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Capítulo catorce


Contra la puerta H25 del edificio residencial sonaban intensos golpes con la intención de derrumbarla. Nathan parecía un animal furioso aporreándola una y otra vez, y su furia aumentaba al no obtener una respuesta.

—¡Glorianna! ¡Abre la jodida puerta, maldita sea!

Tan pronto Blas había encontrado en el piso la identificación dorada de la mujer, había entrado y se lo había contado a su padre y a Nathan. Éste último comenzó a atar los cabos y miles de imágenes de la fiesta de Glorianna cruzaron como un rayo por su mente. ¡Eso era! ¡Glorianna debía saber algo! Siempre se había comportado de una manera muy extraña. No era casualidad que estuviera espiando y grabando la conversación.

—¡Voy a derrumbar la puta puerta como no abras, Glorianna! Primer puto aviso.

—Nathan —dijo Blas, intentando tranquilizarlo— quizás no está ahí. Te digo que solo la vi huir nada más. Quién sabe a dónde se metió.

El moreno se tiró al suelo y pego la cara a la puerta. Por la rendija que quedaba entre la puerta y el suelo pudo ver sombras en movimiento. Se convenció de que estaba allí.

—Está ahí dentro —dijo con firmeza—. ¡No me hagas llamar a la policía, Glorianna, abre de una vez!

Luego de unos largos segundos, cuando ya Nathan se disponía a volver a tocar, la cerradura giró. La media silueta de la mujer pelirroja apareció por la puerta entreabierta y preguntó al señor Fox en qué podía ayudarlo. Éste se abrió paso dentro de la habitación dando un enorme empujón a la puerta que casi hace que se desprenda de las bisagras y, si Glorianna no se hubiera apartado a tiempo, hubiera terminado en el piso.

—¡¿Cómo que en qué me puedes ayudar?! —gritó Nathan—. ¡Me vas contando ya mismo qué diablos pasó anoche en esa fiesta! ¿Dónde diablos está Dante? ¡¿Por qué nos estabas espiando?!

—No sé de qué me habla, señor Fox —respondió Glorianna, sentándose en una butaca sin siquiera mirarle.

—Ayer. En tu patética fiesta —narró Nathan—. Todo estaba bien, todo estaba en orden. Y de pronto se salió de control. Recuerdo que no tomé mucho, solo una copa o dos, pero estaba tan borracho que parecía que había bebido toda la noche. ¿Le echaron algo a la bebida? ¿Es eso? Es eso, ¿verdad?

—Le repito que no sé de qué me habla.

Nathan gruñó. Su único instinto fue saltarle encima a esa vieja patética y mentirosa, pero el señor Villalta lo detuvo. Golpeó la mesa y pateó tan fuerte la pared que hizo un hueco. Estaba descontrolado. Blas lo sabía e intentó calmarlo. Lo retiró de la escena, dejando que su padre se hiciera cargo.

—Escúcheme, señora —dijo el padre de Blas—. Usted organizó una fiesta ayer en la noche, ¿cierto?

La mujer no dijo nada, solo asintió con la cabeza.

—Y a dicha fiesta invitó a Dante y Nathan.

—Es correcto.

—Bien —respondió el señor Villalta, con ese tono tan determinado que le caracterizaba. Reafirmaba que él tenía el control de la situación y eso ponía en tensión a su víctima. Una víctima tensa o nerviosa es más propensa a equivocarse—. ¿Puede decirme exactamente cuándo fue la última vez que vio a Dante?

—No.

—¿No? ¿Por qué?

—¡Porque es una maldita mentirosa! —gritó Nathan, regresando a la sala.

—Yo simplemente estaba muy ajetreada en la celebración. No puedo organizar mis recuerdos tan claramente.

—No se preocupe. Vamos por partes —pidió Villalta mientras se ponía cómodo—. No tenemos ningún tipo de prisa, ¿o sí?

Glorianna desvió la mirada. No contestó.

—Entonces, señora... ¿Glorianna? —preguntó el señor Villalta. Ella asintió de nuevo—. ¿Recuerda haberse despedido de Dante o verlo al final de la celebración? ¿Quizás verlo salir?

—No. No recuerdo nada de eso.

—Corríjame si me equivoco, por favor —pidió de nuevo con su tono tan soberbio pero implacable a la vez—. Usted fue quien se ofreció a llevar a Dante y Nathan a la fiesta, ¿no es así? ¿A qué hora pasó por ellos?

—Sí —respondió por fin Glorianna—. Pero no recuerdo a qué hora pasé. Eran las seis menos quince, tal vez. ¿Por qué esto es relevante? ¿Qué tengo que ver yo con el señor Montgomery? No entiendo qué ocurre.

—¡Mentiras! —acusó el de ojos verdes. Su amigo le pasó un brazo por el cuello para que estuviera más tranquilo y dejara a su padre continuar.

—Yo tampoco entiendo muchas cosas, señora Glorianna —afirmó Villalta, sentándose al borde del sillón y entrelazando las manos para intimidar aun más—. Si usted era la organizadora y maestra de ceremonia, si, según usted, estaba tan ocupada, ¿por qué insistió tanto para que estos chicos fueran? ¿Tanta amabilidad con personas que apenas conoce?

—Yo... Solo quise tener un detalle con ellos. No pensé que eso me haría ver como una criminal.

—Quizás eso precisamente no, pero entonces me surge otra duda, señora. Si usted se ofreció a llevarlos hasta la fiesta, para hacer un gesto de amabilidad y simpatía conociendo, pues, que no tienen transporte, ¿no se le ocurrió que también debía regresarlos aquí? Quiero decir, cuando estaba recogiendo sus cosas para venir a su casa, ¿nunca pensó que era responsabilidad suya traer a los muchachos de vuelta? Hacer la caridad a medias es algo que le hace lucir un poco sospechosa, señora Glorianna.

—Yo simplemente pensé que...

—Es como si supiera que debía llevarlos a un lugar y a partir de ahí alguien más se encargaría. ¿No lo cree así? Se ve así.

—Yo solo creí...

Y de inmediato fue interrumpida por el timbre de un teléfono celular. Glorianna vio en esta casualidad las puertas del cielo. Se levantó con prisa del sillón y se hubiera dirigido a contestar de no ser por la pesada mano de Nathan que la devolvió de un empujón a su sitio.

—¡Ni se te ocurra moverte! —pidió enojado. Luego comenzó a buscar de dónde provenía el sonido—. ¿Dónde está el teléfono? Ayúdame a encontrarlo, Blas.

No mucho después, Blas lo encontró en la cocina y se lo entregó a Nathan. Todavía sonaba y vibraba en su mano. Sus ojos verdes se dirigieron de inmediato a la pantalla y lo que vio no hizo más que confundirlo. Llamada entrante: SUJETO L30909. Se lo mostró a Glorianna. La pelirroja no tuvo otra reacción más que cerrar los ojos y torcer la boca en un gesto de total derrota.

—¿Sujeto L309? ¿A qué diablos estás jugando, Glorianna?

Algunas horas antes, al otro lado de la ciudad, una señora muy mayor entraba a la floristería Enamorados de por vida. La florista, Laura, que tenía la cabeza echada encima de su brazo sobre el mostrador, se giró para anunciarle en tono amodorrado que estaban cerrados. La orden de flores para esa semana estaba atrasada y no llegarían hasta el día siguiente. La anciana continuó caminando con su paso cojo y determinado hacia ella, como si no hubiera escuchado nada.

—Disculpe, señora, le digo que...

—Tú —respondió la anciana—. Tú me puedes ayudar.

Le pidió permiso para sentarse en el mismo sitio donde había estado semanas atrás. La mujer accedió, le ofreció té y le preguntó de qué se trataba. La anciana comenzó a rememorar aquella tarde de lluvia donde la había cobijado allí, junto a un niño rubio. Laura la reconoció de inmediato. Y si era sincera, la había reconocido desde que entró a la tienda.

—Necesito encontrar a ese chico. A ese chico que me salvó —decía la anciana con la voz ronca—. Él puede ayudarme a encontrar a mi nieto. Ellos lo tienen, sé que fueron ellos.

—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos?

—Él entenderá. Debo encontrarlo —respondió la anciana mirando a la nada. Luego dirigió sus ojos a la mujer—. Dime por favor que recuerdas al menos su nombre, hijita.

—No, no lo recuerdo. Creo que ni siquiera se presentó —confesó la florista—. Pero su nombre debe estar en el informe que publicaron. Permítame un segundo para corroborarlo.

Se levantó de la silla y buscó en su teléfono. Internet tenía mejor memoria que cualquiera. No le tomó mucho tiempo dar con lo que buscaba. Allí estaba. Dante Montgomery, asistente de edición para una revista local. Un joven rubio y blanquito, de estatura media, dieciséis o diecisiete años, según lo había descrito la propia señora. El informe le refrescó la memoria a Laura. Recordó que habían acudido a ella, por referencia de la anciana, para conocer más acerca del héroe. Ella no pudo hacer más que enviarlos al edificio donde lo había dejado el día anterior. De hecho, ¿no tenía ella guardado por ahí el teléfono de una clienta de ese mismo edificio? Creía recordar que incluso era familiar o amiga del jovencito.

—Aquí está —le dijo de pronto a la señora y vio su rostro iluminarse—. Dante. Dante Montgomery. Me parece que tengo el número de teléfono de alguien que le conoce. ¿Quiere que intente comunicarme?

—¡Ay, sí, por favor! Eso me haría tan feliz. Necesito encontrar a ese muchacho.

Laura revisó entre la lista de pedidos recientes y encontró el nombre de Glorianna Reyes en una orden de hacía unas dos semanas. De inmediato asimiló el rostro con el nombre. Indudablemente, esa era la mujer que buscaba. Sin perder mucho el tiempo, apuntó en una tarjeta el número y se dirigió de nuevo hasta la mesa para marcarlo. Puso el celular en altavoz y esperó.

Un timbre, dos timbres. Tres. Cuatro.

Nada.

La operadora decía que lo sentía, pero que el número que usted marcó no se encuentra accesible. Acto seguido saltaba el buzón de voz.

Lo intentaron unas dos veces más, pero no hubo resultados distintos. Cuando ya la señora se había resignado, le agradeció a Laura por su amabilidad y se dispuso a salir. La florista la detuvo y le confesó que sabía el lugar donde residía el tal Dante. Con suerte no se había mudado. A la anciana no tuvo que repetirle la invitación dos veces. Se pusieron en marcha hacia el tan controversial Edificio McCormick.

Como si Glorianna no hubiera tenido suficiente con un Nathan rabioso en la sala de su apartamento, pronto se le unió una nueva integrante a la fiesta. Mientras Blas aconsejaba a su amigo en un pequeño sillón cerca de la puerta, una figura esbelta se cruzó de brazos en el umbral. Carraspeó para hacerse notar. Los ojos de Blas se dirigieron de inmediato a ella y sintió que su corazón se paró al darse cuenta de que se trataba de la misma chica que había visto ascensor. No pudo contenerse y se le escapó una sonrisita tonta.

Glorianna, por otro lado, lejos de estar feliz parecía más bien horrorizada.

—¡Pero bueno! ¿Qué tienen hoy con invadir mi casa?

—¿Dónde diablos está Alexander? —preguntó la chica con la vista fija en los ojos de Glorianna.

—¿Y yo por qué debería saberlo?

—No lo sé —respondió, recostándose en la puerta y rizándose una mecha rojiza—. Como últimamente los veo tan unidos.

—El señor McCormick y yo solo tenemos una estrecha relación laboral.

—Claro —respondió la chica—. Resulta que su «estrecha relación laboral» está sobrepasando los límites. Los vi ayer, en la fiesta. Alexander habló contigo, te susurró algo y luego desapareció. No he vuelto a saber de él. ¿Dónde diablos está?

Nathan, que estaba escuchando todo, encontró por fin a quién le recordaba esa cara y se puso en pie de un salto.

—¡Espera! —dijo—. ¿Alexander? Yo a ti te conozco, creo. ¿Eres... Ashley? ¿La novia de Equis?

La chica, que hasta ese momento ni siquiera se había percatado de que había más personas allí, dirigió su mirada al de ojos verdes y le encontró familiar. Entrecerró los ojos buscando en su mente quién podría ser, pero no pudo dar con la respuesta.

—Sí, soy yo —dijo finalmente—. Me parece que te conozco, pero no recuerdo de qué.

—¿Te suena el nombre de Dante?

Ella asintió.

—El hermanastro de Equis. Hermano adoptivo, algo de eso.

—Algo así. Sí. Bueno, yo soy el novio de Dante.

—Qué bien, felicidades —respondió Ashley sin ningún tipo de emoción y acto seguido volvió a mirar a Glorianna—. Te pregunté dónde estaba Equis, ¿piensas responderme?

La pelirroja ni siquiera le devolvió la mirada, la tenía fija en algún punto del suelo.

—Así que Equis sí estaba en la fiesta de ayer. Recordaba haber escuchado su voz, pero pensé que alucinaba —confesó el de ojos verdes.

—Esperen un segundo —pidió Blas—. ¿Equis es Alexander McCormick?

Tanto Ashley como Nathan asintieron a la vez.

—¿Sabes dónde estamos, Nathan? —preguntó enarcando una ceja—. Edificio residencial McCormick. ¿Cómo llegaron a parar aquí?

—Espera, ¿qué? —respondió el moreno y, en menos de dos segundos, ya había alcanzado a Glorianna otra vez. La sacudía violentamente—. ¡¿Qué demonios significa toda esta mierda, Glorianna?! ¡¿Ah?! ¡Responde, maldita sea! ¿Qué es lo que tramas con el bastardo malnacido de Equis? ¿Por qué se conoce tan bien? ¿Por qué se intercambia secretitos y fotos y maletines?

Ashley pareció interesarse más en el problema principal. Entró y se puso de cuclillas frente a Glorianna. Nathan le apretaba los hombros a la mujer tan fuerte que era seguro que dejaría marcas. La pelirroja solo resistía, fuerte y callada. Nada diría.

—¡Me estás desesperando, Glorianna! —dijo Nathan bufando y volvió a arremeter contra ella—. ¡DIME A DÓNDE DIABLOS EQUIS SE HA LLEVADO A DANTE!

Los movimientos de Nathan eran tan desesperados que terminaron por despeinar a la mujer. Los Villalta, padre e hijo, observaron cómo Glorianna se apresuraba a cubrirse las orejas con su cabello y acomodaba algo en el oído derecho. Ambos intercambiaron una mirada. Sabían lo que significaba, eran expertos en el arte de observar y analizar. No tuvieron que hablar para entenderse y ponerse en acción.

Blas tomó a Nathan de los hombros y tiró de él. Su padre lo esperaba en la puerta.

—Hay que irnos, Nathan —afirmó Blas.

El moreno quiso resistirse, pero al mirar los ojos de su amigo supo que pasaba algo. El señor Villalta esperó que ambos jóvenes salieran y cerró la puerta tras de sí. Comenzó a caminar de prisa, mientras su hijo arrastraba a Nathan por el pasillo.

—¿Qué es lo que sucede?

—Glorianna. En su oído —dijo Villalta mientras entraban en el ascensor y seleccionaba el piso de la recepción—. Estuvo transmitiéndoles nuestra conversación a su gente. Seguro ya vienen por ti.

—¿Y por qué tan convencidos de eso?

—Haz dicho su nombre —contestó el joven Villalta esta vez—. Si el tal Equis es tan importante como parece, no le habrá gustado nada que sepas que él tiene algo que ver con esto.

—¡Pero podíamos sacarle la información a Glorianna! —exclamó el de ojos verdes—. ¡Ahora no tenemos nada, ni idea de por dónde empezar!

—Yo sí tengo una idea —respondió el señor Villalta.

Cuando llegaron al piso B —lo más cerca al lobby que el ascensor podía alcanzar—, Nathan seguía sintiendo la imperiosa necesidad de regresar. Quería volver a encarar a Glorianna y presionarla hasta que le revelara cualquier pista acerca de qué rayos pasaba. Había muchas cosas revoloteando en su mente, entrecruzándose con sus pensamientos. Tenía la seguridad de que había sido drogado adrede la noche anterior. Luego estaba la voz de Equis por algún lado de su mente, si tan solo pudiera recordar qué decía. Creía escuchar también gritos de auxilio de Dante resonar por su memoria. ¿Esos también habían sido reales o los había imaginado? Se le partió el corazón de solo pensar que su rubio había necesitado de él y le había fallado. Después de tanto decirle que siempre podría contar con él, le había fallado. Y entonces Ashley, y el edificio, y todo. ¡Nada tenía sentido!

Cuando iban bajando por las majestuosas escaleras que conducían al vestíbulo principal, su oído se agudizó y pudo escuchar la voz chillona de la recepcionista contestándole a alguien más.

—¿En qué puedo ayudarle?

—Dante Montgomery —respondió una voz ronca y quebrada.

—¿Qué dijo, señora?

—Dante Montgomery —repitió—. Busco a Dante Montgomery.

Nathan frenó en seco. Miró a sus compañeros, pero ninguno había escuchado lo que él sí. Se dirigió hasta donde se encontraba la señora junto a una mujer y la recepcionista.

—¿Qué ha dicho, señora? ¿A quién busca?

—Al jovencito Dante Montgomery —repitió con fastidio.

—¡Qué curioso! Yo también lo estoy buscando.

La señora comenzó a explicar de inmediato que lo necesitaba, que necesitaba su ayuda. También dijo que quería prevenirle de algo peligroso. Nathan no perdió tiempo en explicarle que no sabían nada de él desde la noche anterior y la señora comenzó a lamentarse. La cara que puso fue tan desalentadora que el de ojos verdes sintió una gran presión en el pecho.

—Señora, podría sernos de ayuda —dijo Villalta—, pero no tenemos tiempo. ¿Qué tal si viene con nosotros y nos explica qué quería decirle?

La señora asintió a la vez que tragaba saliva. La florista Laura, que la había acompañado, indicó que debía regresar a su local, aunque estaba preocupada por el muchacho. Pidió de favor que le notificaran si podía ser de ayuda y se marchó.

El señor Villalta buscó su automóvil, una sofisticada camioneta que en elegancia nada tenía que envidiarle al lujoso deportivo del joven Equis, y recogió a su tropa en la entrada del edificio. Les abrió la puerta, entraron y el señor Villalta miró a todos lados antes de subir y emprender camino. Una vez dentro, ajustó el espejo retrovisor central para poder ver a Nathan y a la señora.

Tenían un largo viaje por hacer y muchísimas cosas de las que hablar. De ahora en más, todos sus pensamientos y esfuerzos estarían centrados en una sola cosa.

Tenían que salvar a Dante.



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