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Pide un Deseo

Aunque por un tiempo estuvo guardada, esta historia vuelve a su casa. Está algo editada, pero sigue siendo la misma y espero que la recuerden con el mismo cariño que yo la recuerdo.

GRACIAS A TODOS LOS QUE SIEMPRE AMARON ESTA HISTORIA!!

Capítulo I:

Nuevo amanecer

—¡¡Pide un deseo!!

¿Quién no ha estado en esa situación? Sumido en la oscuridad, rodeado por personas —dícese familiares y amigos— que aguardan por un movimiento tuyo para poder capturarlo en la fotografía más ridícula de tu vida. Solo una luz en el centro de la mesa, tambalea errante y frágil frente a tu rostro que intenta forzar la mejor sonrisa.

Esa era su situación y extrañamente, a pesar de saber que cada año le deparaba lo mismo, no hacía nada para evitarlo. No es que fuese una atea de los cumpleaños, pero luego de diecisiete apagones en los que vaciaba sus pulmones con ahínco, seguía sin tener resultados.

Había descubierto amargamente que Santa Claus y los Reyes Magos eran ni más ni menos que sus padres, a la tierna e inocente edad de cuatro añitos. Pero por alguna razón, siempre había guardado sus pedidos especiales para el momento que ella definía como el más importante del año: su cumpleaños. Por supuesto con el tiempo también terminó por perder la fe en ellos, pues nunca vio realizado nada de lo que pedía.

La muñeca Barbie de cuando cumplió seis, fue decepcionantemente reemplazada por un libro para conjugar verbos —una muy mala jugada por parte de su abuela—. El pequeño horno con luz y un pollo que giraba en el centro sin necesidad de baterías, jamás llegó; en su lugar obtuvo zapatos ortopédicos. Pero bueno, quizás ella fue la responsable en esa ocasión, después de todo no podía servir una cena de comida cocinada en un horno de fantasía con los arcos chuecos. ¿Qué clase de ama de casa sería entonces?

A medida que fueron pasando los años, sus deseos también fueron aumentando de tamaño e intensidad. A los catorce rogó a todos sus santos de cumpleaños que le enviaran un par de senos para dejar de parecer un muchacho, y para su sorpresa eso tampoco ocurrió. Finalmente, en el transcurso de entre los quince y los dieciséis sus curvas decidieron hacer acto de presencia, no en los términos en los que ella había pactado, pero algo era algo. Y frente a ese pequeño logro, recobró parte de su antigua emoción por la fecha más aclamada en su calendario, en esa ocasión tuvo que ser egoísta y sopló la vela con una sola idea: «Que mis padres ya no intenten sorprenderme", "no más fiestas sorpresas».

Pero no... llegaron sus diecisiete y con él, otra fiesta mal planeada. Viendo que era inútil tratar de disuadir a su familia de festejar el recuerdo de su nacimiento, optó por pedir amor, concentrando todas sus fuerzas en Aarón Mittler. Deseando fervientemente que ese año él finalmente reparara en su presencia y de un día para el otro, descubriera que no podía pasar un segundo más sin estar a su lado. Pero cruzando el umbral de los dieciocho, está de más decir que Aarón aún seguía sin saber cómo rayos se llamaba, e incluso en una ocasión le llegó a palmear la espalda creyendo que era uno de sus amigos.

Por eso había decidido que ese año no iba a perder tiempo, no gastaría pensamientos en buscar minuciosamente algo que pedir, pues sabía que no iba a ocurrir. No repetiría la misma historia, no aguardaría a que las cosas pasasen producto de una intervención mística.

Todos tenían sus cámaras apuntadas en su dirección, la vela seguía parpadeante esperando que ella le diera un fin a su candente baile. Su padre presionaba su hombro derecho, su madre el izquierdo y el pastel helado se engullía a sí mismo producto del calor agobiante propio de aquel recóndito lugar del país. Soltó un suspiro por lo bajo y cerró los ojos con resignación, aquí iba otro año desperdiciado y otro sueño desahuciado.

—¿Lo tienes, Abi? —inquirió su madre sonriéndole desde arriba. Ella asintió y se inclinó sobre la mesa para poder tener un mejor alcance, de ese modo al menos no contaminaría el pastel con sus gérmenes.

Se encogió de hombros ante sus propios pensamientos y dio una última mirada a toda la gente que con rostros anodinos, la observaban como si no supieran a ciencia cierta qué rayos hacían allí. Y Abi se preguntó exactamente lo mismo, ¿qué hacía allí? Ella no debería estar soplando velitas, forzada a festejar una farsa en la que siempre había depositado todos sus anhelos y frustraciones. Porque honestamente, los cumpleaños no eran más que promesas vacías, una forma de desear aquello que nunca llegaba, un invento del hombre moderno para lucrar con las pobres víctimas que creen en la magia. Pero ella ya no sería una de esas personas. Repentinamente se sintió embaucada, estafada y bastante molesta con todo lo que la rodeaba. ¿Por qué no podía tener una vez lo que deseaba? ¿Es que el universo no le debía al menos eso? Sacudió la cabeza, incrédula, resoplando entre dientes y entonces solo pudo pensar en una cosa: desearía no estar aquí.

«Desearía haber nacido en otra época».

Y el aire dio paso a la oscuridad.

***

Con un brazo se cubrió la cara en un vano intento por apartar la luz que se colaba por la ventana impactando directamente en sus ojos. No recordaba cuándo había sido la última vez que se había embriagado, incluso ni recordaba haber comenzado a beber. Pero, ¿qué otra explicación existiría para ese retumbar en su cabeza? Tal vez las celebraciones de su cumpleaños se le habían ido ligeramente de las manos, después de desear desaparecer parecía que su mente se lo había tomado demasiado en serio. Y en esos segundos que se encontraba entre la conciencia y el país de los sueños, no podía precisar nada, ni el momento de los regalos, ni siquiera el sabor que tenía su pastel helado. Nada.

Se incorporó ligeramente, ya resignada al hecho de que el sol no desistiría en fastidiarle la mañana, tiritó inconscientemente y aún con los ojos cerrados buscó a tientas sus mantas. ¿De aquí a cuando hacía tanto frío en Texas? Abi soltó un bufido cuando su mano chocó con algo húmedo y pastoso, abrió los ojos a regañadientes y espió con un poco de recelo aquello que había tocado.

—Lodo... genial. —Dejó caer la cabeza hacia atrás y su golpe de frustración contra la almohada, terminó su viaje en algo mucho, mucho más duro—. ¡Auch! —gritó esta vez, reparando en lo que había dicho antes. ¿Lodo?

Volvió a mirar y fue entonces cuando sus ojos casi saltan de sus orbitas, se puso de pie abruptamente. ¿Dónde estaba su cama? Se giró en su búsqueda y también en busca de... su habitación. ¿Dónde estaba? Extendió una mano temblorosa con el objetivo de posarla sobre el árbol en el que su cabeza había golpeado. Sí, era real, de eso ya no le cabía duda.

—Bien... —murmuró para calmarse un poco, seguramente esto era una broma de Jules. Ella siempre le jugaba bromas de cumpleaños, aunque iba a admitir que esta vez se había superado con creces—. ¡Ok, Jules! ¡Me atrapaste, ya sal de donde estés, boba! —exclamó poniendo sus manos alrededor de su boca, para acrecentar el volumen de su voz.

Se giró sobre su eje buscando por entre los árboles la silueta curvilínea de su amiga. Era un hecho que no reconocía el lugar donde estaba. Y eso era extraño dado que en su pueblo no había bosques, solo la reserva de aves y ese era un sitio que Abi conocía como la palma de su mano.

—¡Oye, vamos! ¡Tengo frío! —volvió a gritar ya un poco cansada del jueguecito, en realidad estaba calada hasta los huesos. No era una mañana fría, era polar.

Su fina blusa sin mangas y sus shorts de jean no podían considerarse como apropiados para ese clima. Se frotó los brazos con las manos, intentando sacarse la piel de gallina. Dio unos cuantos pasitos en la dirección que le pareció ver menos árboles, decidida a mantenerse bajo el sol antes de morir congelada. Jules seguía sin aparecer por ninguna parte, lo cual no era muy alentador para su precario estado. Se detuvo a mirar mejor los alrededores, sin notar nada que le indicara el camino hacia la civilización. Su amiga jamás se apartaría tanto, era tan miedosa que temía ir al baño sola por las noches porque eso implicaba tener que bajar al piso inferior.

Por alguna razón dejó de creer que fuera alguna artimaña de Jules y sin que pudiera controlar los impulsos de su cuerpo, echó a correr hacia donde le pareció más conveniente. De esa forma entraba en calor y buscaba una salida, no podían decir que no era una chica práctica. La idea de morir de frío no le era tentadora y esperar a que alguien se presentara parecía una completa pérdida de tiempo. Solo restaba que encontrara un camino que seguir, una persona o la casita de la bruja de Hansel y Gretel. Después de todo, tarde o temprano le daría hambre y comerse a la supuesta persona que encontraría, no sería bueno para entablar una futura relación de camaradería.

Mientras mantenía un paso acelerado saltaba y esquivaba ramas, todo el tiempo escaneaba con sus ojos el lugar, buscando algo que fuera remotamente útil. Abi se consideraba una persona en buen estado físico, no fumaba, no comía en exceso y formaba parte del equipo de atletismo de su escuela, pero en ese momento se sentía como una anciana con reuma. Nunca antes una carrera tan corta, había podido con su resistencia. Se sentía insultada.

Tras correr no más de diez minutos, sus pulmones colapsaron obligándola a detenerse tratando de coger el aire del suelo. Sus piernas se sentían flácidas y el cuerpo le pesaba una tonelada. No lo comprendía, había obtenido el primer lugar en su última carrera con saltos incluidos. ¿Qué le estaba pasando? ¿Podía ser a causa del frío?

En ese instante le hubiese gustado haber puesto mayor atención en sus clases de biología. Se posicionó en una fría rama y comenzó a inspirar con lentitud.

—Inhalo...exhalo... —se repetía mientras alzaba sus brazos con la intención de expandir la caja torácica. Esa parte la tenía más que sabida. Tras varios minutos en los que se replanteó varias veces su situación, decidió continuar pero esta vez caminando. Se frotó las manos una con otra y en ese instante comenzó a temer por sus dedos, los tenía violetas y prácticamente no los podía mover—. Ok, no entres en pánico, Abi, solo recuerda que te has visto todos los episodios de A prueba de todo. ¿Qué haría Bear? —preguntó en voz alta, porque de alguna manera oír el sonido de su voz la tranquilizaba y la hacía sentir menos sola.

Giró la cabeza en todas las direcciones, debía de haber algo en ese condenado bosque que le sirviera de abrigo. Matar a un oso sería un poco complicado y ese día había olvidado su rifle en su otro short. Entonces tras una rápida inspección se topó con su salvación, arqueó una ceja al mirarlo con mayor detenimiento pero bueno, era eso o la muerte por congelamiento.

Se acuclilló y comenzó a tomar el lodo entre sus manos, lo esparció por su rostro, sus brazos y piernas desnudas.

Extrañamente funcionaba bastante bien como aislante térmico, Abi sentía menos frío ahora que llevaba una capa mullida de lodo. Comprendió muy bien las razones del Yeti al salir vestido así frente a las cámaras. Mientras ese pensamiento cruzaba por su mente, esbozó una ligera sonrisa, podía sentirse extraviada, helada y sola, pero nunca perdía su sentido del humor. Tal vez esa era la única razón por la cual aún no había despotricado y comenzado a hacer un berrinche como una mujer entrada en pánico. Siempre que pudiera reírse de la situación, Abi lograba salir bien librada... tan solo tenía que verle el lado positivo. Ponerse histérica, ¿qué resolvería? Se volvió buscando el camino más idóneo para continuar y su boca casi se le desencaja del lugar.

—Uhh... —dejó ir en un leve susurro.

El animal... gato, puma, pantera, jaguar o lo que sea, la miraba fijamente con sus ojos de líneas verticales. Abi dio un paso hacia atrás, hundiendo el pie en su salvador, pero no se inmutó ante ello y continuó retrocediendo con suma precaución. El bicho seguía cada movimiento suyo con ojo avizor, como aguardando a que diera un paso en falso y pudiera devorársela de un solo mordisco. Pero eso no iba a ocurrir, se dijo internamente, ella también tenía apetito y si se iban a intentar comer, pelearía con uñas y dientes. Después de todo, para eso los tenía.

Su pie golpeó algo duro y Abi bajó la vista en un parpadeo para divisar de qué se trataba: un grupo de rocas. Una sonrisa surcó sus labios y el felino decidió acortar sus distancias con mayor premura, ella se acuclilló tomando un buen montón y aguardó con el aire atorado en sus pulmones. El animal continuó avanzando y Abi apretó las rocas con mayor intensidad entre sus manos, cuando lo tuviera a una distancia en que no pudiese fallar lo asustaría, entonces correría como los mil diablos.

Sí, en teoría su plan parecía estupendo, en teoría todo le sonaba bien a ella. Pero con lo que no contaba era con que el animal se movía más rápido y que podía brincar dos metros en tan solo una milésima de segundo. Soltó un grito agudo y se llevó las manos al rostro intentando cubrirse de las garras que se dirigían hacia ella. Abi pensó solo una cosa... «Odio a los gatos».

Luego llegó el golpe seco y desorientador.

***

No había tenido tiempo de gritarle que corriera, pero vamos... ¿qué idiota no se apartaría del camino de una panthera hambrienta? William trasladó su arco hacia la espalda y descendió del caballo de un brinco. Había tenido la dicha de atinar en el disparo, pero al parecer el joven al que el animal tenía pensado cenarse, no había corrido con la misma gracia. Sacó una flecha de su carcaj y apartó al felino con cuidado, lo único que faltaba era que no hubiese muerto. Pero como lo había sospechado desde que su flecha había abandonado su arco, el tiro había sido certero y letal.

Él era un excelente arquero y no había nada que disfrutara más que salir de caza, sus tierras estaban infestadas de animales deseosos de hacerle la vida interesante y él los aprovechaba a sus anchas. Observó con detenimiento el cuerpo herido de la persona, ¿estaría muerta? Un leve quejido escapó del bulto en el suelo, automáticamente respondiendo su pregunta. William lo tomó por un hombro, llenándose la mano de suciedad, entonces se replanteó la idea de ayudarlo. No tenía por qué, después de todo el extraño estaba invadiendo su propiedad y lo justo sería castigarlo, o terminar con su sufrimiento y matarlo. Ese no era tan mal plan, requeriría un flechazo en la cabeza y fin de la discusión. ¿Pero qué clase de caballero sería si matara a sangre fría a un idiota indefenso? Resopló por entre los dientes y se acuclilló para intentar reanimarlo, solo evitaría tocarlo, estaba completamente sucio y era asqueroso. Incluso podría tener la peste, ¿o quién sabe? Todo era posible tratándose de los campesinos.

—¡Despierta! —llamó empujándolo ligeramente con la punta de su bota, el bulto soltó otro gemido pero no dio más señales de querer obedecer—. ¡Vamos, despierta! —exclamó, rodándolo con el pie hasta ponerlo boca arriba.

Por un segundo se quedó admirando los rasgos de ese hombre sucio. Y comenzó a dudar. ¿Era hombre? Era difícil decirlo, teniendo en cuenta que parecía demasiado pequeño y el lodo que lo cubría no ayudaba a determinar nada. Sacó de su bolsillo uno de sus pañuelos y tras frotarle por unos minutos el rostro, evitando rozar los pequeños cortes que allí tenía, logró encasillarlo en una definición: mujer. ¿Pero dónde estaba su vestido? ¿Acaso solo estaba cubierta por barro? Arqueó una ceja divertido con esa idea, sería interesante descubrirlo.

—Ahmm... —ella llamó su atención al volver a emitir tan peculiar sonido, parecía el ronroneo de un gatito. William buscó el lugar más adecuado para levantarla, en realidad no quería ensuciar su ropa, pero al parecer iba a tener que hacerlo. Se quitó la capa y recordando que en alguna parte de su ser, había algo que lo asimilaba a un caballero, la cubrió con ella. La mujercita se retorció ligeramente en sus brazos, mientras él emprendía el camino de regreso a su caballo—. ¿Qué...? —dijo con un suave susurro.

—Shh... —la calmó apretándola más a su cuerpo,ella estaba congelada. Y cómo no estarlo, si prácticamente no llevaba ropa—.Vendrá conmigo... tranquila. 

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