Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XI


—L-lo siento, no puedo —había dicho Charlotte segundos atrás justo cuando el favorito de la noche llevaba la mano a su espalda para quitarle el sujetador—. Francis, quítate de encima. Lo digo en serio —dijo empujándolo del pecho. El muchacho la miraba, ella leyó la confusión.

—¿Ya no soy suficiente para ti como hace dos meses? —inquirió, se comenzó a vestir de mala gana.

—Probablemente, pero no es eso. Simplemente esta noche no puedo —mintió.

Sin el mínimo rastro de pena, se bajó de la cama, recogió su ropa del suelo al tiempo que se la iba poniendo. Se miró las manos como si ellas tuvieran la respuesta de lo que le sucedía. Al entrar a la habitación estaba segura de querer hacerlo, llevaba tiempo sin tener una noche intensa. Al estar en la cama, recibiendo besos sobre su fina piel, empezó a sentir un sentimiento que no supo cómo llamarlo. Algo en su interior se oscurecía más por cada beso que aceptaba, como si una tristeza inmensa se apoderara de ella.

No sintió esa euforia; no disfrutó, sino al contrario, estuvo siendo torturada por una fuerza invisible. Y varias veces vio una cara que le dejaba los pelos de la nuca crispados, un rostro oculto por sombras distintas cada vez que aparecía. Así permitió que le quitara la ropa, devolvía sin la intensidad normal los besos del muchacho. Él ni por enterado se dio. Fue hasta que sintió la mano rozarle la espalda y su corazón se contrajo de una manera muy peculiar que las sombras que tapaban parcialmente la cara se desvanecieron, dejando ver un William triste y decepcionado.

En ese momento había parado su mundo, ¿qué demonios hacia ese rostro acompañándola en momentos como ese? Tampoco quería una respuesta. Había abierto la boca y hablado, Francis tendría que entender que no se puede si la mujer no quiere. Francis era de los juguetes de Charlotte, unos cuantos más igual lo eran al final de las fiestas. La diferencia era que no lo frecuentaba tanto, no era el mejor de todos... y parecía saberlo por la frustración que dejaba filtrarse por sus poros.

—¿Hay una persona? —dijo Francis abriéndole la puerta del departamento. Charlotte se le quedó viendo al no entender a que se refería—. Si te gusta alguien, me refiero. ¿Brad o el chico de la tocada en casa de Priscila?

—No, no, nadie, Francis —contestó apoyándose en el marco de la puerta—. No te cambio por otro, pichoncito —le dio un beso de piquito—. Solo no puedo hoy.

—Eres una perra, ¿sabías? Llevar a un hombre hasta ese punto y terminar como si nada —comentó Francis viendo por el pasillo.

—Supongo que estoy acostumbrada.

Charlotte se debatió entre llamar a Paolo o llamar un taxi. Si optaba por la primera opción despertaría al chofer; con la segunda gastaría más dinero de lo que quería. Optó por la segunda por el bien del sueño de Paolo. El conductor no paró de hablar en todo el trayecto, alrededor de diez o quince minutos. Vitoreo internamente al bajarse del coche amarillo. No más chismes sin interés para ella.

La noche aun no llegaba a su fin para Charlotte. Le quitó el candado a su motocicleta, comprobó que seguía prendiendo. Se puso el casco y volvió a salir a la calle.

En esta ocasión no fue a la carretera para sentir la velocidad mezclada con la adrenalina, las calles al estar más tranquilas que de costumbre eran perfectas para eso. Conforme pasaba el tiempo, Charlotte iba bajando la velocidad. Al llegar a un semáforo se dio cuenta que no sabía a ciencia cierta dónde estaba parada. El rumbo era bonito, lleno de residencias adornadas con flores y altos árboles. Manejar por ahí fue un tranquilizante para ella hasta llegar al parque.

¿Cuántas eran las posibilidades de ver a tu mejor amiga en una escena empalagosa a las dos de la mañana en un parque por el que no sueles pasar? ¿Menos de la mitad? Pues Charlotte estuvo dentro de esa pequeña cantidad. Hasta aminoró para ver con mayor nitidez y no un borrón por el movimiento. Al principio estaba dudosa de si era o no su amiga, pero esas pequeñas facciones no se veían cualquier lugar. Milagro fue no haberse caído al reconocer a la otra pareja, tardó más que con Felicia, eso es verdad, aun así la sorpresa de ver al castaño besando a su mejor amiga con tanta delicadeza y suavidad fue mayor de la que hubiera esperado. Todas sus reacciones no se las esperaba, sobre todo ese golpe al estomago que sintió haber recibido. Al final se llevó la mano a la boca para evitar que un grito de sorpresa escapara de su boca.

William y Felicia. ¿Por qué no lo sabía? ¿Por qué no se lo había dicho Felicia? Ella lo había besado en sus narices, había apostado con él... de haber sabido que la pelinegra estaba interesada en él no lo hubiera hecho, ¡era su amiga! Primero esta ella y luego los hombres. Fue un golpe muy grande para ella. ¿Por qué le afectaba tanto?, se preguntaba de camino a casa.

Al lunes siguiente Felicia faltó al colegio, dijo que tenía un asunto familiar que atender y se fue a Chicago muy temprano. Su ausencia no fue de gran tranquilidad para Charlotte, al menos no tendría que verle la cara por un día. Creyó que sería suficiente tiempo para poner un alto con William, porque no pensaba seguir jugando nada si los sentimientos de Felicia podían salir heridos. Mantuvo sus ojos ocupados en un libro cada vez que terminaba los ejercicios, no tenía ganas de alborotar al mundo en ese día, suficiente alborotado estaba su interior como para hacerlo externo.

Kristina intentó hacerla hablar. Priscila casi no creía que Charlotte no estaba brincando de un lado al otro del salón, lo que le permitía ser el centro de atención del día. Pasaron las horas, los maestros se dieron cuenta del silencio de Charlotte. Solo uno la llamó al pasillo.

—¿Todo bien, Charlotte? —pregunto el maestro de lengua.

—Sí.

—¿Segura? ¿Por qué siento que tu silencio no es normal?

—Me duele la garganta, estuve a la intemperie y me hace mal —explicó, lo primero sería mentira, lo segundo verdad y lo tercero mentira. Suficiente para que el maestro la dejara regresar al salón.

El timbre tocó tan puntual como siempre. Will salió del salón antes que todos. Charlotte se quedó sentada en su lugar hasta ser la última del salón. Ya era hora, se dijo. Ensayó mentalmente las palabras que le diría a William, hasta pensarlas se le hacía difícil. A cualquier otro podría decirle hasta de que se iba morir, pero no le podía decir a William que sabía lo suyo con Felicia... suspiró fuertemente, había llegado a su destino.

—¡Charlotte! ¡Perfecto, has llegado! Iba a mandar a William a buscarte —dijo la hermana Salma tan llena de alegría como siempre.

—Tuve algo que hacer —mintió. Se dijo que debía dejar de hacerlo, terminaría siendo costumbre inventarse algo para salirse de problemas.

—Ayuda a recoger las hojas secas a William, son demasiadas para uno solo y el pobre dijo que lo haría sin problemas, pero no creo que pueda terminar en dos horas —Si él dijo que podía debería dejarlo, pensó Charlotte cansada del día que llevaba.

—Okay.

William la recibió con una sonrisa, fue desapareciendo poco a poco cuando Charlotte lo ignoró. La chica se encargó de las hojas caídas en el extremo contrario, por lo que no hablaron. Y aunque William lo intentó ella lo ignoró rotundamente. Hacia como si no estuviera ahí, eso lo hacía sentirse un cachorrito abandonado. ¿De cuándo a la fecha William Gallagher necesitaba la atención de Charlotte Lennox? La simple idea le aterraba, necesitar la atención de una chica tan desesperadamente no era un buen signo.

—¿Qué hacen? —preguntó Leonardo, ya se había cambiado a la ropa deportiva para la clase de tenis a la que iba.

—¿No ves? Recogiendo y barriendo las hojas —respondió de mala gana la castaña.

—¡Dale, muérdeme! —rezongó el rubio.

—Esta de mal humor, entiéndela. Las hormonas adolescentes.

—¡William! —exclamó Charlotte instantáneamente.

—¿Ya me hablas? —se arrepintió de haber hablado, Charlotte le dedicó una mirada asesina y regresó a su trabajo—. Mujeres.

—¿Qué le hiciste? ¿La volviste a hacer molestar? —William se encogió de hombros, no tenía la menor sospecha de lo que pudo hacerla tratarlo de esa manera—. Suerte, que no se maten.

Will vio las hojas anaranjadas con curiosidad, luego a Charlotte. Suspiraba constantemente de nuevo. Se le ocurrió que podría hacer un pequeño juego para distraerla un poco. El problema consistía en qué usaría para realizarlo, estaban en el jardín. Imposible lanzarle una piedra, eso la enfurecería y quedaría allí rodeado de un charco de sangre. Si hubiera estado nevando una guerra de bolas blancas no hubiera sido mala idea, pero no estaba nevando. Solo contaba con un montón de hojas quebradizas.

Lanzó la primera bola compacta de hojas. Al chocar con Charlotte se deshizo.

—¡William! —gritó volteándose, a Will le record a una leona furiosa. Espero que le tocara una buena paliza, pero recibió una avalancha de bolas de hojas.

—¡Ey! ¡Me voy a ahogar con tanta hoja!

—¡Eres un exagerado!

—¿Y si una entra a mi boca y se traba en mi garganta? ¡Moriré y será tu culpa! —dijo William acompañado de gestos y muecas.

—¡Mejor! ¡Tú te lo habrás buscado! —ya preparaba otra bola para lanzarla.

—Lloraras mi perdida —hizo como si se quitara una lagrima del ojo.

—¡Que Felicia lo haga! —gritó enfurecida. Lanzó la bola. William la esquivó.

Will se quedó inmóvil sin saber qué hacer. ¿Felicia? ¿Qué tenía que ver ella?, pensó el castaño cerrando los puños. Decidió que ya era hora de hablar seriamente con Charlotte, a una corta distancia, sin estar gritando. Llegar hasta donde ella estaba fue un reto, no solamente le lanzaba bolas de hojas, sino que algunas tenían frutos o roquitas en ellas por accidente. Él también le tiraba, pero en menos cantidad. Su objetivo era llegar hasta ella, no aplastarla con bolas como parecía ser el de ella.

—Ya es suficiente, me rindo —dijo alzando las manos.

—¡No te vayas a acercar! —William no entendía, como de costumbre, su comportamiento. ¿Qué había hecho? La ansiedad lo comenzaba a abordar. No quería estar en mal términos con ella, podría soportarlo con cualquier otra, pero no con ella. Le gustaba la relación que tenían hasta el momento, no deseaba arruinarla.

—¿Qué hice? —preguntó, no dejó de acercarse. Cerraba los ojos cada vez que una bola daba contra él. Varias veces escupió un par de hojas.

—¡¿Cómo que qué hiciste?! —gritó histérica, estuvo a una de quitarse el zapato y lanzárselo—. ¡Eres un maldito mujeriego!

—Eso ya lo sé, dime algo que no sepa —error número dos, Charlotte lo pudo haber asesinado de haber tenido balas en los ojos. La chica soltó un grito de frustración, ¿por qué no simplemente le dijo las líneas estudiadas? Ahora ya no podía, el escenario era distinto del esperado, como siempre.

—¡Eres un sínico! ¡Piénsale un poco!

—No das muchas pistas, ¿qué hice, Charlotte? ¿Qué hice que te molestó tanto? —insistió William cada vez más cerca de ella. Percibió que las manos de Charlotte temblaban, se mordía el labio inferior. Iba a colapsar en gritos, llanto y desesperación en cuestión de minutos. ¿Qué sentimientos eran los que prevalecían en ella? ¿Qué era tan fuerte como para dejarla en ese estado?

—No puedo contigo, Will, no puedo —dijo por fin, se dejó caer entre un montón de hojas que amortiguaron la caída—. Hacemos una apuesta, eres encantador conmigo, me besas... ¡me besas enfrente de Felicia! —cada vez elevaba más la voz. William había llegado hasta ella y la miraba desde arriba, al decir lo último ella alzó la vista hacia él.

Si no murió fue porque su corazón seguía latiendo. Charlotte, la niña fuerte, había colapsado ante sus ojos. Al parecer por su culpa.

—¡Y luego... y luego...! —los hipidos le impedían seguir hablando, se obligó a respirar profundamente—. ¡Los vi! ¡Besándose en el parque el otro día! ¡¿Por qué?! ¡Es mi amiga! ¡No puedes besar a una y luego a la otra!

—¿De qué hablas? —se puso de rodillas, quedando a su nivel.

—¡Por favor, William! No te hagas, los vi —llevó sus manos al frente, protegiéndose de cualquier cosa que podría suceder.

—Te juro que no era yo —se acercó más, Charlotte estiró las manos en un intento de evitar que se acercara más, pero él la tomo por las muñecas—. No he besado a nadie desde la tocada, solo a ti —decir eso le hizo sonrojarse—. El fin de semana ni siquiera estuve aquí, me fui a la playa —dejó libres las manos de la chica y buscó en su celular una foto, Charlotte checó la fecha en que fue tomada. Decía la verdad—. No tengo ni el mínimo interés en Felicia, no la he besado ni pienso hacerlo. ¿Te queda claro?

—Yo... Will, lo siento —el muchacho le despeinó el pelo.

William se paró y extendió una mano a Charlotte, no dudo en aceptarla. Las piernas le hormigueaban, aun así se soltó inmediatamente a haberse puesto de pie. Dio un paso y se tabaleó, Will, como quinientas veces en los últimos días, la sostuvo con fuerza. Aprovechó tenerla agarrada para llevarla contra su pecho y acorralarla entre sus brazos. El corazón de Charlotte iba bastante rápido, pero el propio iba aun más rápido. Deseó que ella no se diera cuenta.

—¿Por qué te afectó tanto haber creído verme? —susurró en la oreja con una voz seductiva. Charlotte se estremeció—. No me salgas con el "es mi amiga", porque no es la verdad, al menos no toda.

—Solo era eso.

—No hubieras hecho un show como este, no hubieras intentado mantenerme lejos... no hubieras llorado, no hubieras temblado —listó William llevando una mano al cabello sedoso de Charlotte—. No estarías sonrojada ahorita y tu pulso no sería tan rápido, por ende tu corazón va rápido. ¿Es que ya gané la apuesta?

—¡NO! ¡No me gusta nadie y menos tú! —luchó por zafarse del agarre, pero no lo consiguió. Sin querer, su mano fue a parar a su pecho, a la altura de su corazón. Abrió los ojos como platos al sentir el latir tan rápido—. ¿Y tu William, te gusto? Tu corazón igual va rápido —cuestionó usando el mismo tono que él.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro