(7)
Cuando llegaron a Idris, después de horas de viaje, fueron recibidos por una pareja, una mujer con pelo castaño y sonrisa radiante, y un chico con rasgos asiáticos con un mechón blanco que resaltaba en su pelo castaño.
—Espero que hayan tenido un buen viaje— dijo la mujer.
Pero nadie los observaba a ellos, observaban el paisaje, el pasto era verde brillante, había árboles que estaban a metros dándole a mostrar que detrás de ellos había un bosque, muy distinto a Nuestros York.
—Debemos ponernos en marcha— dijo el hombre— la noche está cayendo y debemos llegar a la ciudad.
Todos le prestaron atención ¿Una ciudad? Sebastián se adelantó dos pasos e hizo una reverencia.
—Soy Sebastián, me gustaría saber a mí y a mis amigos ¿Qué lugar es este?
La mujer sonrió mientras llevaba un mechón de pelo hacia atrás de su oreja.
—Este lugar en Idris, su ciudad es Alacante—dijo el hombre— no existe los autos, no existe los celulares, no hay internet, no hay televisores, ni nada que pueda hacer funcionar a la tecnología.
Todos se miraron entre sí casi horrorizados ¿A dónde se habían ido a meter?
— ¿Por qué nos trajo?
—Porque la luna escuchó las suplicas—dijo la mujer.
Para darse vuelta con su pareja y comenzar a caminar.
"La luna escuchó sus súplicas."
Cuando iban atravesando las arboledas Alec vio cómo Raphael miraba el reloj que llevaba en su muñeca para comenzar a quejarse y sacarlo para tirarlo con molesto en algún lugar, no sabía por cuantas horas habían caminado, los dos adultos caminaban adelantes y no decían nada.
— ¿En qué clase de lugar nos han llevado?— susurró Jace— Esto parece el infierno.
Pero Alec no opinaba lo mismo, primero debía ver que sucedía, descubrir por qué la luna los había llevado ahí. Cuando el anochecer cayó estaba a punto de entrar al pueblo, todos estaban cansados pero él se sentía ansioso, quería descubrir, llenar de preguntas a esas personas y preguntarle si creían de la luna como lo hacía él.
La pareja paró antes de pasar la entrada colocándose frente a ellos y por primera vez después de tanta caminata ellos se dieron cuenta que no estaban solos.
—Antes de entrar a Alacante— dijo la mujer—pidan un deseo a la luna.
Los cuatros miraron al cielo, Alec abrió los ojos sorprendido, sin las luces de Nueva York el cielo se veía como los libros que sabía ver de pequeño, el cielo brillaba de azul llegando al negro, las estrellas brillaban como nunca lo habían hecho, la luna parecía querer bajar del cielo con lo cerca que estaba.
—Quiero señal para mi celular— dijo Jace.
Haciendo que todos rieran.
—Vamos chicos, es una tradición hacer esto— dijo el hombre.
El ojiazul no había despegado su vista del cielo, pero pudo escuchar como sus compañeros suspiraban y se decidían a ver quién hablaba primero.
—Deseo trabajo— dijo Raphael.
Escuchó una risa burlesca por parte de Jace.
—Deseo, deseo una ¿Familia?— dijo Sebastián.
Alec podía sentir como Jace trataba de evitar reír, siempre era burlesco en temas así.
—Parece que alguien le causa gracia esto— dijo la mujer— ¿Que deseas pequeño? Piensa primero, la luna se ofende si juegan con ella.
El ojiazul bajo la mirada del cielo y miró a la mujer que fue recibido por una sonrisa y un guiño de ojos, después miró a Jace y se acercó a él.
—Hazlo con sinceridad, no debes hacer enojar a las personas el primer día— susurró Alec.
Y Jace asintió para aclarar la garganta y sonreír con tristeza.
—Deseo volver a ver a Clarissa—dijo Jace.
Alec volvió a su postura y bajó la cabeza mientras sentía la mirada de Jace en el.
— ¿Y tú Alexander que deseas?
Alzó la miraba viendo a sus tutores, ellos tenían algo sospechoso.
—No puedo usar mis deseos para molestar a la luna— dijo Alexander— pero si en verdad cumpliera nuestros pedidos, solo quiero ser feliz y ser amado.
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