lo que no pueden descifrar?
—Esto —señaló Elías enfocando mejor el pie de la imagen—. El código oscuro es muy confuso.
Dante miró a Nathan con cierto tono de alerta y devolvió su mirada a la pantalla donde Elías sostenía el libro.
—Pero si ahí claramente dice «La respuesta se oculta tras la entrada de la casa Ventriluna» —soltó Dante al fin.
Todo el grupo quedó en silencio. Nathan miró sorprendido al rubio y quiso saber cómo lo había descifrado en tan poco tiempo. Pensó que realmente tenía a un genio compartiendo cama con él.
—¿Sabes código oscuro Dante? ¿Por qué no lo dijiste antes?
—¿Qué? ¡No! Pero ese texto está en español —explicó el menor.
Elías volvió a salir del plano de la cámara e hizo un escándalo de tal magnitud que despertó a Blas. Durante ese tiempo, Nathan miraba a Dante casi boquiabierto.
—Eso no es español, Dan. —El tono de preocupación empapaba sus palabras al tiempo que abrazaba a Dante y le llenaba de besos en la cabeza.
Elías regresó —se podría decir que bastante emocionado— y enfocó una página de un libro.
—¿Puedes leer eso, Dante? ¿Puedes? —inquirió con cierto modo infantil.
Dante se concentró y descubrió que no tenía ningún problema en leerlo. ¡El libro estaba en español! Seguro que le estaban tomando el pelo.
—No estoy para sus bromas. Cuando terminen de tontear, me avisan.
Dante se levantó y se dirigió a la cocina. Nathan lo siguió y le acorraló. Se acercó a él y le levantó la barbilla, despejando su tierna cara de los sedosos cabellos rubios que portaba el chico de ojos azules. Le acarició las mejillas y notó como los universos azules de Dante se humedecían. Le acercó su cuerpo y el rubio enterró la cabeza en el hueco entre el cuello y el hombro de su moreno. Nathan le acarició la cabeza con delicadeza y le habló al oído.
—Escucha, Dante. Sé que esto es tremendamente difícil y sé que estás muy confundido por todo lo que ha pasado —hizo una pausa para regalarle un corto beso en la cabeza—, pero tienes que ser valiente ¿sí? Te conozco y sé lo fuerte que puedes ser. Sé que, a pesar de todo, extrañas mucho a tus padres y te sientes culpable por lo que ha pasado. Mírame —ordenó con dulzura el de ojos verdes.
Dante obedeció y se apartó de él secándose las lágrimas para mirarle. El moreno puso sus manos en los hombros del rubio.
—Juntos vamos a salir de esta ¿sí? Vamos a descubrir qué pasa, pero tienes que aprender a sobrellevar todo el mareo que eso conlleva.
Dante no dijo nada y solo sostuvo su mirada, a punto de romper en llanto nuevamente. Finalmente cedió ante la presión y se abalanzó hacia el pecho de Nathan colocando una mano para sentir el latir de su corazón.
—Te amo —pronunció el rubio en un hilo de voz.
—Yo más —le entregó un suave beso en los labios—. Yo más y mejor, volvamos a la llamada —propuso Nathan sonriendo mientras caminaba hacia el sofá abrazando a su Dante por la cintura.
Esta vez era Blas el que había desaparecido. Elías se mantenía revisando libros y sonrió al ver que ya había regresado.
—Muéstrame el libro de nuevo, por favor —pidió Dante.
Elías se limitó a obedecer y enfocó de nuevo la página del libro.
-«Del deseo y la muerte ha de conocer esta casa cuando la condena, fruto irremediable de su furia, sobre ella caiga.»
Elías apartó el libro y se enfocó a sí mismo.
—Sorprendente —dijo él.
Blas volvió a aparecer con unas bebidas en la mano. Ofreció una a Elías y él se quedó con la restante. El joven estudioso le explicó brevemente a Blas lo que había pasado y este se dirigió a la cámara.
—Eres increíble, Dante —admitió.
—Lo sé —dijo Nathan mientras le abrazaba con fuerza.
—¿Y en qué nos ayuda todo esto? —cuestionó Dante zafándose con cuidado del abrazo para adoptar más seriedad.
—Ventriluna es un antiguo apellido de Poisonwoods famoso por su linaje de chamanes. La casa Ventriluna, también llamada Guarida Ventrilunar, se encuentra al sur de Poisonwoods, pasando el desierto. Deberían ir a visitarla, seguro que encuentran más respuestas ahí.
—¿Y cómo se supone que cruzaremos un desierto? —quiso saber Nathan.
—Yo puedo llevaros en helicóptero —ofreció Blas—. No creo que mi padre tenga problemas en prestármelo un día.
—Oh Dios, ¡qué humilde! —La ironía estaba presente en aquella acusación—. Pero si no hay más remedio... Supongo que tendremos que aceptar la oferta de ese niño rico presumido —dijo mientras hacía una mueca simulando estar enojado.
Elías le sugirió a Blas que escaneara las páginas de más relevancia y que se las enviara al rubio por si eran de ayuda antes de ver al chamán. Dante estaba un poco consternado ante lo que estaba pasando. Podía leer un idioma extraño y en pocos días cruzaría un desierto en helicóptero para ver a un chamán que seguramente estuviese algo loco. ¿Aquello realmente estaba pasando?
—Yo os avisaré cuando mi padre no vaya a utilizar el helicóptero y compraré vuestros pasajes hasta aquí.
—No quiero que pagues nuestros pasajes, Blas —admitió Nathan.
—¿Se te ocurre alguna mejor manera? Mira, cuando te negaste a aceptar mi ayuda para mudarte a Boomair lo entendí, pero esto es una emergencia, Nathan. Déjame ayudarte.
—Reuniremos nuestro dinero y si falta algo dejaré que lo pagues ¿Te parece bien? —propuso el de ojos verdes.
Blas no dijo palabra alguna y solo asintió. Abrió la boca para decir algo, pero prefirió callarse. Elías, por su parte, recogió sus cosas y se puso de pie.
—Espero que encuentren pronto respuestas, si necesitan mi ayuda no duden en decirle a Blas.
—Muchas gracias por toda la ayuda, no sé qué habríamos hecho sin... ¿usted? —confesó Nathan.
—Creí que habíamos resuelto el asunto del usted y el señor, llámenme Elías y trátenme de tú, simplemente. Ha sido un gusto conocerlos y poder ayudarlos. ¡Hasta luego, mucha suerte!
Elías se marchó y Blas se sentó en el medio.
—Yo tengo que llevar a Elías hasta su casa. ¡Nos vemos pronto, chicos! —se despidió Blas.
—¡Adiós! —respondieron al unísono Dante y Nathan al ver que Blas cerraba su portátil y se cortaba la llamada.
El de ojos verdes miró como Dante se estiraba a su lado levantando los brazos y dejando ver un trocito de su blanca piel cuando la camiseta ya no cubría más. Se veía tan adorable haciendo aquellos gestos. Su manera de moverse era perfecta, Nathan lo veía así. Tan sutil, tímido y... misterioso. Le gustaba eso, le gustaba repasar la piel de su amante cada día y que siempre le sorprendiera un poco más que el anterior. Adoraba contemplar aquella obra maestra que la naturaleza había cubierto con pálida piel y coronado cabello dorado.
Dante giró la mirada y se encontró con los ojos de Nathan que lucían la espesura de la selva verde y salvaje en ellos. Sintió como esos orbes le recorrían el cuerpo examinándole y acariciando la piel. Le dedicó una tierna y sincera sonrisa cerrando los ojos. La taza de té seguía en la mesita así que decidió levantarse a limpiarla y sintió como la mirada de Nathan seguía sobre él, contemplando atrevidamente su anatomía, desde su espalda hasta sus piernas.
—¿No tienes hambre? —preguntó Dante de espaldas desde la cocina mientras lavaba su taza. Lo cierto era que habían pasado toda la mañana en aquello y, en algún momento, había empezado a llover. La tarde se había vuelto fría, el verano ya no los refugiaba.
—Sí, pero no quiero comer ensalada —contestó el moreno desde el sofá poniendo cara triste.
—Pues como no te comas los cojines del sofá... —planteó el rubio con ironía.
—¿Te parece bien si pedimos una pizza y vemos alguna serie? No quiero hacer nada más.
Dante se giró y le sonrió mientras secaba la taza y la colocaba en la encimera.
—Me parece genial. Llama para pedir la pizza y buscar la serie. Yo necesito ir al baño.
—Puedo acompañarte si quieres... —propuso Nathan con cara sugerente.
—Pide la pizza.
—Malo —acusó el de ojos verdes mientras se paraba del sofá para alcanzar su teléfono móvil.
Dante entró a su habitación y se dirigió al baño. Se lavó las manos primero y luego se dispuso a atender sus necesidades. Tras tirar de la cadena y lavarse las manos, quiso refrescarse la cara. Salió del baño mientras se despejaba la cara del agua con su camiseta y al abrir los ojos se encontró con lo que más temía. Había una esfera azul muy parecida a la del día anterior. Sin embargo, era mucho más pequeña y menos... densa. Era casi imperceptible su presencia amenazante allí. Dante comenzó a sentirse un poco débil, pero era algo con lo que podía lidiar. Se debatió un rato entre tocar la esfera o simplemente fingir que no había visto nada hasta que escuchó la voz de Nathan llamándolo infantilmente.
—¡Dante ven, que está empezando el séptimo episodio de Scream! ¡Dante!
Dante decidió ignorar a la esfera azul que se movía sobre su cama.
—Ya voy, Nei.
—Dante, ven rápido. ¡Dante! ¡Dan... ah, joder! ¡¿De dónde ha salido eso?!
Dante salió de la habitación y se dirigió al sofá, contemplando la cara de terror que el miedoso de Nathan mostraba. Llegó justo a tiempo para ver como el asesino sorprendía a un personaje y Nathan controlaba su pánico. Por un rato se olvidó de la esfera. Por un rato se metió entre los brazos de Nathan que le abrazaban con fuerza cada vez que una escena le aterraba. Por un rato pudo ser feliz sin pensarlo demasiado. Y se quedó dormido en el pecho del moreno, con el suave arrullo que le regalaba su respiración. Nathan no quiso despertarlo, así que esa noche durmieron en el sofá.
Al despertar, Dante se encontró atrapado por el pesado brazo de Nathan e hizo maniobras que no sabía que podía lograr para no despertarlo. Se dirigió directamente a la habitación para comprobar si la esfera seguía allí. Tras abrir la puerta y encontrase únicamente con su cama, soltó un suspiro de alivio y su corazón sintió sosiego. Luego de lavarse los dientes y darse una ducha, decidió encender la televisión a bajo volumen para no despertar al de cabellera oscura que dormía plácidamente en el sofá con la cabeza hacia atrás. Aquella imagen llenó el corazón del rubio con ternura y le provocó un sabor dulce en la boca. Se sentó a su lado, cruzando las piernas sobre el sofá cautelosamente.
Sintonizó las noticias de la mañana y, tras la sección de deportes, regresaron a la noticia de primera plana. Un hombre había sido encontrado colgado desde la ventana de su habitación en un séptimo piso en su ciudad. Boomair estaba consternada ante la tragedia y las personas buscaban abandonar el edificio a toda prisa mientras la policía les prohibía salir. Presentaron una cruda imagen del cuerpo colgando mientras la brigada forense analizaba la escena y rápidamente pasaron a entrevistar a los presentes. Voces que, entre el espanto y la tristeza, afirmaban no saber la causa de aquel incidente. La periodista se abría paso entre la multitud irrespetuosamente y llegó hasta los que Dante dedujo como la familia del hombre. Aquel acto llenó de ira a Dante, la prensa de esos días no tenía límite.
Sin embargo, por mucho que le molestase la actitud desconsiderada de aquella periodista, Dante no sucumbió ante el llanto por eso. Se le clavó como una cuerda con espinas al corazón la idea de que pudo evitar aquello. Y pensar que mientras él era feliz refugiado junto a la persona que más quería, aquel hombre necesitaba su ayuda, le enloquecía aún más. ¿Cómo lo hubiese evitado? ¿Qué hubiese hecho si el hombre ni siquiera lo conocía? A lo mejor ni siquiera era eso y su instinto lo hubiese llevado hasta un perro en peligro o algo así, pero... ¿y si lo era? ¿Y si podía salvar a aquel hombre y evitarle el temblor que sentía su familia en el corazón a aquellas horas de la mañana? Dante se cubrió la cara con las manos y comenzó a llorar desconsoladamente. Sentía la pena acumulándose dentro de él y ahogándole el corazón. Suspiraba fuerte y pedía fuerzas en silencio. Quería que terminara. Quería que pararan esas voces. Quería huir. Quería... Quería hacer muchas cosas hasta que sintió la mano de Nathan sobre su cabello y el beso que depositó en sus mejillas. El moreno se había despertado y ahora lo acercaba hasta su cuerpo aún adormecido.
—¿Qué pasó, príncipe? —pronunció el mayor con voz amodorrada.
Dante se mordió los labios y mantuvo el silencio por un buen rato antes de contestar. Necesitaba convencerse de que no era su culpa. Donovan, sus padres y ahora este señor... todo daba vueltas por su cabeza sin control ni sentido. Era tan frustrante sentirse impotente ante su propia vida y eso solo le provocaba más ganas de llorar. Cuando pudo por fin hablar sin tener que hacer un esfuerzo sobrehumano se limitó a contestar:
—Solo tuve un mal sueño... Uno muy malo.
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Luego de mucho tiempo sin actualizar, por fin se ha publicado este quinto capítulo. Dante y Nathan tienen una nueva misión mientras que Equis se trae algo entre manos.
Espero que les agrade este nuevo capítulo ^^
Wattpad ha sustituido los guiones por rayas, me disculpo por ello. No sé muy bien el motivo de ello, pero espero que esté arreglado ya.
Un abrazo <3
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