"Cuando Me Besas"
Sí, lo sé... tardé! Pero es que tuve todos estos problemas con mi luz, que va, que viene, que me apaga la PC, que casi me la quema, que por poco y se lleva todas mis historias a la tumba. En fin, mucho lío... pero al fin pude recuperrar algunos archivos antes de que se me vaya la energia electrica de nuevo. Así que... espero que hayan tenido una linda navidad!! Y que Papá Noel les haya traído muchas cosas lindas y que tengan un estupendo fin de año o inicio del nuevo, depende cómo quieran verlo. Saludos para todos ^^
Capítulo XXV:
Cuando me besas
—Ayer estaba tomando un café en ese nuevo establecimiento, el de East End, cuando oí una particular conversación...
Ailim quitó la atención de sus huevos escaldados, para posarla en su esposo. Este se mantenía con la vista fija en el periódico, pero era consciente de su mirada. No hizo la pertinente pregunta, porque sabía que Iker seguiría hablando sin que ella le diera el asentimiento.
—Fue curioso oír mi nombre, teniendo en cuenta que ni siquiera estaba sentado en esa mesa. —Entonces alzó sus profundos ojos verdes en su dirección, ella se estremeció ligeramente. ¿Era su impresión o lucía más lúgubre que de costumbre?
—¿Qué decían? —inquirió casualmente.
—No fue específicamente lo que decían, sino lo que dijeron al ver que los observaba... sus rostros se me hacían vagamente familiares, pero estoy seguro de nunca haber cruzado palabra con ellos antes.
Ella frunció el ceño, notando que toda esa adornada presentación se traía algo feo por detrás.
—Este grupo de cinco hombres, se acercaron a mí sonrientes y me palmearon la espalda, me estrecharon la mano y creo que también ofrecieron un brindis en mi honor...
Ailim tuvo que reprimir las ganas de reír.
—Qué corteses —susurró como la buena dama que era. Iker apretó los ojos en finas líneas.
—También brindaron por ti... —El bajo tono de su voz anunciaba la calma previa a la tempestad, Iker no expresaba enojo con gritos. No, él te arrullaba con un profundo murmullo que terminaba por ser más contundente, que cualquier vulgar exclamación—. Y por nuestro futuro hijo —entonó la última palabra para darle un toque interrogante, Ailim tomó la servilleta y se secó los ya desérticos labios—. ¿Acaso tienes algo que decirme?
Suspiró.
—Quizás... haya insinuado algunas cositas frente a lady Elisa. —Él estuvo a punto de responder cuando ella se le adelantó—. Pero nunca admití estar embarazada, eso fue algo que ella sola interpretó.
—Ailim... —aguardó, pues conocía esa reacción. Iker dejaba salir su nombre por entre sus labios, como si de alguna forma pudiera acariciar las sílabas. No sabía cuándo comenzó a desear tanto oírlo llamarla por su nombre—. No es pertinente que provoques a esa mujer o a ninguna otra.
Bajó la vista a sus manos, un tanto avergonzada. Él tenía razón, pero odiaba que la avasallaran solo porque no era inglesa o porque no la creían digna de llevar un título señorial. Ella era tan buena como cualquiera de esas damas y si algo había aprendido de su hermana, era que no debía dejarse ser menos.
—Iker tú no entiendes... —Se obligó a callar cuando él clavó su mirada jade en su persona, la típica que decía: es mejor que no me contradigas.
—No importa si entiendo o no, es que aún no comprendes que no necesitamos estar en boca de esas... damas.
Asintió herida por la dureza de su aseveración, aunque él no había alzado la voz sus palabras surtieron el efecto deseado, intimidarla. Ailim se puso de pie dejando la servilleta pulcramente doblada en la mesa del comedor.
—Comprendo, si me disculpa, milord —murmuró saliendo airosa por la puerta principal, convencida de que podría contener las lágrimas hasta llegar al piso de arriba.
Nada más cruzar la puerta de la habitación, se dejó caer contra esta de forma poco decorosa. Cargó los pulmones en cortas inhalaciones, hasta que pudo controlar su genio y con la poca paz adquirida fue a sentarse en el alfeizar de su ventana. Desde allí observó las calles londinenses, como de costumbre, atiborradas de personas y caballos. Ailim suspiró y reposó la cabeza en el frío vidrio, sin notarlo siquiera cerró sus ojos y una vez más deseó poder moverse más allá de sus límites. Necesitaba tanto algo de consuelo, pero no podía simplemente salir a buscarlo, sabía que no lo encontraría en ese lugar. Últimamente cada vez le costaba más mantenerse en su sitio, ella actuaba por instinto y desafortunadamente eso no era un buen rasgo para una dama. Pero no podía evitarlo por completo, pues estaba saturada y ni siquiera sabía por qué.
En su mente se repetía una y otra vez ese mismo sueño, algo que venía perturbándola desde hacía meses. No conseguía la forma de descifrar su significado y por alguna razón, sentía que cada segundo que pasaba este amenazaba con llevarse su felicidad. No podía hablarlo con Iker, no porque no confiara en él. Simplemente había comprendido que él prefería ignorar esas cosas. A pesar de que su esposo la aceptaba tal y como era, aún mantenía sus reservas. Sabía lo que ella era, sabía que era muy probable que sus futuros hijos fuesen igual, pero no emitía juicios al respecto. Como si ignorando el problema, este terminaría por disiparse por sí solo. Él no le pedía que cambiara su naturaleza, no le impedía absolutamente nada, solo que no llamara la atención. Ella lo entendía, pues que mantuviera controlada su magia era una forma de protegerse a ella misma y a su hermana. Pero no siempre podía manejar su genio y eso le cobraba factura, últimamente con mayor frecuencia. Suspiró cansinamente y al desplegar los párpados, se encontró con él viéndola desde su izquierda.
—Eres una impetuosa rusa —dijo a modo de reprimenda, pero luego una sonrisa ladeada surcó sus cincelados labios. Le extendió una mano para ayudarla a incorporarse, Ailim la tomó algo vacilante—. Perdón... fui grosero.
—No me des una disculpa ensayada —espetó dándose la vuelta para atrapar a Dublín, quien ya se encontraba metiéndose dentro de su canasta de bordados. Tomó al escurridizo hurón albino y lo depositó en las manos de Iker—. Llévatelo, le gusta morder los encajes y ha arruinado cientos de vestidos.
Ambos la observaron con ojos pesarosos, ella no se dejó embelesar por sus actuaciones. Iker colocó al animal sobre su hombro, como si se tratara del loro de un corsario y con las manos libres la tomó por la cintura, atrayéndola con delicadeza. Hundió el rostro en la curvatura de su clavícula y con perezosos besos, fue marcando un sendero hasta sus labios. Ella intentó mantenerse imperturbable frente al descarado roce de su lengua, pero fracasó lastimosamente y dejando ir un leve gemido entreabrió la boca para darle la bienvenida. Iker la presionó suavemente contra la firmeza de su pecho y por un momento, atrapada por los movimientos de sus labios sintió perder la noción del tiempo. Entonces un cosquilleo en la mejilla derecha la obligó a abrir los ojos, notó que Dublín también estaba intentando expresar su arrepentimiento. Quizás por haber arruinado el vestuario de toda una temporada. Iker nunca parecía reparar en la presencia del animal, pero a ella los bigotes del hurón le hacían cosquillas.
Se apartó posando una mano en el pecho de su esposo y este lució ligeramente confundido. Ella le plantó un desprevenido beso en los labios antes de sonreírle.
—Te perdono —musitó sabiendo que no podía estar verdaderamente enfadada con él. Era simplemente imposible. Unos ojos rojos la escrutaron impacientes en ese momento y ella enfrentó la mirada con resolución—. A ti también, pero que no se vuelta a repetir.
Iker rio entre dientes y acortó sus distancias, Ailim esperaba un beso pero en contra partida recibió una palmada en el trasero.
—Trabajaremos en el nuevo miembro de la familia más tarde.
Se inclinó para besarle la frente, Dublín se puso en sus dos patitas para también rozarla con su rosada nariz. Ella rodó los ojos divertida y aguardó hasta ver como hombre y hurón se retiraban con el mismo sigilo con el que habían ingresado. El calor que había inundado la habitación hasta entonces, pareció esfumarse a tiempo que Iker se giraba para ofrecerle una última mirada. Ailim se estremeció, el dolor en el pecho regresó y la sensación de soledad aumentó de tamaño. Ahogó un sollozo con su puño.
***
Abi descendió de Sugar con un solo salto y acarició las crines del caballo, antes de entregarle las riendas a Eze. El joven le ofreció una sonrisa, dejando en sus manos el correo de la semana, al parecer el mozo se había cruzado con la comitiva. Camino a la casa Abi fue pasando las cartas entre sus manos, tratando de descifrar los sellos que las rotulaban. Había una de Iker, seguramente negocios, pensó ella.
También de algunos agrónomos de la zona y un ejemplar de lo que parecía ser publicaciones varias. Tomó ése último y lo inspeccionó con mayor detenimiento, era para ella.
—Finalmente —susurró con una sonrisa, había esperado el nuevo artículo del Conde Fantasma casi un mes.
Era un poco frustrante que para tener algo de buena lectura, uno debiera aguardar tanto tiempo pero ella seriamente creía que valía la pena. Una tarde de ocio la había guiado a la biblioteca de Will y tras retozar entre libros aburridísimos, de astronomía y geografía había dado con lo único que podía considerarse literatura para entretener. Will guardaba una cuantiosa suma de publicaciones del Conde Fantasma, desde novelas hasta simples artículos de crítica a la alta sociedad. El escritor era finísimo al momento de apuntar los defectos, tenía una forma divertida de resaltar al último ebrio del pueblo, a la nueva viuda prostituta o al joven caballero confundido, que se encontró en un callejón en comprometida situación con su mejor amigo. Abi se desternillaba de risa con ese escritor y le fascinaba esperar sus artículos, era una pena que no pudiese conocerlo en persona. Dado que Will le había comentado que muchas personas utilizaban pseudónimos para no ser castigados por su osadía. No era pertinente que esa lectura de contrabando se volviera popular, por lo que el Conde Fantasma se mantenía en un profundo anonimato.
Tiró las cartas sobre una bandejita de plata y se recostó en el sillón de su esposo para leer a su autor favorito. Estaba a medio artículo cuando sintió deseos de apaciguar las aguas, presionó las piernas pero fue inútil, debía ir y de buena fuente sabía que no era saludable aguantarse. Se puso de pie a regañadientes, pero entonces algo la hizo detenerse en su carrera. Una de las cartas de Will se había caído al suelo, luego de que ellas las aventaras en su urgencia por leer. La tomó por una esquina, el sobre era de un color violeta profundo y el sello no supo reconocerlo. Estaba dirigido a William marqués de Adler, pero no decía quién la enviaba. Abi la inspeccionó a contra luz, pero no logró ver nada pues el color del sobre era muy opaco.
La depositó en la bandejita de su esposo y se dio la vuelta para retomar sus cosas, pero una fuerza sobrehumana la obligó a volverse. En un segundo la carta volvía a oscilar en sus dedos que amenazaban con hacer un rápido movimiento que liberaría a su curiosidad. Estaba mal y ella lo sabía, era una invasión a la privacidad de su marido, pero también estaba ese aroma a lavanda que expedía la maldita carta. No iba abrirla se dijo resuelta, y una vez más la abandonó, pero no hizo dos pasos lejos del escritorio que la tomó nuevamente y con un furtivo tirón la abrió. Bien, ya no había marcha atrás, había roto el sello por lo que Will sabría que ella la había abierto. No tenía sentido no leerla ya, ¿verdad? No aguardó respuesta y se apresuró a desplegar la única hoja del interior. De esta cayeron algunos pétalos y ella supo que eso era lo que le daba tan característico aroma, era una costumbre de las mujeres enviar cartas con pétalos en su interior. Por lo que eso no la sorprendió, al menos no tanto como lo que decía la misiva.
Mi querido marqués:
Espero contar con su pronta visita a Lilies Manor, asuntos que a ambos nos causarán felicidad, me llevan a comunicarme con usted con tanta premura. Lamento no ser capaz de contenerme, pero necesito llevar a cabo esta reunión lo antes posible. Aguardaré su respuesta con impaciencia.
Suya L.E.B.
—¿L.E.B? —Se preguntó ella, sin llegar a comprender por completo los motivos de esa carta. ¿Por qué una persona no firmaría con su sello? ¿Y qué demonios significaba ese Suya? Sin darse cuenta Abi cerró la mano en un puño, dejando la carta en deplorable estado. Bien, se dijo internamente. No pensaba permitir que esa horrible mujer pidiera audiencia con su marqués. ¡L.E.B! Claro, si hasta era obvio—. Lady Elisa Berenfor...
¿Cómo se atrevía? Esa zorra mantenía correo privado con su esposo, era ultrajante, era irritante, era... era para matarla. ¿Acaso Will le respondería? No pudo evitar un escozor en su pecho frente a esa posibilidad, si Elisa se dirigía a él con tanta confianza era porque Will se lo permitía. Aun así eso no significaba nada, no quería decir que la engañara, su esposo era amable con las damas y Elisa al fin y al cabo era una. Seguramente no la desairaba para no causar revuelo, o quizás esa era la primera carta y no había razón para alarmarse.
Aun así Abi tomó los pétalos del piso, la carta y el sobre, sin perder más tiempo los arrojó al fuego crepitante de la chimenea. Un pensamiento macabro paso por su mente en ese momento, sería tan feliz si pudiera deshacerse de Elisa de una forma tan sencilla. Pero entonces otra idea se hizo de su cerebro... ¿Dónde rayos quedaba Lilies Manor? Hasta donde ella sabía Elisa residía en Londres, pero su hogar londinense no se llamaba así, se llamaba... se llamaba... Gladstone o algo por el estilo.
Salió de la biblioteca dispuesta a saciar su curiosidad, pocas personas eran tan conocedores de la sociedad como su buen amigo Noah. Y Abi sabía que él respondería lo que fuese, sin hacerle preguntas luego.
—¡Noah! —gritó desde la puerta de la cocina, él alzó la cabeza buscándola con la mirada y cuando la vio corrió en su dirección.
—¿Madame Adler? —preguntó doblándose en una rigurosa flexión. Abi rodó los ojos, no le agradaba que la tratara como si ella fuese la reina.
Pero Noah era muy apegado a las reglas y ahora que ella era marquesa, siempre se encargaba de recordárselo.
—Una pregunta —dijo con inocencia—, ¿conoces algún lugar llamado Lilies Manor?
Él frunció el ceño pensando o molesto, ella no pudo determinarlo, luego de un segundo respondió.
—¿Por qué lo pregunta?
—Curiosidad —respondió automáticamente y aunque Noah desconfió de esas palabras, asintió sin dar a conocer su verdadera opinión. Quizás después de todo, sí había algo positivo en eso de ser marquesa.
—Es una de las residencias de Berenfor, aquí en Bath. —Abi logró sonreír a pesar de que sintió cómo la ira se iba haciendo de cada parte de su cuerpo. Esa perra estaba acechando en Bath, después de tantos meses Abi comenzó a realmente tomar en cuenta su amenaza—. ¿Madame?
Se obligó a volver en sí y guardar sus pensamientos homicidas en el bolsillo. Elisa podía ser una molestosa fregada, pero aún no había hecho nada como para que ella se pusiera a la defensiva. Sí, había invitado a Will a una reunión en su casa. Pero muchas personas invitaban a su esposo a sus hogares, después de todo él era el terrateniente con más ingresos en todo Bath. Era normal que fuese solicitado, pero Abi se cortaría los dedos de las manos si las intenciones de Elisa fuesen nobles. Estaba más que obvio que intentaba hincarle el diente a su marido y por eso se había trasladado a esa otra residencia. Una mujer como ella le tiene pudor a la vida campestre, solo un hombre la obligaría a migrar del centro urbano. Debía de estar verdaderamente necesitada o era más perseverante de lo que ella se había imaginado. Sea lo que fuese, Abi no estaba dispuesta a dejarse amedrentar. Si esa mujer era terca, es porque aún no la conocía a ella en pose territorial.
Conforme las horas fueron pasando, así también se fue yendo su preocupación. Tenía un plan para que Elisa no se acercara a Will, pero por el momento no podía ponerlo en acción. Solo quedaba esperar, Abi había decidido ser la guardiana de la correspondencia. Si Elisa intentaba comunicarse, ella la interceptaría al instante. No es que desconfiara de Will, pero sabía que él sería incapaz de rechazar una invitación formal. Porque de esa forma se estaría mostrando grosero y eso no era bien visto por el resto de los hacendados. Así que la mejor forma de no dejar mal parado a su marido, era mantenerlo ignorante. Las cartas de Elisa jamás llegarían a sus manos y Abi esperaba que ella terminara cansándose de esperar y regresara al agujero del cual había salido. En rasgos generales, su plan no tenía fallos. Pero esa no sería la primera ni la última vez que sus planes terminaban mordiéndole por el culo.
—Buenos días, milady.
Ella dio un respingo y se volvió rápidamente, en el pasillo había un lacayo de ojos achispados y cabello pulcramente negro. Abi lo observó con detenimiento, pues estaba segura de no conocerlo.
—Hola —respondió acercándose con premeditada lentitud—. ¿Tú quién eres?
—Soy Colín Forbs. —El así llamado Colín se reverenció, para luego volver a su posición junto a una puerta. Ella lo examinó un segundo más y sonrió a modo de saludo.
Era imposible, todos los días aparecía alguien nuevo, era como si Will se estuviese burlando de ella. Abi le había asegurado a su esposo que ella podía manejar la casa y que era capaz de aprenderse el nombre de todos y su función. Él se había reído diciéndole que eso era imposible, pero ella no se iba a dar por vencida.
—Bien, Colín, bienvenido.
El muchacho arqueó una ceja y ella siguió su camino, directo a su habitación.
Esa mañana había recibido las nuevas telas para sus vestidos, no se podía quejar nunca había tenido un vestuario tan amplio. Y después de siete meses de matrimonio, ya ni se acordaba como era usar un par de jeans. Por muy extraño que sonase, no extrañaba casi nada del siglo XXI. Los pequeños detalles que hacen la vida más cómoda, perdían su peso junto a la sensación de disfrutar de las cosas en su estado más natural. Todo era mucho más manual, mucho más personal. Y si están pensando que por ser una marquesa, Abi no debía ensuciarse las manos, pues se equivocan. Ella era la dama de la casa, pero eso no significaba nada. Debía ayudar con la colada antes del invierno, debía supervisar a todos los criados, debía vigilar la agenda de las cosechas, debía atender a los pedidos de sus arrendatarios. En pocas y cortas palabras, su día era tan ajetreado como el de Will. Pero eso la mantenía ocupada y feliz, sabiendo que al finalizar la esperaba la mejor recompensa. El reencuentro con su esposo.
***
Mientras subía las escaleras, Will se iba deshaciendo de su traspirada y húmeda ropa. Al llegar a sus habitaciones privadas, solo llevaba su camisa y sus calzones.
—Milord. —Siempre alerta, Jared lo esperaba puertas adentro con una jofaina cargada de tibia agua. Will terminó por tirar el resto de su ropa sobre una silla y su ayuda de cámara juntó las prendas del piso sin quejarse por su mala puntería.
—¿Mi esposa?
—La señora está en sus aposentos —respondió el hombre taciturno.
Will arqueó una ceja mientras se lavaba el cuerpo a gran velocidad. Había planeado pasar a saludar a Abi antes, pero apestaba a cosas que era mejor ni siquiera averiguar. Ese día había estado literalmente hundido hasta las cejas. Uno de sus arrendatarios tenía dificultades en sus campos, las últimas tormentas habían inundado gran parte de sus terrenos, echando a perder la cosecha de meses. Pasaron horas discutiendo la mejor solución para el problema, al mismo tiempo no pudo eximirse de examinar la cuestión a fondo. Al terminar estaba completamente mojado, helado y tiritando como un perro abandonado. Lo único positivo de esa expedición, fue que terminaron hallando una forma de salvar las tierras (o parte de ellas).
—Puedes retirarte.
Jared asintió y se esfumó casi sin emitir sonido a su retirada.
Él terminó de limpiarse y luego se secó con la toalla, echándole una mirada a la ropa que le había dejado su ayuda de cámara sobre la cama. Se puso unos calzones limpios de piel y gran parte de su cuerpo se relajó, aunque aún tenía frío. El silencio pareció envolverlo por una fracción de segundos, hasta que logró captar que más allá de su habitación se oía una suave voz. Will se dirigió a la puerta de comunicación, del otro lado podía escucharla a ella, moviéndose de un lado a otro mientras entonaba una melodía. No era la primera vez que la oía cantando, en realidad pensaba que Abi tenía una voz hermosa. Bueno, a decir verdad pensaba que cualquier cosa que su mujer hacía, lo hacía con la idea fija de volverlo loco.
—Oh, when you kiss me... —Él se quedó callado, mientras apreciaba uno de sus tantos talentos—. I know you miss me/And when you're with me/The world just goes away/The way you hold me/The way you show me/that you adore me/oh, when you kiss me.[1]
Abrió la puerta entonces, procurando no alertarla de su presencia. Ella normalmente se silenciaba cuando lo veía. Estaba de espaldas a él, sacudiendo en el aire un vestido, para luego apretarlo contra su pecho y apreciar su reflejo en el espejo.
—You are the one, I think I'm in...[2]—entonces lo vio. Will sonrió muy a su pesar, le habría encantado saber cómo terminaba esa frase—. ¿Qué haces aquí?
—¿Acaso no puedo venir a visitar a mi esposa?
Abi bajó la vista avergonzada.
—Claro... solo que... te esperaba más tarde.
Él ignoró su vacilante respuesta y se acercó para saludarla como era debido. Abi pareció al instante olvidarse de su intromisión a mitad de su canción y lo besó con tanta dulzura que él tuvo que apartarse unos segundos para pensar con claridad.
—Me gusta oírte cantar... ¿cómo sigue? —Ella lució confundida por un momento, pero luego sonrió sacudiendo la cabeza en una negación. Sus ojos viajaron hacia esa pecaminosa boca y no pudo evitar devorarle los labios una vez más—. Canta para mí —pidió deteniéndose a respirar junto su oreja.
—No.
Will la presionó contra su cuerpo, besando su cuello. Jugando con ella, tarde o temprano terminaría haciéndola acceder a su pedido. Abi se estremeció cuando su lengua rozó la comisura de sus labios y buscó un camino directo a su interior. Cuando ella comenzó a devolverle el beso, Will se apartó.
—Canta para mí. —Ella volvió a negar, él juntó sus labios por una milésima de segundos y una vez más se apartó—. Canta para mí.
—No hagas eso —se quejó hundiendo una mano en su cabello, para tratar de mantenerlo firme contra su boca. Will esquivó sus labios y rio al oír su bufido—. ¡William!
—Canta para mí.
Abi lo observó un segundo entero y él se encargó de poner su rostro más angelical.
—Eres tan... —No terminó su frase pues le zampó un beso acallador, luego reposó la cabeza sobre su hombro y ella comenzó a peinarle el cabello con los dedos—. I can see the two of us together... —Sintió ganas de perderse en sus lujuriosos besos de nuevo, pero se contuvo y la escuchó cantarle con una sonrisa de triunfo—. I know I'm gonna be with you forever, Love couldn't be any better.[3]
Will alzó la cabeza y se encontró con sus labios, tersos, húmedos, dispuestos para él. Ella tenía razón, no podía ser mejor que eso.
***
Abi se quedó muy quieta, disfrutando la sensación de tenerlo dormido sobre su cuerpo. Will respiraba lentamente como un niño ajeno al mundo, ajeno a las preocupaciones. A ella le gustaba verlo así, pues sabía cuánto se presionaba para destacar en todo. Will era un excelente comerciante, un terrateniente envidiable y un esposo modelo. No le cabía dudas, él la amaba tanto como ella. A pesar que nunca lo había oído pronunciar esas palabras, pues Will era reservado. Abi conocía sus tiempos y sabía que no era de lo más hablador, él daba muchas cosas por sentado y lo que no pronunciaba, se encargaba de darlo a entender con sus actos. Y Abi se sentía amada, entonces, ¿por qué aun parecía estar incompleta?
—¿Dónde aprendiste esa canción?
Ella se sobresaltó, en verdad no esperaba oírlo en ese momento.
—Pues... a mi madre le gusta la música Country y siempre nos hacía oír a esa cantante.
—¿En el teatro?
Abi sonrió, nunca había ido a un concierto en su vida.
—No... en la radio.
Él no respondió, seguramente analizando sus palabras. En los últimos meses, Abi había implementado una nueva fórmula con su esposo. Sabía que Will nunca creería en ella, pero estaba dispuesta a demostrarle que no era una loca. Siempre que él le preguntaba algo, ella le respondía con completa honestidad. A esa altura ya ambos se tomaban sus palabras como un juego y había veces en la que él le preguntaba, solo para cabrearla. Abi insistía en que decía la verdad y Will se limitaba a responder un: seguro.
—¿Qué es una radio?
Así empezaban siempre.
—Una radio es un aparato eléctrico, que sirve como receptor de ondas electromagnéticas... —Él se irguió para mirarla fijamente, eso la intimidó un poco pero no se interrumpió en su explicación—...trasmitidas por un emisor de radio, recupera señales vocales y las reproduce... de forma que uno pueda oírlas, a pesar de las distancias.
Will asintió con un gesto que a ella le costó descifrar, no sabía si estaba impresionado por sus palabras o alarmado.
—Suena plausible —terminó por decir y Abi rodó los ojos.
—¡Por supuesto que lo es! ¿Crees que me inventaría todo eso? No tengo tanta capacidad.
—Eres la mujer más inteligente que he conocido. —Él cambiaba el tema para que no discutieran al respecto. En más de una ocasión Abi terminaba exasperándose por su falta de fe en ella y enfurruñada se negaba a hablarle.
—Will... ¿me crees?
—Seguro. —Luego volvió a recostarse y ella asintió en silencio, él lo decía por decir. Abi ya no sabía cómo hacerle entender que todo lo que hablaban no era una broma, o algo producto de su sugestionada imaginación.
—Algún día me creerás —aseveró con convicción en su voz, aunque eso no llegó a convencerla a sí misma.
—Mmm... aún no me has dicho nada que me confirme realmente de dónde vienes.
Ella bufó.
—¿Qué quieres que te diga? —instó con un tono ligeramente condescendiente.
—Tal vez... si mis caballos ganarán las carreras de este año.
Eso era ridículo, ¿cómo podría ella saber algo así?
—No puedo saberlo...
—Pero es el futuro, ¿o no?
—Es el futuro, pero no algo que yo viví... ¿acaso tú recuerdas que comiste hace dos años? —Will negó—. Pues, ¿cómo esperas que recuerde eso? Esa clase de cosas, no aparece en los libros de historia.
—¿Entonces qué? —preguntó desinteresadamente, con una sonrisa zalamera que a ella le hubiese gustado borrar. Se silenció pensando algún acontecimiento importante, del cual Will sería testigo y no le cabría duda de su verdad. Desafortunadamente ella era terrible en historia, era la materia de la escuela que menos le gustaba y en la que nunca ponía atención. Pero estaba convencida de que podría hallar algo...—. ¿Nada?
Eso nada más logró cabrearla.
—Ehh... en 1789 en Francia se firmará la declaración de los derechos del Hombre y el Ciudadano. —Lo recordaba muy bien, pues había tenido que hacer un ensayo de ese tema.
En su época situaban a ese acontecimiento, como el inicio del pensamiento socialista y varias naciones basaban sus constituciones en él. Sin duda alguna Will no le refutaría eso, a pesar que aún faltaba.
—Y también toman la Bastilla en ese año... —Se esforzó por socavar en esa línea de pensamiento, ella no sabía mucho de historia inglesa, pero de la francesa recordaba más. Pues sus actos eran algo difíciles de olvidar, ya que habían sido un punto de inflexión que determinó el inicio de la edad contemporánea—. Habrá una revolución en Francia que llevará a la ejecución de sus reyes...
—Abi... —Pero tras esa única palabra, él volvió a sumirse en sus cavilaciones.
—Will, no te estoy mintiendo... todo eso pasará antes de 1800. —Ella se incorporó hasta quedarse sentada y él la imitó, luego de mirarla por un largo segundo posó una de sus manos en su mejilla.
—No creo estar presente para ese momento —sonrió, marcando con su pulgar pequeños círculos en su cuello. Will se inclinó para besarla pero Abi lo detuvo con una mano en su pecho.
—¿Qué quieres decir con eso? —lo increpó borrando cualquier rastro de diversión de su rostro.
—Bueno... —Hablaba con su vista puesta en su boca, como si la conversación careciera de importancia para él—. Para ese entonces yo tendría algo así como... sesenta años... hay como una especie de regla en mi familia.
Se silenció tomando un mechón de su cabello y acomodándolo diligentemente con el resto, Abi puso los ojos en blanco.
—Los hombres Warenne no viven más allá de los treinta y cinco, el único que logró romper esa regla fue mi abuelo. Iker dice que porque el diablo lo pateó de regreso cuando fue su hora... —Se encogió de hombros como si lo que acabara de decir, fuese una estupidez relevante—. Mi padre murió con treinta y cinco años, mi tío solo tenía veintiocho, mi hermano Gabriel murió a los tres años... y bueno la lista continúa... —suspiró—. Así que creo que no seré capaz de ver lo que me indicas.
Will finalmente la observó y seguramente notó algo en su mirada, pues al instante cambió su expresión hasta lucir preocupado. Ella no se movió, tan solo pudo verle con fijeza.
—No digo que... —Pero no le permitió seguir, se puso de pie abruptamente y tomando su bata salió de la habitación como una posesa—. ¡Abi!
Ella cerró la puerta de comunicación y apoyó su peso sobre la superficie de madera, de modo que Will no pudiera pasar. ¿Es que acaso era estúpido? ¿Cómo se le ocurría decir tal cosa?
—Abi, déjame entrar.
No hizo caso de sus palabras y se deslizó contra la puerta, hasta quedar hecha un ovillo al final de la misma. Escuchó sus movimientos del otro lado y entonces supo que no había trabado la puerta que daba al pasillo, en menos de un segundo lo tuvo a su lado.
—Déjame —le espetó en cuanto él quiso ayudarla a incorporarse.
—Lo lamento... no quise decir eso...
Abi lo miró con tristeza, en algún momento sus ojos se habían cubierto por un delgado velo de lágrimas.
—Eres un hipócrita, ¿cómo se te ocurre decirme algo así?
Will se revolvió el cabello en gesto nervioso.
—No estaba pensando con claridad, solo hablé por hablar... pensé que sabías ese tonto cuento, todos... todos... —No continuó pues de un momento a otro la envolvió entre sus brazos posesivamente—. Fui un estúpido, lo lamento.
Él no tenía idea de lo estúpido que había sido, pues Abi podía soportar que se burlara de ella, podía soportar que no le creyera. Pero que le dijera que moriría en pocos años para dejarla completamente sola. Eso sí que no lo aguantaba, ella no podría imaginarse seguir adelante sin él.
—Ni se te ocurra repetir eso otra vez. —Will asintió seriamente—. Tú vivirás muchos años... no te permitiré dejarme.
—No te dejaré. —Él intensificó el abrazo—. Estoy aquí contigo... lo prometo.
Ella asintió arrellanándose contra su torso, pero en un momento su mente le arrojó una interrogante que le fue imposible ignorar. ¿Por cuánto tiempo?
1-Oh, cuando me besas...Sé que me extrañaste y cuando estás conmigo, el mundo se desvanece. La forma en la que me abrazas, la forma en que me demuestras que me adoras...Oh, cuando me besas...
2-Tú eres el elegido, creo que estoy ena...
3-Puedo vernos a los dos juntos... Se que estaré contigo para siempre, el amor no podría ser mejor.
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Bueno ya me dirán que le pareció, gracias por pasar! Feliz año nuevo para todos!
Tammy ^^
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