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XXVIII


Cada vez fue sintiendo con mayor intensidad como un peso le impedía respirar bien por intervalos, como si alguien estuviera brincando encima de ella. Poco a poco fue saliendo de su pasivo sueño, escuchando los grititos tan conocidos de su hermanita, sentada en su abdomen, intentando despertarla. Rió complacida, Charlotte abrió los ojos con pereza.

—Pau —murmuró, tallándose los ojos.

—¡Levántate, levántate!

—Ya voy —dio un largo bostezo.

Inspeccionó su alrededor aun con la vista medio borrosa. La primera vez pasó por alto una larga figura apoyada en el marco de la puerta, con una sonrisa burlona en los labios. Segundos después, reaccionando atrasadamente, regresó su atención a la figura. Ladeó la cabeza, se le hacía conocido ese rostro adornado con unos ojos tan azules como los propios, incluso reconoció que tenía la misma nariz que ella. Maldijo internamente ser tan lenta al despertarse, tampoco fuera que tuviera ganas de pensar un poco.

—Claudio, Charlie, Claudio —le recordó el muchacho, rompiendo en carcajadas—. ¡Que terrible que no recuerdes a tu hermano!

—La hora, Clau, la ho—ra... ¿tenían que despertarme así? Esta linda chica necesita doce horas de sueño los sábados para ser tan fresca y sexy como siempre.

—¿Fresca y sexy? Ni que duermas por un siglo —le sacó la lengua—. Dale, arréglate, tenemos asuntos en tu escuela.

—¿Asuntos? —inquirió, atrapando a la pequeña entre sus brazos, le plantó un ataque de besos en el pelo.

—No puedes estar más en la luna —murmuró—. ¿Sábado? ¿Festival escolar? ¿Tú rodeada de animales en el zoológico? ¿Lidiando con un gran danés? —una mirada socarrona apareció en el angelical rostro de Claudio—. ¿Pete?

—¡¿Me van a dejar ese monstruo a cuidar allí?! —exclamó Charlotte, despertando por completo—. ¡No! ¡Dile a Marcelino que no! Ese animal es un monstruo. ¡Me odia, Claudio! ¡Me odia como su fuera un gato!

—Es un lindo perrito —comentó Paulina tan radiante como de costumbre—. No hace nada.

—Pido a Paulina conmigo, parece que ella se lleva bien con ese animal de cuatro patas —rezongó, descubriendo una de sus piernas—. Me voy a cambiar.

—Adelante.

Charlotte lo miró con cara de pocos amigos.

—¿Te importa?

—No, ni en lo más mínimo. No hay nada interesante que ver, dale, cámbiate.

—Eres un pervertido —susurró, tapándole los oídos a Paulina—. Dale, salte de mi cuarto.

—Me da flojera —dijo con pereza.

Charlotte, cansada del comportamiento de su hermano mayor, se levantó como una fiera delante del diablo y empujó a Claudio fuera de la habitación, animada por los grititos de "pelea" de Paulina. ¿Tan pequeña y ya emocionada por la violencia? Algo debía de estar mal en educación de su hermanita, pensó que debió de haber sido parte de lo aprendido por las constantes peleas entre Paulette y su madre, las cuales eran animadas por Pamela. Negada a corregir a Paulina, sacó unos shorts azul marino estilo marinero y una blusa sin mangas con estampado de cruces, y se dirigió al baño, donde la esperaba el conjunto de ropa interior que había preparado desde la noche anterior.

—Puedes ver la tele si quieres —dijo, antes de desaparecer en el interior del baño.

—Si...

Desde la bañera alcanzó a escuchar los cantos desafinados de la pequeña Lennox. No tardó en cantar a coro con ella, igual de desafinada. Claudio se quejó desde la sala.

—¿Ya está lista? —preguntó una voz masculina desde la sala.

—No, la conoces. Lottie no es tan rápida.

—Bueno, que se apure —insistió encaminándose a la puerta del cuarto.

Tocó dos veces y entró sin esperar recibir respuesta alguna. Paulina lo miró con sus enormes ojos azules y las dos colas de caballo alborotadas. Le sonrió ampliamente, siguió con su concierto de Disney. El joven se encaminó a la puerta del baño, llamó a su hermana exasperado, al tiempo que movía el pie al ritmo de una melodía insonora. Charlotte le respondió en el mismo tono, abrió aun más el grifo, permitiendo pasar aun más agua, que hacía más ruido que antes. Eso se ganaban por haberla despertado, bien pudieron haber esperado. Después de todo, el festival carecía de una hora exacta de llegada. Y ella tuvo la primera intención de llegar lo más tarde posible... no ser la tercera alma en el colegio.

—Por fin.

—Silencio, Marcelino, no estoy de humor.

—Charlotte Lennox no está de humor, lo apuntaré en mis recordatorios —le hizo un ademan a Paulina para que lo siguiera—. ¿Algo que tengas que llevar?

—Mi desgraciada alma —se pasó el cabello por la espalda—. Recuérdame porqué han venido.

—Hay festival en tu escuela.

Charlotte asintió pensativa. Agarró las llaves de la mesa y las echó a su bolsa de mano, pequeña y no muy llamativa, junto con su celular y el monedero. Apagó las luces de la sala, se cercioró de que todas las ventanas estuvieran cerradas. El cielo había amanecido nublado, lo último que deseaba en ese día era regresar ver su departamento hecho una laguna.

Marcelino abrió la puerta trasera para dejar pasar a las chicas, Claudio subió en el asiento de copiloto. Marcelino se había negado rotundamente a dejarlo estar al volante después de casi haber chocado en el camino al departamento. "Eres un peligro al volante" había dicho Marcelino sin mostrar emoción alguna tanto en su tono como en su mirada. Charlotte no supo decir si era más seguro tener a Marcelino o Claudio al volante, conocía la forma de conducir de ambos y una cosa podía decir: iban a una velocidad tan suicida que sentía tener un pie en el otro mundo. Ese día quizá fue peor teniendo a Paulina sentada a su lado, terminó poniendo una mano delante de ella para evitar que su pequeño cuerpo fuera catapultado hacia adelante a pesar de tener el cinturón de seguridad puesto.

—Recuérdenme manejar a la siguiente —murmuró, acomodándose el pelo detrás de la oreja—. Veo venir el día de mi muerte con cualquiera de los dos al volante.

—¡Fue divertido! —alegó Paulina, no muy de acuerdo con Charlotte—. Como si estuviera en un... un... —con su mano hizo una la forma de la montaña rusa—. Una...

—Montaña rusa, Pau.

—¡Eso!

Menos de cinco minutos después, recibieron la llamada de Marcus. Quedaron de verse en la reja dispuesta como entrada ese día, usualmente era usada como segunda opción para entra a clase cuando la puerta principal ya había sido cerrada. Charlotte ya había perdido la cuenta de las veces que esa reja fue su salvación.

El resto de los Lennox llegó en la camioneta conducida por Paolo. Lottie, junto con las chicas de alrededor, observó a unos metros como bajaban sus hermanos. Primero bajó el más pequeño de la familia, Rodric, tomado de la mano de su madre. Detrás de él fueron apareciendo los gemelos, Marcus y Máximo; las chicas veían descaradamente a los muchachos, Charlotte se sintió enferma. Mauricio bajó con el porte de quien va a heredar la corona inglesa, se paró en la puerta a ayudar a Pamela como el buen caballero que era. La chica le agradeció al tiempo que daba un brinquito de la camioneta.

El estómago se le revolvió al ver a Oliver Scott. Ese no era Lennox. No poseía ni una sola gota de su sangre, pero su padre ya lo creía uno más de la familia. Y claro, Bernard Lennox apareció en el colegio de su hija por primera vez desde hace un año. Le dio una palmada en el hombro a quien creía que sería su futuro yerno. Más que suficiente, Charlotte sabía perfectamente que su padre aun no sabía de la estafa que lo acechaba, e incluso dudaba que Oliver fuera a revelar el plan de su padre. Mientras tanto, ella no podía hacer nada hasta que su abuela no fuera con ella. Había intentado contactarla llamando a su casa, a su número personal... bueno, intentó de todo sin localizarla.

—Hija —dijo Bernard con los brazos abiertos, listo para recibir el abrazo de Charlotte.

—Padre —respondió ella, esforzándose por poner la mejor sonrisa falsa que pudo.

—¿No me vas a saludar?

—Ya lo hice.

Saludó a sus hermanos y les se ofreció a estar con ellos un rato después de su turno en el zoológico. Sin agregar nada, se dio la media vuelta decidida a buscar a sus amigas, pero más que nada a su novio. Tuvo que aceptar no esperar lo que vio. Seguramente Oliver había sido más rápido encontrando a William o quizá ya hubiera sabido dónde se encontraba, no se le ocurría otra razón. El caso, los dos muchachos estaban sentados, platicando amenamente al tiempo que William se encargaba de cobrar las entradas al puesto del salón.

El castaño sonrió al ver a Charlotte.

—Mi Lottie ha llegado —anunció, levantándose de su silla para ir a su encuentro. Se saludaron con un corto beso—. ¿A qué se debe tu presencia tan temprano, bella dama?

—Una banda de monigotes, exceptuando a Paulina, ella es una princesita, me sacaron de mi casa demasiado temprano por la mañana —se quejó, haciendo un mohín. Se permitió regalarle a Oliver una sonrisa cortés, él respondió inclinando la cabeza levemente.

—Puedes dormir en mis brazos —ofreció William picaron.

—Ya quisieras... —buscó con la mirada al perro de su familia—. ¿No han traído al gran danés? —se interesó, viendo únicamente a pequeños perritos.

—Es un penoso, no quiere salir.

—Parece una mujer —murmuró Oliver casi sin darse cuenta. Charlotte alzó una ceja en desaprobación.

—Aquí hay una mujer y no es nada penosa —defendió a las de su clase. Se contuvo de lanzar un discurso como el de la ocasión en el restaurant italiano—. Veré que puedo hacer con ese marica.

De paso por el estante lleno de botellas lanza agua para mantener a raya a aquellos animales que no fueran los mejores amigos de esta, Lottie se armó de dos botellas. Nunca sabía cuando podía amenazar al gran danés, agradecía saber de su terror al agua. Parecía más un gato que un perro en lo que respectaba al agua, pero un tigre en plena caza cuando ella estaba cerca. Se odiaban mutuamente, Pete había descuartizado una de las muñecas de la colección de Charlotte y como castigo, la chica le había hecho lo mismo a su peluche. Y se declararon la guerra por la eternidad.

El perro la miró desde la parte trasera de la camioneta que lo había llevado hasta el colegio, analizó cada uno de sus movimientos, además de presentar particular interés a los dos objetos rojos en cada mano.

—Pete, tienes que salir —le dijo Charlotte con voz melosa—. Vamos, perrito, perrito —agregó, acercándose sigilosamente más de lo que le permitió el perro en varias ocasiones.

Pete desvió la mirada hacia otro lado. Charlotte carraspeó, se cruzó de brazos y esperó llamar la atención del perro. Pete se incorporó sobre sus cuatro patas, llegando a quedar a unos cuantos centímetros debajo de Charlotte. Se trataba de un gran danés que había crecido más de la cuenta, de piel gris con manchas negras y mirada boba. Charlotte retrocedió por precaución, sintiendo la mirada intensa del animal sobre de ella. Pete gruñó. Los nervios de Charlotte se dispararon, estaba segura no poder moverse si el animal decidía lanzarse encima de ella, así que tuvo la intención de hacerlo antes, pero, como muchas otras veces antes de recibir el peso completo del animal encima de ella, sus piernas no se movieron. Maldijo en voz alta. Pete ladró, llamando la atención de todos alrededor.

—Pete —lo llamó Charlotte, la voz le temblaba. Lo único que hizo fue lograr que el perro se acercara a ella con los ojos entrecerrados—. ¡Pete! —chilló Charlotte, sin conseguir detener al perro que se le tiraba encima.

Por suerte no le rompió ningún hueso en esta ocasión. La miraba desde arriba de ella, sin pretender moverse de encima.

—Charlotte... ¡Pete! —exclamó Marcelino, quien pasaba por ahí. El perro levantó la vista hacia su amo, los ojos le brillaron y movió la pequeña cola con alegría—. Pete, ¿Cuántas veces tenemos que decirte que no hagas nada a Charlotte? —le dijo, acariciándolo lentamente. Charlotte se incorporó, una mano la tenía en la cabeza. Murmuró algo sin quitarle el ojo al perro.

—Maldita sea, ese animal es una amenaza. ¡Pudo haberme roto un hueso!

—Pero no lo hizo. Eres una exagerada.

—¡Marcelino! ¡Se me tiró encima ese peluche tuyo! —chilló Charlotte histérica, consiguiendo aun más espectadores—. ¿Para qué lo trajeron además?

—Para el zoológico —intervino William, haciendo su aparición. A su lado estaba Oliver, silencioso para gusto de Charlotte—. No exageres.

—¡¿Cómo no he de exagerar?! ¡Me pudo haber comido, Will, me pudo haber comido!

—No es necesario que grites como una loca —dijo Oliver, dedicándole una mirada que mostraba todo el desagrado que sentía por la situación—. No te ha sucedido nada, sigues entera, no te está goteando sangre.

Charlotte lo fulminó con la mirada.

—¡Partidos de futbol amistosos por un dólar por persona! ¡Cinco por equipo!—pasó una chica anunciando con un enorme letrero entre las manos—. El equipo ganador se lleva una cena gratis en Fantom's.

El nombre del restaurant resonó en las cabezas de los prometidos. Con solo intercambiar miradas se habían declarado la tercera guerra mundial.

—William y Marcelino están conmigo —se apresuró a decir Oliver.

—¡Ey, eso no es justo! —se quejó Charlotte.

—Nadie dijo que hay reglas, nena.

—Será divertido, Lottie —dijo William con honestidad.

Reclutaron a sus equipos. Uno de hombres formado por los ya nombrados, Leonardo y Nicholas. Y otro de mujeres, con Charlotte, sus amigas y dos chicas más que únicamente aceptaron una vez que supieron contra quienes se iban a dar. Nadie lo dijo, pero para Charlotte ganar el partido no era únicamente para obtener la cena en Fantom's, sino para demostrarle a Oliver que las mujeres eran mejores, lejos de ser penosas, locas y, aunque no lo dijo Oliver, unas debiluchas. Charlotte lo había deducido al ver lo confiado que estaba Oliver previamente al partido.

Claramente no se esperaba tener que esforzarse mucho para meter los cinco goles que te daban la victoria. Al final fue Oliver el que estaba jadeando y Charlotte la que parecía no tener un límite para las energías que tenía. Constantemente estaba metida en un juego por el control de la pelota, junto con William y Leonardo. A la larga Nicholas igual se rindió, dejando a los novios finalizar el partido. Las otras dos chicas habían entablado conversación con Nicholas desde casi al principio del partido, Kristina se les unió en la sombra.

—Hay mucho sol —se quejó Felicia desde la portería—. Solo falta un gol, apúrense.

—¡Dile a William que se quite de mi camino!

—Quítate tú.

—¡Ja! ¡Sueña, Gallagher!

William aprovechó ese segundo donde la atención de Charlotte no estaba puesta completamente en la pelota para quitársela. Felicia empezó a gritar como loca, pidiendo que no la tirara fuerte. Leonardo se desconectò de la conversación para disfrutar los últimos segundos del partido.

William tenía a Charlotte tocándole los talones. Ya estaba cerca de la portería, pero no lo suficiente para lanzar la bola cien por ciento seguro de meterla.

Charlotte hizo varios intentos de quitarle la pelota, sin tener mucho resultado. Decidió esperar a que pateara la pelota en dirección a la portería para desviarla.

En el último instante, una vez que William había lanzado la pelota lo más rápido que pudo, y en vista que Felicia se había escondido detrás de un árbol, Charlotte alcanzó la pelota. Y cometió un gran error... pisarla.

—¡AAAH! —gritó al verse cayendo al suelo, despertando las risas de todos.

William, conteniendo una carcajada, se acercó a ella, quien había caído como pingüino.

—Conejita, ¿estás bien? —preguntó ofreciéndole una mano para que se sentara.

—Voy a morir.

—Eres una exagerada.

—¿Me sangra algo?

—¡Tu orgullo! —gritó Oliver, muerto de risa.


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