I
—Colóquese bien ese uniforme, es una señorita, no una niña del salón de infantes —dijo la directora—. El cinturón, Charlotte, el cinturón —a regañadientes, Charlotte se metió el cinturón bajo las presillas—. Ese suéter no va con las mangas así —se contuvo de lanzar un bufido, rodó los ojos y deslizó las mangas blancas de la sudadera hasta sus muñecas—. Espero verla mañana bien uniformada y peinada, no con la maraña de pelo que tiene. Y compórtese bien por hoy, al menos. Tenemos visitas. La quiero de regreso al salón, nada de andar vagabundeando por los pasillos, ¿escuchaste, Charlotte?
—Sí, hermana María —contestó más para salir rápidamente de la oficina que por haber escuchado.
Antes de salir de la oficina se vio en el reflejo del cristal. Se permitió lanzar un gemido de inconformidad. ¿Es que acaso la directora quería que se pusiera su bote de gel? Seguramente Charlotte se hacía la misma pregunta. Iba relativamente bien peinada con una cola algo deshecha, pero iba peinada; el pelo no estaba parado. Cuando estuviera así ella misma reconocería andar mal peinada. Mientras que eso no sucediera no pensaba hacerlo. Así como tampoco toleraría llevar el uniforme de otra forma que no fuera la que le gustaba, después de todo ella era la que tenía que portarlo. No la directora.
Con una sonrisa pícara en los labios, se volvió a poner la falda tan corta como la tenía antes de entrar a la oficina, el cinturón lo regresó a su lugar, al igual que las mangas de la sudadera.
—La verdad la oí, no la escuché —le dijo a nadie en especial.
Una que otra persona que pasaba se le quedó viendo, Charlotte sonrió encantadoramente y se encaminó al salón. Precisamente aquel día decidió cambiar de ruta para tardar más tiempo, no le agradaba la idea de tomar la clase de matemáticas, de poder escaparse lo hubiera hecho. Tenía ya dos faltas, imposible permitirse la tercera sin pasar por su padre furioso. Al pasar por la recepción se encontró con aquello que era el tema del momento en el salón.
Iba vestido de jeans, camisa azul pegada y converse negros. No estaba precisamente callado y sentado mientras que su padre hablaba con la recepcionista sobre unos trámites. Daba vueltas en el recinto con la atención bien puesta en el celular. Lo suficiente como para chocar con una Charlotte completamente metida en sus pensamientos diabólicos sobre la siguiente broma que haría en la escuela. El vaso de café que el muchacho llevaba en la mano se lo vertió completamente en la sudadera blanca.
—¡¿Qué demonios...?! —exclamó el muchacho.
—Eso debería de decir yo —repuso una Charlotte molesta. Lo escaneó de arriba abajo, de un lado al otro.
Se le notaba disgustado con el hecho de estar en la escuela mejor conocida por ser de señoritas buenas y educadas. Solo viéndolo te dabas cuenta que eso no era para él, el cabello castaño más largo de lo usual; lo primero que distinguió Charlotte fue una marca negra saliendo de su manga. Un tatuaje, pensó deseando poderlo ver completo, pero sobre todo entender lo que decía.
Él era un chico, el primero que se veía en la escuela desde la fiesta del primero de diciembre, hacía ya tres meses.
A pesar de la sorpresa, no dejó que eso la afectara mucho. De haber sido Felicia o Kristina hubiera hecho otra cosa... como ponerse colorada, pero era Charlotte Lennox. Conocía a hombres más buenos que ese. Había fajado con codiciados por media preparatoria, besado a expertos. Ese castaño era nada a comparación de ellos. Podía ser guapo, pero nada garantizaba que estuviera al nivel de Charlotte. Quedaban pocos a ese nivel, incluso los mismos hombres lo pensaban.
—Espero que hayas disfrutado de tu café —dijo Charlotte poniéndole final a una discusión que no empezó. Lo último que quería era armar un numerito, eso significaría pase directo con la directora.
El castaño la siguió con la mirada hasta verla desaparecer detrás de una puerta de madera blanca. Se sorprendió a sí mismo al notar la sonrisa en su rostro, estaba lejos de ser de felicidad o algún sentimiento de ese tipo. Antes tenía un sinfín de razones para no pisar nunca esa escuela, ahora tenía al menos una razón para hacerlo: una oveja negra en el rebaño, porque claramente aquella chica no era de las santas del colegio.
De haber una, habrían mas, se dijo guardando el celular. No estaría tan mal después de todo.
∞
—¿Qué tal? —preguntó una chica pelinegra detrás de una revista de chismes, los pies sobre el escritorio de la maestra—. ¡Wow! ¿No tienes frio?
—No, Felicia —una pequeña pausa. Felicia asintió con la cabeza—. ¡Obvio si, pero un maldito engendro del mal tiró todo su café en mi sudadera!
Una vez más tenía la atención de todo el salón. El grupo de chicas reunidas en una esquina se voltearon inmediatamente al escuchar el rugido de Charlotte. Unas pocas captaron que hablaba de un ser humano varón, del sexo opuesto. Fue una de ellas la que hizo la siguiente pregunta:
—Charlotte, ¿Un chico?
—¡No, Priscila! ¡Una hormiga! —exclamó exageradamente, tuvo que contenerse para no lanzar una letanía a la chica que más odiaba—. ¡Ay, por Dios! ¿Por qué me tocó convivir con un ser tan incompetente como ella? —dijo tan bajo que solo Felicia la escuchó. Soltó una risita, Charlotte le sonrió con cariño—. Si, Priscila, un chico castaño tan metido en su celular como tú en las clases de física. Era guapo, podría ser para ti...
Entonces después de un rato de plática llegaban al punto de siempre.
—Entonces ese chico podría inscribirse a la escuela.
—No creo, por lo que dijo Char podríamos decir que es un chico común y corriente. ¿Quién querría entrar a una escuela de puras chicas? —cuestionó una chica al otro lado del salón, casi gritando—. A menos de que sea gay, no creo que entre.
—Los guapos se van al Americano o al Florentino, no acá.
—Estaría loco de entrar aquí, no es precisamente el mejor lugar para hombres —comentó Charlotte sentada en una mesa—. Ash, es una locura esto. Suficiente con tener monjas, ¿ahora quieren hombres igual? Ya me había acostumbrado a puras mujeres —dijo cómicamente, sus compañeras respondieron a sus muecas con risas.
Las risas cesaron cuando entró la maestra de nuevo acompañada de su cara de tres metros. Felicia salió disparada a su banca en un rincón, Charlotte la siguió tranquilamente. Sería esa lentitud la que la haría acreedora del primer grito de la maestra en el día. Soltó un bufido. ¿Es que todos tenían algo en contra de ella ese día? La verdad era distinta, al mes de haber iniciado la preparatoria ya se había ganado un lugar especial en el corazoncito de los maestros. No el mejor a decir verdad.
∞
Los meses pasaron ágilmente. El tema de la aceptación de hombres siguió rondando por el aula, pero Charlotte prefería quedarse callada. Poseía la esperanza de no tener que lidiar con ningún otro hombre en el mismo plantel que ella hasta terminar la escuela. Había vivido las ventajas de andar únicamente entre mujeres y no pensaba perderlas, ni siquiera por los chicos si es que decidían entrar. Cada vez que esa opción llegaba a su mente era desechada velozmente. No, ni un hombre. ¡Su libertad la quería completa!
Si le preguntáramos a Charlotte como fueron sus vacaciones ella contestaría con una palabra, "bomba". Con su padre lejos, el mayordomo en constantes días libres y el departamento nuevo solo para ella, había muy poco que no pudiera hacer. Y hay que creerlo de verdad, ningún verano había sido tan perfecto hasta ese entonces.
—Charlotte, me estoy cayendo de sueño —escuchó vagamente hablar a Felicia por el teléfono inalámbrico. Tapó con la mano la bocina para concentrarse un segundo en su invitado. Éste le indicaba que ya era hora de salir de la cama—. Esto de despertarse a las seis está de muerte.
—Dímelo a mí, al menos tú dormiste en el avión —suspiró pesadamente. Parpadeó un par de veces intentando recordar lo sucedido la noche anterior. Recuerdos se le vinieron a la mente. Estuvo a punto de maldecir—. Yo tuve fiesta dos noches seguidas sin dormir ni un segundo en el día y para colmo en la última hubo mucha acción... —Felicia rio—. Feli, linda, querida.
—¿Qué pasa? —preguntó sabiendo que su amiga le pediría algo.
—He de echar a alguien de mi depa, hablamos en la escuela —Felicia le deseó suerte en eso y colgaron—. A ver Christian, tengo escuela en media hora, ésto es un desastre y no tengo tiempo para arreglarlo. ¿Te parece si lo arreglas y luego veo como te lo pago? Nada de sexo, si quieres una salida o te presento a una chica o lo que quieras, pero por favor hazlo —rogó—. Te aprovechaste de mi estando borracha —mintió, la noche anterior estaba ligeramente pasada de copas, aunque nadie vio la diferencia. Al final acepto—. Mil gracias, terminas y te vas.
Tomó su ropa interior, la falda escocesa en tonos azules y la blusa blanca de la institución en el camino al baño. Se duchó rápidamente, secó el pelo con la secadora. Se limitó a cepillárselo antes de ponerse el uniforme. Desayunó en tiempo record. Terminó justo a tiempo, Kristina hizo sonar el claxon dos veces. A la tercera Charlotte ya estaba bajando las escaleras. A la cuarta la chica le gritó que ya había escuchado.
—Bonitas ojeras —comentó Felicia subiendo la música.
—Bonitas cejas —regresó el no—cumplido.
Kristina aceleró.
∞
Las listas de los salones estaban pegadas en el mural de noticias de la sección. Antes de buscar su salón investigó si habían o no hombres pisando la escuela ese año. Primer año, libre. Segundo año, libre. Tercero A, libre. Tercero B, libre. ¡Casi podía lanzar vítores! Segurísima de que no había entrado ningún niño revisó el último salón, su salón. Tercero C, contaminado. Tres nombres sobresalían entre los hermosos de las mujeres:
Nicholas Rivers.
William Gallagher.
Leonardo Lomónaco.
Como no, todos en el mismo salón. Sería pecado poner a uno por salón. ¿Tener que vérselas con 30 adolescentes? Oh, no gracias. Es muerte segura. Sobre todo para tres guapos totalmente heterosexuales, como aquellos que captó brevemente.
Fueron los últimos en entrar al salón. Ni Charlotte podía negar que el uniforme les quedaba bien, parecía estar diseñado para poner a babear a las chicas o quizá simplemente esas camisas eran defectuosas y les favorecía su figura. Los escaneó con la mirada, tuvo que aceptar que estaban bastante bien, no aceptaría nunca que al menos uno estaba al nivel de ella. Ese uno lo reconoció al instante.
—¡Tú! —exclamó poniéndose de pie. Los tres chicos voltearon a verla, el castaño con el que tuvo el encuentro del café abrió bien los ojos.
—¡La osita! —no la conocía y ya le había puesto apodo.
Felicia contuvo la risa, no era el momento apropiado para eso. Varias chicas contuvieron el aliento. Kristina ocultó su nariz detrás de un libro, muy típico de ella.
—¡¿Perdón?! ¿A quién le dijiste osita? —preguntó afilando los ojos.
—A ti, corazoncito —quiso responder William, en lugar dijo otra cosa—. A ti, osita.
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