3.Ser humano
La mujer que abrió la puerta, estuvo a punto de cerrarla en pleno rostro. Mars reconoció su olor, aquel que las prendas de Salem se encargaron de presentar la última vez que estuvieron juntos.
—¿Qué se le ofrece? —la criada se aferró a la puerta, como si esta fuera un escudo ante su presencia.
El olor al miedo era algo que aprendió a disfrutar. El monstruo que se escondía en su interior se agitó al percibir tan delicioso aroma. Mars tuvo que dejar de lado las ganas de despedazarla con sus zarpas y concentrarse en lo que fue a hacer.
—Dile a tu patrón que traigo su encargo. —Mars escupió las palabras mientras se abría paso.
La criada retrocedió avasallada por los pasos largos del intruso. Mars estaba al tanto de su apariencia hosca y salvaje; aprovechándose de esta, dejó caer frente a la mujer un saco de tela inmunda.
La cara de pánico de la criada fue algo digno de apreciar.
—¿Encargo? ¿Qué encargo? No estaba al tanto de un encargo. Tal vez el señor Mantiquor olvidó mencionarlo. Se olvida y luego se enoja conmigo, yo siempre tengo que lidiar con su malhumor y...
La criada empezó a revolotear como gallina, sumida en su monólogo e ignorando al recién llegado. Mars tuvo deseos de apartarla de un empujón, pero se contuvo.
—¡Por favor no repita lo que dije! ¿Es un encargo del puerto? ¡Quizá sean sus nuevas camisas! El señor Mantiquor ordenó nuevas ...¡No, imposible! Jamás vendrían en un saco tan sucio como ese!
—Se lo diré yo mismo. —anunció Mars y con ello sacó a la anciana de su ensimismamiento.
—¡No, no, no! ¡El señor Mantiquor no está disponible. No puedo permitir que lo perturbe un... repartidor... Deje el paquete en el patio, que está ensuciando todo a su paso.
No sirvió de nada que ella intentara detenerlo. Los olores de la casa se iban mezclando rumbo a su destino. El olor a madera, a los tapetes del suelo, las cortinas, los muebles, la cera de las velas y el incomparable perfume del fuego.
Mars se detuvo al inicio de la escalera y dejó caer el saco inmundo que llevaba consigo. Sabía que el olor que despedía iba a atraer al anfitrión como una mosca golosa a miel regada.
—¿Bertha? ¿Qué es todo ese escándalo? ¿Qué está sucediendo?
Tal y como esperaba, Salem hizo su aparición. Estaba al tanto de su presencia, le era imposible engañarlo. Mars gruñó regalándole una mirada amenazante y esperó una respuesta.
—¡Señor Mantiquor! Intenté detenerlo, pero no me escuchó. Lo siento mucho. ¡Iré en busca de ayuda para echar a este...!
Bertha se descolgó del brazo de Mars. El trayecto lo recorrió siendo arrastrada por aquel invasor. Ahora este la puso en problemas con su patrón. Iría por la policía y vecinos para sacar a ese sujeto de casa.
—Traigo algo para ti.—interrumpió Mars levantando el saco que ya empezaba a manchar en suelo. —Es algo muy especial.
Salem intentó ocultar su molestia, pero falló miserablemente.
—¡El Señor Mantiquor no tiene tiempo para visitas a estas horas! Tiene una función que dar, no sea inoportuno y márchese.
Insistió Bertha tratando de no temblar demasiado. Sus pies apuntaban a la puerta, por donde quería salir a toda prisa. Tan solo necesitaba el permiso de su patrón para desaparecer en la noche e ir por ayuda.
—Yo me encargaré de la impertinente y molesta visita, Bertha. Puedes retirarte.
Mars sonrió triunfante y se llevó el saco al hombro. Salem se dio vuelta, en medio del revuelo de sus prendas y larga cabellera.
Sin duda no se lo esperaba. A Mars poco le importaba causar molestias. Iba a devolverle el favor.
Siguió al anfitrión hasta la puerta donde donde La Luz era más intensa, así como el aroma a bergamota. Salem entró primero y el fastidio en su voz se hizo notar en seguida.
—¡Fuera de aquí!
La expresión en el rostro del muchacho sobre la cama, fue de puro susto. El olor a miedo se volcó en el ambiente y Mars sintió que se relamería los colmillos si no se fijaba.
—¿No me oíste? ¡Largo! —insistió Salem levantando la voz.
El muchacho semi desnudo se cubrió con lo que pudo. Su ropa quedó sobre el suelo y de un tirón certero la tomó para huir con una interrogación pintada en el rostro.
No se atrevió a protestar, la presencia de Mars le quitó toda intención de hacerlo. El muchacho asustado, tuvo que abandonar el recinto pasando por el lado del intruso.
Mars no evitó dirigir su nariz hacia la estela de olores que dejaba el chico al escapar a toda velocidad.
—¿A qué debo el que vengas a importunarme? —Salem se revolvió de nuevo entre la prenda que lo cubría a medias. Sin duda notó la atención que el muchacho recibía en esos momentos y tenía que hacer algo para evitarlo.
Odiaba no ser el único centro de atención.
Salem recobró la mirada de Mars sobre su persona y complacido, se dirigió hacia un sillón situado al lado de la cama.
—¿No vas a responderme? —le acusó cruzándose de piernas.
—Vengo a devolverte esto—. Mars gruñó como respuesta y dejó caer el saco sobre el tapete que cubría el suelo de madera.
La sorpresa se dibujó en el semblante del vampiro, cuyo fino olfato le indicaba el contenido sin necesidad de ver dentro del paquete.
–Espera... ¡Espera Mars! —Salem abandonó la comodidad de su asiento para detenerlo—. Las alfombras son nuevas...
—Me importa una mierda —continuó Mars desatando las cuerdas con las que anudaba el contenido.
—¡Detente de una vez! Si solo para eso has venido, voy a pedirte que te retires. Tengo cosas que hacer, como bien sabes soy una persona ocupada.
Mars lanzó una carcajada que hizo retumbar la lujosa mansión desde sus cimientos.
—No eres una persona, Salem. Eres un monstruo como yo, escondido bajo una mentira.
—Baja la voz, si te llegan a escuchar mis sirvientes...
—Los devoras y te consigues otros, Salem.
Mars no se ahorró una buena dosis de ironía en sus palabras.
—No sabes lo que dices. Es tan difícil conseguir buenos sirvientes el día de hoy. No tienes una idea. Vamos Mars, se razonable y deja eso.
Un gruñido bronco no consiguió apartar al vampiro.
—¿Quieres qué razone contigo? De acuerdo Salem. Entonces explícame porqué tuve a dos intrusos en mi territorio.
—¿De qué hablas, Mars? Eso sucede todos los días. Esta gente deambula siempre en el bosque asqueroso donde vives, en busca de no sé... animales para cazar.
Salem retrocedió entonces, revolviéndose en la tela fina que envolvía la palidez de su cuerpo. Se dirigió hacia la ropa extendida que quedó a un lado, sobre un baúl enorme.
—¿Me vas a culpar por aquellos cazadores vacilantes, Mars? Pensé que venías a verme en buenos términos y no para recriminarme...
—Los dos gritaron tu nombre cuando empecé a desollarlos; uno por uno.
—Qué desagradable eres, Mars. Por favor, continúa con tu relato. Por fin se pone interesante.
—Enviaste a esos dos a mi territorio en busca de Kitchi.
—No, te equivocas Mars. No los envié. No. Les dije que tenía conocimiento que uno de esos salvajes moraba en las profundidades del bosque. Lo cual es muy distinto, ¿ves?
Salem volteó a mirar a su amante con una sonrisa enorme. Su rostro sin duda era hermoso, como el de una lápida pulida ocultando la podredumbre en su interior.
—Esas bestias son peligrosas Mars. Son incivilizados y sucios. No sé porque tienes a uno de esos viviendo contigo...
A Salem le fue imposible terminar la oración. Mars arremetió en su contra. Consiguió derribarlo con ira, solo para levantarlo del suelo tomándolo de sus prendas.
—Tómalo como una advertencia. La única que tendrás. Vuelves a acercarte a mi territorio y será lo último que hagas, Salem.
El vampiro encontró muy divertida la amenaza. Tanto que sonrió como respuesta antes de frotar la mejilla contra la mano que lo sujetaba.
—¡Oh Mars! Las cosas que tengo que hacer para que vengas a mi. Para que dejes esa sucia cabaña y vengas a buscarme.
Como respuesta a la caricia que recibió, Mars dejó a caer al vampiro. No le iba a dar gusto. No recorrió todo el camino hacia la ciudad para una visita de cortesía.
—Me gusta mucho esa apariencias tuya, Mars. Aunque estás todo sucio y oliendo a animal salvaje. Quizá la próxima vez puedes tomar una forma más agradable. Ah sí y tomar un baño antes de aparecer por aquí.
—No habrá próxima vez. —fue la respuesta en un gruñido de parte del cambia formas.
—Eso es lo que dice tu boca. Tu cuerpo es otro asunto —.Salem se levantó a prisa y dejó caer la prenda que lo cubría.
Su piel pálida y perfecta parecía hecha toda de cera. El cabello largo y oscuro casi le llegaba a la cintura. Cualquier humano lo encontraría digno de admirar por su belleza. Sin embargo, a Mars no le interesaba esa carcasa vacía.
El deseo surgía en lo profundo de su cuerpo. Provenía de aquella necesidad de destruir lo que tocaba. Era placentero encontrarse con Salem en medio de la noche e intentar acabar el uno con el otro, mientras gozaban lastimándose.
Era Salem quien disfrutaba más; al punto de la adicción.
Las manos del vampiro le acariciaron el rostro hundiéndole las uñas y dibujando surcos en estas. La espesa barba de Mars empezó a mojarse de sangre y Salem recogió las primeras gotas con la punta de su lengua.
El monstruo que habitaba esa piel de humano se agitó en su interior. Mars tomó a Salem de la garganta y lo levantó a su altura. Deseaba quebrarlo en ese instante y beber la sangre de aquel cuerpo sedoso que ahora buscaba caricias. Quería probar su carne a bocanadas.
¿Sobreviviría Salem una vez devorado por un Windigo?
Sin pensarlo siquiera, arrojó el cuerpo pálido al suelo; al lado del paquete que trajo consigo todo el camino. Salem se acomodó al caer, evidentemente excitado por lo que estaba ocurriendo.
Mars se acuclilló frente al vampiro, solo para sujetarlo contra el suelo. Una mano se posicionó sobre el hombro perlado de Salem impidiendo que se levante.
—Te gusta hacerme esperar, Mars. Sabes que soy muy impaciente.
Los ojos de Salem cobraron un brillo intenso que seguramente deslumbraría al humano más resistente. Pero Mars dejó la humanidad atrás hacia tanto que ya no tenía memoria. Ahora convertido en una criatura monstruosa, horrenda a la vista, el instinto de destruir empezaba a tomar control.
El vampiro no conocía su forma real. La tenía reservada para sus desafortunadas presas. El Mars que Salem conocía era un espejismo que su propio deseo creaba. La criatura de forma humana, contaminada con la de un lobo, oscuro, peludo y enorme, era como Salem lo quería ver; como lo disfrutaba.
Su forma real era mucho más aterradora.
La apariencia bestial que ocultaba bajo su piel humana, hizo su aparición frente a los ojos maravillados de Salem.
Encorvado para caber entre el techo y el suelo, Mars se mostró tal y como era. Cuernos de venado, colmillos enormes y aspecto cadavérico. Un monstruo en toda la extensión que aquella palabra podía albergar.
Avanzó un paso más y sus cascos de venado casi abrieron agujeros en el piso de madera. Sus garras enormes arañaron los tapetes nuevos.
El vampiro no se movía de su sitio. Ahora se veía asqueado, no intentaba ocultar lo repulsivo que le resultaba el aspecto de su amante.
Mars despedazó la bolsa que trajo al hombro todo el camino y su contenido hizo retroceder aún más al vampiro.
—¿Qué demonios son los que te cargas, Mars? —gritó Salem cubriéndose la nariz ante la pestilencia que emanaban las pieles humanas. —¿Por qué trajiste esto?
—Son para ti —.su respuesta fue un rugido apagado —.Cuando acabe contigo, vas a necesitar un disfraz mejor, Salem.
—¡Qué mierda te pasa! —Explotó el dueño de casa intentando apartar las cabezas que rodaron hasta cerca de sus pies. — ¡Vienes a mi casa a traer esto! ¡Perdiste la razón, maldito seas Mars!
—En eso tienes razón. Estoy maldito y la maldición que cargo me condena a caminar por el mundo de este modo. No puedo morir, no sé cómo vivir.
—¡Eso a mi me importa una mierda! ¡Saca esto de mi vista ahora!
—Es para ti, un regalo para decorar tus aposentos. Para que la próxima vez que desees enviar a alguien a mi territorio, en busca de Kitchi, recuerdes lo que sucedió la última vez.
—¿Todo esto por ese salvaje asqueroso? ¡No vas a poder protegerlo por siempre!
Mars lanzó un rugido que hizo temblar las paredes.
—Tú y yo sabemos que nuestra existencia no es ni será jamás la de un ser humano. Sabemos que puede llegar a su fin, de un modo un otro. Yo sé cómo puedo matarte, Salem. Tú no tienes ese conocimiento para conmigo.
Al vampiro se le agrió el humor todavía más. Iracundo se levantó de un salto dispuesto a arremeter contra el windigo que rugía amenazante.
—Esto no se va a quedar así, Mars. No sabes en lo que te has metido. ¡Lárgate de mi vista y llévate esas porquerias contigo!
Los sirvientes de Salem estaban cerca. Trajeron compañía. Mars podia oler la pólvora, el meta, el cuero, las botas.
—Son para ti. —recalcó el windigo regresando a su piel humana. —Porque al siguiente que le arranque el cuero será a ti, Salem.
Mars convertido en un ser humano, avanzó pesado sobre los tapetes mancillados. Abrió la puerta de un tirón y con un gesto de cabeza saludó a los criados.
—Que tengan un buen día. —y se marchó por donde vino.
***
El viaje duró más de lo trazado. Viajar de noche no era el problema, el hecho que se acostumbró demasiado a las comodidades de su posición social. El trayecto se le hizo eterno. Cuando por fin pudo divisar las luces de la cuidad, decidió terminar el camino por su cuenta.
En aquella colonia, la noche no tenía nada que envidiarle al día. La gente transitaba alegre, amparada por faroles y música.
Salem recorrió la calle que indudablemente lo llevaría a su destino.
Una matrona robusta y entrada en años lo divisó desde su asiento al lado de un portón. Le llamó en tres idiomas foráneos y cuando por fin dio con el correcto, le sonrió ampliamente.
—Venga, tenemos lo que está buscando. Todo lo que desea tras esta puerta. —anunciaba la mujer de cabellera frondosa e incrustada de flores.
Salem quiso burlarse de su apariencia de macetero.
—Lo esperan en la sala principal. —le susurró la matrona antes de dejarlo pasar.
Tendría que aceptar que tales palabras lograron sorprenderlo. La mujer procedió a ignorarlo y volvió a su pregón nocturno.
Sin duda estaba sorprendido. Su sentido de orientación era una broma. No necesitaba mapas ni esos artilugios mundanos. Conocía su camino porque solo tenía que seguirlo. Estaba trazado de modo invisible y a pesar de ello podía encontrarlo.
Aquel portón de la entrada engañaba a cualquiera. Al cruzarlo Salem se encontró con un verdadero palacete. En medio del patio enorme rodeado por columnas de mármol, se encontraba una fuente de piedra labrada.
El aire caliente se mezclaba con el potente aroma de las flores exóticas que infestaban cada corredor.
Por un momento se sintió fuera de la realidad. Todo el lujo que lo rodeaba lo hacía sentir como en casa. Salem sonrió y siguió a paso firme el camino trazado para él.
La sala principal tenía una magnífica puerta doble al estilo francés; ébano del más fino. El dueño de casa no escatimaba en materiales para sus lujos.
Un esclavo esperaba en la entrada. Un hombre joven de ojos almendrados y boca robusta. Traía un hacha y al verlo acercarse la blandió frente a sus ojos.
El vampiro sonrió todavía un poco más. Con lo cansado que le resultó el viaje, no le vendría mal un bocadillo.
El muchacho de piel casi tan oscura, como la puerta que custodiaba, se lanzó sobre el vampiro. Salem lo esquivó con soltura. Dejó que su presa arremetiera por su izquierda un golpe pesado. El filo del metal dio contra el suelo quebrando la baldosa.
El vampiro chasqueó la lengua y meneó la cabeza. Algo tan bello como esa baldosa sería muy costoso de reemplazar. Su atacante volvió a la carga y en esta ocasión Salem atrapó el metal del hacha con ambas manos.
Ya estaba bien de juegos; estaba exhausto por la travesía. Arrebató el arma a su presa y la lanzó lejos de su alcance. El muchacho de ojos brillantes intentó escapar aterrado.
Salem amaba esa expresión de reconocimiento ante la muerte. Atrapó al esclavo de los hombros y le hundió las fauces en la garganta.
Bebió a gusto mientras su presa se retorcía para intentar salvarse; era inútil. Salem se sació luego de un puñado de minutos en los que le tomó a su víctima entregar su espíritu.
Ah, el ser humano. Ser humano significaba poseer un espíritu. Salem, saboreando todavía la sangre de su presa, se preguntó qué había sido de su anima.
Desechó el pensamiento tan rápido como el cuerpo que tenía entre sus fauces. Se acomodó el traje, además para verse presentable, impecable ante el dueño de casa.
—Gracias por el bocadillo —exclamó sonriente el vampiro, ante la puerta de ébano —Me vino muy bien después de todo.
La puerta se abrió para dejarlo entrar hacia lo que parecía otra dimensión. Salem avanzó a paso firme y una vez dentro encontró a quien fue a buscar.
—Ha pasado el tiempo. —saludó el vampiro ingresando al gran salón donde el humo denso del tabaco le dio la bienvenida.
—Así es Salem Mantiquor, más noches de las que puedo recordar.
—¿Acaso te dedicas a contarlas? —espetó el vampiro—.Mientras que para mí es indiferente, para ti es un peligro, Christo.
Una carcajada abandonó los labios del anfitrión. Christo se levantó de la silla de ébano que ocupaba el lugar central de aquel salón.
—No has cambiado nada, Salem. Siendo así, te preguntaré a qué viniste.
El vampiro se detuvo un momento a apreciar el lugar. El decorado era impecable. Lámparas por doquier y un enorme candelabro colgando del centro del techo. Muebles finamente trabajados, estantes llenos de libros, estatuas y demás artilugios. Música sonando sin detenerse un momento.
—De visita, ¿a qué más? —fue la respuesta desfachatada del recién llegado.
—¿Planeas quedarte un tiempo por estos lares? Recuerdo haberte escuchado decir que el clima cálido no es lo tuyo. —Christo le dio una calada al tabaco entre sus dedos. —Así que respóndeme con la verdad, ¿a qué debo tu gentil presencia?
Salem sonrió, deleitándose todavía por la cantidad de lujo que contenía esa sala.
—Necesito un pequeño favor, Christo. Estoy dispuesto a pagarte bien por tus servicios.
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