XXXII
Recapituló los acontecimientos de ese día, desde haberse encontrado con Bernard y Daisy en la puerta del colegio, la trágica comida seguida de una maravillosa tarde en compañía de su novia, para luego haber compartido la misma cama que ella y finalmente llegó a la parte en que Charlotte salía huyendo de su propia casa, nadie lo había dejado tirado en la cama después de tanta acción. No encontró nada que le hiciera creer ser el responsable de la huida de la chica Lennox. Más tranquilo se sentó a esperar que transcurriera el tiempo que ella dijo.
La manecilla pequeña del reloj no planeaba detenerse, para así darle tiempo a la chica de regresar en el menor tiempo posible. Charlotte no regresó en media hora. El tic tac retumbaba en toda la casa, Will miraba el objeto, el nerviosismo en aumento. Contaba los minutos. Se dijo que Lottie regresaría en cuanto se desocupara, fuera lo que fuera aquello que recordó, tenía que ser muy importante. Lo que no entendía era porqué a esa hora, ya era pasada la media noche. Las tiendas cerradas estaban, los bancos igual, ¿a quién vería? Se sintió traicionado. No, Charlotte no lo engañaría con otro, ya se lo habia demostrado con el tiempo. El amor entre ellos era demasiado grande. La persona con la que se encontraría debía de ser alguien mayor con el horario cambiado, alguien que vivía de noche y dormía de día.
La cabeza descansando en una almohada impregnada con el aroma a flores y miel del shampoo de Charlotte, William se rindió ante Morfeo, dejándose llevar por la tranquilidad y el cansancio de ese día tan agitado...
—¿Podemos hablar? —preguntó Charlotte a la persona detrás del celular.
—¿No crees que es muy tarde? —repuso la voz masculina, áspera. Dio un bostezo.
—Por favor —rogó, atenta al cambio de color del semáforo. El hombre hizo un sonido nasal que Charlotte interpretó como afirmación, eso era.
Las calles estuvieron vacías antes de llegar al área comercial. Maldijo en voz alta, con ambas manos en el volante. De saber que las tiendas departamentales tenían ofertas, hubiera tomado una ruta más larga, pero con la que seguramente tardaría menos en llegar esa noche. Rebasó y aceleró en los tramos largos con menos coches, siempre recordando la sensación del viento contra su rostro y la adrenalina que corría por sus venas cada vez que subía a su motocicleta. La extrañaba, lo suyo no eran los vehículos de cuatro ruedas.
De tener su motocicleta esquivar al joven alcoholizado no hubiera sido problema. El joven cruzó sin precauciones, olvidando mirar en busca de un auto que pudiera arrollarlo. En la oscuridad, Charlotte apenas vio una sombra, pues las luminarias hacían muy mal su trabajo. Pensó que se trataba de un efecto de la luz, no desaceleró ni cambió de carril. Se mantuvo en el mismo.
Hasta que fue tarde.
Las luces del auto revelaron al joven que, demasiado borracho como para ver a donde iba, zigzagueaban en el pavimento, haciendo imposible predecir su siguiente movimiento. Charlotte giró el volante bruscamente, sin medir su fuerza. Vio desde fuera todo lo que sucedía. El auto brincó el camellón y se perfiló en sentido contrario. El control perdido, el auto haciendo sus propios deseos. Impactó contra una camioneta. Charlotte chilló al tiempo que se le salía el aire de los pulmones. El impactó llamó la atención de los presentes. Las ventanas se rompieron, los pedazos de cristal cayeron sobre Charlotte. Su cuerpo fue detenido por el cinturón de seguridad lo suficiente para no salir volando, muy en su interior agradeció haber recordado su existencia. Ni eso la salvó de ganarse un golpe en la cabeza que la aturdió hasta dejarla inconsciente y de quedar aprensada en su propio coche.
Lo último que sintió antes de rendirse a la oscuridad, además del dolor ardiente recorriendo cada célula de su cuerpo, fue un hilo de sangre rodando por su frente.
Las calles empedradas se extendían cientos de kilómetros y las casas, de colores claros, se alzaban en estructuras de dos pisos con balcones negros, decorados con flores primaverales. A su lado, con su mano delgada entrelazada a la de él, caminaba la radiante Charlotte modelando el mismo vestido de flores que recordaba haberla visto usar esa noche. Su caminar era más un baile, iba de aquí para allá como niña pequeña. Señalando los edificios e interesándose en el horizonte.
Las montañas los saludaban a lo lejos, invitaban a correr por sus pastos verdes llenos de venados, conejos y otros animales pequeños. Tenía la idea de haber escuchado a Charlotte expresarle su deseo de realizar un picnic en un jardín perdido en las montañas.
—¡Will! —lo llamó Charlotte, jalándolo a una tienda de antigüedades—. ¡Un conejo! —exclamó. Unos seis conejos en la vitrina habían llamado su atención.
Le sonó raro, ¿conejos en una tienda de antigüedades? Quizá de cristal, pero esos eran de carne y hueso, de pelaje blanco y negro. La sonrisa de Charlotte le impidió seguir indagando. No es importante, pensó, rodeando a la chica con sus brazos musculosos y besó el cuello de ella con cariño. Rotó en sus brazos. La sonrisa dulce, los ojos azules que deseaba que heredaran sus hijos y el color en sus mejillas. Las tres cosas estaban en su rostro. ¡Oh! ¡Cuanto la amaba! Le preocupaba mucho perderla por negocios de los Lennox. Su vida cambió con ella y viceversa.
—No te dejaré —murmuró Will, apoyando su mejilla en la cabeza de Charlotte. Le sacaba una buena cabeza de diferencia.
—Obvio no, ambos regresaremos a casa.
—No entiendes, no me refiero a eso.
Inesperadamente, el escenario cambió. Ahora se encontraban en un hermoso jardín repleto de flores multicolores. Sus ropas igual cambiaron y estaban descalzos. Él llevaba una camisa blanca holgada y unos pantalones blancos. Ella tenía puesto un vestido de seda azul cielo. Charlotte formaba una corona de flores para él, tenía la propia puesta. Su risa era canto de ángeles. William se dejó caer en el colchón verde, Lottie se sentó a su lado, entrelazando los tallos de las flores.
—¿Cómo sería si el cielo fuera verde pastel y el pasto azul? —preguntó de improviso, poniéndose de costado hacia William.
—Raro, creo. Ya estamos acostumbrados a un cielo azul y un pasto verde, probablemente lo veríamos feo.
—Oh, ya veo —murmuró, volviéndose a parar.
Sin decir nada, se fue alejando. Al principio, William la vio pensando que regresaría, pero no fue así. Charlotte no regresó ni William fue capaz de alcanzarla. Cuando estuvo más cerca de ella, el pasto de convirtió en un lago. Algo no le dejaba entrar al agua, como si una pared invisible los estuviera separando. Golpeó esa pared invisible, sintiendo el dolor que provocaría golpear una pared maciza. Aunque sus gritos eran amortiguados, llegaron hasta ella. Se volteó con tranquilidad.
Sus labios se movieron, Will estuvo seguro de que estaba llamándolo. Entonces, únicamente después de pronunciar su nombre, se abrió el suelo debajo de los pies de Charlotte. El agua cayó por el hueco y con ella se fue la chica.
—¡CHARLOTTE! —gritó William, rasgando su garganta.
—¡Wiiiiliiiiaaaaam! —gritaba al mismo tiempo ella, su voz se ahogaba con un sonido agudo.
Abrió los ojos de golpe, se incorporó precipitadamente y un mareo lo abordó momentáneamente. Un ruido conocido inundaba el recinto, no reconoció dónde estaba en primera instancia. El departamento de Charlotte, le dijo una voz en su interior. Tenía la sensación de haber soñado, en qué había consistido exactamente era un misterio. Soñó con ella o al menos eso le decía el bulto entre sus piernas y su corazón agitado. Buscó el origen del ruido, su celular. Alzó una ceja al ver la hora y un número desconocido en la pantalla.
—¿William? —escuchó la voz de Marcelino al otro lado de la línea. Ansiedad, nerviosismo, temor y desesperación. El estómago de William se tensó inmediatamente.
Esa llamada era un aviso.
—¿Sucede algo? —preguntó, las manos comenzaban a sudarle.
Necesitaba saber que Charlotte no estaba mal, que Charlotte estaba sana y salva con él.
—Charlotte tuvo un accidente —dos palabras que deseaba nunca escuchar en la misma oración. Sintió como el aire lo abandonaba, las piernas le temblaron aun estando sentado—. Acabo de llegar al hospital, está siendo operada de emergencias.
—¿El de su familia? —preguntó Will, con un hilo de voz, casi tan bajo que creyó no haber dicho nada.
—Si...
—Voy en camino —finalizó. Marcelino asintió con un sonido gutural.
Anterior a cualquier cosa, William se sirvió un vaso con agua. Respiró profundamente e intentó controlar sus manos temblorosas. Manejar sería entregarse a la muerte, no dudó en hacer una llamada a su hermana. Alisson no pidió explicaciones, presentía que algo estaba muy mal si William lo llamaba a tan altas horas de la noche, mejor dicho, madrugada. Tampoco intentó sacarlo de su silencio, se limitó a abrazarlo una vez que bajaron del auto. Temiendo que fuera a desmoronarse antes de llegar a la entrada del hospital, lo acompañó.
—Alisson, ven aquí —rogó Marcelino, extendiendo sus brazos.
La necesitaba cerca, sentir su calor. La abrazó unos breves minutos, luego se volteó hacia William y guió a ambos hacia la sala de espera. Bernard no estaba por ninguna parte, Claudio le explicó que se encontraba en el quirófano con su hija. Por primera vez agradeció que Bernard estuviera presente en algún lugar, él haría hasta lo impensable para sacar a su hija de este quirófano viva, porque según lo que sabían, era probable que no saliera de esa. No eran negativos, sino realistas. Los doctores habían dicho que tenía hemorragias internas y un par de cosas más que solo consiguieron mandar a William al baño.
Gracias al espejo descubrió que parecía un fantasma andante. La piel extremadamente pálida, nada le decía que no fuera a desmayarse en unos instantes. Saber que Charlotte estaba tan grave y débil como para perder la vida le estaba drenando la vida poco a poco. ¿Cómo era posible que después de un momento tan íntimo con ella, la desgracia bajara a sus vidas? Will se lavó la cara con agua fría.
—Toma —dijo Marcelino a su lado, ofreciéndole una bolsa con una pieza de pan.
—Gracias... pero, ¿qué haces aquí? ¿No deberías de estar en la sala de espera?
—Estar ahí me pone enfermo, hay una nube maléfica de preocupación —se hizo el silencio—. Charlotte, Will, es fuerte. Luchará por vivir, es su naturaleza, además tiene alguien que la espera —intentó mostrar la mejor sonrisa que tenía en ese momento—. Cuando salga de quirófano, necesitará tu presencia.
Esa noche no pudo volver a verla. Nadie entró, aparte de los doctores. Satisfechos quedaron al verla desde a través del vidrio. El corazón se hizo guijarros, los trozos rotos se convirtieron en añicos al verla conectada a tantos tubos. De no ser por ellos parecería estar durmiendo profundamente, se suponía que así debían de estar esa mañana. Despertar en los brazos del otro, hablar en la intimidad. Se arrepentía de no haber ido tras ella, buscar en las cuadras cercanas... Charlotte había estado tan alterada. No debió haberla dejado ir, no sola.
Les habían dicho que Charlotte había salido bien de la operación, pero seguía inconsciente y nadie podía decir cuándo despertaría. William, aunque había estado perdido contemplando a Charlotte, escuchó la voz lejana y fue un balde de agua fría más hielos sobre todos, incluyendo Bernard Lennox.
—Era muy tarde para vernos —murmuró, cubriéndose la cara con las manos. Un acto de derrota—. ¿Por qué insististe? Pudimos haber hablado cuando regresara, era una semana... solo tenías que esperar una semana.
—¿Hablaste con ella? —inquirió Máximo alzando la voz, sentado en la sala del pasillo, acompañado de su gemelo—. Siempre te impones, ¿no pudiste haberlo hecho hoy igual? —agregó, lanzando las palabras venenosas al aire.
—¿Cómo iba a saber que esto sucedería? —intervino Mauricio, abogando por su padre—. Nadie ve el futuro, Máximo.
—¡Ya basta! —chilló Pamela, llamando la atención de Will. Quitó la mirada del vidrio, sin quitar la mano de este—. ¿Pueden dejar de pelear por un instante? Charlotte está detrás de este vidrio luchando por su vida y ustedes discuten por quién tuvo la culpa. Dejen de hablar y recen para que despierte.
Bernard no tardó en mandar a todos a sus respectivas casas, únicamente se quedaron los otros dos hijos mayores de la familia. Marcelino leyó en el rostro de William la negativa a irse. Bernard no podía alejarlo de ella, necesitaba estar cerca. No le importaba si tenía que dormir en la sala del pasillo y solo verla por el vidrio. Mientras que ella sintiera su presencia, William sentiría que ayudaba de algo. La impotencia corriendo por sus venas era inmensa. ¿Por qué no podía ser invisible o atravesar muros? Se convertiría en polvo si con eso llegaba a eliminar la distancia entre ellos.
Tuvo dificultad para conciliar el sueño. Tenía demasiados pensamientos rondando en su cabeza. Antes de que hagan cualquier cosa, déjenme hablar como gente civilizada con él, habían sido las palabras exactas de Charlotte. Y esa misma noche, recordando que su padre se iría de viaje de negocios nuevamente, tuvo la intención de hablar con él, pues sabía que en ese viaje se encontraría con Scott y existía la posibilidad de que los últimos detalles del proyecto de ambos se puliera, para terminar firmando. Sentenciando su futuro como Charlotte Scott.
Lottie no lo hubiera dejado de ser otra la situación y él, recordó Will, la dejó ir sin pensar que ella había tomado una buena cantidad de vino, sin preocuparse de lo que podía suceder.
"Horario de visitas: 10 am a 8 pm. Mi padre estará fuera únicamente de cuatro y media a siete, por si quieres no encontrarte con problemas..."
Will leyó un par de veces el mensaje de Marcelino. Al principio no sabía a qué se refería. ¿Por qué querría ir al hospital?, se preguntaba, todos estaban bien. Alisson estaba desayunando en la cocina, su madre seguía durmiendo y había pasado una noche maravillosa con Charlotte. Despertando se había convencido de haber soñado con todos los acontecimientos de la madrugada, solo se trataban de una pesadilla más que había tomado el lugar del hermoso sueño en el campo con su novia. Eliminó el mensaje, engañándose por segunda vez. Debía de haberse equivocado, se dijo, no era para mí.
—Marcelino llamó esta mañana —dijo Alisson, le pasó el cereal y el cartón con leche—. Charlotte tuvo una noche sin complicaciones, ¿no es una buena noticia?
La sonrisa se fue esfumando poco a poco viendo que William iba palideciendo y sus ojos se abrían cada vez más. Un sueño no fue. Una pesadilla en carne viva.
—Tuvo un accidente —dijo dudando si era pregunta o afirmación, Alisson asintió—. Y está en coma —volvió a mover la cabeza afirmativamente—. Mi Charlotte...
Alisson lo abrazó. El muchacho tuvo que juntar sus fuerzas para no llorar enfrente de su hermana ni de nadie.
Poco después de las diez de la mañana, William aparcó en el estacionamiento del hospital. Cada paso era como tener una pesa atada a sus pies. El viento frio lo hería con su suavidad. La culpa lo masticaba por cada par de ojos sobre él. En ocasiones distintas lo hubiera dejado pasar, estaba acostumbrado a atraer la vista de todos por su altura y el calificativo que poseía desde pequeño "guapo". Lo peor sería encontrarse con el doctor a cargo de Charlotte saliendo de su habitación, apuntando unas observaciones en las hojas que llevaba.
—Doctor —lo llamó, su preocupación la podía romper fácilmente una tarjeta—. ¿Cómo sigue Charlotte?
El hombre de cabello canoso, lentes rectangulares y un aura de arrogancia, estudió a William unos instantes. Esto solo hizo que el muchacho se sintiera más culpable, como si supiera que por su culpa Charlotte había salido sola. Por no haberla alcanzado. Finalmente, el doctor habló.
—Charlotte sigue dentro del periodo crítico, pero se encuentra estable. Recibe positivamente los medicamentos. En estos momentos no hay de qué preocuparse.
—Gracias.
El doctor dejó pasar a Will y cerró la puerta detrás de él. El silencio reinaba en la habitación, a excepción de las maquinas casi silenciosas. El muchacho se quedó inmóvil al tenerla más cerca, su corazón se estrujó. Charlotte tenía la cabeza vendada, una pequeña mancha rosada comenzaba a aparecer. Su piel, siempre blanca y con uno que otro lunar, estaba tristemente adornada con moretones de diversos tamaños. Estaba conectada al suero, solo ver la aguja metida en su vena le provocaba un hormigueo en el mismo lugar. Agradecía que ya no tuviera la mascarilla, sino unos tubos más pequeños conectados a su nariz. Solo significaba una mejoría significativa.
—Estoy aquí, Lottie —dijo Will, acariciando su mano cercana. Ni un solo músculo se movió—. Te he traído unas flores.
"¿Y mis chocolates? ¿No me vas a dar un beso?", hubiera dicho Charlotte. Metió las flores en un jarrón vacío cerca de la ventana.
—Me diste un buen susto —siguió William—. Sigo asustado —confesó bajando la voz—. Sé que no se supone que debería de llenarte con palabras negativas, pero no tengo con quién hablar. Me haces falta, Lottie. ¿Ves lo que me haces? No ha pasado un día y necesito escuchar tu voz...
Una pausa, se talló los ojos en un intento de regresar las lágrimas a su sitio.
—No tenías por qué hablar con tu padre tan pronto... ¿Qué estoy diciendo? Te estoy poniendo como la villana cuando yo te dejé ir, pude haberte detenido... si lo hubiera hecho no estarías postrada en una cama, conectada a tubos.
Se estremeció recordando la llamada de Marcelino.
—Regresa Charlotte, sé que estás pasando por mucha presión, pero no es algo que debas de soportar tu sola. Estoy aquí contigo —se llevó la mano de Charlotte a su boca, le dio un pequeño beso—. Siempre lo he estado. Dijeron que sufriste muchos traumas, costillas rotas y daños en los órganos permanentemente. E incluso podría ser que no puedas tener hijos, así que si prefieres descansar eternamente lo entenderé —para ese punto ya habían corrido las primeras lágrimas—. Nunca dijiste que querías hijos, pero vi como tratabas a los niños, tu mirada tierna los acompañaba a donde fueras...
Se vio obligado a callar, la garganta era un nudo fuerte. Los hipidos incontrolables, al igual que las lágrimas. ¿Cuándo había llorado por última vez? Si no sabía debía de ser porque fue hace mucho tiempo, cuando le anunciaron el divorcio de sus padres no le importó mucho. Por Charlotte lloraría un mar, por ella dejaría de ser "varoncito" y se convertiría en una mujer llorona, porque por ella si valía la pena.
—Si a pesar de todo decides regresar, mi niña, mi conejita, te estaré esperando. Nunca dejaré de esperarte.
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