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XXVII


Aun cuando Daisy había salido por la puerta, Scott seguía escuchando sus palabras retumbar en su cabeza. Seguir órdenes no te llevará a la felicidad, habían sido las últimas palabras de la abuela de Charlotte. Oliver clavó la mirada en la taza de té sin acabar. ¿Qué era lo que quería hacer con su vida? Hasta antes de tener la charla con Daisy creía querer cumplir los deseos de su padre, ahora no estaba tan seguro. El plan de su padre estaba bastante torcido, no era tan transparente como Oliver pensaba. Tendría que pensar en su futuro con seriedad, en esta ocasión debía de tomar en cuenta la opinión de Charlotte, y no precisamente porque fueran prometidos, sino porque estaban enredados en el juego de ajedrez de sus padres y si querían salir, debían de ayudarse mutuamente. O al menos eso había insinuado Daisy, ella haría su parte, ellos debían de contribuir a su manera.

Y empezaría ese mismo día, entre más rápido resolviera las cosas, sería mejor. Hizo dos llamadas, con la primera recolectó los datos que necesitaba y en la segunda arregló encontrarse con William por la noche. Llevaban mucho tiempo sin reunirse los dos solos, la aparición de Charlotte en la vida de ambos se había desarrollado de maneras distintas. Haciendo que una amistad de años se viera en tensión, uno quedó de un lado y el otro en el contrario. Ya iba siendo el momento para arreglar eso.

Charlotte intercambió una mirada confundida con su reflejo tras haber escuchado que llamaran a la puerta dos veces. Asentó el cepillo a lado de las pinturas de uñas. Respondió con un "va" bastante largo, al mismo tiempo se precipitó al armario. Buscó entre todas las perchas un vestido sencillo y se lo puso de camino a la puerta. Recorrió mentalmente la lista de personas capaces de presentarse a su puerta sin haber telefoneado con anticipación, eliminó a casi todos. Su corazón deseaba que fuera William o alguno de sus hermanos. Gracias a ese pensamiento, sonrió.

—¿Qué haces aquí? —preguntó saltándose las normas de conducta. Una cara de pocos amigos suplió esa sonrisa que segundos antes tuvo.

—¿Podemos hablar? —pidió Scott usando el tono de voz más amigable que tenía.

—No creo que haya nada de qué hablar —sentenció la chica, irritada por su simple presencia. ¿Quién le había dado su dirección?, se preguntaba internamente.

Charlotte le iba a cerrar la puerta en la cara, suficiente tenía con haber pasado la gran mayor parte del ensayo con él como para verlo tan solo una semana después. Estaba dispuesta a verlo bajo una serie de condiciones, la más importante era que sería una vez cada siglo. Aun no había pasado un siglo, no quería ni verle en pintura.

—Hay de qué hablar —dijo Scott, atropellando las palabras. Uno de sus dedos casi fue machucado por la puerta en un intento exitoso de evitar que Charlotte se encerrara en su búnker moderno—. Tu abuela vino a verme. Creo que te conviene tener esta plática.

La chica abrió con lentitud la puerta, analizó a Scott en busca de una señal que gritara "engaño" a los cuatro vientos. Si algo había aprendido en los últimos meses era que no debía de confiar en las personas relacionadas con los juegos de dinero que tenía su padre. Oliver Scott era uno de ellos, no el más importante, pero si lo suficiente para levantar sospechas. Después de todo, ese era el chico con el que la comprometieron a la fuerza, la besó sabiendo que William estaba presente y solo parecía interesado en...

Charlotte pensó con detenimiento. ¿Qué le interesaba a Oliver Scott? Casi no hablaba con ella, estando cerca su padre se comportaba como un chico estirado intentando complacer a su suegro y junto a su padre, el señor Scott, parecía su títere. Ante los ojos de Charlotte, Oliver no parecía estar interesando en nada que no fuera su bienestar. Estaba tentada a decir que estaba segura de que el joven haría lo que fuera por seguir una vida con comodidades y llena de tranquilidad. Por la desesperación en su voz, Charlotte asumió que su abuela había tentado a romper esa burbuja de perfección en la que vivía y solo la nieta podía mejorar las cosas, nunca sin ganar algo a cambio.

—Aquí no la tendremos —dijo por fin, Scott empezaba a temer estar siendo ignorado—. Será en un lugar público y abierto.

—¿No importa si hay mucho ruido? —Charlotte negó con la cabeza, le indicó que esperara en la sala mientras se cambiaba.

Recordó cerrar la puerta de su habitación antes de cambiarse, él no era William y sí le daba pena ser vista por Scott en ropa interior. Al contrario de todas las veces que salía, Charlotte no se esmeró al arreglarse. Se aplicó lo mínimo de maquillaje, pasó por última vez el cepillo y se calzó unas zapatillas beige. Estas últimas terminarían con una capa de tierra en menos de cinco minutos de andar caminando entre los puestos alrededor del circo al que la llevó Scott. Oliver se había tomado muy en serio "lugar público y abierto", Charlotte hubiera preferido un café concurrido o en algún parque lleno de niños gritando.

Ocuparon una mesa en el área de comida rápida. Oliver se ofreció a ir por unas bebidas. A los pocos minutos regresó no solo con ellos, sino con toda una cena. La plática con Diasy le abrió el apetito. Cuando Scott se ponìa nervioso o algo le preocupaba, tendía a comer.

—¿Por qué fue mi abuela a hablar contigo? —se interesó Charlotte, jugando con el popote de su refresco.

—Sabes porqué mucho mejor que yo, esta tan en contra de nuestro compromiso como tú —tomó un par de papas francesas de un platito y se las metió a la boca.

—Hasta que no vea un anillo en mi dedo no será "nuestro".

—Bueno, con el futuro compromiso o como le quieras llamar, según nuestros padres, ya eres mi prometida.

—Según nuestros padres, ya soy tu esposa y espero tu hijo —rezongó Charlotte, cruzada de brazos—. Dime, ¿por qué teníamos que hablar?

—Tú no quieres esto —dijo Scott, la chica asintió con cansancio. Demasiado evidente, ¿por qué se lo preguntaba? —. Bernard tampoco lo quiso en un principio, hasta que mi padre le dijo que de no hacerlo haría el contrato con Robert Gallagher. Me sorprende que no haya buscado otras alternativas.

—No había, por lo que sé, mi padre no está en posición de hacer un contrato con Robert —hizo una pausa, tomó un sorbo de su refresco—. Más que nada por orgullo.

—Y porque le tiene confianza ciega al contrato con mi padre —agregó Oliver, sus ojos azules se oscurecieron considerablemente. Puso sus manos sobre la mesa para usarlas al hablar—. Va a ser una estafa, Charlotte —advirtió, afilando los ojos como agujas.

—¿Cómo sabes?

—Tu abuela tiene estadísticas y una investigación que respalda mis palabras, ella me lo dijo hace un par de horas. De no ser por ella, no lo sabría —confesó Scott, se mantuvieron la mirada por un lapso de segundos. Ninguno logró recolectar algo del otro, sus ojos cerraron herméticamente la entrada a su interior—. La empresa de los Lennox podría estar en mejores condiciones financieras que la de mi familia, si las estadísticas son correctas, debería de declararse en bancarrota en unas semanas.

—Y el contrato no podrá cumplirse por más que quisieran, no habrá fondos —siguió Charlotte, abriendo cada vez más los ojos. El color se había ido de su cara—. El contrato... ¿qué quiere tu padre? Nos llevará a la ruina a todos, algo tiene que sacar de todo esto.

—Dos cosas —levantó el dedo índice—. Consumar el sueño de los antepasados —levantó un segundo dedo—. Tener acceso al fideicomiso que te dejó tu madre, tiene conocimiento de la cantidad de dinero, ¿cómo? No lo sé, pero lo sabe.

Charlotte se mantuvo callada, procesando los bloques de información que recibió. El naciente apetito fue reducido a nada. Hoy más que nunca se sentía una muñeca valiosa por su contenido, en este caso, la gran suma de dinero que tenía gracias a su millonaria madre. Le asustaba que su padre no hubiera sido más cuidadoso, usualmente investigaba a fondo a las empresas antes de hacer cualquier contrato. Los negocios no deben de mezclarse con las amistades. Bernard lo sabía mejor que nadie, ¿qué sucedía con él? ¿Quién había hechizado a su padre?

—Esto es una locura sin pies ni cabeza —murmuró, apoyando la cabeza entre sus manos—. ¿Tienes los documentos? —Scott negó—. Perfecto, ¿cómo me creerá mi padre sin esas hojas? —inquirió cambiando de posición. Por costumbre, se llevó una mano al mentón—. ¿Cómo no te diste cuenta de la crisis de la empresa? ¿Cómo pagaban tus colegiaturas y esas cosas?

—Estoy becado y trabajo medio tiempo, además tengo ahorros suficientes. No dependo tanto de mi padre como piensas —sonrió con orgullo.

—Ya veo... ¿Qué sucederá con el compromiso?

—Tú no lo quieres y yo no quiero ser parte de esta estafa, mi expediente quedará manchado.

—¡Entonces, podemos acabarlo!

Oliver soltó un largo suspiro, miró en diferentes direcciones. El número de personas era menor, se escuchaban sonidos provenientes de la carpa principal.

—No es tan fácil, ¿crees que mi padre dejaría ir un compromiso que podría salvarlo a él? —Charlotte no respondió—. No lo hará. Tenemos que esperar, tu abuela está haciendo su parte, pronto ha de ir contigo.

—Espero...

—Tenemos tiempo —dijo refiriéndose a las horas que faltaban para su encuentro con William y a los años que había por delante para la boda indeseada.

Usando como excusa que el circo y la feria no estarían por mucho tiempo, Scott convenció a Charlotte de dar una vuelta aprovechando la relativa tranquilidad mientras pudieran. No dejó que pagara absolutamente nada, desde comida hasta entradas a los juegos mecánicos. No pudo subirse a muchos por culpa del vestido. Si tan solo Oliver le hubiera dicho a donde iban... ¡pudo haber disfrutado de esos juegos tambaleantes! Era como Disney, solo que más pequeño, los juegos parecían que colapsarían en cualquier instante.

Oliver caminaba un par de metros detrás de ella, con los dedos enganchados en el cinturón. Hablaba únicamente cuando era necesario, es decir, casi nunca. Le sorprendía ver la facilidad con la que se manejaba Charlotte en ese ambiente tan distinto al de su día a día. Hablaba con los comerciantes sin hacerse la superior, siempre siendo amable, pero de pocas palabras.

En su mente seguía siendo la niña mimada de años atrás, cuando la conoció en un viaje de negocios al que iba con su padre. Una cría de doce años empeñada en comer con cubiertos de plata con determinadas dimensiones. Un poco más grandes, le pesaban; un poco más chicos, eran demasiado ligeros. Por lo visto, ella se hacía o de verdad no recordaba nada de lo sucedido. Scott lo prefería así, la "amistad" que hicieron en esos días no era nada para enorgullecerse, a pesar de haber conseguido quitarle algo preciado a Charlotte.

Recordaba perfectamente bien aquello que le quitó. Charlotte acababa de cumplir doce años, él ya había cumplido los catorce. Lo primero que le llamó la atención fue el hecho de tener detrás de ella una niñera, las veinticuatro horas del día. Los primeros días no veía un motivo, la niña se comportaba como una damita, callaba cuando era necesario y cuando pedían su opinión no decía más que lo esencial. Todo el tiempo que no hablaba lo invertía investigando con la mirada su alrededor. Esa faceta suya desapareció cuando consideró que conocía bastante bien el lugar, la pobre niñera corría detrás de ella.

Charlotte empezó a saltarse los almuerzos para salir al jardín. La reñían por regresar cubierta de tierra y pelo de perro. Le preguntaban dónde había estado, pues no era posible tener pelo de un animal que no había en la casa. Charlotte soltaba una risita y se iba sin decir más. En el camino a darse una ducha se topaba con Oliver, quien se burlaba de su apariencia, a pesar de sentir una gran curiosidad hacia Charlotte. ¿Qué hacía?

Al día siguiente la siguió a escondidas, la vio escabullirse por una reja parcialmente abierta y tras titubear, fue tras ella. La encontró jugando con un enorme san Bernardo, muy similar al Beethoven de la serie de películas. La niña se asustó, el perro se escondió detrás de ella. Scott amenazó a Lottie de contarle a su padre, ella intentó convencerlo de no hacerlo, pero lo único que pudo hacer fue intercambiar su primer beso por el silencio del joven.

¿Cómo olvidó ese encuentro?, se preguntó Scott. Él recordaba el propio como si hubiera sido ayer. ¿Y ella?

—¿Te acuerdas de Berlín? —dijo, rompiendo el silencio entre ellos.

—Obvio, he ido ahí un par de veces.

—Deja repito la pregunta, no creo que la haya formulado bien —Charlotte le prestaba una vaga atención, estaba casi totalmente metida en la elección de un adorno para su departamento que la pregunta la cachó por sorpresa—. ¿Recuerdas el viaje que hiciste a Berlín, cuando nos conocimos?

Una película pasó enfrente de sus ojos. Mantuvo la serenidad aun después de haber visto uno de los momentos más vergonzosos de su vida, ¿qué niña cambia su primer beso por no ser acusada? Una tonta, claramente. Y eso se sentía la castaña.

—Lo recuerdo vagamente, me parece... fue hace muchos años, si me preguntaras qué hicimos o a dónde fuimos no podría responderte —mintió, dándole un par de dólares a la vendedora—. ¿Por qué?

—No, nada... solamente recordaba.

—Recordabas —repitió Charlotte en voz baja.

Nunca lo sabría, pero fue él quien le enseñó la clase de mariposas que vuelan en el estómago cuando eres besada. Fue él quien hizo que en su subconsciente deseara volver a experimentarlas. Oliver Scott llevaba parte de la culpa por la cual Charlotte se había salido de sus carriles, aunque fue ella misma quien construyó el nuevo camino que la convirtió en la chica que era. Lo que hubiera sucedido de no haber besado a Oliver era algo inimaginable para Charlotte, según ella, estaba destinado a suceder. Probablemente su interés hacia el sexo opuesto hubiera despertado varios años después.

—¿Entonces es una estafa? —preguntó Charlotte, refiriéndose al tema que los había llevado al circo. Scott asintió—. Esto será un caos.


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