De Caballos y Malas Decisiones
Capítulo IV:
De caballos y malas decisiones
Mantenerse firme en su lugar la ayudaba a contener los temblores de su cuerpo, creía que nunca podría llegar a pensar cuerdamente otra vez. Pero tras una media hora de estar sentada en aquel enorme salón, sobre un esponjoso sofá, casi y hasta sintió que podría recobrar la cordura. No completamente, pues aún se le hacía físicamente imposible haberse movido de un tiempo a otro con un simple ―y vamos a admitirlo― estúpido deseo de cumpleaños. Pero allí estaba, no valía la pena negar que el hombre que la miraba a unos dos metros de distancia, fuera real. Ella lo había tocado de camino a la gran mansión y cualquier duda se disipó de su mente: era de carne y hueso. Abi podría dar un añadido personal a esa definición y decir también, que el hombre era puro músculo. Pero no era momento para ponerse en detalles absurdos, tenía que pensar. ¿En qué? Bueno, quizás en cómo diantres regresar a su tiempo. ¡Santísimo Cielo! ¡¡1765!! ¿Cómo rayos iba a escapar de allí? Ni siquiera estaba segura de cómo era su posición en esa época. ¿Aún decapitaban gente? No, eso era durante la Inquisición... ella casi podía apostarlo. Pero entonces, ¿qué ocurría en esos tiempos en Inglaterra? Iba a tener que hacer un gran esfuerzo para recuperar aquellos años de escuela, no debía de ser tan difícil solo tenía que situarse en espacio y tiempo.
—¿Quién es el rey? —preguntó en un exabrupto, haciendo que el hombre lord alzara la vista en su dirección, irguiéndose de la cómoda posición que mantenía sobre el escritorio.
—¿El rey?
Abi rodó los ojos. No le había parecido que su pregunta fuera demasiado compleja, pero procuró respirar profundo y volver a intentarlo.
—Sí... hay un rey ¿no? —instó, incapaz de no permitirle al sarcasmo filtrarse en su voz. Al parecer él lo comprendió inmediatamente, porque la observó con claro gesto de reprobación.
—Jorge —murmuró y luego le dio la espalda, dirigiéndose a una vitrina. Abi pasó de él y comenzó a hurgar en su memoria.
¿Jorge? ¿Jorge? ¿1765? ¿Inglaterra? Se mordió el labio, buscando y rebuscando en sus archivos académicos mentales. ¿Por qué ningún Jorge le sonaba? Era imposible que fuera tan tonta, ella se consideraba relativamente inteligente, pero de algún modo parecía que toda su inteligencia se había quedado atascada en el 2011. Quizá como aún no había nacido, teóricamente ella no había recolectado esos conocimientos. Bien, no tenía caso pensar en eso, lo único que le faltaba para terminar de desquiciarse era pensar en las implicaciones de su existencia. Si terminaba convenciéndose de que no existía porque aún no había nacido, acabaría saltando del tejado.
Soltó una carcajada entre dientes era ridículo lo que estaba pensando, pero al menos ya le estaba encontrando la vuelta a su situación. Como todos los problemas de su vida, Abi pensó en tomárselo con su filosofía, debía haber algo positivo en todo esto y algo de lo que ella pudiera reírse en el futuro. « ¡Ja! Futuro, buena elección de palabras, Abi», pensó en su fuero interno mientras dejaba ir otra risilla por lo bajo. Entonces reparó en que su regocijo mental, había captado la atención de cierto lord que la observaba un tanto receloso, como si creyera que ella hubiese enloquecido de momento a otro. Fue esa pequeña observación lo que logró que en su mente chispeara un recuerdo, una sola palabra hizo eco en cada parte de su cerebro... Loco.
—¡Jorge el Loco! —exclamó mientras chasqueaba los dedos, por fin había dado con el rey del momento. Jorge III o también conocido como el Loco, llamado así por sus continuos ataques de esquizofrenia durante su mandato. ¿Cómo se había olvidado de él?
—Estoy seguro que al rey no le agrada ese epíteto — remarcó el amargado lord Algo, mientras le extendía una copa de contenido rojo dudoso. Abi tomó la copa al instante y sin querer rozó los dedos de él en el proceso, William capturó sus ojos una milésima de segundo antes de girar el rostro con desagrado.
—¡Milord! —Ambos se volvieron en dirección de las grandes puertas de doble hojas que se extendían del techo al piso. Algo que, en consideración de Abi, era ostentosamente innecesario. Es decir, no es como si no cupieran por puertas de tamaño normal, ¿cierto?
Catrina entró a paso apresurado con el ceño fruncido, mientras sacudía la cabeza en una constante negación. Abi no podía precisar qué era lo que la molestaba tanto, pero no le dio importancia y en cuanto estuvo por llevarse la copa a la boca, esta desapareció de sus manos.
—¿Cómo se le ocurre darle brandy a una jovencita? — masculló la mujer.
Abi la miró con un gesto entre confuso e indignado, ¿por qué le había quitado su brandy? Nunca lo había probado, pero para ella cualquier cosa que la hiciera perder el sentido en ese momento, funcionaría.
—No es una niña, tiene dieciocho años —se defendió William, apurando su copa como si temiera que a él también se la robaran. Catrina se volvió y la observó con sorpresa.
—¿Dieciocho? —Abi asintió obligándose a sonreír—. Mi Dios —murmuró la mujer mayor, tomándola por el mentón y analizándola como si le buscara alguna espinilla—. El Señor ha sido muy generoso con usted señorita, le ha obsequiado juventud y hermosura.
Abi no escapó de ver la ceja que alzó William al oír la declaración de Catrina.
—Gracias... —musitó no muy segura. En realidad, a ella no le gustaba nada parecer tan niñita.
Su madre la había alentado en más de una ocasión a utilizar maquillaje con el fin de hacerla lucir ligeramente más madura, pues ella decía que su cuerpo se correspondía con su mente: ambos con el espíritu de una cría de cinco años. Una aseveración que Abi obviamente odiaba, porque se creía mucho mayor que eso tanto física como mentalmente hablando. Pero no venía al caso en ese momento, ella solo quería que le devolvieran su bebida, algo que Catrina no hizo. Su brandy terminó perdiéndose en los labios de lord Adler, que en cuanto alcanzó la copa se encargó de retirarlo.
—Tengo un rico té para usted.
Abi le envió un pedido de auxilio mental a Dios. No solo no podía respirar con esa ropa que llevaba, ahora también iba a tener que beber té. Ya recordaba por qué odiaba tanto a los ingleses, bueno quizás odiar era una palabra muy grande, pero sin duda que no le agradaban sus bobas costumbres. Sus anticuadas y bobas costumbres.
—No me gusta el té —espetó, logrando que dos pares de ojos se clavaran incrédulos en su persona.
—Oh —murmuró la mujer sin poder contener su desaliento—. ¿Y qué beben en las colonias?
Una vez más se apresuró a buscar en su memoria algo con lo que reponer a esa pregunta, sin evidenciar su enfado por el modo en que se referían a su patria. Pero para su desgracia aún no podía decirles que ellos no eran colonias de nadie, dado que en esa época todavía no se habían independizado. Condenada historia y condenado deseo. ¿No podrían haberla enviado a una época donde ya fuesen libres?
—El café está bien —terminó por decir y una vez más recordó mantener una sonrisa.
—Pero el café no es una infusión apropiada para una señorita —rezongó la mujer mayor de manera petulante.
—¿Y qué diantres bebe una señorita? —preguntó sin molestarse en ocultar su impaciencia, William carraspeó y Catrina bajó la vista al piso como si ella acabara de abofetearla.
Abi se mordió el labio, eso no había salido específicamente como ella lo había planeado.
—Eso es todo, Catrina, te llamaré para que ayudes a la señorita más tarde. —Ella asintió y haciendo una reverencia rápida, desapareció del salón—. Le agradecería que no trate de esa forma a mi personal, diríjase con respeto a cada uno de ellos. ¿Comprendido?
Abi asintió y se observó las manos avergonzada, no había querido ser grosera con Catrina, solo que esas reglas tontas la exasperaban. Y demás está decir que estaba un tanto irritable desde que se había enterado que estaba atrapada en el pasado. ¡En el pasado ni más ni menos! Era un tanto difícil recordarse ser amable, cuando parte de ella aún intentaba dirimir el embrollo en el que se había metido.
Sí, no eran más que excusas y por eso pensaba disculparse con Cat apenas volviera a cruzársela. Terminó por beberse el té, al menos para mantener las manos ocupadas y evitar tener que hablar con William. Si ella estaba irritada, él claramente estaba exasperado. Obviamente no lo demostraba, pues en todo momento se mantuvo imperturbable, pero muy seguramente los cinco brandis que se había bebido, lo estaban ayudando mucho en el cometido. Tenía un estómago de hierro porque ella no lo veía ni siquiera un tantito mareado o patoso, cosa que a Abi le ocurría con tan solo medio vino.
—¿Puedo preguntarte algo? —musitó temerosa de entrometerse en sus pensamientos. El hombre no se había movido de su lugar en toda la hora, mientras que ella ya comenzaba a acalambrarse y entumecerse en distintas partes. Debía mantenerse rígida a fuerza, pues el condenado corsé no la dejaba encorvar siquiera una milésima su espalda.
Decidido... en cuanto subiera se desharía de esa prenda del infierno.
—Dígame.
—¿Qué vas a hacer conmigo?
—Por el momento permitiré que se quede... Por la mañana analizaremos nuestras próximas decisiones. —Abi frunció el ceño, parecía como si él estuviera hablando de negocios. Ella no era una condenada inversión, quería saber qué le depararía de su vida, teniendo en cuenta que no se hacía ni una mínima idea de cómo regresaría.
Entonces fue como si una luz se iluminara en alguna parte de su revoltijo de teorías. Allí aún era 17 de febrero, aún era su cumpleaños. Tal vez solo tenía que volver a pedir el deseo, claro que a la inversa, y regresaría a su casa ¿cierto? ¿Cómo no había pensado en eso antes? ¡Qué importaba! Solo debía apresurarse, no sería su cumpleaños por mucho más tiempo.
—¿Puedes darme una vela? —pidió incorporándose repentinamente. William al instante se puso firme como si alguien hubiese presionado un interruptor. Ella quiso reír, el hombre que segundos atrás había estado completamente perdido en sus pensamientos, se había activado con un solo movimiento suyo. Tenía su parte divertida después de todo.
—¿Para qué quiere una vela?
—Solo quiero una, ¿tienes o no?
Asintió un tanto renuente y tirando de un cordoncito a un lado del escritorio hizo sonar una campanilla. Fue un minuto completo de espera hasta que un hombre con traje de frac apareció en la puerta, el extraño se inclinó torciéndose por la cintura y Abi se le quedó viendo con una ceja en lo alto.
—¿Necesita algo, milord? —pronunció, el que ella pensaba era el mayordomo, con un acento algo afrancesado.
—Una vela, Darton. —Volviéndose a inclinar de esa forma tan particular, Darton desapareció retrocediendo y sin mirar atrás. Vaya, seguramente se conocía la casa como la palma de su mano. Ella sin duda alguna hubiera tropezado con sus propios pies, intentando una retirada como esa.
El francesito regresó junto con Catrina y luego se retiró, al momento que depositó la vela en la mano del lord. William se la alcanzó y ella por un segundo solo pudo ver aquel trozo de cera blanco e insípido. Era increíble que una cosa tan absurda hubiese sido capaz de transportarla hasta allí, pero no podía ponerse muy quisquillosa al respecto de los métodos del viaje. Al menos había sido sin turbulencias.
Una vela la había llevado, así que una vela iba a regresarla o realmente Abi pondría una demanda a la sucursal cumplidora de deseos. Eso no era lo que ella quería y además, ¿de todas las cosas que había pedido justamente esta se tenía que cumplir? El destino tenía un sentido del humor muy retorcido. Se giró en busca de algo con que encender la vela, pero notó que la iluminación de las paredes estaba cubierta por esferas de cristal y también estaban muy altas. Soltó un bufido. ¿A quién tendría que matar para conseguir una cerilla?
—Permítame. —Dio un respingo al oír la profunda voz de William, él extendía una mano en su dirección aguardando a que ella le entregara la vela. Y tras un segundo de vacilación la dejó caer en su palma, él se dio la vuelta y utilizando las brasas de la chimenea, la encendió.
Abi regresó a su lugar en el sillón y tomó la vela encendida con ambas manos, como si en ellas contuviera el tesoro más preciado. Y en cierto punto así era, pues estaba confiando su vida futura y pasada, a ese simple objeto. Cerró los ojos con determinación, lo último que vio fue la mirada fría de William clavada en su persona y la extraña admiración de Catrina.
«Allí voy...», pensó cargando sus pulmones de oxígeno. Tan solo necesitaba un soplido y todo regresaría a la normalidad, despertaría en su cama rodeada por sus almohadas y peluches. Tal y como había dejado todo, así lo encontraría, solo tenía que fijarse esa meta. «Deseo volver a casa...» se repitió incansablemente, hasta que en su mente no hubo otro pensamiento que no fuera ese. Entonces una vez más dejó ir un suspiro que no solo liberaba su alma, sino que liberaba a todo su cuerpo.
La cama, cada parte de ella se sentía en consonancia con el exterior, por un momento pensó que oía un coro de ángeles. Nunca hubiera creído cuánto podría echar de menos a su familia, a su hogar y todas las excentricidades que lo componían. Pero lo hacía y Dios sabía cuánto, está de más decir que luego de que desplegó los párpados, tras su pequeña escenita con la vela, nada había ocurrido. William y Catrina se la quedaron viendo como si ella definitivamente necesitara ayuda psiquiátrica y Abi comenzó a creer que así era.
Se había marchado a la habitación en compañía de Catrina y tras disculparse con la mujer se embutió en la cama, dejando que su miseria se entrelazase con las sábanas. No estaba segura de en qué momento había perdido la batalla contra el cansancio, tal vez ocurrió justo cuando pensó que no podría llorar por más tiempo. Se sentía tan estúpida moqueando como una chicuela, pero cada vez que se decidía a dejar de hacer el ridículo, la cara de su madre se hacía espacio en su mente y otra vez rompía en llanto. No tenía idea de cómo regresar, quizás había agotado su única oportunidad. ¿Es que acaso había un límite de deseos por cumpleaños? Tal vez solo se podía pedir uno, y entonces eso la hizo consciente de una cruda verdad, debería esperar un año completo antes de saber si esa teoría era acertada. Pero, ¿qué demonios haría un año en ese lugar? No tenía cómo subsistir, ni siquiera sabía qué clase de empleo podría obtener una chica como ella. Y lo de vender su cuerpo le parecía un tanto extremista, aún no estaba tan desesperada. Pero no podía esperar que William la auxiliara, ese hombre parecía de todo menos un buen samaritano. A pesar de que la había ido a buscar al bosque, aún pensaba que solo lo hizo por obligación o decoro. O la cosa que fuera que lo hacía actuar como un caballero, incluso cuando parecía querer hacer todo lo contrario.
Eso era una basura, Abi jamás había tenido que apelar a la lástima de las personas y sobre todo no tenía intención de despertar pena en el lord. Ella podía ganarse la vida, solo necesitaba un poco de entrenamiento y uno o dos días para habituarse a la idea. Se incorporó con la decisión retozando en su mente, la comodidad de esa condenada cama lograba confundirla y por una milésima de segundo realmente había creído estar en su hogar. Pero qué va, tendría que inflar el pecho y dejar de ser tan chillona, no era su casa. ¿Y qué? ¡Pronto regresaría! Pero antes debía sobrevivir un año y ella estaba segura de poder hacerlo. Había sobrevivido dieciocho, ¿qué sería un año más? Nada, se dijo internamente realzando su espíritu luchador. Ella podía afrontar al siglo XVIII, después de todo era una feminista del 2011 hecha y derecha, con pensamientos propios y mucho carácter.
Tiró de las mantas para destaparse y armada de valor se bajó de la cama, sus pies descalzos tocaron la fría madera y parte de su rudeza se escapó entre el castañeo de sus dientes y el grito agudo que no pudo evitar soltar.
—¡Mierda! —exclamó, regresando de un brinco. Un segundo después se acurrucó hasta que volvió a sentir la tibieza de sus dedos y observó el piso con recelo. No iba a salir de allí nunca más, iban a tener que arrastrarla de una pierna, nadie en su sano juicio saldría de la cama con ese frío. Al carajo todo, tan solo cerraría los ojos y dormiría hasta que el año hubiese terminado.
—¿Señorita? —Unos golpecitos en la puerta la pusieron en alerta, la voz suave de la joven que ingresó parecía un tanto temerosa, pero a la vez servicial—. Pensé que la oí gritar. ¿Está usted bien?
Abi se descubrió la cabeza lentamente y observó a la otra chica, se sorprendió de no ver a Catrina... en cierta forma ya se estaba acostumbrando a la mujer. Aun así la chica nueva parecía bastante amable y tenía un rostro apacible. Asintió para responderle y ella sonrió conforme.
—Aún es temprano, ¿quiere que le suba ya una bandeja?
—¿Una bandeja? —inquirió dudosa, ni sus padres le subían el desayuno a la cama. Ese era un lujo interesante.
—Sí, algo de leche y pan con miel —explicó la joven en tanto que abría las cortinas dejando entrar al sol invernal, el cual no parecía calentar absolutamente nada, dicho sea de paso. Abi frunció el ceño cubriéndose los ojos, tenía deseos de levantarse ya que no acostumbraba a dormir hasta muy tarde pero el frío la limitaba bastante. Y la idea de desayunar solo leche con pan se le hacía deficiente, moriría de hambre hasta el almuerzo si tenía que sobrevivir con eso.
—¿Nada de huevos revueltos o cereal? —Luego se replanteó esa pregunta en la mente, ¿existiría el cereal en esa época?
La chica sin nombre se volvió para mirarla contrariada.
—¿Usted quiere un desayuno completo? —instó como si ella acabara de pedirle que matara a un hombre.
—Pues es la comida más importante del día —se justificó ante el rostro anonadado de la joven.
—Yo... —dudó un segundo—. Creo que puedo pedir que le preparen algo. —Luego le expuso otra sonrisa y Abi supo que esa chica iba a agradarle.
—¡Perfecto! Soy Abi. ¿Y tú? —La muchacha dio un respingo y súbitamente pareció recordar que aún no se había presentado, hizo una reverencia exageradamente cortés para ella.
—Mi nombre es Nicole.
—Ok...te llamaré Nikky —aseveró y la chica pareció un tanto confundida, pero luego terminó asintiendo, como si ya estuviera habituada a tratar con gente extraña.
—¿Quiere que la ayude a vestirse ahora? Pediré que suban su desayuno en un momento.
Abi sacudió la cabeza en una negación, se iba a levantar, no se quedaría postrada en la cama. Tenía deseos de explorar y desde su recámara se le haría demasiado complicado.
Era imposible decir que no superaba los problemas rápidamente. Claro, todavía estaba con sentimientos encontrados, pues no tenía idea de cómo iba a sobrevivir allí. Pero al mismo tiempo se sentía eufórica e inquieta. ¡Vamos! ¿A quién no le causaría aunque sea un poquito de curiosidad el siglo XVIII?
Luego, cuando regresara, tendría ciento de cosas que contarle a su profesor de historia, ya que ni en sus mejores sueños podría llegar a experimentar lo que ella en esos momentos. Tenía una oportunidad única, había tenido la dicha de ir a parar a la casa de un hombre acaudalado que aún no la había corrido de patitas en la calle. El pasado se presentaba ante ella al desnudo, era su deber civil conocer el máximo de él.
—Me visto y bajo a desayunar, no me gusta la soledad de este lugar, se me hace muy frío.
—¿Quiere bajar? —Abi asintió y una vez más pensó que Nikky la observaba horrorizada—. Pero... una dama...
—¿Qué? —la apremió, al ver que la muchacha dudaba.
—Las damas no bajan a desayunar al menos que un hombre las invite, es mal visto que una mujer tome el desayuno sola —explicó rápidamente, como si detrás de sus palabras ocultara la pregunta... «¿Me estás tomando el pelo? todo mundo sabe eso».
—Bueno... —Abi se detuvo a pensar unos segundos, no quería parecer una maleducada, aunque todo el asunto le pareciera una ridiculez. Eran las reglas del lugar y como su padre siempre decía...dice... ¿dirá? En fin. A donde fueres...—. Entonces le pediré a William que me acompañe.
Dado que era el único hombre que conocía y ella no tenía intenciones de desistir en la idea de bajar, él tendría que servir a la causa. Abi quería conocer el resto de la casa, el pueblo, la aldea o cómo se llamaran los lugares entonces. Y hacerlo desde la habitación, por muy bonita que esta era, resultaba bastante difícil.
—Pero lord Adler no toma desayuno, él está en las caballerizas.
Soltó un suspiro molesta, otra barrera más. ¿Cuántas tendría que saltar para poder bajar a explorar? El desayuno ya solo le parecía una excusa pertinente, pero si no podía sostenerse de ello, iría por otra cosa.
—¿Y dónde están las caballerizas?
Nikky sacudió la cabeza en una negación, claramente no estaba de acuerdo con la actitud de Abi. Pero a pesar de su renuencia le indicó el camino más directo, luego de vestirla y peinarla por alrededor de una hora. Lo bueno de todo aquel circo fue que con tanto movimiento, Abi ya había entrado en calor y además todas las capas de ropa que la cubrían eran lo suficientemente mullidas como para vestir a tres personas.
—Tú ve a pedir dos desayunos y yo voy por William.
—Dudo que lord Adler acceda a su pedido, solo utiliza el comedor cuando lady Adler viene y lo obliga —espetó, tratando una vez más de disuadirla.
—¿Quién es lady Adler?
—Su madre por supuesto.
Abi soltó un suspiro por lo bajo, no supo por qué razón estaba conteniendo el aliento, pero sea lo que fuere había mermado al oír las palabras de Nikky.
—Ok, ve —la apremió, tirando de ella hacia la puerta—. Voy a ver a Will.
—¿O...k?
Abi no pudo contener una carcajada, ella terminaría enloqueciendo o enloquecería a la gente de ese lugar.
***
Las caballerizas eran muy similares a las de su época, no es que ella conociera muchas. Pero básicamente apestaban, eran frías, húmedas y tenían animales sueltos por todo el lugar, desde perros a puercos, sin olvidar, por supuesto, a los caballos que le daban su nombre. Parecía una cuadra larga con puertas de metal que mantenían a los sementales encerrados. Le daba un poco de pena, no le agradaba que mantuvieran a los pobres animales lejos de su ambiente natural, pero no era como si fuera a comenzar una cruzada contra la explotación animal. Allí los caballos eran una utilidad indispensable, como el maldito té de las cinco.
El sonido de unos pasos a su espalda le advirtieron que estaba siendo perseguida y Abi tenía una idea clara de quién era. En cuanto Nikky la abandonó camino de la cocina, ella supo que Catrina se enteraría de su pequeña travesía hasta las caballerizas y por supuesto que la mujer intentó detenerla. Abi la ignoró hábilmente pero aún así no logró disuadirla en la tarea de jugar de sombra para ella, por lo que ahora la traía caminando a paso apresurado a sus espaldas y con el ceño fruncido en claro gesto de censura. Se giró un segundo para sonreírle y la mujer agitó la cabeza, frustrada. Abi no se hacía a la idea de lo que pudiera estar pensando, pero la situación tenía mucho de hilarante.
Recorrió el lugar trepándose de las distintas portezuelas de metal, llegando hasta a olvidarse de William y el motivo que la había llevado allí. Ella solo tenía ojos para los caballos y para las dulces miradas que le devolvían desde el interior de sus compartimentos. Todos eran encantadores, estaban bien cuidados y sus pelajes brillaban haciéndola desear correr a acariciarlos.
Abi adoraba los animales, todos y cada uno de ellos, tenían algo que la encandilaban. A tal punto que podía abstraerse del mundo con tal de pasar un momento de tranquilidad a su lado.
—Señorita regrese dentro, enviaré a un lacayo a buscar a lord Adler.
Abi negó con vehemencia y extendió una mano en dirección del caballo blanco más hermoso que jamás hubiera visto.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó y Catrina se encogió de hombros al no saber la respuesta.
—No tiene nombre, todos aquí le llaman tres. —Ambas se volvieron hacia la voz grave que hablaba desde las sombras. Luego de un instante un joven de ojos celestes y sonrisa fácil, salió del cubículo que enfrentaba al de "tres" y abriendo la puerta de metal, ingresó con el caballo sin agregar nada más. Abi no pudo evitar verlo con envidia, él estaba acariciando al caballo que ella quería tocar o incluso cabalgar.
—¿Por qué le dicen así?
—Milord los numera según el momento de ingreso a la cuadra, este llegó en tercer lugar.
—Pues parece que milord se devanó los sesos pensando. —El muchacho de los caballos soltó una carcajada, que aplacó al instante cuando recibió una mirada cáustica por parte de Catrina.
—Tal vez usted quiera darle un nombre —sugirió él y Abi sonrió ampliamente. A su juego la habían llamado.
—Bien... es una chica, ¿no?
Él volvió a reír frente a su manera tan poco instruida de hablar.
—Una yegua, sí.
—Se llamará Sugar.
—¿Sugar?
—Sí, porque parece muy dulce.
Él le obsequió un asentimiento y palmeó el lomo de la yegua.
—Sugar, será.
Abi se volvió al oír un carraspeo proveniente de su lado izquierdo, estaba a un segundo de entrar a acariciar a Sugar cuando Will hizo acto de aparición.
—¿Qué hace usted aquí? —Ella no se dejó amedrentar por su atronadora voz de villano de película, la verdad era que no le parecía tan intimidante como se quería hacer ver pero había algo más en él. Aunque todos allí la trataban con amabilidad, Will parecía ser el único que se escapaba de su entendimiento.
—Oh, te estaba buscando y entonces vi este caballo y... — Se giró para mirar al chico que aún estaba dentro del cubículo de Sugar, no tenía idea de cómo se llamaba. Al parecer él notó su confusión porque se reverenció para presentarse, a Abi le parecía un tanto ridículo hacer eso cada vez que uno debía decir su nombre, pero ella iba tomando nota mental de cada una de las cosas que veía.
—Soy Ezequiel, señorita.
—Claro... entonces vi a Ezequiel entrar allí con Sugar y me pareció...
—¿Quién es Sugar? —la interrumpió él cruzándose de brazos, pasando su mirada de Ezequiel a ella en cortos lapsos.
—Oh, el caballo... le puse nombre. ¿Te gusta?
Como toda respuesta, William frunció el ceño y en dos zancadas acortó su distancia hasta detenerse a escasos centímetros de su rostro. Abi tuvo que mover la cabeza hacia arriba para poder mantenerle la mirada. El maldito le sacaba casi quince centímetros de altura, y eso que ella se consideraba relativamente alta.
—No quiero nombrar a mis caballos, de querer hacerlo lo hubiese hecho yo —señaló como un niño a punto de soltar una rabieta. Abi por un momento llegó a pensar que lo había tocado en una parte sensible, pues era claro que deseaba remarcar el hecho de que esos caballos eran suyos y de nadie más. Como si ella fuera a hurtarlos, ¿qué haría con un caballo de todos modos?
—Bien, solo fue una sugerencia, pero llamarlos con números deja en evidencia la falta de imaginación del propietario. —Ezequiel intentó ocultar una risa con una mala imitación de tos, mientras los ojos de Catrina parecían a punto de saltarse de sus orbitas.
Abi hizo una mueca al percatarse de sus palabras. No había querido provocarlo pero se le había salido, como casi todas las cosas que decía sin pensar. William los fulminó a todos con la mirada para luego tomarla de un brazo y sacarla fuera de las caballerizas con muy poco tacto caballeresco. En esa ocasión Catrina no la siguió y Abi la maldijo para sus adentros, notando que la dejaría capear ese temporal por sí sola.
—¡Oye, espera! —exclamó tratando de zafarse de su amarre. William la tironeaba como si se tratara de una bolsa de patatas, una bolsa particularmente pesada y molesta de acarrear. Se detuvieron junto a las vallas que delimitaban el perímetro de entrenamiento de los caballos y entonces él se volvió para clavar sus ojos negros directamente en los de ella. Abi se contrajo un tanto asustada por la severidad de su rostro, nuevamente viendo que le era imposible medir sus reacciones o leerlo siquiera. Por un segundo se sintió como si estuviese una vez más en la oficina del director del instituto, solo que la llamada a sus padres sería lo menos preocupante en esta ocasión.
—¿Acaso le di permiso de salir de la habitación? —le espetó con rostro pétreo.
—No sabía que... —William la silenció alzando un dedo en el aire como para remarcar que él aún tenía la palabra.
—¿Acaso le permití entrar en mis caballerizas? —Abi negó lentamente—. Entonces, ¿por qué demonios se mueve con tanta libertad por mi casa? Una dama que realmente lo fuese, no estaría riendo en las caballerizas con el mozo de cuadra. —Ella se quedó pasmada, sin tener idea que pesaba una prohibición sobre hablar con Ezequiel.
—Bueno es que...
—No diga que no se lo advirtieron, la presencia de Catrina demuestra que intentaron persuadirla y usted decidió no hacer caso. ¿Me equivoco?
—No pero... —Era su empleado, ¿qué mal podía hacerle charlar con un mozo?
—No quiero oír sus excusas, regrese a la casa y manténgase dentro hasta que yo solicite su presencia.
Abi se quedó con la boca abierta de par en par, este tipo era un dictador.
Realmente esperaba que ella se quedara sentada observándose las uñas, mientras él decidía cuál era el mejor momento para hablar. Y un cuerno, no era conocida por su paciencia o por su actitud sumisa ante nadie. Si William pensaba que iba a relegarla al estatuto de planta de interior, se equivocaba y ella se lo iba a demostrar.
—Solo vine a buscarte para desayunar, ¿sabes? No tienes que ser tan malvado, dime que no me cruce en tu camino y lo haré. —Tras decir aquello se dio la vuelta ofuscada. ¿De qué servía querer ser amigable con él? Obviamente William se había olvidado su sentido del humor y espontaneidad en el vientre de su madre.
Hasta ese instante Abi había creído que podría lidiar con todo aquel mundo, después de todo solo sería un año y entonces estaría de regreso. Pero si debía soportar ser tratada como una invitada que nadie aguantaba, simplemente prefería salir de allí y encontrar otra alternativa. No estaba segura de cuál, pero algo que odiaba era seguir órdenes y más de un pomposo, idiota, egocéntrico como él. Estaba decidida, se iría de ese lugar aunque eso significara enfrentarse a 1765 completamente sola. ¿Tan malo podría ser?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro