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XXXI


Recogieron el auto de William en el estacionamiento, Daisy se quedaría un buen rato a discutir con el señor Lennox. William estaba seguro de eso, pues para eso habían ido en primer lugar. Sin los chicos podrían hablar sin temer interrupciones o quejas de cualquiera de los dos, sobre todo de Charlotte, siempre prestando mucha atención para hablar cuando pensaba más apropiado, pero seguido lo hacía cuando no debía por mero impulso.

Tardaron más en ir que en volverse a subir al automóvil. Media hora después ya estaban en carretera, vestidos con ropa casual. William había dicho que al lugar al que iban era preferible no llevar el uniforme por ser incomodo, además, ¿quién quiere tener fotos de San Valentín usando el uniforme escolar? Los últimos en la lista serían la chica Lennox y William Gallagher.

Les era imposible dejar la plática sobre lo sucedido en la comida de lado. Con la voz ahogada y entrecortada, Charlotte le había narrado a Will todo lo que él no había visto o escuchado. Temiendo soltar el volante en cualquier instante, William se salió de la carretera, aparcando a unos metros de una cabañita. Se giró a Charlotte, anterior a invitarla a proseguir, la besó con fervor. Acarició sus mejillas, borrando el rastro que las lágrimas dejaron como recordatorio del mal sabor de boca.

—Si nada funciona aún queda la denuncia, lo que están haciendo es ilegal —aseguró Will, con la frente pegada a la de ella. Un dolor tan profundo como el mar había invadido los zafiros brillantes de Charlotte.

—No podemos, mi familia... ellos necesitan el dinero generado del contrato, pacto o lo que sea que harán —dijo Lottie, se regañó a si misma por no poder arreglar sus problemas sola. William no tuvo por qué haberse involucrado, ahora parecía que el único que buscaba una forma de terminar el compromiso era él. Ella era la Lennox, no él. Ella tenía que hablar con su padre en privado y en el mejor plan posible, no gritando y diciendo desfachateces. No, nunca lo había hecho. Lo intentaría, se prometió.

Will se dejó caer en su respaldo, pasó la mano por su cabello y respiró profundamente.

—Tu abuela ha de estar hablando con tu padre, decidiremos qué hacer cuando tengamos noticias.

—Por cierto, ¿cuál es el plan de mi abuela? Veo que hablas mucho con ella, parecen íntimos amigos, pero ninguno me dice nada.

—El plan A era mostrar los estados reales de la empresa de los Scott, ese ya no sirve —suspiró—. Bernard ya lo sabía.

—¿Plan B?

—Presentarle un proyecto mejor con los Preston —la familia de Brad—. O con los Gallagher.

—¡Mi padre jamás aceptará! Esa rivalidad Gallagher—Lennox incluye negocios, es como si Burger Queen y McDaniels hicieran un contrato. Nunca sucederá —bajó la vista a su vestido de flores, pasó la mano por las pequeñas ondulaciones, aplanándolas.

—Debe de hacerlo, igual podrían comprarle la empresa, alguien que piense en rescatarla.

—Tiene demasiadas deudas —refunfuñó la chica. Esa idea no le había gustado, se notó en la mueca que hizo—. Antes de que hagan cualquier cosa, déjenme hablar como gente civilizada con él.

—Si no, podemos escaparnos en cualquier momento. Siempre he querido ir a Amsterdam.

Charlotte sonrió, seguido de una risita.

—¿Amsterdam? Te chiflaría, ¡pero cuidado! ¡No dejaré que te escabullas con amiguitas! —bromeó Charlotte, poniendo su mano sobre la de William—. Lo harás conmigo.

—Eso puede interpretarse de muchas maneras —dijo el castaño, usando las feromonas al máximo y la voz más seductiva que pudo haber rendido a decenas de chicas a sus pies.

—Esa era la intención —susurró Charlotte, volteándose hacia la ventana. William vislumbró unas mejillas sonrojadas y una sonrisa picarona en los labios de su novia.

—Luego no digas que yo empecé —prendió el auto, lo hizo rugir con ganas.

—¿Empezar qué? —preguntó inocentemente. William la estudió de pies a cabeza, o hasta donde se podía ver, negó con la cabeza levemente.

—Ya tú sabrás, ponte el cinturón de nuevo. No quiero ser el culpable de una muerte.

Seis kilómetros más adelante, entraron al mismo pueblito cerca del mar al que Charlotte había ido con Brad meses atrás. Conocido por su hermosa arquitectura y los festejos que se hacían cada fecha especial, el pueblito estaba repleto de visitantes de ciudades cercanas. En su mayoría parejas de entre dieciséis y veinte años. Los estacionamientos llenos obligaban a los que llegaban a encontrar un lugar en las calles, esto se convertía en un reverendo problema, pues la mayor parte de las calles estaban ocupadas por coches locales o estaban cerradas, y los únicos que quedaban disponibles eran los de zona prohibida.

—No pienso ir a buscar a Candy al corral —había dicho William cuando Charlotte le señaló un lugar prohibido, pero cercano a su destino.

Estacionaron el coche a dos cuadras de ese lugar. Will le ofreció el brazo a Charlotte, esta, haciéndose a la sorprendida, lo aceptó. De camino a la plaza principal, se detuvieron en varias ocasiones a contemplar los puestos esparcidos por toda la calle. Objetos de cerámica era la especialidad de la comunidad. Una vendedora consiguió atraer a los chicos con un objeto de cerámica en forma de flama, llena de huecos en forma de mancha y una vela en el interior. Charlotte preguntaba por uno, luego por otro. Se mordió el labio inferior. William la observaba con cariño, apoyado en el pilar del puesto. Luego pasaba a los pequeños adornos que gritaban "cómprame".

—¿Cuál te gusta?

—Ese —dijo inmediatamente, sin pensarlo señaló la flama que tenía la mujer en la mano.

—¿Nos lo puede dar?

—¡William! —exclamó Charlotte. En otra ocasión, con otro hombre anterior a William, no le hubiera importado que derrochara su dinero en caprichos de ella. Siendo William le daba un poco de pena, opinaba que no valía tanto como para que él gastara su dinero en sus caprichos.

—Déjame consentirte un día.

—Lo haces todos los días.

—Uno más no hará daño a nadie —intercambió el dinero por la bolsita con el adorno—. Gracias.

—Me vas a mal acostumbrar.

—Te mimo, no te mal acostumbro —la rodeó por la cintura—. Además, es un placer.

Entraron a la plaza grande acompañados por parejas. Música, color, risas, muestras de amor y aún más puestos de comida y objetos. Los ojos de Charlotte se abrieron al máximo, su boca se abrió ligeramente, dejando ver parte de sus dientes. William le dio un beso en la frente antes de murmurarle algo al oído, hipnotizada por la mezcla en el ambiente asintió como robotito. En el centro de la plaza se alzaba un toldo blanco, los puestos eran de artistas jóvenes. Bolsas hechas a mano llenas de color, fundas de celular personalizadas, discos de colección. Curiosidades, bebidas extranjeras. Un rincón exclusivo de San Valentín. Esto significa que era rosado, cursi, muy cursi.

—No te vuelves a poner ese vestido —dijo alguien detrás de ella. Con las cejas arqueadas, la chica se volteó sin reconocer la voz—. ¿Cazando un hombre, Lennox? —cuestionó el joven rubio.

—Henry —murmuró sin saber cómo debía de sentirse, ofendida, sorprendida o dejar pasarlo. Henry podía ser guapo y ser capitán del equipo de futbol, pero un perico tenía más cerebro que él—. Winters —agregó en un suspiro cansado—. No cazo a ningún hombre. Espero a mi hombre.

—El favorito de la noche —el rostro de Charlotte se desfiguró—. ¿O me equivoco?

—Te equivocas, es mi novio.

—¡Charlotte con novio! Eso sí que es novedad, ¿Durante cuánto tiempo? ¿Hasta que te canses de él? ¿Cuándo deje de ser suficiente para ti en la cama? —Charlotte enrojeció de vergüenza. Ella había sido así, como él decía.

—No nos hemos acostado.

—No te creo —soltó sin rodeos—. No mientas, chiquita.

—No lo hago.

Henry Winters la estudió de pies a cabeza. Identificó una diferencia en el maquillaje de Charlotte, más natural, menos exagerado. Su vestido, aunque había dicho que no debía de ponérselo, era muy decente. Lejos de ser los trozos de tela que se ponía cuando estuvo en su juego, él igual había caído un sinfín de veces. Ya no parecía un letrero andante de "estoy disponible", aún estaba lejos de parecer la niña angelical y buena. Tenía una belleza y una naturaleza demasiado extrovertida para eso.

—¿Quién es? —preguntó Henry al final.

—William Gallagher —respondió el mismísimo Will detrás de Charlotte. Puso una de sus manos sobre un hombro de su chica, Charlotte alzó la vista ligeramente y encontró la sonrisa encantadora de él—. Tu manzana —agregó, poniéndole el refresco de lata frente a ella.

—Gracias —susurró sorprendida de su presencia, no había notado su cercanía hasta tenerlo prácticamente encima.

—¿Y tú eres?

—Henry Winters.

—Henry Winters —contó hasta cinco para volver a hablar, bien pudo haber no hecho eso y darle un puñetazo por haber insultado a su novia—. Ha sido un placer.

Dejaron con la boca abierta, a punto de continuar la conversación. Enseguida se aclaró la garganta una chica de pelo corto zanahoria y unos enormes lentes, cargando un par de refrescos. Parpadeó un par de veces. Henry se volteó sorprendido, preguntándose qué tanto había escuchado la jovencita.

—¿Qué pasa? —inquirió sin mucha emoción la chica.

—Acabo de ver a una vieja amiga.

—Oh.

—¿Solo "oh"? —tomó el refresco que le tendía la chica.

—Sí, ¿qué esperabas? ¿Un "cómo se llama"? —refunfuñó, abrió su propia lata y le dio unos tragos—. No es de mi interés, Henry Tudor.

Henry la vio de reojo, al tiempo que daba un largo trago.

—Era Charlotte Lennox —respondió a la pregunta no hecha por la pelirroja—. Y ya te dije que no soy Tudor.

—Tudor, Winters, Lancaster, York, Black, Lennox, Brooks —dijo listando por ultimo su apellido—. Solo son apellidos, no dicen quién o cómo eres. Eso lo dicen tus acciones, Henry. Esa chica —señaló a Charlotte a lo lejos—. No es como la conocias.

—¿Cómo sabes?

—Reacciones, acciones, palabras, vestimenta.

Charlotte había vuelto a chocar con los resultados de su yo pasado. No importaba lo que hiciera, quitarse el nombre que se consiguió por sus apariciones en los clubes y fiestas sería casi imposible. Todos la seguirían viendo como la persona que era antes de William. Por algo le advirtieron, por algo querían que se comportara como una señorita y no como la libertina que en realidad era. ¿Quién la tomaría en serio? Nadie, se dijo, sintiendo el brazo de William deslizándose alrededor de su cintura. Se puso de puntitas, le dio un pequeño beso en la mejilla. Will la vio al desnudo, quitando las capas superficiales hasta encontrar a la niña sentimental que era. Además, chillona.

—Él no te conoce como eres, solo ve tu pasado.

—Yo era como él decía, Will. No me importaba nada, creo que pedía ayuda a gritos silenciosos... y llegaste tú, a pesar de todos los dolores que he pasado desde nos conocimos, la competencia, Paulette... y ahora el compromiso, he podido encontrarme a mí misma —dijo Charlotte, viéndolo directamente a los ojos. William iba cambiando su atención por segundos, su boca, sus ojos—. Porque estuviste a mi lado, insistiendo, recogiendo mis pedazos y juntándolos de nuevo. Me reconstruiste poco a poco, siempre estuve rota.

—No estabas rota —Lottie lo interrumpió posando un dedo sobre su boca, una sonrisa pequeña la acompañaba.

—Lo estaba, desde hace muchos años. Me desahogaba rompiendo corazones, con el alcohol y las carreras. ¿Cuántas veces lo he hecho desde septiembre?

—Pocas...

—Una o dos borracheras, una carrera, cero corazones rotos.

—Rompiste el mío, cada vez que te veía con Brad y sabía que estabas huyendo de mi... —intervino Will, haciendo memoria en el tiempo—. Fuimos pegando nuestros pedazos juntos, no eras la única dañada. Lottie, te debo mucho igual.

Charlotte abrió la boca, enseguida la cerró de nuevo apenada de lo que iba a decir. Una cursilería, esas solo las decía William. Sin embargo, su corazón le rogaba a gritos que dijera esa línea. Ya había soltado todo a borbotones, no debía frenar ahora.

—Fuiste mi salvación, William Gallagher —dijo en voz baja, con las manos sobre su pecho. Sintió los fuertes brazos de Will cerrándose sobre su espalda, atrapándola en un abrazo cálido—. Me robaste el corazón y te hiciste responsable de él, lo amas y eres correspondido. Te has convertido en lo que nadie había sido, eres mi oxígeno, mi felicidad, mi seguridad.

—No más, me lo creeré y no te dejaré ir. Ni hoy ni nunca.

—Hazlo y te amaré por la eternidad —prometió la chica.

En su burbuja perfecta no existía otro ser, solo ellos dos. El ruido se convirtió en silencio, a excepción de los latidos acelerados de los enamorados. No supieron con exactitud el tiempo que permanecieron fundidos en ese abrazo, pero cuando se separaron, sin dejar que sus manos se desentrelazaran, vieron la primera estrella en el cielo azul. Señal de que pronto anochecería.

William le dio un recorrido muy rico en conocimientos, y caricias, a cerca del pueblo. Estuvieron un rato en la plaza antes de irse a los callejones decorados en tonos rosados y rojos. Algunas paredes estaban pintadas con frases románticas de autores famosos, otras tapizadas de flores de un extremo al otro y en unas cuantas más encontrabas representaciones de escenas románticas de novelas u obras dramáticas. Romeo y Julieta estuvieron presentes, La sirenita y el príncipe, Marius y Cosette de Los Miserables también, entre unas diez parejas que vieron los chicos. Charlotte aplaudía al final de cada representación, a veces con lágrimas en los ojos.

La luna tomó su lugar en el firmamento, acompañada de un batallón de piedras preciosas colocadas en el cielo. En un par de horas habría terminado San Valentín, aunque empezó siendo un dolor de cabeza, lágrimas y gritos, prometía terminar siendo el mejor día en mucho tiempo, pues aún faltaba la cena preparada por la chica. William bromeó diciendo que no saldría vivo de allí, a lo que Charlotte respondió haciéndose a la ofendida. El resultado fue mejor que el que nunca pensó, la pasta que cocinó más el postre, pastel de zanahoria con galletas de manzana, lo dejaron casi rodando por la alfombra.

—Tendré que cuidarme de tus platillos si no quiero terminar como el tío Ronald.

—¿Ronald?

—Un gordo, gordo de mi familia. Te caería bien —dijo Will, viendo a Charlotte desde abajo, su cabeza estaba apoyada en el regazo de ella. Charlotte le acomodó el pelo de la frente. Ya necesitaba un corte, se le comenzaba a rizar en el inicio del cuello.

—¡Oh! No te engordaría... me gustas flaco y bien formado, querido pichoncito —rió bajito, una cortina castaña le caía en el rostro.

—Pichoncito —repitió William, estirando una mano hacia Charlotte—. ¿Por qué pichoncito?

—No sé —acepto después de pensarlo—. Creo que te pega...

—Somos la conejita y el pichoncito.

—Es mejor a que seamos "amor" y "princesa" o "reina", eso sí que es una cursilería y un cliché de primeras.

William atrajo a Charlotte hacia él, atrapándola entre sus labios. El timbre del celular de ella los obligó a separarse, una mirada picara en William le revelaba que el asunto no terminaría aunque respondiera el teléfono. Hizo un ruidito de sorpresa, para luego chillar de emoción. Will no pudo entender mucho de la plática, pero algo era seguro. Felicia estaba involucrada.

La castaña cambiaba el peso de una pierna a la otra, con una mano jugaba con sus mechones y sus ojos le sonreían a su fiel caballero en armadura dorada, el cual, deseando volverla a tener entre sus brazos, tenía la mirada clavada en ella. Analizaba sus largas piernas, sus delgados brazos. Saboreaba la mezcla de vino con dulce que había dejado la cena en los labios de Charlotte. Su cabello chocolate era sedoso y largo, le encantaba hundir sus dedos en él. No pudo creer que se estaba excitando tan rápido de solo verla. Necesitaba su calor corporal contra el suyo, el fuego que desprendía su corazón. Aun recordaba la electricidad que había pasado de un cuerpo al otro en aquella ocasión que fueron cachados por Priscila y el maestro en la escuela.

Tenían asuntos pendientes.

—Me vuelves loco —dijo William, apoyando la barbilla en el respaldo del sillón—. En todos los sentidos.

—Ya somos dos —respondió ella, apoyada en el marco de la puerta de su cuarto.

En un abrir y cerrar de ojos, William se encontraba brincando el sillón y corriendo detrás su novia, que había ido a refugiarse a su habitación. La buscó con la mirada, sonrió al ver sus pies bajo las cortinas que ocultaban las muñecas. Probablemente Charlotte no pensó en que entraría esa noche dado que tenía un poco de ropa en perchas colgadas de la puerta del baño, la primerita era el conjunto de bikini que usó en la fiesta de Kristina. Sin pensarlo, lo descolgó.

—¿Intentas seducirme con tu mini calzón de bikini y tu copa B de bra? —murmuró William al descubrirla muerta de nervios, la había obligado a mirarlo a los ojos únicamente porque quería ver el rubor en sus mejillas.

—Lo haría si lo tuviera puesto —dijo Charlotte, arrancándole las prendas de la mano—. No colgado.

—Ni aunque lo tuvieras puesto lograrías tu objetivo.

—¿Apostamos? —William esbozó una sonrisa divertida al ver sus caderas contornearse de camino al baño.

No tardó ni cinco minutos en el baño. Apareció en la puerta como una modelo a punto de hacer un recorrido en la pasarela más importante de su carrera. Y definitivamente, William había estado equivocado. Su chica copa B le subió la sangre a la cabeza inmediatamente, estaba perfectamente bien proporcionada, sin curvas exageradas. Intentó encerrarla entre sus brazos, pero cuando se dio cuenta ya estaba persiguiéndola de nuevo. Jugaron al gato y al ratón durante unos minutos, se seducía el uno al otro, intercambiaban risas. Haciendo una finta consiguió atrapar a Charlotte entre sus brazos, para lanzarla a la cama, donde la muñeca de trapo cayó con elegancia.

—¿Qué no te seducía con una copa B? Pichoncito, te daría un infarto de ser copa C —bromeó Charlotte.

William se sentó en la orilla de la cama, dudando si debía besarla con el peligro de no poder controlarse. Llevaba mucho tiempo conteniendo las provocaciones de Charlotte y justo cuando iba a perder el control, el momento se acabó. No quería volver a verse humillado, conocía a los Lennox. No dudarían un segundo en entrar al departamento de su hermana y posiblemente lo sacarían a patadas de encontrarlo en su cama. Adivinando sus dudas, Charlotte se incorporó únicamente lo suficiente para alcanzar su cuello y atraerlo hacia ella, sellando sus labios con los de ella.

—Te amo más de lo que debería —dijo William, viéndola directamente a los ojos. Un destello, una lágrima de felicidad en su chica y una sonrisa en él.

Luego de eso, se dio por abierta la sesión de besos de la noche. El choque eléctrico volvió a ellos, aumentando a medida que la intensidad lo hacía. Sabían lo que le gustaba al otro, sus puntos sensibles, los que arrancaban gemidos y los que desencadenaban risas. William marcó el contorno de la figura de Charlotte, sin separar sus labios. La piel tersa era fuego, los ojos verdes de él le contaban secretos a los de ella.

—William —murmuró ella, careciendo de aliento.

Sus manos luchaban para deshacerse de la camisa de él, pero eran torpes por esa noche con la ropa. Recorrió su pecho con timidez, olvidando respirar. Con un poco de esfuerzo hizo que William quedara debajo de ella. La sorpresa se dibujaba en su rostro, no debía de ser familiar tener a la mujer encima de él. Charlotte sonrió provocativamente.

—Eres un novato, William Gallagher.

—Cállate y bésame —ordenó William, desesperado.

Lo llenó de besos, desde la nariz hasta su pecho. Mientras tanto, Will hundía sus manos en su cabello y acariciaba su espalda. La tentación de soltar el brasier fue demasiado, ella estaba demasiado metida en lo suyo como para darse cuenta del lazo que salía de su lugar, hasta que el brasier se puso huango y sus pechos quedaron al aire. Un gritito de sorpresa inundó la atmosfera acaramelada que construyeron. Bajo sus manos se sintieron firmes y redondos, la chica, por más que intentaba, no podía evitar el placer que le daba.

—Fuera los pantalones —fue la orden que salió de su boca.

—Pensé que tendría que hacerlo en mil años.

Reconocieron que el otro tenía la experiencia propia. Se regalaron lo que poco hacían con otros, el amor. William fue cuidadoso con ella, evitando ir rápido e intentando que sufriera lo menos, porque aunque no era virgen, llevaba mucho tiempo sin estar activa, al igual que él. Al rato, estuvieron entre las sabanas. Charlotte descansando su cabeza en el pecho de su novio, escuchando atentamente el latir de su corazón. William acariciaba su larga cabellera, hablando sobre lugares a los que le gustaría regresar con Charlotte, mostrarle las bellezas naturales que se escondían en los lugares más remotos del mundo.

—Mi padre dice que los lugares más hermosos son a los que son difíciles de llegar.

Inesperadamente, Charlotte se levantó de la cama, sin molestarse en cubrirse.

—¿Qué sucede? —inquirió William, sentándose en la cama.

—Necesito... —sacó ropa interior y un vestido casual. No terminó con su frase, se metió en el baño a darse una ducha rápida—. Ya regreso.

—¿A dónde vas, Charlotte? —dijo Will, con aire insistente y preocupado.

—Regreso en media hora, no tardo. Te lo prometo.

Charlotte tomó las llaves del auto que usaba mientras su motocicleta era arreglada, llevaba un par de meses y seguía sin estar del todo perfecta. Ella solo quería lo que entraba en su rango personal de perfección. No existía duda de que William estaba más allá de la perfección que ella exigía. No hubo oportunidad para que él la alcanzara, su ropa había quedado regada en la habitación y para cuando llegó al estacionamiento, Charlotte ya había desaparecido por la calle.


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