No había dejado de ser un chico, pero ahora tenía 10 años visibles y dormía en una habitación llena de garabatos de superhéroes y recetas caseras de la abuela. Una acogedora habitación que olía a toda mi niñez revuelta, alegrándome por completo.

La crisis de la adolescencia aún no comenzaba, aún no era el tiempo de los complejos ni del bullying que sucedía a lo lejos. Ya no estaba rodeado de esas cosas que me molestaban del mundo.

—¡Eli, la cena está lista! —La voz de mi amada madre por años volvió a mí.

"Una ve deseé que mi madre fuera inmortal".

"Una vez deseé siempre ser un niño".

Los días de invierno y primavera transcurrieron de la manera más bella. Viendo las estrellas con mis padres desde el patio de la casa vieja en la que vivíamos, cocinando junto a la abuela. Volviendo a ver a mi antigua amiga, que ahora era un chico rellenito que amaba el queso.

A veces hablaba cosas que sorprendían a los adultos, porque yo olvidaba que era un niño.

—Maldito gobierno. En el departamento la luz era el doble de esto. —Mascullé, viendo los recibos en la mesa de centro, junto a lo del agua,

—¿Eliot, estás bien? —Rió mi padre desde su asiento leyendo el periódico—. Parece que te molesta mucho la luz. Te recuerdo que ayer dormiste con las luces encendidas.

—Perdón por eso. —Susurré cabizbaja, aceptando el regaño sutil.

Hice cosas que a esa edad nunca tuve el valor de hacer, como nadar sin flotadores, andar en bicicleta como todo un experto, ir a un campamento cuando llegó el verano y hacer más amigos que antes. Amistades, risas, creando recuerdos que me hicieran querer volver a vivirlo todo. Volver a estudiar gastronomía con entusiasmo y sin miedo a lo que dirían de mí. Volver a conocer a mi amigo Alex y dormir en la misma habitación, incluso juntarnos en la universidad.

Volver a vivir de manera diferente, esperando eso pudiera ayudarme. Porque yo seguía tratando de aferrarme a vivir, y solo lo haría si tuviera una razón... o esa fue mi lógica.

Ha pasado tiempo desde todos estos eventos, y los estoy resumiendo lo mejor que puedo así que disculpen el estrés que puedo causarles. Pero en ese tiempo, yo seguía sin saber qué quería. Ni siquiera sabía que las personas más felices a veces querían desaparecer.

Por eso me sentía más patético, miserable y a veces orgulloso. Una deidad me había escuchado y había cumplido mi deseo de volver a mi infancia, pero las cosas no eran tan sencillas para mí.

—¿Qué haces, Eliot?

—Voy a cocinar la cena con mi abuela.

Una mueca se formó en el rostro de mi padre, quien leía las cuentas en el escritorio acompañado de una luz tenue. Mi madre tomó los ingredientes que llevaba y dijo que ella la prepararía.

Lo había olvidado, lo que fue de mi infancia reflejada por el estrés de los adultos. Ahora que volvía a vivir todo, podía percatarme de los pocos ingredientes que teníamos almacenados y las cuentas exhorbitantes que debían pagarse.

—Eliot, nos iremos de la ciudad. —Su mirada se ensombreció, haciéndome recordar más.

Cuando era niño no sabía porque nos íbamos, pero ahora que todo era claro... lo supe. Huíamos como cobardes de las deudas, y ellos me mintieron para hacerme feliz y soltaron la verdad en mi adolescencia cuando yo aún me quejaba de vivir en un pueblo pequeño.

Ellos me amaban, pero yo era un malagradecido que los dejó viejos y volvió a la ciudad para estudiar en la gran universidad que quería. Olvidándome de ellos, un completo idiota.

Acepté las palabras de mis padres, volviendo a mi habitación. No me consideré capaz de volver a ver todo su esfuerzo dos veces, creí que mi alma no podría conmigo. Entonces elevé mi rostro y abrí la ventana esperando por horas hasta la madrugada sin apartar la vista de la luna amarilla.

"Una vez más deseé estar muerto... Y quise ver a Filiae".