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V


—Bueno, no eres malo besando.

La puerta dio un rechinido, William se separó de la chica.

—¡Wow! ¡Perdón, no sabía que estabas aquí...! —se trataba de un hombre, rondaba entre los veintiocho, de cabellos negros—. ¿Y éste? —señaló a Will.

—William Gallagher, compañero de la escuela. Su madre es doctora, es hermano de Allison Gallagher, ya sabes, la novia no formal de Marcelino —recitó como si lo hubiera practicado por semanas. Empezó a comer nuevamente—. Will, este es Paolo.

William no se creía lo que veían sus ojos, Charlotte actuaba como si nada acabara de suceder entre ellos. No mostraba signo alguno de la pena que sale a relucir después de un pequeño beso, no sonreía más que antes. Era como si... como si no hubiera sido el primer beso entre ellos... o ya estuviese acostumbrada.

Charlotte siguió comiendo, cruzaba unas cuantas palabras con Paolo y otras con Will. ¿Qué tan normal era para ella ser besada para no tener reacciones de ningún tipo? William la vio, sin vergüenza.

—Pichoncito, ¿te gusta cómo me veo? —dijo la chica con un toque juguetón, se llevó un mechón castaño detrás de la oreja—. No creas que después de esos besos te pertenezco o algo así, ¿eh?

—No lo pensaba. Y sí, chica linda, adoro como te ves, sobre todo porque estas tan fresca como antes de recibir unos besitos —le guiñó el ojo.

—Tortolos ficticios, a la terraza si van a ligar —interrumpió Paolo sin sacar la nariz del libro de ciencias.

—Ay, Pao, eres un aguafiestas. No seas celoso, luego te doy toda la atención que quieras.

—No gracias, Charlotte. Y lo digo en serio.

—Bla, bla, bla. Déjame comer —se quejó la chica rodeando la ensalada con sus manos.

Al día siguiente fue como un ser invisible para Charlotte, bueno, todo el mundo lo fue ese día, pero él lo sintió más después de haber todas las atenciones el día anterior. ¿Qué esperaba al ser correspondido una vez? Ella jamás mostro interés en él, lo trababa como uno más del montón. La había visto miles de veces, la conocía lo suficiente como para estar adecuadamente prevenido del final: cuando terminara de servirle sería desechado como un pañuelo. No importaba quien fuera, ella se cansaba e iba por algo fresco y nuevo.

—Pero no puede terminar tan rápido, yo no soy aburrido —se defendía William una de las muchas veces.

—Algo debiste de haber hecho mal como para que no te pelara después de un beso —dijo Leonardo viendo desfilar a las chicas súper abrigadas.

—No hice nada malo —lo fulminó con la mirada—. Solo llegó un tipo que no me dejó terminar.

—¿Y era...? —se interesó Nicholas sin quitarle la mirada de encima a una chica pelinegra.

—No sé, Paulo o Paolo o Paualgo —se pasó la mano por el cabello. Un viento frio los atravesó de frente, se estremeció un poco—. Debí de haber traído suéter.

—Concuerdo contigo, estás loco —una voz femenina. Leonardo le dio un codazo a William para que volteara a verla—. La hermana Salma nos ha mandado a la bodega, hay cosas que sacar —enseguida lo tomó del brazo y lo arrastró fuera del trio en el que estaba.

William se giró hacia sus amigos.

—¿Cuándo llegó? —articuló con la boca. Nicholas se encogió de hombros y Leonardo lo despidió con una sonrisa divertida y moviendo la mano.

No hubo momento en que le soltara la muñeca, ella se limitaba a caminar a su velocidad sin mirar atrás. Repitió lo que le había dicho la hermana antes de entrar a la bodega, tenían que encontrar una caja con utensilios de cocina. Se olvidó de Charlotte, su mente estaba ocupada analizando el lugar. No había metro cuadrado vacío, los anaqueles se extendían en todas direcciones. En una esquina se podía ver un letrero amarillento con letras negras, indicaba a qué pertenecía ese anaquel. Los suaves pasos de Charlotte lo hicieron voltearse, pero ella ya estaba alejándose en la oscuridad, lo único que iluminaba su camino era la pantalla de su celular. Decidió seguirla, pues algo le decía que ella caminaría prestando nula atención a los anaqueles y su contenido.

—William —lo llamó deteniéndose de golpe, sin levantar la vista del celular—. William —deslizó el dedo por la pantalla, el fondo blanco produjo una luz más potente que antes. Iluminaba casi exclusivamente una caja de cartón con cintas transparentes—. Es esta caja, me parece.

Charlotte insistió en llevarla ella sola, sin ayuda. William la dejó, pero antes de que se diera cuenta sacó unas cajas pequeñas de la grande. La hermana se apresuró a ayudarlos cuando los vio cerca. Hasta ella decía que Charlotte estaba extraña, de cierta manera le alegró un poco el día a William. Ahora sabía que no era cosa suya. No hablaba, solo lo necesario. Por lo tanto no provocaba risas, ni peleas. Era extraño, Will la veía con discreción y curiosidad.

Todas y cada una de las veces Charlotte tenía una mano metida en el bolsillo del celular, constantemente bajaba la vista. Claramente esperaba algo. ¿Qué era tan importante como para desconectarla del mundo de tal manera?, se preguntaba William lavando los utensilios a lado de la castaña. Varios suspiros salieron de su boca, bajaba la mirada al celular, lo checaba, nada, volvía a suspirar. ¿Enamorada?

—Ya terminamos —anunció, deslizó los guantes de goma fuera de sus manos. Miró a William con la intención de comprobar ese hecho, este asintió con la cabeza—. ¿Necesitan ayuda en otra cosa?

La hermana Salma se lo pensó unos segundos, entonces habló:

—En la biblioteca estaban muy ocupados, vean si hay algo en que puedan ayudar.

La cara de Charlotte se iluminó por primera vez en todo el día. Ir a la biblioteca no contaba como servicio para ella, iría quinientas veces sin problema alguno. Yendo conseguiría olvidarse completamente de esa llamada que tanto esperaba. Justo como la hermana dijo, se necesitaban un par de manos para trasladar unos libros al ático que hacía de bodega del lugar.

Como cada cierto número de años, ya era tiempo para cambiar las enciclopedias, cambiar libros gastados por nuevos. Charlotte, aunque muchos no se lo esperen, era fiel seguidora de las fechas de cambios. El motivo es el siguiente: ir al ático era más difícil que no ser regañada por la directora, pocas personas tenían la llave y no la prestaban por nada del mundo; que alguien haya pisado el ático y regresado con un libro era toda una hazaña, si es que no lo hacía a escondidas. Un lugar polvoriento, pilas de libros, anaqueles a explotar. Olor a libro viejo. ¿Para qué querría ir alguien como Charlotte a la bodega?

—Todos tenemos secretos —había dicho Charlotte cuando William hizo la pregunta. Se detuvo, casi hizo que William se cayera—. Además, hay algo que quiero que veas —una fugaz sonrisa o eso juró haber visto, porque al parpadear la chica estaba sin expresión alguna.

Con la cadera empujó la puerta al final de las escaleras. Apoyó la caja sobre su rodilla, prendió el interruptor de la luz. Las lamparitas parpadearon un par de veces, de adelante hacia atrás se hizo la luz. Si pensaron que la bodega estaba desordenada, esto estaba peor. Entre más lejos de la puerta estabas, menos orden existía. William agradeció que no hubieran especificado donde poner las cajas, del lado derecho, pegadas a la pared a lado de la puerta, había unas siete. Asentó sus dos cajas encima de otras, Charlotte hizo lo mismo. Rápido, se dispuso a salir, olvidando completamente eso que la castañita le quería mostrar.

—Si quieres puedes irte... —comentó encogiéndose de hombros, se frotó los brazos. Ahí arriba la temperatura era muy baja. La veía como una niña indefensa, con sus enormes ojos azules puestos únicamente en él, rogando que se quedara.

No entendía a Charlotte, nadie lo hacía seguramente. Se mostraba preocupada, ignoraba al mundo. Esos momentos de debilidad eran los únicos para ver su interior con mayor nitidez, usualmente estaba cubierta por capas. Un honor sería ser la distracción de una Charlotte preocupada, ella, una chica que no confía en cualquier hombre de este planeta.

—¿Dijiste que me ibas a mostrar algo? —un mechón castaño le cayó en el rostro al mover la cara afirmativamente.

—Ven —le tendió la mano, él la tomó con delicadeza. No fuera a ser que con el tacto de su piel se desintegrara una creación tan fina como la mujer que tenía enfrente.

Lo condujo por espacios muy pequeños por los que pasaban de uno en uno, en ocasiones se cayeron un par de libros. Charlotte presionaba ligeramente su mano, él repetía el gesto. Transmitía un choque eléctrico de Charlotte a William, algo que solo él sentía. Al menos eso era lo que creía. Ella tenía sus propios pensamientos, se preguntaba por qué hacia eso, por qué llevaba a William a un lugar tan personal. ¿Qué demonios había sucedido?

Se detuvo pausadamente al final de una pila de libros que se elevaba hasta el techo. Alrededor había unas menos altas, si William hubiera leído los títulos se hubiera sorprendido. Novelas absolutamente todos los libros, los autores variaban, muchos eran clásicos, pero otros eran modernos. Lo único sin polvo era una caja de plástico azul marino. A pocos metros una ventana cerrada amenazaba con abrirse de golpe. El viento golpeaba con fuerza a esa altura.

—Se supone que no podemos —empezó Charlotte, con un poco de fuerza quitó el seguro. A pocos centímetros estuvo de ser abofeteada por la madera—. Pero te apuesto lo que quieras a que será la mejor vista que encontraras de la ciudad.

—¿Hasta un beso? —preguntó viéndola de perfil, la nube de cabello castaño volaba a su alrededor.

—No, tontito, un beso no —rio, giró en dirección a la caja azul. William la observó sacar una manta de puntos y una almohada.

—Okay, ahora si me estas preocupando. ¿Qué planeas hacer?

—Ya verás; sostén esto —le entregó lo que acababa de sacar, se arremangó la sudadera blanca—. Necesito que no me sueltes por nada del mundo, hay mucho viento y me puedo matar —advirtió. Su reflejo en los ojos verdes le comprobó que tenía absolutamente toda la atención del muchacho.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó cada vez más alarmado.

—Recuerda no soltarme —canturreó atrapando la mano libre del muchacho. Se subió a la caja y pasó una pierna por la ventana, se aseguró de haber puesto correctamente el pie en el barandal en que acostumbraba y pasó la otra pierna—. Diosito, hace mucho frio —se quejó estremeciéndose.

—Charlotte, te vas matar.

—No me voy a matar —alegó ella segura de sí misma. Una vez segura que el barandal no se caería, se soltó de William.

Con mucho cuidado, y agilidad, subió un poco. Se colocó exactamente encima de la ventana, en una parte liza. Ahora estaba en el techo del edificio de preparatoria, alargó su cuerpo y asomó su cabeza por la ventana. Soltó una carcajada ante la mueca que hizo William por la sorpresa de ver su cara de cabeza sin esperarlo. No fue problema subir la manta ni las almohadas al techo, el peso era pluma y Charlotte era lo suficientemente fuerte como para cargar eso con una mano. En cambio, que William se sentara a lado de Charlotte fue todo un circo. Pasó a caerse tres veces, pero al final lo consiguió.

—Moriré por tu culpa —dijo jadeando, la última vez casi iba a parar al suelo.

—Habrás muerto como un héroe. Dime si no vale la pena todo esto —se frotó las manos con la manta.

William miró al frente. A sus pies se extendían árboles, construcciones antiguas con techos de tejas. El cielo se pintaba de naranja, rosado y morados; los pájaros cantaban sus canticos previos a desaparecer en las copas de los árboles. La sensación de frio pasaba a segundo plano e incluso iba desapareciendo a medida que el calor corporal pasaba de uno al otro, después de todo solo los separaban unas capas de ropa. De no ser por ellas estarían piel con piel. Charlotte se echó la manta a las piernas, le sonrió ampliamente. Volvió a ver hacia adelante.

—¿No es precioso? —dijo Charlotte, encantada. Las mejillas estaban ligeramente sonrojadas. William no supo decir si era por el frio o por tenerlo tan cerca.

—A veces me pregunto... —se calló antes de seguir. Una tontería, se dijo, sonaría muy cursi.

—¿Qué te preguntas? —sus pestañas abanicaron vivamente el aire.

—No, nada.

—¡William! —exclamó ella, sin darse cuenta había puesto una mano en su muslo, no se dio por enterada o no le interesó. William sintió el peso sobre él—. ¡Ya empezaste! ¡Wiiilliam!

—Que a veces me pregunto cómo puedes ser tan... ¿Cómo decirlo? Tan... —se notaba que buscaba la palabra correcta—. A veces me pregunto cómo puedes ser tan dulce, tan tierna y cariñosa un segundo y luego tan seductora y... sexy. ¡Eso debe de estar prohibido!

—¡Oh! —ahora ella era la que no encontraba palabras—. Gracias, supongo —empezó a jugar con su pelo, las chapitas seguían ahí, las podía sentir. William le dio un pequeño beso sorpresa en la mejilla—. ¡William! —dijo volteándose con los ojos bien abiertos.

—Demasiado inocente para mi gusto —le hizo el signo del rompecorazones, le guiñó un ojo. A lo que ella respondió con un beso volado. Ambos rieron.

La tan esperada llamada llegó en el momento menos esperado, Charlotte pensó que ya no la recibiría. Justo a tiempo evitó poner altavoz, ese día si quería mantener las cosas lo más en privado posible. No estaba del todo segura de lo que sabría su padre acerca de su última visita con la directora, ni de las dos fiestas que dio en su departamento o cualquier otra cosa que pudiera llegar a sus oídos.

—¿Padre? —dijo al escuchar la respiración del hombre al otro lado del teléfono. William la miró preocupado, en su pregunta se escondía el miedo.

—Paolo te recogerá en media hora, tienes una cita con Oliver Scott, hijo de mi socio, en el restaurant de comida italiana de la calle 60 a las seis en punto —anunció el señor de voz gruesa, fue una orden y no una pregunta. Charlotte torció la boca, hubiera preferido un "hola" o algo similar a eso—. Y te comportas bien, te dejé un vestido y zapatos para que te pongas.

—Pero papá, yo no quiero... —no le dio tiempo de terminar la frase, la llamada había terminado—. Maldita sea, no soy tu muñeca de negocios —frunció el ceño, tuvo que contenerse mucho para no lanzar el celular por el cielo—. Si algún día llegas a tener hijos, por favor, no los conviertas en tus piezas de ajedrez —dijo dirigiéndose a William, se limitó a guardar silencio.

¿Qué más podría hacer? El segundo de alegría de Charlotte se había ido tan rápido como llegó. Con lo poco que escuchó de la conversación podía decir que estaba en su derecho de estar así, tampoco le gustaría a él estar en su situación.



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