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Charlotte no se dio por enterada de las fuertes lluvias que cayeron en la ciudad, que inundaron el estacionamiento y desbordó el río en algunas zonas lejanas de la ciudad. Su celular había sonado cada cinco minutos durante todo el resto del sábado, el domingo lo puso en vibratorio. Felicia llamó por la tarde del domingo, no respondió. Tiró el celular sobre la cama, se deslizó hasta caer al suelo. Lo sentía por ella, quería estar en silencio, sin nadie haciendo preguntas.

El único ruido que permitía era el de la televisión, solo para no sentirse completamente sola. En otra ocasión hubiera dejado que sus hermanos entraran, Marcus y Máximo intentarían llenarla de besos y abrazos, mientras que Marcelino le prepararía un pequeño pastel de chocolate y Claudio preparaba todo para una noche de películas cómicas. Con todo eso se suponía que le levantaban el ánimo cuando estaba caído. En esta ocasión no estaba solamente caído, sino estaba anclado al fondo de la tierra sin ganas de volver a su estado normal hasta luna llena.

Si por Charlotte hubiera sido no hubiera salido hasta dentro de mil años, cuando fuera polvo y nadie la molestara ni le dijera cosas. Sin embargo, era imposible que faltara a la escuela, todo se pondría peor, además no estaría formalmente en la escuela, sino en una visita al parque de diversiones que no conocía. Seguramente los soltarían por el lugar y nadie sería capaz de obligarla a estar en grupitos si no quería, cosa que haría sin duda alguna.

Felicia recogió a la castaña, "preocupada" pudo haber sido su segundo nombre en ese momento. No hizo preguntas, se limitó a señalar su vestuario del día. Ahí Charlotte cayó en cuenta de que las palabras de su padre le llegaron más al fondo de lo que pensó. Resopló para sí misma, ¿qué hacia? ¿dónde tenía la cabeza? Ciertamente no con ella. Con ese atuendo casual parecía que iba a salir al parque con su padre, ¿cómo se le ocurrió ponerse un vestido para ir al parque de diversiones? No dejó que eso le molestara mucho, empezó a hablar del tráfico imaginario.

—Llegan justo a tiempo —les dijo la maestra, marcó ambos nombres con un puntito en la columna de asistencia.

—Eso parece —murmuró Charlotte sin ganas, subió al autobús seguida de su amiga.

Tomaron los únicos dos asientos vacíos. Los peores dos asientos para la chica. Adelante tenía a Priscila y a Kristina, a la pobre chica no dejaba de atormentarla Priscila contándole su maravilloso fin de semana, que William le había guiñado un ojo mientras jugaban una mezcla de "yo nunca, nunca". Atrás a un par de chicas muy estudiosas que no dejaban de hablar de los exámenes y proyectos a entregar próximamente. Charlotte se acomodó en su asiento y puso la vista en la ventanilla, no quería oír ni una pizca de ninguna de las dos conversaciones, menos del alboroto causado por los varones en la parte trasera del camión.

Se quedó dormida, la cabeza se ladeó, terminando completamente apoyada en el vidrio.

Su plan fue arruinado desde un principio. Felicia se aferró a su brazo cuando una manada de gente venía en su dirección y no se soltó a partir de ese momento hasta más adelante. Felicia decidió que subirían a la montaña rusa más grande del lugar. A Charlotte casi se le caen los calzones cuando vio la altura a la que estarían, un poco más y tocaba las nubes según ella. Rogó no subirse, intentó convencerla de mil maneras consiguiéndolo por poquito. Felicia se pensó dos veces lo que diría antes de hablar y terminó insistiendo en subirse.

—Además ya tenemos los boletos —le restregó los dos papeles rectangulares por la nariz.

—¡Noo! —gritaba varias veces mientras Felicia la arrastraba al juego. Gracias al pase que les dieron no tuvieron que esperar, las subieron directo—. No, Feli, no —dijo Charlotte viendo que la pelinegra la llevaba hasta los primeros asientos del carrito. Hasta mero adelante, las primeras en ver y sentir todo. Si algo salía mal, ellas serían las primeras en pasar al otro mundo.

Más tarde la veríamos gritando en las curvas más veloces, en las bajadas mortales y giros de vértigo. No gritando de miedo, sino de diversión. Las manos al aire dejando ser llevadas por la fuerza. Todo iba bien hasta que llegaron a la cima de la montaña rusa, el miedo se apoderó de Charlotte, palideció y sintió como se le bajaban las energías velozmente. Bajó del carrito con las piernas temblando y siendo ayudada por Feli y una persona desconocida a llegar hasta una banca. Una persona más le entregó una lata de Coca—Cola.

—¿Estas mejor? —preguntó Felicia a su lado abriendo la lata.

—Si, creo que si —respondió, le dio un trago al refresco.

—¿Qué le sucedió? —preguntó Leonardo, quien pasaba por allí acompañado de los otros dos muchachos.

—Se le bajó el azúcar en el Crack —este era el nombre de la montaña rusa.

—¿Ya está bien? —se interesó Nicholas para sorpresa de las chicas, de los tres chicos, él era el que menos hablaba con Charlotte, el que menos parecía interesarse en ella.

—Si... ya estoy bien —dijo Charlotte sin mirar a nadie. Sentía tantas miradas sobre ella, no solamente de sus amigos, que le era incomodo. Antes de que alguno saliera con el plan de ir a algún lugar, volvió a hablar—. Voy al tocador, ya regreso —se paró y se encaminó, Felicia hizo como si quisiera acompañarla, pero William la tomó del brazo.

—¿Qué sucede?

—No creo que tenga ganas de estar rodeada de gente, ya regresará luego —él también se fue, alegando tener que hacer una llamada muy importante.

—No le creo —comentó Felicia de brazos cruzados.

—Ni yo —dijo Leonardo viendo en la misma dirección que la pelinegra.

Si bien Charlotte fue al tocador, fue únicamente para verse en el espejo, comprobar que no estaba tan despeinada ni pálida. Aprovechó el tiempo a solas para hablar con Marcelino sobre lo sucedido el fin de semana, le relató de principio a fin la plática. Imposible evitar que unas perlitas transparentes no salieran de sus ojos, agradeció haberse puesto maquillaje a prueba de agua, de otra forma parecería mapache.

Marcelino la apoyaba a morir, desde pequeños fueron muy cercanos, así que entendía a Charlotte perfectamente bien en ese momento. Aun más que su propio hermano de la misma madre, pues los hermanos con inicial "M" no compartían la misma madre que ella y Claudio. Esa diferencia jamás fue importante en la familia. Ellos eran hermanos y punto.

—Tranquila, Lottie —le dijo con ternura. Charlotte sintió como si lo tuviera con ella, dándole un fuerte abrazo—. En casos como este, no te encierres. Recuerda que tienes hermanos en los que puedes confiar.

—Si, gracias, Marce.

Decidió que ya estaba lo suficientemente bien para salir y encontrarse con los chicos nuevamente. Al salir, la luz le deslumbró; tuvo que taparse los ojos por unos instantes, poco a poco fue viendo con mayor claridad. Se encontró con una curiosa tienda de caramelos, estaba decorada de dulces y galletas. Le recordó a la casa de la bruja en Hanzel y Gretel que le describieron varias veces de pequeña.

Llenó su bolsa de los dulces más extraños, caramelos con crema de avellana en el centro, galletas con chocolate rosado metálico y un sinfín de cosas más. La pura engordadera, luego la veríamos en el gimnasio bajando los kilos subidos, aunque eso no le haría mal con lo flaca que estaba.

William casi pasó desapercibido con el enorme sobrero verde que le cubría el rostro y el reloj dorado que observaba con disimulada atención, ambas cosas recién adquiridas y no todas para él. Cuando tuvo a Charlotte tan cerca como quería, se quitó el sobrero y lo dejó acomodarse sobre su cabeza. La chica pegó un gritito de sorpresa, agarró lo que le había puesto alguien aun desconocido para ella y se giró en la dirección en que sintió que se lo puso la persona.

—¡Tu! ¡De nuevo! ¿Me estas siguiendo? —preguntó cruzándose de brazos, el sombrero quedó colgando de una de sus manos.

—No sé, creo que no —respondió haciéndose al inocente—. ¿Me estas siguiendo tu? —Charlotte comenzaba a irritarse, William debía de saber perfectamente que no estaba de humor para sus jueguitos al haber estado el sábado en el lugar de los hechos. Captó el mensaje, milagrosamente—. Okay, Okay, entiendo.

—Explica, ¿por qué me seguiste? ¿Eres algún tipo de acosador? Además, ¿de dónde sacaste tanta cosa?

—Por ahí encontré un rincón de Alicia en el País de las Maravillas —dijo ignorando el primer par de preguntas. La expresión de Charlotte cambio por completo a la de una niña pequeña a la que le dicen que verá a Santa. William se sintió bien por dentro, al mismo tiempo tuvo la impresión de ser arrastrado hacia un sitio conocido, lleno de cosas color de rosa, corazones y felicidad pura—. ¿Qué me das por llevarte?

—Puedo ir sola, debe de estar en el mapa.

—No está, es un lugar nuevo —rezongó el muchacho buscando alguna forma de que accediera.

—Entonces preguntaré.

—No te dirán.

—¡¿Cómo que no me dirán?! ¡Es su trabajo! —William torció la boca, no ganaría nunca nada por llevarla. Mejor rendirse y llevarla por la recompensa de nada.

—¿Sabes Charlotte? Eres demasiado obstinada —Charlotte hizo una reverencia de película de princesas. William le tendió la mano como quien invita a un baile—. ¿Te embarcas en esta travesía al rincón del País de las Maravillas? ¿Conmigo?

—¡Ay, Will! ¿Qué cosas dices? Parece como si me estuviera metiendo en una gran aventura estilo Piratas del Caribe o Harry Potter —dijo Charlotte dejando ver por primera vez en todo el día su bonita sonrisa, William no pudo evitar sentirse orgulloso de haber logrado que eso ocurriera.

Aceptó su mano de buena gana.

—¡Disparates digo, conejita! ¡Disparates! —empezaron a correr entre la gente.

—¡No soy una conejita!

—Lo que digas.

El "rincón" no estaba muy lejos de donde estaban ni tan lleno como Charlotte pensó que estaría. Los arboles tenían las hojas pintadas de rosado y morado. Entre ellos se veía la casita blanca del Conejo Blanco, en otro punto la gran mesa de té repleta de tazas y sillas extravagantes. De entre los arbustos de rosas, salían unas flores aun más grandes que cualquiera de los chicos. Los personajes del clásico caminaban por el lugar conviviendo con los niños y jóvenes presentes.

—¡Mamá, mamá! —gritó un niño jalando la falda de la mujer—. ¡Mira, mira! ¡Esos parecen Alicia y el Sombrerero! —exclamó muriéndose de la emoción.

William y Charlotte se vieron. Estallaron en risas al comprobar que el niño tenía razón. Ella con su vestido azul y el pelo suelto. Él con un pantalón verde oscuro y una chaqueta marrón encima, agregando el sombrero enorme en su cabeza, Charlotte se lo regresó al llegar, de esa manera tendría ambas manos disponibles. Will jaló a la chica para enseñarle el Gato de Cheshire que acababa de aparecer entre las ramas de un árbol cercano.

—¡¿Cómo le hacen para que aparezca?! —exclamó acercándose lo máximo que se permitía, giró la cabeza hacia William. Este observaba al gato e intentaba ver de dónde salía, tenía las manos en las bolsas del pantalón y la cabeza ligeramente alzada. Esa posición lo hacía ver muy, muy guapo. Aunque ya lo era.

—Ahí, con un proyector... me parece —dijo señalando el lugar de donde salía un chorro de luz. Charlotte buscaba en el lado equivocado, le puso una mano en el hombro y vio desde su nivel, entonces le pudo señalar hacia donde tenía que ver.

—Mira, que ingenioso. No se me hubiera ocurrido... —se apresuró a decir ella, un choque eléctrico produjo la mano de Will sobre su hombro.

Compraron un par de botellas con el letrerito de "Bébeme" y unos pastelillos de zanahoria y manzana con el de "Cómeme". Charlotte fue el flash más rápido del mundo ese día, tomaba fotos cada segundo a cada cosa que le gustaba, los personajes, los distintos escenarios. Aprovechó las rebajas por apertura y arrasó con la tienda de recuerdos, las cinco bolsas las tuvo que cargar William. ¿Le importó encargarse de eso? Le importaba más que estuviera de buen humor para seguirla molestando que tener que cargar unas cuantas bolsas, de paso no eran tan pesadas como pudieron haber sido en caso de comprar perfumes y ropa.

Se subieron a varios juegos mientras buscaban a Felicia y los chicos. En algunos William se quedó abajo con las bolsas, en otras se subió con ella. El castaño la consentía mucho, no lograba decidir si era para alejarla de sus problemas familiares, la apuesta que le hizo o de verdad iba en serio con ella. Se dijo que no podía ser así. En todo el camino que llevaban recorrido, nunca sintió nada por sus miradas llenas de alegría, ninguna punzada al estomago que valiera recordar o un golpe al corazón. Se convenció de una cosa, simplemente la quería ver bien.

—¡Vamos a la rueda de la fortuna! —pidió Charlotte señalando con el índice la gran atracción—. Hace años que no me subo a una, tendría unos diez años... ¡dale, Will! —rogó, él no parecía tan convencido. A comparación de ella, él no tenía tan buenos recuerdos de la rueda de la fortuna—. Por fis, por fis, por fis —dijo rápido, juntando sus manos como si fuera a rezar.

¿Podrías decirle que no a una chica con la cara tan bonita cuando ruega?

No pudo.

Le dijo que sí.

Aun sintiendo que no era tan buena idea.

Para la buena suerte de William, se encontraron con los chicos en la fila. Nicholas fue por ellos al final de la fila y los llevó a donde estaban, a dos parejas de que les tocara. Al menos ya estaría acompañado por más personas, cada cabina tenía como máximo cuatro personas y el grupo había aumentado a ocho. En la siguiente vuelta les tocó, se dividieron de tal forma que Feli, Charlotte, Will y Leonardo entraron juntos y Nicholas con Kristina y otras dos.

William disfrutó de la vista desde ahí arriba, Leonardo hacia reír a las chicas con facilidad, incluso a Charlotte. Sintió una molestia y se obligó a regresar a lo suyo. No quería sentirlo, otras veces lo había hecho cuando se acostumbraba a la atención de una mujer, varias veces había terminado enamorado de ella. Conocía ese sentimiento, eran los nacientes celos. Entonces... ¿sentía algo o no por la chica de ojazos azules? Hasta que su corazón no latiera diría que no sentía ni una pisca de nada.

Entre la altura aumentaba, igual lo hacia la fuerza de los vientos. La cabina al principio se balanceaba ligeramente, pero poco a poco fue subiendo la intensidad. Así estuvo un tramo, hasta que cesaron los vientos. Intercambiaron miradas de preocupación, se fueron calmando poco a poco. Inesperadamente, la cabina fue azotada por un viento con gran fuerza. Tanta que catapultó a William hacia Charlotte, este consiguió ponerse de pie y apoyarse contra el vidrio justo unos centímetros arriba de la cabeza de la chica.

Leonardo consiguió a duras penas quedarse anclado a su asiento y Feli pegó un grito de muerte por el susto. Charlotte pensó un instante que William la aplastaría con todo su peso, esperó el impacto con los ojos cerrados. Al lapso de unos segundos los abrió, únicamente para verse acorralada entre el cuerpo de William y el cristal. Alzó la vista. Se encontró con un Will viéndola con esos ojos verdes llenos de vida, por un segundo se sintió desnuda bajo esa mirada. Sintieron el aliento del otro, dulce por todo lo que comieron repleto de azúcar. Pudieron haberse rozado los labios de haber bajado un poco el rostro.

William se obligó a regresar a su lugar al sentir los latidos más rápidos y fuertes de lo común. Charlotte intercambió una mirada de asombro con Felicia, la pelinegra la haría hablar de la ligera coloración rosada que apareció en sus mejillas. Leonardo ocultó una sonrisa, quería ver hasta donde llegaban ese par, siempre enredados en un juego prohibido por terminar, usualmente, en sentimientos fuertes. ¿Ellos lo sabrían? Por más experimentados que fueran, podían ignorar cosas por momentos.


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