"El Pasado del Pasado"
Como dije ayer, lo prometido es deuda. Acá otro capítulo, espero sea de su agrado.
Capítulo VII:
El pasado del pasado
Aunque mantenía los ojos fijos en su mozo de cuadra, su mente se encontraba bastante lejos de allí. Ese día de entre todos, era el peor de su vida. Pero no podía simplemente correr a ocultarse en su estudio, eso ya lo había hecho por mucho tiempo. A pesar de desear una buena copa de Brandy y varias horas de silencio, sabía que debía atender los asuntos de la finca. En un principio era hasta casi esperable que él se desentendiera de todo y de todos, pero ya habían pasado dos años, tiempo más que suficiente de mantener el luto.
Intentó por todos los medios oír lo que Ezequiel decía, pero eso ya estaba más allá de su entendimiento. ¿Por qué no podía adormecer su cerebro? Día tras día lograba eficazmente no pensar en ella, pero en ese le era imposible. Ignorar su recuerdo sería casi como irrespetarla y eso también ya lo había hecho. La había maldecido, culpado y odiado por haberlo dejado hundirse en su miseria, pero William sabía que ella no tenía control sobre el destino. No había sido culpa de ella, había sido culpa suya, por no ser el hombre que necesitaba, por no haberla protegido. A ella y a...
—¿Milord? —El llamado del mozo lo sacó de sus cavilaciones.
¡Dios! ¿No era suficiente castigo tener que estar allí fingiendo, sino que también iba a tener que hablar?
—¿Qué? —Su voz fue rasposa y casi sin vida, bastante precisa sí, porque en esos momentos se sentía, vacío... sin vida.
—¿Qué caballos quiere que lleve? —William soltó un suspiro sonoro, afortunadamente Ezequiel no lo presionó demasiado.
Era de conocimiento general en toda la casa que ese día él no estaba de lo más coherente y nadie iba a reprochárselo.
—Si me lo permite milord, ¿puedo hacer una sugerencia? —Asintió al instante, admitiendo para sí misma que no era capaz de pensar y mucho menos en caballos—. Quizás el número uno, cinco y... tal vez podríamos probar a Sugar.
William arqueó una ceja y súbitamente recordó que uno de sus caballos había sido bautizado por Abi. Una tenue sonrisa amenazó con romper su desasosiego, solo esa chica lo trataba como si le importara un bledo su título.
—Sí... está bien —accedió para luego retirarse de las caballerizas, podía confiar en el joven, después de todo había demostrado ser muy hábil en lo que confiere a su trabajo.
El mundo no dejaría de correr, sin importar cuánto quisiera distanciarse de él. Sus deberes lo aguardarían, mañana, pasado y muy seguramente el día siguiente. Entonces, ¿qué importaba si delegaba su poder? ¿Importaría acaso si decidiera tal vez dejarlo todo en manos de su hermano? Quizás no, quizás ya era hora de resignar las armas y dejar ir aquella última parte de su ser que por alguna estúpida razón, se negaba a darse por vencida.
***
—¿Qué planea hacer hoy señorita? —Abi se volvió sonriente hacia una Nikky que la esperaba con un nuevo vestido entre sus brazos. Ella casi y comenzaba a acostumbrarse a los vestidos que le daban, había tenido la fortuna de aterrizar en una época donde al menos no se ponían esos incómodos armazones por debajo y eso ya era un digno acierto. Si pudiera conseguir prescindir del corsé, ella y hasta se daría por bien vestida. Pero ir en contra de ellos sería igual que desatar una revolución y por el momento Abi no necesitaba más problemas.
—No lo sé, quizás dé algunas vueltas. —Se bajó rápidamente el sencillo vestido de la cabeza para poder captar la reacción de la doncella, si hacía una mueca eso significaría que pasear no era ni remotamente una posibilidad.
—¿Y qué lugar le gustaría conocer?
Abi sonrió, el camino estaba libre.
—Tal vez los alrededores. ¿Crees que a Will le moleste?
—Estoy segura que a lord Adler no le molestará, siempre y cuando se mantenga dentro de las tierras. —Casi salta de euforia, pero se contuvo para no asustar a la chica.
Estaba tan deseosa de tomar un poco de sol que hasta ya estaba considerando salir desnuda. Bueno, quizás no tanto pero sí que no pretendía perder ni un segundo de su tiempo libre en más arreglos.
—Seré una niña buena Nikky. —La joven continuó cerrando la parte de atrás de su vestido de día y una vez que hubo terminado, Abi salió disparada por la puerta.
—¿No quiere desayunar? —La oyó gritarle con su típico tonito de voz sumiso.
—Luego —respondió ella sin detenerse en su carrera.
Pasó por la cocina saludando a cada uno de los empleados, las mujeres le sonreían, los hombres inclinaban la cabeza. Y una parte de ella pensó en comenzar a sacudir una mano en el típico saludo real, pero se contuvo. No iba a ridiculizar a los empleados de Will o a Will comportándose como una tonta. Ellos la trataban con deferencia, veían en ella una dama y era su labor cuidar aquella imagen al menos un tanto.
En esa ocasión decidió recorrer los jardines que estaban hermosamente cuidados por Luis, un hombre un tanto rechoncho de ojos verdes y cabello cano. Era un hombre lleno de vitalidad con una macabra inclinación por hacerla reír, apenas la vio llegar le obsequió una florecita violeta que ella no conocía. Y Abi en agradecimiento la colocó en su cabello como un adorno más de su tocado.
Luis le aconsejó visitar el capricho, algo que la confundió de tal manera que al parecer lo reflejó por completo en su rostro y él se vio en la necesidad de apiadarse de su ignorancia y guiarla al sitio en cuestión.
El capricho resultó ser una especie de invernadero que no estaba cubierto en su totalidad, tenía una fuente en el centro y camino de flores flanqueadas por hermosas esculturas de querubines. Era algo que valía la pena admirar con tiempo y ganas. Tomó asiento en uno de los bancos de piedra, mientras oía la amena conversación de Luis hasta que este tuvo que dejarla para seguir con sus actividades diarias. Abi decidió pasar la tarde en ese sitio, acompañada del susurro del aire y el canto de los pájaros. Sin duda alguna Will tenía su pequeño paraíso en ese capricho y en esos momentos comprendió muy bien la razón del nombre.
Tras recorrer el capricho de punta a punta, se encontró con que no tenía nada que hacer y lamentó no haber cogido un libro antes de salir en su aventura. Aburrida de tanta paz, se dirigió a una puerta que estaba casi completamente oculta entre las plantas trepadoras. No era la que llevaba al jardín de Luis, pero ella tenía ganas de explorar y básicamente seguía dentro de la propiedad ¿cierto?
Se encogió de hombros y salió, descubriendo del otro lado un camino casi inmediato que terminaba perdiéndose en una colina no muy alta. Abi, deseosa de hacer circular la sangre por sus piernas, se arremangó un tanto la falda y comenzó a subir hasta la cima. Desde allí, el capricho incluso lucía más hermoso y se alegró de haber salido esa tarde. Entonces se dio la vuelta para observar lo que había del otro lado de la colina y sus ojos se abrieron como platos.
Era un contraste demasiado tajante, de un lado el hermoso edificio que se erigía entre medio de la naturaleza, del otro un cementerio. Vida y muerte tan solo separados, por una colina... era bastante sobrecogedor. Descendió lentamente y dando pasos vacilantes se adentró por entremedio de las tumbas, leyendo varios nombres grabados en piedra que para ella no significaban nada. El panteón de la familia supuso, dado que veía en muchos lugares los nombres lord y lady Adler IV, III u otros números. ¿Qué número de marqués sería Will? Parecía ser una familia numerosa y que no vivía mucho, pues algunos ni siquiera habían llegado a los treinta años. Un estremecimiento le bajó por la espina, tal vez debería también preguntar la edad de Will, solo para estar segura. Pero entonces, el sentimiento de temor por Will se vio repentinamente interrumpido, cuando sus ojos se toparon con un par de tumbas muy pequeñas. Demasiado pequeñas. Los nombres rezaban «el conde Gabriel y la condesa Sabrina», ambos murieron con solo tres años de vida y por las fechas ella notó que sus muertes eran relativamente recientes. Habían nacido en 1738 y de haber estado aún vivos tendrían veintisiete años, algo le decía que ellos podrían haber sido hermanos de Will.
Luego encontró la de un hombre que tenía una fecha de muerte considerablemente reciente, la de una mujer y una vez más, la de un niño. Su garganta se cerró en un nudo, saber que los niños morían con tanta regularidad en ese tiempo la llenó de una melancolía insoportable. De alguna forma se preguntaba cómo habría sido tener hijos allí y rápidamente desechó ese pensamiento, ella no se quedaría el tiempo suficiente como para averiguarlo.
Cuando se dio cuenta de que el niño que yacía en esa tumba se llamaba William y había muerto el mismo día de su nacimiento, sus ojos se nublaron tras un velo de lágrimas. A su lado estaba la tumba de una mujer que llevaba la misma fecha y eso solo podía significar una cosa; madre e hijo habían muerto durante el parto. Se arrodilló a un lado y limpió con los dedos la tierra de la placa de William, sintiendo el peso de cada latido de su corazón al caer en cuenta del año que llevaba. Dios... pensó con tristeza, solo había pasado...
—¿Qué está haciendo? —Abi dio un respingo cayendo de rodillas en la tierra. Intentó incorporarse mientras veía como Will avanzaba a grandes zancadas en su dirección, para luego levantarla de un brazo con algo de brusquedad—. ¿He dicho qué está haciendo?
—Solo estaba...
—No la quiero aquí —la cortó él con voz contundente—. Lárguese, este sitio está prohibido. —Ella volvió la vista a la tumba del bebé y de la madre, incapaz de poner en palabras lo que estaba cruzando por su mente.
—Lamento mucho... —comenzó a decir, titubeante. William la sacudió con fuerza logrando que se tragara sus palabras e hiciera una mueca.
—¿Qué no fui claro? Usted no es bienvenida en este lugar, no es suficiente que ponga mi casa de cabeza, ¿sino que tampoco dejará a mis muertos en paz?
Abi frunció el ceño, eso no era justo... no estaba haciendo nada malo.
—Disculpa, nadie me dijo que no podía entrar aquí — señaló algo ofendida por su acusación. No había querido importunar, nunca importunaría con un tema así—. Solo quería caminar, no volverá a suceder.
—No, por supuesto que no. —Ella vio un destello de dolor en sus ojos negro y no pudo simplemente hacer caso omiso de ello. Lentamente acercó una mano a su mejilla en un pedido mudo de perdón, con un deseo de consolarlo que ella no sabía cómo definir. Él no se apartó, se limitó a fijar la mirada en las tumbas como si de alguna forma fuese capaz de ver más allá de todo el tiempo y revivir a esas personas.
—¿Ellos eran tu familia? —inquirió con cuidado, pero no fue una buena idea. Al instante él se sacudió huyendo de su tacto y la pequeña franja de debilidad que había dejado antes al descubierto, se cubrió con un muro el doble de alto.
—¡Váyase!
Abi hizo ademán de acercase.
—Pero Will...
—¡He dicho que se vaya! Usted es una intrusa. ¿Qué no lo ve? —bramó dándole la espalda—. Lárguese, no la quiero aquí —continuó diciendo mientras se dejaba caer de rodillas junto a la tumba del pequeño.
Abi apretó las manos en puños y se dio la vuelta molesta, pero sobre todo dolida por sus modos. Ella podía entender la situación, podía ponerse en su lugar pero no por eso debía de ser la destinataria de su frustración. No había razón para que se desquitara de esa forma con ella, gritándole y llamándola intrusa. Aunque quizás... quizás tenía razón
Se detuvo abruptamente, paseando su mirada por las distintas cosas que la rodeaban y tragó en seco. Él tenía razón, ese no era su lugar y ella no debería estar allí, no debería haber puesto nunca un pie en la casa de William. Él no podía lidiar con ella, Will ya tenía demasiadas cosas por las cuales preocuparse y ella estaba siendo un estorbo.
Limpiándose las lágrimas que se desprendían sin que pudiera contenerlas, corrió atravesando el capricho y luego casi sin darse cuenta, alcanzó las puertas de las caballerizas. Ezequiel se acercaba en ese momento tirando a Sugar de una correa y Abi se detuvo delante de él tratando de recuperar la compostura. Súbitamente la respuesta surgió ante ella; no podía y no quería permanecer en ese lugar, estaba más que decidida a llevar a cabo su plan.
—Buenos días, señorita —saludó Eze con su ya tan común reverencia. Ella asintió en respuesta y se volvió sobre su hombro para ver si estaban completamente solos.
—Eze, ¿aún sigue en pie la oferta de Sugar de darme un paseo por el pueblo?
Él le expuso una nívea sonrisita y asintió con euforia a pesar de que una sombra de duda hizo amago de aparecer en su rostro. Ella hizo un esfuerzo por sonreír, esperando que él ignorara sus enrojecidos y aún húmedos ojos.
—Por supuesto señorita Abi. ¿Cuándo quiere usted salir?
—Ahora —respondió con falso entusiasmo.
—¿Ahora? —instó él con suspicacia y ella supo que no estaba siendo convincente.
Se odió por lo que estaba por hacer, pero tenía que salir de allí cuanto antes, ella sabía cuándo estaba sobrando en un lugar y no pensaba quedarse donde no la querían. Con un movimiento de sutil coquetería sacó un poco de pecho, el cual afortunadamente se veía más pronunciado por el ajustado corpiño y esbozó una sonrisa.
—Tengo muchas ganas de ir a conocer el pueblo — musitó, haciendo énfasis en la palabra «muchas». Los ojos celestes del muchacho se estrecharon con interés frente a su obvia invitación.
—Iré por mi caballo y salimos en este instante.
Abi sonrió con suficiencia.
—Está bien, yo te espero aquí con Sugar.
—No tardo —aseguró él casi saliendo como un rayo. Sin darse tiempo a sentirse culpable, Abi se encaramó a la yegua como pudo, tratando de no caer por la dificultad que le suponía hacer eso con vestido.
Por suerte Ezequiel tenía a Sugar con unamontura para hombre pues si se encontraba con la de una mujer, Abi hubieseestado en serios aprietos. Aún no sabía cómo montar de costado, cuando muchosabía montar con una pierna a cada lado. Pero al menos no tuvo problemas paraguiar al animal a la salida y luego simplemente tomó el camino que creyó másconveniente. Las patas del caballo traqueteaban con un buen ritmo sobre latierra y ella se permitió una última mirada atrás. La finca de Will lentamentese fue desdibujando a la distancia y así también su tranquila seguridad, peroera lo mejor se dijo internamente. No había razón para estar perturbándolo, élno la quería a su lado y aunque saberlo le causaba un dolor irreconocible, tuvoque esforzarse por ignorarlo. ¿Cómo era posible que en tan pocos días ella sehubiese encariñado con todos en ese lugar? Los echaría de menos pero inclusoaunque le agradaban, tarde o temprano los iba a tener que dejar. Si no era deesa forma, sería cuando regresara al futuro. Y entonces, ¿cuándo sería más durodejarlos? Si pasaba un año con ellos muy posiblemente su corazón no soportaríala despedida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro