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XXII


William acariciaba el pelo de Charlotte, hundiendo sus dedos en entre los cabellos castaños, largos y sedosos. Ella yacía acurrucada en su pecho, nadie la sacaría de allí. Ni siquiera un compromiso indeseado, ella lo quería y con el tiempo se acostumbró a su presencia. Él había hecho que se enamorara como si fuera un juego de niños. ¿Olvidarlo? No. ¿Superarlo? No quería.

Hipeaba menos que al salir del hospital, ya más de dos horas atrás o más, pues la luna los saludó, pasando frente a la única ventana por donde entraba la luz, y se posó en lo más alto del firmamento estrellado. William hizo hasta lo imposible para que accediera a probar bocado de la cena que le preparó, intentó que se cambiara el vestido. Charlotte se limitaba a negar y aferrarse aún más a su camisa.

—Tienes que comer —repitió William.

—No quiero, no tengo hambre.

—Entonces cámbiate, debes de estar incómoda.

—Tanto como tú —respondió. Se rindió, dejó su cabeza apoyada en la cabecera—. Will yo no quería esto —murmuró, Will la abrazó con fuerza y le dio un beso en la coronilla.

—Ni yo.

Los días siguientes fueron oscuridad para Charlotte, literalmente. No salió de su departamento, no dejó entrar a nadie, incluso cuando Claudio amenazó con tirar la puerta y Marcus con llamar a los bomberos, no lo hizo. William fue en varias ocasiones, una de esas se encontró con Marcelino sentado en la puerta del departamento con el celular en las manos, tecleaba con rapidez.

—¿No quiere salir aun? —Marcelino negó, William dejó salir un largo suspiro.

—Intento convencerla, pero se niega a salir. Solo me responde esto —le enseñó la pantalla del celular, las respuestas de la chica eran de lo más cortas y cortantes—. Después de insistir, se limitó a responder "NO" y un punto... tú eres el novio, hazla entrar en razón.

—No soy su novio, no aun —tocó la puerta un par de veces, sin recibir respuesta—. ¡Charlotte, soy William! ¡Abre, por favor!

—¡NO! —gritó, por la cercanía dedujeron que se encontraba en la sala—. Váyanse.

—¡Lottie, vamos!

—¡Me van a llevar con mi padre! ¡Si no voy, no anuncian nada!

—¡La Charlotte Lennox de la que me enamoré no se escondería en su departamento! —sintió la puerta temblar debajo de su mano—. Si la vez, dile que la estoy esperando.

La puerta se abrió cinco centímetros, Marcelino se paró de golpe. Al verlo, Charlotte tuvo la intención de cerrar la puerta de nuevo, pero William puso su mano antes de lograrlo.

—El no entra, vamos, Charlotte. Déjame hablar contigo —rogó William como último intento, no pensaba estar toda la tarde en la puerta si el resultado sería el mismo.

La chica titubeó antes de abrir la puerta lo suficiente para dejar pasar al muchacho. La chica intercambió una mirada fugaz con su hermano, se sintió mal. Marcelino era el reflejo de ella en hombre, la barba llevaba dos días sin rasurar, los bultos morados indicaban que no había dormido muy bien en las noches anteriores. Sin embargo, William vería que ella estaba mucho peor.

Apenas y llevaba ropa encima, una blusa ancha y vieja y unos shorts casi tan cortos como sus panties. Su cabello, siempre cuidado, hecho una nube enredada. Creyó que estaba enferma, su corazón lo estaba. Sus piernas tenían raspones y marcas rojas, temió que se hubiera intentado cortar.

La abrazó con fuerza, al escuchar uno de sus huesos tronar, se separó de inmediato. Era como si no hubiera comido en muchos días... Charlotte desvió la mirada al suelo sintiendo la mirada preocupada de William. El silencio no era usual en ella, ni la falta de ánimos.

Su alrededor era un desastre. Will se preguntó si así estuvo el departamento con el incidente de Paulette.

—¿Has comido algo? —la castaña negó con la cabeza, siempre sin mirarlo. Comer papas y helado no era exactamente "comer"—. Vamos, tienes que ingerir. ¿Qué quieres? ¿Huevo? ¿Hot—Cakes? —volvió a negar con la cabeza—. Tienes que comer, niña linda, no puedes...

—No soy linda —habló por primera vez, con un hilo de voz—. Ya no... ¿es que no me vez? Parezco muerta... no tengo hambre, Will...

—¡Charlotte, come algo y arréglate para la fiesta! —gritó Marcelino, irritado.

—¡NO! ¡NO QUIERO! ¡NO IRÉ! —gritó, retrocediendo, sin darse cuenta que la mesa baja de la sala estaba detrás de ella. Cayó encima de ella, dejando salir un gritito de dolor.

—¿Si voy, vas? —preguntó William, ayudando a que se sentara. Los ojos azules de Charlotte brillaron con intensidad por primera vez.

—¿Irías? —Will asintió—. ¿Me prometes que no me dejaras sola con Oliver?

—Eres mía, aunque los otros no quieran, eres mía —dijo con firmeza, viéndola de una forma que la hacía sentir segura y la dejaba confiar en su palabra—. Sabes que haría lo que fuera por ti, recuérdalo —las comisuras de los labios de ella se curvaron—. ¿Entonces si vas a la fiesta? Me temo que aquí está todo lo que tú necesitas, pero yo no.

—¿Te vas?

—Tengo que, ¿o prefieres que no vaya?

—¡No, no, ve a arreglarte!

—Marcelino se quedará contigo, ¡¿Verdad, Marce?!

—No —se escuchó la respuesta del otro lado de la puerta. William pudo haber asesinado con la mirada a Marcelino—. Me voy a arreglar y regreso por ti, apúrate querida.

—¿Puedes sola?

—Si, no... no —soltó una sonrisa nerviosa—. Creo que necesito ayuda para abrir el armario.

William se asustó al entrar. Lo único que permanecía en su lugar eran los perfumes, maquillaje y las muñecas. Adornos de cristal yacían rotos en el suelo, la única foto que tenía con su padre estaba rota en pedacitos y el marco deshecho. Él sintió que un gran peso se le quitaba de encima, ya sabía a qué se debían los rasguños en las piernas de Charlotte. No había intentado cortarse después de todo.

—¿Qué hiciste para que no se pudiera abrir? —inquirió William después de haber intentado un par de veces—. Parece que está soldado.

—La azoté, creo que demasiado fuerte —comentó, con una voz tan tranquila como si estuviera diciendo lo más común de la vida.

—Bueno... vamos —jaló—. A ver... si puedo... ¡Ouch! —exclamó, la puerta se había destrabado y, por la fuerza, se estrelló contra su frente—. Servida, señorita.

—Gracias... ¿Eh? ¿William? —dijo siguiéndolo hasta la puerta del departamento. Marcelino ya había desaparecido. Abrió la boca, la cerró y volvió a abrirla. Will notó el nerviosismo, estaba jugando con sus dedos.

—¿Si?

—Te quiero —murmuró, sintiendo las mejillas arder y el corazón revivir—. Te quiero —repitió con los ojos haciéndose agua—. ¡Will, te quiero! —chilló rodeándolo con sus brazos delgados.

Will se quedó inmóvil. Dos palabras. Las dos palabras que nunca había escuchado decir a Charlotte, la chica cuyos sentimientos se leían en todo su cuerpo, pero nunca los decía. Esa chica fuerte, energética y encantadora a simple vista. La misma chica débil, emocional y llorona por dentro. Esa chica, a la que quería tanto, le acababa de decir las palabras que nunca pensó escuchar salir de su boquita. Una sorpresa que a cualquiera lo dejaría paralizado hasta haberse creído lo que dijo. La abrazó agradecido, jurando no dejarla ir.

Charlotte se quedó sola minutos después, cargada de nueva energía y con un motivo para ir a la fiesta. Se dio la ducha más larga de la historia, llenó la tina con líquidos con aroma a cereza y, cuando termino de enjuagarse, se metió a sus famosos "cinco minutos de relajación". Cerró los ojos, vació su mente y se sumergió en la paz y tranquilidad del agua. Solo una persona osaría interrumpirla. Marcelino.

—Apúrate, mujer, ya me fui, regrese y tú sigues bañándote. Tengo que ir por mi novia y su madre.

—¿Y a William? —preguntó saliendo de la tina.

—Nadie me dijo nada de él, supongo que va con su padre.

—Bueno... —dijo apareciendo con una toalla enrollada—. En cinco segundos me quitaré la toalla, estés aquí o no —Marcelino la vio con una mirada de pocos amigos—. Sabes que lo cumplo.

—Me lo has enseñado a la fuerza... —dijo yendo hacia la puerta—. Pero ni creas que alguien querría ver a una tabla, quizá William, pero él babea por ti.

—¡No estoy plana! ¡Soy copa B!

—El día que seas C dejaré de llamarte plana. Ahora arréglate que me voy en quince minutos.

Veinte minutos después, Charlotte se estaba valorando frente al espejo de cuerpo completo, con Marcelino apurándola detrás de ella. Lo único que no le convencía era la chaqueta blanca que se puso, sentía que opacaba el vestido, pero no podía ir sin algo que la abrigara. Sin darse cuenta, Marcelino movió la mano de tal forma que a través del espejo parecía que señaló la cola de gato blanca, que colgaba del perchero, entre los sombreros.

Rodeó a su hermano, dejándolo hablando solo, y descolgó la prenda.

—¿Qué tal? ¿Mejor que con la chaqueta? —preguntó, interrumpiendo el discurso de porqué debería de llegar temprano por su novia.

—Mejor, si. ¿Ya podemos irnos?

—Si, creo... ¿no se me olvida nada?

—¿Tienes tu cabeza? —inocentemente, Charlotte llevó su mano a su cabeza y asintió. Marcelino rio, feliz de verla bien de nuevo, pero temiendo que terminara demasiado pronto—. Tienes todo.

Marcelino siguió haciéndola reír el resto del camino, Allison sabía lo que sucedía por ambas fuentes y también ayudo a que mantuviera esa sonrisa risueña hasta que no se pudo más. Palideció inmediatamente en cuanto atravesaron el portón de entrada a la casa Lennox. Había autos conocidos, entre ellos el Mustang cobre de Brad y los carros último modelo de los gemelos Lennox y Mauricio. No vio por ninguna parte el de William, lo que hizo que se pusiera muy nerviosa.

—Todo estará bien —dijo la señora Green, poniendo una mano sobre la de la chica. Charlotte sonrió tímidamente.

Justo en la entrada, la esperaba Oliver Scott hijo. Tan guapo y presentable en ese traje que llevaba como cualquier otro chico normal. Charlotte salió del auto con la arrogancia heredada de su padre, la que solo salía a relucir con los que ella quería. Oliver se acercó, seguramente por orden dado que no se veía muy convencido, a saludarla. La muchacha lo miró con unos filosos azules, trasmitiéndole un mensaje que cualquiera, conociéndola, hubiera entendido claramente. "No te acerques" decía.

—Charlotte, te hoy te ves hermosa —dijo, escaneándola con la mirada. A Charlotte le dio asco, se sentía desnuda bajo esos ojos azulados.

—¿No siempre estoy hermosa? —preguntó pasando a su lado sin detenerse.

—Te presento a Charlotte Lennox —comentó Marcelino con su novia agarrada de la cintura—. Felicidades, tienes una fiera para domar. Yo que tu abortaría la misión.

¿Por qué le decía exactamente lo mismo que Brad y William? Había discutido una vez con ella, pero igual la vio tranquila. Debía de ser fácil mantenerla así, pensó entrando a la casa. Estuvo observando a Charlotte desde lejos, platicaba con Allison Gallagher y la hermana de Brad. William, mientras tanto, saludaba a unos amigos de su padre, acompañado de un hombre que no conocía, pero por el físico diría que se trataba de Robert Gallagher.

Will seguía a Charlotte con la mirada. Al verla llegar hubiera querido ir corriendo a su encuentro, ver la belleza en la que se había arreglado ese día. Elegante y seductora, eligiendo los colores que mejor le quedaban, rojo y blanco. El cabello lo llevaba suelto, danzando a cada paso que daba. Siempre con la barbilla en alto, sonriendo lo mínimo y asesinando con la mirada a su padre y a su futuro suegro cada vez que estos la miraban. ¿Cómo le hizo para renacer de las cenizas? ¿Sería acaso un fénix? Cualquiera la hubiera confundido por una pordiosera hace menos de dos horas, ahora era la princesa de la noche, rodeada de sus damas de compañía y caballeros cercanos.

El pendiente del muchacho era Oliver, pero una vez que vio a Brad rondando a unos cuantos metros de ella con Marcus y Máximo Lennox, se sintió más tranquilo. Charlotte estaba custodiada por los guardaespaldas más efectivos.

Lo que iba a ser una noche familiar, Rosa lo convirtió en una noche apta para hacer negocios. En vez de invitar a los amigos y familias más cercanas, invitó a la mayor parte de todos los que tenían algo que ver. Incluyendo a su familia, los Preston. Así terminaron teniendo bajo el mismo techo a los líderes de cuatro grandes empresas: Bernard Lennox, Oliver Scott, al recién llegado de Japón, Robert Gallagher y al padre de Brad, Malcom Preston. Todos ellos con sus respectivas familias.

A Oliver comenzaba a darle miedo el hecho de tener en su contra a todos los chicos de esas familias, sobre todo los Lennox, porque, aunque no se lo hubieran dicho, era seguro que Claudio Lennox le rompería la cara en cuanto tuviera la oportunidad de salir de la vigilancia de su padre. Ni qué decir de los demás, con Claudio tenía para rato tanto en la universidad como fuera de ella.

Al regresar de sus pensamientos, no encontró a Charlotte por ninguna parte. William había desaparecido igual. Soltó un suspiro, por más que fueran comprometidos, sabía que Charlotte le sería fiel a sus sentimientos. Los cuales no estaban ligados a él. Su padre lo había dicho cuando le informó del compromiso, su mayor rival sería la persona al que el corazón de Charlotte reconociera como su dueño, su captor. Y estaba claro, desde el incidente en el restaurant la primera vez que salieron, que William no la dejaría ir con facilidad.

—¡Te estuve buscando! —escuchó que una voz femenina, llena de alegría, casi brillante por sí sola, decía entre las sombras, oculta entre los pilares.

—Perdón, estaba saludando a los socios de mi padre y como estaba bajo el ojo de él, no pude escaparme hasta ahorita —durante unos segundos Oliver no alcanzó a escuchar más. La joven pareja no—oficial intercambiaban miradas de complicidad—. Toma.

Charlotte recibió una bolsita de seda blanca, miró a William con curiosidad, sonrió y jaló de los extremos del pequeño lacito. Un gritito de emoción salió de su boca. Sacó el hilo de plata que se escondía entre los pliegues. Se llevó la mano a la boca al verlo por completo. No era tonta, era una belleza carísima.

—Es... es hermoso —comentó fascinada por la cadena de plata con un dije colgando—. ¿Es jade? —preguntó fijándose en el dije, eran una "C" y una "W" del mismo material que la cadena, unidas por un arito de piedra verde.

—Si —Charlotte lo observó aún más de cerca, haciendo reír al muchacho—. Vas a quedar bizca —comentó poniendo sus manos en la cinturita de la chica, olvidando completamente dónde estaba y con quienes a su alrededor—. Me alegra que te haya gustado, pensé que no llegaría a tiempo —confesó William, Charlotte se puso de espaldas para que le pusiera el collar. Will apartó la cola de gato que rodeaba esa parte del cuello, dejando a la vista su piel lechosa, con un olor a cereza—. Voltéate para verte de frente... Oh... te queda hermoso.

Charlotte rio entre dientes.

—Vamos al País de Nunca Jamas, Wiliam Gallagher —dijo Charlotte ofreciéndole su mano, tan acolchonada como la patita de un gatito.

—Alguien ve mucho Disney.

—¡Oh, no! Solo adoro los juegos y películas de mi época —ambos sonrieron.

—¿Entonces estas vieja?

—¡William! —gritó capturando la mano del muchacho, mucho más grande que la propia, antes de que terminara de hacer el viaje lento hacia su mano. William la estaba fregando, "sacándole sonrisas", diría él.

—Eso dijiste.

Se fugaron... al jardín. Cruzaron la puerta principal tomados de la mano, ignorando a las personas que llegaban tarde, ignorando a la señora Daisy. La abuela reconoció a su nieta a la distancia, no se le hizo extraño verla pasar sin que se diera cuenta de tan antigua presencia. Escudriñó a la pareja con interés. Alzó una ceja, él no era Oliver Scott y Charlotte no se veía precisamente en plan de solo amistad con el chico Gallagher. La primera duda se sembró en el experimentado cerebro de la abuela.

—¿Quién es el chico con el que está tu hermana? —preguntó después de saludar a su nieto. Claudio se puso rígido—. Claudio, no tienes porqué ponerte nervioso. ¿Quién es, hijo?

—William Gallagher, el hijo de Robert —respondió el muchacho en voz baja. Daisy abrió los ojos como platos.

—Oh, Dios. ¿No pueden ser más similares madre e hija? —murmuró entre dientes. Sonrió recordando a su hija.

—¿Por qué lo dices, abuela?

La señora le hizo señas a su nieto para que la siguiera a un rincón menos concurrido. Lo invitó a sentarse en los sillones.

—Te aviso que no soy supersticiosa —empezó, Claudio sonrió, divertido. Su abuela era la persona más supersticiosa en el mundo, siempre con un salero en su bolsa—. Pero esos dos están destinados a estar juntos —dijo con tranquilidad.

—Explícame por qué —pidió. Daisy bajó la vista a su pequeña bolsa, se quitó los lentes y buscó un pequeño álbum de fotos que siempre llevaba, no eran más grande ni gordo que un celular, incluso más pequeño.

—Wait a second —dijo Claudio sin creer lo que veía, definitivamente la imagen que le entregó lo sacó de balance—. ¿Son Charlotte y William...? ¿Cómo?

—No, hijo, ¿tu hermana vestiría tan pasado de moda? No, no, no, son tu madre y Robert.

—¿Ellos...? ¿Cuándo?

—En universidad y estoy segura que de no haber aparecido tu padre, ella se hubiera casado a la larga con él. Lo amaba, era su luna y sus estrellas. Él era todo un caballero, apuesto como su hijo, igualitos los dos —los ojos se le llenaban de lágrimas cada vez que hablaba de su difunta hija y del amor que dejo pasar—. Pero llegó tu padre, fue la primera vez que la vi tan confundida, la segunda fue cuando Bernard la dejó por otra y al poco tiempo se casaron, esto enfureció a Robert, aunque no tuvo por qué, ya habían terminado desde hace tiempo. Al final la mujer lo dejó, a tu padre, con todo e hijos.

—¿Entonces cómo se casaron de nuevo?

—Bernard es un rompecorazones, tiene experiencia. Al poco tiempo se reencontraron y se casaron. Y la historia se acabó.

—¿Mamá quería a Robert?

—¡Lo amaba! No creo que haya querido tanto a Bernard, pero fueron felices el tiempo que duró —un minuto de silencio—. ¡¿Qué barbaridades te estoy diciendo?! Hablando mal de tu padre, tendré que ir a confesarme.

—Estás loca abuela...

Charlotte condujo a William entre la oscuridad, dos veces estuvo a punto de caerse ya que los tacones se hundían en el pasto. Ambas veces William la cachó riendo, la llamó "niña 'torpe' mala". Encontraron el trampolín, parecía que los llamaba. La tentación fue demasiado grande, ¿quién los vería? Apenas y había un poco de luz para verse. A la distancia nadie los vería. Se sacaron los zapatos, Charlotte dejó en la orilla la cola de gato, William se aflojó la corbata y a lado de la cola de gato puso su saco.

—¡Me voy a matar! —exclamó Charlotte brincando tan fuerte, que superaba la altura de la red.

—Eres una exagerada... ¡y dramática también!

—¡Me amas, William Gallagher, me amas y me deseas! —brincó en dirección del castaño.

—¿Quién ha dicho lo contrario? —le susurró al oído.

—¿Entonces ibas a venir, viniera yo o no? —preguntó, cambiando de tema.

—Sep, nos invitaron por ser la familia de Allison.

—¡Oh, no! Rosa los hubiera invitado de todas formas —comentó Charlotte, dejándose caer. Rebotó varias veces antes de quedar sentada, con el vestido perfectamente extendido alrededor de ella—. Están hasta los que no deberían. Parece una fiesta de empresarios, no de familia.

—¿Te gusta tu vida? Sin contar lo del compromiso y eso —se interesó, se sentó enfrente de ella. Tomó sus manos y empezó a dibujar las líneas de sus manos.

—No del todo, ya sabes, siempre hay algo que no te gusta. Adoro a mis hermanos, son lo máximo que me ha pasado en mi vida, no te ofendas, y los mayores me han ayudado y crecí con ellos... pero... creo que si me gustaría una vida más... ¿normal sería la palabra? Tranquila no, pero sin tantos problemas y que no todo ronde alrededor de las empresas y la medicina y todo eso. ¿Me explico?

—Creo que te he captado.

—¿Y a ti, Will, te gusta tu vida? —preguntó, pasándole una mano por el contorno de su rostro. Sus ojos azul puro prendidos a las gemas verdes de William, exactamente del color del jade.

—Solo cambiaría que en un futuro fueras mía y no de Scott —dijo, poniendo su mano encima de la de Charlotte, a la altura de la mejilla—. Que fueras mi novia y no la prometida de otro.

Ambos corazones se habían disparado. El corazón bombeaba demasiada sangre por el cuerpo de Charlotte, si no se levantaba y comenzaba a brincar, sería muy notorio el cambio de blanco a rojo.

—Podríamos... ¿podríamos disfrutar el tiempo que me queda de soltera, juntos? —preguntó, ya daba saltos de aquí para allá, de allá para acá.

—¿Ignorando que estarás comprometida después de hoy? —Will la siguió, como un gato a un ratón. Ella brincaba hacia atrás, quedando los dos de frente.

—Lo anuncian, hasta que no vea un anillo en mi dedo no seré de nadie.

Charlotte frenó de golpe, William no se dio cuenta y cayó encima de ella. Charlotte ahogó un gritito, que llevó a William a apoyarse para quitar el peso de encima, pero sin salir de encima. La tenía acorralada. Cambió el peso a un brazo, otro brazo lo ocupó para quitar todo el pelo del rostro de la chica. Esas chapas rosadas las tenía que ver sin nada encima. Esperó a que abriera los ojos.

—¿Nos convertiremos en amantes, niña mala? —preguntó, acariciando los labios de Charlotte con los propios.

—Oh, no, pichoncito. No pienso ser amante de nadie, para eso he de estar casada antes.

—¿Engañaras a Oliver antes de casarte? —le dio un pequeño beso.

—No, no, ¿cómo voy a engañar a Oliver? Él es un juguete de mi padre, hay buscaré una forma de quitármelo de encima.

—Te darán un anillo...

—Ay, William, entiende la indirecta —divertida, lo besó, rodeando su cuello con sus brazos.

En algún momento, Charlotte invirtió la posición, quedando ella encima de William. Los mechones cayéndole como cortinas. ¡Par de enamorados! ¡No se vean como si se estuvieran comunicando! ¡Hablen, hablen! El ambiente era demasiado romántico como para no seguirse diciendo cursilerías o dándose esos apasionados besos acaba mundos que tanto adoraban darse.

—Charlotte, serías mi... —empezó William. Charlotte le puso un dedo en la boca, asustando a William. Poniéndolo como tomate, iba a cometer el error más grande de su vida. ¿Olvidaba que ella estaría comprometida, aunque no lo quisiera aceptar, después de ese día?

—Oh, no, me temo, pero no será así —dijo con una sonrisa en los labios—. William "pichoncito" "niño cursi" Gallagher, se mi novio... y no es una pregunta, es una orden de tu gran amor.

—Tenías que ser una general de división. A la siguiente no acepto órdenes. Por cierto, capté tú indirecta, la que no captó fue otra. Ese aro de jade es tu anillo, cuidadito y lo intentas sacar. No solo te mato yo, sino el que lo hizo.

—¡Oh, William! —exclamó, abrazándolo.

—¡Tortolos, los esperan adentro! —gritó Brad desde la terraza, interrumpiendo el momento anterior al beso—. ¡Felicidades por cierto! ¡Yo los apoyo!

—¡Oh, Brad! ¡Gracias!

—Deja tus "Oh, nombre de la persona" y dame mi beso —dijo William, imitando el tono de Charlotte. Sonrisa amplia, corazón contento. Olvidada la trágica situación en la que se encontraban.

Charlotte rio como niña pequeña para después darle el beso que tanto quería.

Adentro, todos escuchaban el discurso de agradecimiento por parte de Bernard Lennox, quien, en vista de que su hija no aparecía, se estaba echando el rollo del año. Charlotte y Will se abrieron paso entre los invitados, llegaron hasta adelante. A lado del padre de Charlotte estaban Scott hijo y padre, tranquilos como bebes recién alimentados. Al tiempo que pasaba la vista entre los invitados, también buscaba a su hija. Cuando la encontró, levantó una ceja en desaprobación. William la tenía bien agarrada por la cintura y ella tenía la cabeza recargada en su hombro.

La felicidad se había acabado en un abrir y cerrar de ojos, caras largas y tristes se veían entre las amistades de Charlotte. Detrás de la pareja estaban los hijos mayores de los Lennox y Brad.

—Charlotte —llamó Bernard.

La chica abrió los ojos con miedo, esperando que la regañara. Lo que decía la mirada del hombre era que fuera hasta ellos. La castaña miró a William con una expresión que decía "no me dejes", el sufrimiento era palpable y la tensión la cortabas con una tarjeta de crédito.

—Ve, todo estará bien.

A unos cuantos metros, Daisy observaba a su nieta completamente segura de que lo que se estaba orquestando traería un problema bastante grande. Se quedó en silencio, viendo cómo se desarrollaban las cosas.

—Hoy, dos grandes familias se unen bajo el compromiso de nuestros hijos —anunció Bernard. Oliver le sonrió a Charlotte, ella intentó hacer lo mismo, pero su atención estaba puesta en William—. Charlotte y Oliver.

La gente empezó a aplaudir, esperando algún gesto amoroso por parte de la pareja. Oliver había sido advertido, tenía que actuar rápido para ser convincente. Antes de que Charlotte se diera cuenta, él ya tenía su mano en la cintura y la estaba besando. Fue algo fuerte y molesto para ella, no estaba a su nivel, nunca lo estaría. Para sorpresa de todos, incluyendo los padres, la castaña se separó de golpe de Oliver con los ojos llameantes, roja de ira. Rápidamente, antes de que pudiera salir del shock, le estrelló la palma de su mano en la mejilla, dejando su mano plasmada.

—¡Cuidadito me vuelves a besar que te rompo la madre! —amenazó Charlotte, completamente fuera de sus casillas.

—¡Charlotte!

—¡No me toques! —gritó a su padre, mirándolo con los mismos ojos asesinos—. Cuidadito me llamas para darme ordenes, esto —lo apunto con el dedo—. Es tu culpa, a ver cómo me sacas de esta que yo no pienso casarme con un niñato.

—¡No me hables así, señorita! ¡Soy tu padre! —vociferó, atrapándola por las muñecas.

—Dejaste de serlo el día que te rendiste con Paulette —masculló Charlotte, usando toda la fuerza para salirse del agarre. Sin dedicarle ni una sola mirada a los Scott ni a los invitados, se encaminó a donde estaban sus hermanos y los dos muchachos—. William, sácame de aquí.

Los invitados murmuraban. ¿Qué estaba sucediendo? Nada iba bien. La familia Scott comenzaba a armar revuelo por el "mal trato" que le dio a Oliver. Robert Gallagher sonreía con descaro, preparándose para fugarse en cuanto su hijo saliera de ahí. Los Preston armaban sus posturas. Y los Lennox... los mayores salían abriéndole paso a su hermana. Nadie más se movía, excepto una viejita de pelo canoso, vestida de verde menta. Salió a la luz dando un par de pasos, apoyándose en su bastón.

—Bernard —lo llamó Daisy, con seriedad—. Hay que hablar.

Palabras suficientes para ponerle los pelos de punta a Bernard Lennox.


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