XXIII
Daisy le indicó a Rosa, con la mirada, que ella no estaba invitada a la plática con Bernard Lennox. Cerraron la puerta del estudio ante los ojos de todos. Dejando a una anfitriona lidiar con todos los invitados bombardeándola de comentarios y preguntas. Buscó con la mirada a los demás Lennox, solo hallando a sus dos hijos y a Paulina, ya que Paulette igual se había esfumado. ¿No Paulette tenía que cuidar de Paulina y Rodric?, se dijo, torciendo la boca.
—Lo siento, mi hijastra es un poco explosiva, hay que usar mano dura con ella —explicó, a uno de los meseros le dio la orden de empezar a servir la cena.
Lanzó una mirada fugaz a la puerta del estudio, ansiosa de saber qué sucedía exactamente allí adentro. Bernard siempre había evitado tener problemas con la abuela de sus hijos, esa noche no tomó las precauciones necesarias, estaba demasiado metido en sus asuntos que se olvidó completamente de la mujer. Como castigo la tenía enfrente de él, con una cara de pocos amigos y las manos apoyadas firmemente en el bastón. La barbilla en alto, como su nieta.
—¿Podrías explicar el espectáculo que montaron ahí afuera? —inquirió con voz queda, señalando en dirección a la puerta—. Me queda bastante claro que Charlotte no está de acuerdo con ese compromiso, su lenguaje es algo que hablaré con ella más tarde. ¿En qué andas metido?
—Es la prueba de un proyecto, con ellos casados nadie puede dar marcha atrás —respondió Bernard, prendiendo un puro. Dio una larga calada, para a continuación sacar el humo por la boca.
—¿Acosta de qué exactamente? ¿La felicidad de tu hija? ¿Su confianza en ti? —insistió Daisy, sin ver venir la respuesta del hombre, con una voz tranquila. Como si lo que estuviera haciendo fuera lo más común del mundo, lo sería si estuviera en el siglo XIX o principios del XX.
—Es algo que debe de hacer por la familia, sin ella nos iremos a la ruina.
—Hay otras formas, Bernard —alegó, entrecerrando los ojos. El poco humo que se acumulaba en la habitación empezaba a irritarle los ojos. Daisy tenía problemas con el cigarro, lo había dejado por el daño que le hacían a sus pulmones y la resequedad en sus ojos que generaba, ponerse gotas ya no servía como debía—. Podría ayudarlos, sin necesidad de nada a cambio.
—No aceptaré tu dinero —repuso. Se mantuvieron a mirada unos instantes—. Estos son negocios entre Scott y yo, ya está pactado.
—¡Es mi nieta! A su madre no le gustaría... —dijo con autoridad, dando un paso al frente y haciendo sonar su bastón.
—Y yo su padre, déjalo Daisy, no tienes nada que hacer aquí —la interrumpió antes de que pudiera finalizar la frase.
—Ya es mayor, no puedes tomar esas decisiones por ella —alegó Daisy, apretando el mango del bastón, conteniéndose. Nada conseguiría si permitía que ese hombre la sacara de sus casillas.
—Charlotte sabe lo que sucederá si no accede a este compromiso, nos hundiremos todos, incluyendo a sus amados hermanos —Daisy torció la boca. Bernard sonrió viendo que conseguía mantener a la señora callada—. Sabemos bien que Charlotte no dejará caer a sus hermanos, a diferencia de Paulette.
—¿Por eso la elegiste? ¿Para hacer el trabajo que no puedes hacer bien? Es tu trabajo sacar la empresa adelante, no el de Charlotte.
—Scott quería a Charlotte...
—¿Y tenías que aceptar? —preguntó sin creerlo—. Es increíble que sacrifiques a tu hija por unos cuantos millones de dólares, ya tienen bastante con lo que ganan del hospital.
—Acepté porque creí que sería lo mejor.
—¿Después de haber visto su reacción, mantendrás el compromiso?
Bernard afirmó.
—Esa niña va a ser infeliz, Bernard, te lo advierto. Y como su abuela no dejaré que eso suceda.
Dejando a Bernard con las palabras en la boca, Daisy salió del estudio, atravesó toda la casa hasta llegar a la cochera, donde la esperaba su chofer.
No hubo día en el cual Charlotte no recibiera una llamada de su padre, nunca hubo día en que Charlotte contestara. Llegó a dejar su celular pagado o en silencio y evitaba estar tiempo en su departamento. No quería sorpresas, sobre todo si una de ellas podía ser su padre tocando la puerta. Aprovechó el tiempo en la calle para arreglar unos pendientes que tenía, además de comprar unos adornos para la casa, en su arrebato de furia rompió muchos, sobre todo de cristal.
Entre tienda y tienda, hora y hora, los días pasaron. La noción del tiempo era nula para la castaña, de un día para el siguiente, se encontró los supermercados llenos y las tiendas con grandes rebajas. Quiso consultar con el celular en qué día vivía, pero se encontró con un pequeño inconveniente. No lo llevaba con ella. Preocuparse fue lo último que se le ocurrió, estaba casi segura de haber dejado el aparato en la mesa de noche de su cuarto.
Si hubiera tenido con ella el celular hubiera respondido la primera llamada de William y hubiera evitado que la llamara varias veces, aumentando cada vez la preocupación en el pobre chico. Seguramente William no hubiera revivido el estado en que la encontró la tarde de Noche Buena, por lo tanto tampoco se hubiera precipitado al departamento, únicamente para encontrar nadie en casa.
—¿William? ¿Qué haces aquí? —preguntó Charlotte, saliendo del elevador.
El muchacho se volteó, aun jadeante. Dejando escapar toda la preocupación, comenzando a relajarse, se apoyó contra el marco de la puerta de brazos cruzados.
—¿Cuántas llamadas perdidas tienes?
—¿Llamadas? No sé, deje mi celular en casa —respondió con inocencia, asentando las bolsas de compra en el suelo—. ¿Por qué? ¿Sucedió algo?
—Dos cosas, de hecho —se hizo a un lado, dejando a la castaña el especio con la cerradura—. Primero, me hiciste preocuparme —Charlotte abrió la boca para responder, siendo interrumpida antes de comenzar por el dedo que puso Will en sus labios—. Y segundo, hay que festejar dos cumpleaños, querida Charlotte.
El rostro de Charlotte se llenó de confusión. ¿Dos cumpleaños? Supuso que uno debía de ser el de él, lo que hizo sentirse culpable por no saber ni siquiera el cumpleaños de su novio. En realidad, no sabía mucho de él. Conocía la existencia de su hermana, sus padres eran divorciados, le gustaban las fiestas y las mujeres. ¿Pero que más sabía? ¿Su comida favorita? ¿Algo importante de su pasado? Crecía totalmente de ese conocimiento. ¿Cómo podías enamorarte de alguien sin conocerlo? Sabia del William fiestero y el William estudiante en un colegio prácticamente de mujeres. Fuera de eso no sabía nada.
Evitando quedar mal, hizo la mejor pregunta que se le vino a la mente:
—¿Qué día es hoy?
—Treinta y uno de diciembre, ¿en serio preguntas? Estás pérdida, Lottie.
—¡Entonces eres casi un año menor que yo! —exclamò horrorizada, se podría decir que además de ser suficiente para Charlotte Lennox, debías ser mayor que ella.
—No, no, no, probablemente sea unas horas mayor o menor que tú.
—¿Cómo? Pero dijiste festejar dos cumpleaños —observó Charlotte, entrando al departamento cargando unas cuantas bolsas, Will la ayudaba con el resto. Siguió a Charlotte hasta la cocina y las dejó en el mismo lugar que ella.
—Claro, el tuyo y el mío —dijo, pasándole las manos por la cintura—. Primero de enero.
—Eso es hasta mañana.
—Empezamos hoy. Tengo un recorrido que te encantará, así que ponte guapa —una sonrisa pícara se dibujó en el bello rostro fino de Charlotte, contagiosa, mucho. Tanto que segundos después Will también la tenía.
—¿Qué tan guapa? —le susurró al oído, con una mano en su cuello. Will se separó de ella, la miró de arriba abajo haciéndola sentir desnuda bajo sus ojos verdes—. ¡No me veas así!
—¿Así como? —preguntó con inocencia.
—¡Así! ¡Como si me comieras con la mirada! —William estalló en carcajadas, Lottie hizo un puchero y frunció el ceño de forma muy cómica.
—¡Ah! Okay, okay. Solo ponte bonita, sabes como —aprovechando la altura superior a la de ella, una cabeza exactamente, le revolvió el pelo—. Solo te recomiendo que no te pongas vestido y lleves un buen sueter o sudadera que abrigue bien.
Charlotte lo miró con profunda curiosidad, quiso hacerle una pregunta, pero la omitió.
Siguió la recomendación de William. Al ver que se dirigían a la carretera que únicamente llevaba al bosque, lo agradeció mucho. Nunca se internó en el bosque como aquel día, menos con el cielo oscureciendo a gran velocidad. Aunque subían la montaña lentamente, eso no evitó que el miedo apareciera en Charlotte al ver un desfiladero a su derecha. Desvió su atención al frente, al mismo tiempo que aferraba sus manos al asiento. Notando a su novia un poco nerviosa, con los ojos ocultando el miedo, empezó a hablar un poco de sus vacaciones en la casa de campo perteneciente a los Gallagher.
Sus primos, su hermana y él eran enviados a pasar dos meses en esa casa con sus abuelos. Su abuelo, por el cual recibió su nombre, les enseñó a sobrevivir a los que se apuntaban en sus noches de "cacería". Realmente no cazaban, dijo William con una sonrisa por rememorar esas épocas, se limitaban a caminar largas horas entre los grandes árboles, intentando no toparse con osos o animales peligrosos para un abuelo con escopeta y de seis a siete chiquillos, siempre iba un número distinto. Recordaba haberse quedado una de esas noches en la casa al tener la curiosidad de saber qué hacían aquellos que se quedaban, principalmente sus primas.
—Hacían pasteles y galletas, no me extraña que de tanto cocinar se sepan las recetas familiares de memoria.
—¿Allison se quedaba o iba a la cacería?
—Variaba según su humor, le gustaba mucho salir al aire libre por la noche, pero disfrutaba de las regañinas de la abuela cuando se lanzaban harina —Will reconoció un gran árbol a la distancia, significaba que estaban cerca—. ¿Qué hacías tú con tus abuelos?
—Nada tan interesante como tú.
Ella hubiera preferido unos abuelos como los de William en vez de los estirados abuelos Lennox que le tocaron, fanáticos de la etiqueta y el buen comportamiento. El cual, admitía, había servido de nada en sus años de adolescente. Los hacia rabiar y usualmente terminaba castigada con dos horas de clase de etiqueta o piano, los aprendizajes obtuvimos con este instrumento también se fueron por un tubo en cuanto dejaron de obligarla a pasar las vacaciones con los Lennox y le permitieron pasar un mes con la familia de su madre. A partir de ese permiso sus vacaciones comenzaron a ser agradables, su abuela los llevaba a diferentes lugares del mundo las primeras dos semanas, las otras los llevaba a zonas culturales de la ciudad.
—Hemos llegado —anunció William, bajándose del auto a abrir la reja—. Espérame aquí —Charlotte asintió levemente. Lo siguió con la mirada, las luces lo bañaban por completo y su sombra se proyectaba detrás de él. Le pareció mayor, como si hubiera crecido de un día para otro. La espalda más ancha y unos músculos más notorios—. ¿Sucede algo?
—¿Eh? No, nada —dijo, adquiriendo una sombra roja en las mejillas—. Nada, absolutamente nada.
Pasaron una granja y un granero antes de llegar a una casa de campo flaqueada por dos robles anchos, bastante viejos. La luna se asomaba detrás de la casa, al igual que una montaña aún más grande que en la que estaban. William manejó hasta una cochera para dos coches construida con los mismos bloques rojos que la casa. El ruido del motor, únicamente perceptible desde la cercana cocina, llamó la atención de las únicas dos personas en la casa, quienes salieron por la puerta lateral a ver qué sucedía.
Una era regordeta, llevaba un vestido hasta las pantorrillas y un delantal manchado de harina. La otra más joven, probablemente su hija, rondaba en la edad de los chicos. William salió después de apagar el coche, respiró el aire de la montaña. Charlotte pasaba la mirada por todos lados. Abrió los ojos bien grandes, como si hubiera visto a un fantasma, cuando vio a la chica correr en dirección de ellos. Pegó un gritito.
—¡William! —gritó a su vez la chica, colgándose de su cuello.
—Sissy —dijo William, ligeramente sorprendido. A pesar de que Will le quitó los brazos de su cuello, Charlotte sintió algo molesto en su pecho, algo caliente que iba creciendo. Celos—. ¿Qué haces aquí?
—Siempre vengo en vacaciones, ¿olvidas?
—Aja... —alzó la cabeza para ver mejor a la mujer que se acercaba con dificultad—. ¡Señora Smith! No salga, se va a enfermar —dijo dirigiéndose a la mujer regordeta, con una seña le indicó a Charlotte que se acercara—. Está enfriando, ¿quieres un chocolate caliente mientras arreglo todo?
—Si no es problema... —repuso, encogiéndose de hombros, comportándose como una chica inocente, abanicando coquetamente sus largas pestañas. Consiguió una mirada de pocos amigos por parte de la tal niña Sissy. Esa niña tenía que aprender que William era suyo, su novio, su hombre, por lo tanto no se podía acercar. Ella ni nadie.
—¡Que niña más encantadora! —comentó la señora Smith, Charlotte sonrió sin mostrar los dientes—. Ahorita se lo hago...
—No, no, no, yo se lo haré, suficiente ya ha hecho usted con el pedido que le hice. Vamos, Lottie —le tendió su mano, disfrutando los celos de la Sissy, Charlotte la aceptó, segundos después ya tenía el brazo de William sobre sus hombros.
La casa era tan acogedora como su apariencia prometía. Empedrada y adornada con arte de todo el mundo, la casa de campo de los Gallagher mantenía el calor de la chimenea, lo hacía sentir agradable. Las casas tienen un olor peculiar, muy similar al de sus habitantes, aquella olía a panqueques y panes recién salidos y miel fresca. Entraron por la puerta delantera, William quería mantener en secreto el pedido que le hizo a la señora Smith. Consiguió convencer a Charlotte para que se mantuviera en la sala mientras él hacia el chocolate caliente. William notó una insistencia de una naturaleza que antiguamente no era usual en Charlotte.
—¿Puedes decirle a Sissy que venga? —pidió Charlotte, abrazando una almohada de terciopelo azul. Will la escudriñó con la mirada, ¿qué era lo raro en ella ese día? Creyó encontrarlo en su mirada, en la forma que se miraban y en la que buscaba a alguien entre las sombras—. ¿Por favor? Este lugar es desconocido, además parece que hay cosas en las zonas oscuras.
—Si tienes miedo solo tienes que decirlo, ya la mando —dijo el muchacho sonriendo, Lottie creyó que había conseguido sacar a la chica del área de movimiento de su novio sin levantar sospechas, aunque su insistencia había revelado, para el joven experimentado, el disgusto que le producía que ambos estuvieran juntos a raíz de la primera impresión que tuvo de la chica.
William tardó más tiempo en desaparecer por la esquina que Sissy en llagar, acompañada del diablo en persona, diría Charlotte. Pronunció un casi inaudible "hola" y ocupó una silla en diagonal a Charlotte. Durante unos largos minutos, eternos para una de ellas, se contemplaron. Una viendo qué era lo que ella no tenía que la otra si, mientras que Charlotte quería saber si sería rival o no para ella. Si sería capaz de bajarle el novio.
—¿Sabes qué están haciendo allí atrás que no quieren que vea? —cuestionó Charlotte, una vez que decidió que no era una amenaza en potencia.
—¿No...?
—¡Claro que sabes! —exclamó Charlotte, la explosión de emoción causo un pequeño susto en la, usualmente, tranquila Sissy.
—¡No sé, no sé! —la castaña entrecerró los ojos, la jovencita clavó los ojos en la chimenea. Se levantó y puso un poco de leña al fuego—. En serio, no sé, la señora Smith no me quiso decir, solo sé que está trabajando en unos pedidos de la panadería.
—Suficiente charla por hoy —intervino William, cargando tres tazas de chocolate caliente.
—Pero acabamos de empezar a hablar —refunfuñó Charlotte, tomando con ambas manos la tacita navideña.
—Hablen de otra cosa, menos de trabajos.
Will levantó a Charlotte del sillón, ya acomodado, la sentó en su regazo. Will tenía suficiente fuerza en su mano izquierda como para sostener la taza y rodear a Charlotte con el brazo disponible. Charlotte dejó atrás los celos, Sissy necesitaba urgentemente ser distraída, a cada segundo que pasaba su rostro se iba marchitando lentamente. Debía de querer a William, debía de desear estar en el lugar de Charlotte. Se lo podía leer cualquiera en su cara, menos William. Él era totalmente ajeno a los sentimientos de Sissy, la veía como una hermanita, la niña que siempre lo siguió.
—¡AAH! —gritó repentinamente Charlotte, acompañando el chillido con una palabrota y poniéndose de pie de un brinco. Unas gotas de chocolate caliente le cayeron a William en el acto.
—¡Ay Dios! —exclamó Sissy—. Voy por un pañuelo mojado.
—¡Me voy a fundir!
—Eres una exagerada, mantén la tela lejos de tu cuerpo —indicó Will, quitándole la taza de la mano—. Trae algo para limpiar la alfombra —dijo dirigiéndose a Sissy, la chica asintió y desapareció. Asentó las tazas en la mesa, Charlotte hacia muecas y sostenía su sudadera despegada de su cuerpo—. ¿Hay agua en todos los baños? —preguntó en voz alta.
—Si... —le respondió la jovencita a lo lejos.
—Hay que cambiarte la ropa —siguió Will, conduciendo a Charlotte hacia la habitación en la que acostumbraba quedarse—. Voy al coche, ahí he de tener un poco de ropa.
Charlotte se quitó la sudadera, únicamente para ver una mancha enorme en su blusa celeste. Maldijo en voz alta. Titubeó un poco antes de igual quitarse la blusa, una mancha roja comenzaba a formarse donde cayó el chocolate caliente. En el baño, se puso un poco de agua para aminorar el dolor de la quemadura. Una vez que sintió mejora, salió del baño pensando que estaría sola al no escuchar la puerta abrirse ni cerrarse.
Ahí estaba William, sentado en la cama con una camisa y una chamarra suyas. Sintió la intensa mirada de Charlotte, tan solo giró la cabeza, la chica se cubrió con los brazos. Estaba ahí paralizada. Su mente la bombardeaba con información, se hizo consiente de cómo debía de verse. Diosito, ¿qué estaba pasando por la mirada de William? ¿Estaba tan impresionado como ella? ¿Por qué no decía nada?
Se escucharon unos murmullos detrás de la puerta de la habitación. William esbozó una sonrisa divertida. ¿Qué se maldad se le cruzó por la cabeza?
Bajo esa mirada, bajo esos ojos verdes escrutándola sin piedad, se sentía pequeña. Y conforme se acercaba la sensación iba en aumento, hasta que quedó enfrente de ella. Le plantó un beso en la mejilla, la rodeó con los brazos, atrayéndola cada vez más cerca.
—¿William? —susurró Charlotte, llevando una mano a su cabello castaño. Un destello peculiar le hizo pensar que esa noche sería su perdición.
Y no estaba muy equivocada.
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