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Los dibujos de sus paredes no tenían más que el garabato del cielo, la luna en sus facetas y las estrellas mal dibujadas a su alrededor, le gustaba observarla cuando estaba ahí y poder en el día seguir viéndolas cuando el sol se ocupaba de suplantarla.

No le gustaba el sol, no tenía historia ¿Era un hombre que le había pasado lo mismo a la luna? No, su madre no hablaba de ella y significaba que no existía, solo era el sol.

Estaba obsesionado, aún con poca edad sabía que no le pediría ningún deseo a la bella luna, aguantaría a llegar más edad para hacerlo, mientras tanto la apreciaría. Era muy pequeño para pensar en algo que valiera el tiempo que tenía ella, solo aguantaría para que viera que no usaba su poder para algo innecesario.

Además tenía todo lo que quería, hojas para dibujar, lápices para colorear y salud para poder jugar, no deseaba nada más, juguetes tenía de sobras, un patio con juegos para poder jugar. Sus padres le daban paseos, le compraban helados y siempre estaban atentos a él, tenía una buena vida.

Cuando Alec cumplió siete años de edad aún no tenía conciencia de lo que sucedía en el mundo adulto, iba a la escuela pero tenía sus propias ideas sobre ella, no creía que eran verdad las enseñanzas que daban y menos cuando daban clases de astrología.

No le gustaba que la profesora le dijera que la luna era un ser muerto, un satélite natural de la tierra, y tampoco le gustaba que le dijeran que las estrellas eran astros o cosas que el intentaba evitar escucharme

— ¡Usted es mentirosa! Las estrellas son ayudantes de la luna, ella ayuda a las personas, ella concede deseos, ella reclutan estrellas.

Podía escuchar las risas de sus compañeros burlándose de él y los retos que sabía darle la profesora, mandando a la dirección. El solo defendía a la luna, no hacía nada malo.

—Solo han sido historia que le he contado años atrás— decía su madre.

Siempre terminaba ella viniendo a la escuela para recibir las quejas de los directivos, y Alec solo debía bajar la mirada y esperar que cuando estuviera en casa recibiera los regaños.

—Debes arreglar esto señora Lightwood, debe entender que esto es cierto y lo que el refuta son cuentos infantiles.

Pero Alec no quería entenderlo, sus ideas eran ciertas no la de los maestros.

—Aún es pequeño señora Herondale, y estoy esperando otro niño ¿Acaso quieren que rompa los sueños de un niño cuando estos cuentos le contaré a otro bebé?

—Solo queremos que dejé de interrumpir las clases— dijo la directora— o deberemos expulsarlo.

Y así Alec comenzó a estudiar en casa, le habían expulsado y había llegado a casa con la sorpresa que tendría un nuevo hermano.

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