"Correspondencia"
Hay muchas razones para la demora, pero la verdad es que no les quiero hacer el cuento largo. Así que en dos días subo otro cap. para cubrir el descuido. Espero que esten con ganas de leer. Saludos!
Capítulo XXVI:
Correspondencia
Cuatro semanas, cuatro largas semanas en las que cuatro odiosas cartas habían llegado a su puerta. Abi ni se molestaba en leerlas, cada vez que el correo llegaba ella procuraba tener el atizador a mano. Había quemado esas apestosas cartas y su estúpido olor a lavanda (que ahora ella asociaba a las zorras) había inundado sus fosas nasales, como acusándola de hacer algo ilícito. ¿Y qué si lo que hacía estaba mal? Estaba protegiendo a su marido, no veía nada malo en el hecho de querer mantener su matrimonio feliz. Pero siempre que el día lunes se acercaba, con él llegaban las presiones, pues Abi sabía que debía de ser rápida y por sobre todo sigilosa. Afortunadamente nadie sospechaba de su intromisión en el correo y si la veían demasiado eufórica al respecto, todos deducían que esperaba su ejemplar del Conde Fantasma. A decir verdad, no había tenido oportunidad de relajarse, pero mientras menos supieran de sus movimientos en la casa, mejor para ella.
Ese lunes había amanecido particularmente frío y ella decidió apachurrarse bajo las mantas unos minutos más. Fue consciente del momento en que Will abandonó la cama, pues a pesar que ambos tenían habitaciones propias ellos dormían juntos. Y Abi no se quejaba al respecto, la cama de Will parecía más grande, más cómoda, más tibia o simplemente parecía estupenda, siempre y cuando él estuviera ahí. Ella comenzaba a sospechar que incluso sobre una bolsa de arpillera, dormiría con una sonrisa en tanto que Will le jugara de soporte. Sintió un fugaz beso en la frente y al instante abrió los ojos.
—¿Quieres que pida que te suban el desayuno? —Ella lo observó inclinado en su dirección, con sus ojos negros ligeramente entrecerrados aguardando su respuesta. Parecía que un ángel había decidido posar en su cama y despertarla esa mañana, sin duda alguna jamás se cansaría de apreciar su rostro.
—No... ¿Ya desayunaste? —Will le apartó algunos cabellos, ya estaba completamente vestido y ella no pudo evitar preguntarse ¿cuánto tiempo llevaba dando vueltas en el lecho?
—Hace unas horas, creo que el frío te mantiene anclada a la cama dulce esposa. —Sonrió juguetón y ella se limitó a golpearle el brazo.
—Pues no estoy acostumbrada al invierno en febrero — replicó locuazmente, tomando las mantas para apretujarse aún más.
—Entonces creo que tendré que ayudarte a pasar esta dura etapa. —Él la cubrió con su cuerpo antes de que Abi pudiese reaccionar y sin mediar palabra, comenzó a besarle los labios, los párpados, las mejillas descubriéndola lentamente de su iglú de mantas. Cuando sintió una ligera brisa sobre sus senos, Abi notó que Will la soplaba allí con malicia. Ella no sabía si se estremecía de frío o deseo.
—¡Ya, ya! Me levanto... —exclamó sintiendo como él la lamía, para luego volver a soplarla. Will soltó una carcajada y saltando de la cama, la destapó con un solo movimiento dejándola completamente expuesta y tiritando—. Eres de lo peor, William. —Pero para ese momento, él ya la había cubierto con su mullida bata.
—Me gustaría quedarme a darte calor, pero aún debo atender asuntos con Gregory...
Abi alzó la cabeza en su dirección, al igual que ella Will buscaba sus pantuflas. Condenadas cosas, nunca se quedaban en el lugar que las dejaba, era como si tuviesen vida propia.
—Creí que habían encontrado una forma de limpiar el canal. —Él rezongó algo del otro lado, mientras sus manos palpaban la parte inferior de la cama.
—Si... pero él dice que el agua no fluye... —Entonces emergió sonriendo triunfalmente, en su mano derecha llevaba una de sus pantuflas—. No entiendo que salió mal, busqué a los mejores hombres para hacer el trabajo... —chasqueó la lengua. Estaba claro que el asunto de las inundaciones frecuentes en el campo de Gregory Chapman, lo estaban comenzando a exasperar.
—Trata de no molestarte mucho... —le aconsejó a tiempo que rebuscaba por entre las ropas que se había quitado la noche anterior, o mejor dicho que Will había prácticamente destrozado—. Estoy segura de que harán que funcione, pero por todos los cielos no te pongas a nadar en fango otra vez.
Will sonrió como un niño travieso, Abi casi pierde la cabeza el día que llegó tan sucio que era incluso difícil reconocerlo. Estaba casi segura, que ningún terrateniente, se metía en el lodo para analizar sus problemas. Solo Will tenía la extraña idea, de que hallaría respuestas al fondo de un cochino lago estancado.
—El día que te conocí... si mal no recuerdo, estabas cubierta de lodo de pies a cabeza.
Ella hizo un alto y se volvió para fulminarlo con la mirada, en cuatro días sería un año completo de ese momento tan particular en su vida.
—Eso es distinto, yo intentaba sobrevivir...
—¿Cómo, mimetizándote con la naturaleza? —Will rio entre dientes y ella no pudo molestarse al respecto, su risa era algo digno de ser oído y tan inusual—. Esa panthera no tuvo problemas para hallarte. —Se acercó lentamente a donde ella removía mantas. ¿Dónde diablos estaba esa otra pantufla? Entonces sintió que unas manos la apretaban por las caderas, pero no se volvió—. Yo no tuve problemas para encontrarte tampoco... —le susurró junto al oído y en esa ocasión le fue más difícil ignorarlo.
—Pues si no quieres que me vuelva invisible para ti, ayúdame a encontrar esa estúpida pantufla. —Will le besó el cuello y se arremangó la camisa para ayudarla en la titánica tarea, le recordó a esos sexis obreros que posan para los calendarios.
—Habría que pedirle consejos de camuflaje a tus pantuflas —comentó, en tanto que metía una mano dentro del cajón de una cómoda.
—No creo que... —Pero se obligó a callar, cuando vio que su esposo una vez más sacudía a su escurridiza pantufla en sus aristocráticos dedos.
—Puedo ser un excelente rastreador...
Abi rodó los ojos, ignorando ese comentario y le hizo una seña para que la dejara vestirse. Él le obsequió un guiño antes de retirarse, entonces Abi decidió llamar a Nikky de una vez por todas. Así empezaba la semana de su decimonoveno cumpleaños, solo cuatro días faltaban y la euforia iba en aumento.
Maldito cartero, maldito lacayo que la esquivó esa mañana, maldito desayuno que la mantuvo anclada a su lugar por más tiempo del que tenía previsto. Abi se alisó la falda con desinterés, mientras veía como Catrina en el recibidor se encargaba de ojear la correspondencia. Que tonta había sido, una sola vez, solo una vez a la semana tenía que hacerlo y justamente ese día el mundo confabuló en su contra para que ella no alcanzara a interceptar el correo. La mujer mayor daba la vuelta a los sobres lacrados de un lado a otro revisando su procedencia, Abi notó que en el montón de cartas se encontraba la suya. No sabía porque en algún momento, albergó la esperanza de que Elisa se hubiese dado por vencida, pero no. ¡Condenada!
—Oh, buenos días milady. —Catrina la vio al pie de la escalera, observándola y le expuso una jovial sonrisa—. Me temo que hoy no hay artículo de su conde. —El ama de llaves decidió que con esa frase la dejaría conforme, por lo que tras un asentimiento se puso en movimiento para dirigirse al despacho de Will. Abi brincó en su lugar, esa carta no podía llegar a la bandeja de su esposo.
—¡Catrina! —llamó deteniendo a la mujer en plena retirada—. Creo que oí a una de las criadas, diciendo que una rata había irrumpido en la cocina... —Dios, eso de las mentiras no mejoraba con la edad—. ¿Te molestaría comprobarlo por mí?
Cat arqueó una ceja contrariada, pero Abi irguió los hombros mostrándose inflexible. Al menos todas las damas, le aconsejaban tratar así al personal de servicio. Ella no era tan estirada y jamás daba órdenes directas, pero el momento amerita.
—Supongo que puedo verlo... —balbuceó una confusa Catrina.
—Muchas gracias. —En menos de un parpadeo estuvo a su lado y con manos expertas, le retiró el montón de cartas—. Yo me encargo de llevarlas al despacho. —La mujer sonrió conforme, pues cualquier pequeña ayuda para ella era un enorme respiro.
—Es usted un ángel. —¡Sí! No tenía idea. Se limitó a pegar una sonrisa en su rostro y al momento que Cat desapareció por una de las puertas laterales, Abi suspiró.
Casi se pega un trote hasta el despacho, una vez allí, arrojó las cartas inútiles sobre la bandeja de plata y se dispuso a hacer su tarea de espionaje. Con el sobre violeta entre sus dedos, lo olisqueó para corroborar su procedencia. Un vulgar aroma a lavanda, la exentó de tener que abrirla y ver lo que decía. Al ser invierno, todas las chimeneas de la casa estaban encendidas y por supuesto que la del despacho no sería la excepción. Abi se inclinó sobre las crepitantes flamas, girando el sobre de un lado a otro mientras este se consumía lentamente. La puerta se abrió.
—¿Abi? —Se irguió bruscamente, dejando que el resto del papel se desperdigara por el oscuro interior de la chimenea.
—¡Will!
¿Qué demonios hacía él ahí? Bueno, era su despacho, pregunta tonta.
—Puedes caerte ahí dentro, ten más cuidado... —Él se dirigió al escritorio y como primer asunto, recogió las cartas de la bandeja—. ¿Tanto frío tienes? —La miró, Abi abrió la boca pero nada salió de su interior. Odiaba mentirle, además que su política desde que se habían casado era: siempre responderle con la verdad.
—Pues... —El silencio solo se interrumpió por el sonido de las llamas, consumiendo la evidencia.
Oh, no debió hacerlo, estaba mal. Pero ahora ya era tarde para arrepentimientos ¿verdad? Uno de los tronquitos del interior se partió en ese momento, repartiendo chipas en su dirección. Abi las miró con sorna, no había pedido ninguna señal, pero esa había sido más que clara.
—El viejo Harry... ¿Te acuerdas de él? —Ella asintió, mirando al cielo en agradecimiento por ese salvavidas—. Nos ha invitado a la boda de su hija. —Will le sonrió mostrándole la carta de invitación, Abi profirió su mejor muequita. Ni recordaba quien era la hija de Harry, a esa altura y con los nervios a flor de piel, ni recordaba quien era ella misma.
—Suena genial. —Él enarcó una ceja al mirarla... oh, oh... eso no podía ser bueno. Will era demasiado perspicaz cuando quería y seguramente estaba notando lo desconectada que se mostraba.
—¿Pasa algo?
—No... solo que... —Apartó la vista de su rostro, allí iba otra vez—. Creo que una criada vio una rata en la cocina, eso me tiene un tanto nerviosa.
Will sonrió negando suavemente.
—Mujeres y ratas... una mala combinación —musitó volviendo su atención al correo.
—Bien... esto... te dejo trabajar. —Y sin darle tiempo a replicar algo, desapareció haciendo su mejor imitación de flash. Dios se apiade de su alma, mentirosa y embustera.
***
Will se presionó los párpados con los dedos, algo no cuadraba y odiaba cuando algo no cerraba a la perfección. Extrajo una hoja limpia del cajón y lo intentó de nuevo, con los dedos ya entumecidos por los repetitivos movimientos. Estaba seguro de no haber cometido errores, en realidad él era excelente sumando cosas en su cabeza, se ayudaba de un papel como mero respaldo. Pero en ese momento, estaba albergando las primeras dudas acerca de sus capacidades. Los balances de ese semestre estaban simplemente mal, era imposible que los números no dieran. Él mismo había supervisado los trasbordos, la entrada y salida de los barcos, entonces ¿Por qué? Simplemente no tenía sentido, al menos que alguno de sus comerciantes estuviese teniendo baja en la consumición de los productos. Algo que él sabía debía ser informado rápidamente, para que no continuara metiendo manufactura en un mercado saturado. Un golpeteo en la puerta lo obligó a salir de sus cavilaciones.
—Adelante —masculló sin ánimos de apartar la atención de las cuentas. No tenía planeado pasarse la tarde metido allí, pero visto y considerando que no podía solucionar nada, iba a tener que sacrificarse. Al demonio, tal vez tendría que contactar con sus acreedores en la aduana. Seguramente algún inepto se le había pasado algún cargamento, pues definitivamente alguien tenía la culpa.
—Milord le traje algo de té y confituras. —Will observó a Catrina de soslayo y a su vez posó los ojos en las tartaletas de cereza. Sus favoritas, era una pena pero por el momento las tartaletas tendrían que esperar.
—Gracias, Catrina.
—¿Todo está bien? —Él asintió casi por compromiso, decirle de sus problemas a la ama de llaves dudosamente lo apaciguaría.
Pero entonces recordó algo de súbito, esa misma mañana se había cruzado con el mayordomo de los Berenfor y el hombre no tuvo reparos en decirle, que aun aguardaban por su visita. Will no entendió a que se refería y cuando se dispuso a preguntarle, el hombre se excusó diciendo que llegaba tarde a una cita. Todo el asunto le pareció extraño, pero relevante. En ese momento ya no sabía qué pensar, quizás Lady Berenfor tendría algo que decirle. Llevó una de sus manos a la bandeja de la correspondencia, de haber recibido una invitación debería estar allí. Pero él no recordaba haber leído nada procedente de Lilies Manor.
—¿Catrina? —La mujer se volvió, justo en el momento que se dirigía a la puerta.
—¿Sí, milord?
—¿Estas son todas las cartas que llegaron?
Ella lanzó una miradita por encima de su mano y asintió.
—Sí milord, yo misma las recogí de las manos del mensajero. —Will no dijo nada, pero se quedó mirando los sobres con una ceja enarcada—. ¿Ocurre algo malo?
—No, solo que... —Agitó la cabeza dejando el tema atrás—. No tiene importancia. —La mujer mayor no pareció muy conforme con su aseveración, pero notando que él la estaba despidiendo sin palabras, se dispuso a retirarse.
—Si está esperando alguna misiva importante, iré enseguida a hablar con el dependiente del correo. —A él no le cabía duda de eso y tal vez sería prudente enviar a alguien, por si alguna de sus cartas se había perdido camino a sus manos—. A mí también me sorprendió que solo hayan llegado ocho cartas... —comentó con el clásico tono chismoso, pero algo lo obligó a ponerle mayor atención a esas palabras.
—¿Ocho?
—Sí, solo ocho. ¿Puede creérselo? Cuando en verano hubo días en que las cartas no dejaban de llover, yo creo que la estación achaca a las personas. —Él no hizo caso a esa cháchara sin sentido y terminó rodando los ojos con impaciencia.
—Catrina, solo hay siete cartas en la bandeja.
Ella respingó en su lugar, como si él acabara de clavar un alfiler en sus posaderas.
—No, no, no... estoy segura que eran ocho. —Will la observó con algo de escepticismo. Le tenía afecto a la mujer, pues Catrina lo conocía prácticamente desde que llevaba pañales. Pero esa era razón suficiente, para desconfiar un poco de su memoria.
—¿Estás segura? —Ella entornó los ojos al recibir esas palabras. ¡Ah, estupendo! La había ofendido.
—Milord, quizás ya no esté tan activa como en mis mejores años... pero le aseguro que a mi mente aún no le atacan las telarañas. —No supo cómo responder, en verdad que no había medido sus palabras antes.
—Yo... no quise decir eso, no pongo en juicio tus capacidades. Solo supuse que tal vez... hubieses extraviado una de las cartas en el camino. —Ella pareció más relajada después de eso, en verdad por un momento sintió miedo de la asesina mirada en la mujer.
—Mmm... habría que preguntarle a la señora...
—¿Abi? —la interrumpió él, pues, ¿desde cuándo su mujer atendía la correspondencia?
—Sí ella se ofreció a traerle el correo, dado que yo estaba ocupada con el asunto de la rata. —Will frunció el ceño y por un momento se hundió en sus pensamientos. Catrina interpretó su silencio como una invitación para continuar hablando y claro está que la mujer no desperdiciaba oportunidades—. La señora ha estado muy pendiente de las cartas... —Él asintió ausente—. Aguarda todas las semanas por los ejemplares del Conde Fantasma.
Will suspiró. ¿Por qué Abi esperaría todas las semanas, un artículo que llega una vez al mes? Eso no tenía sentido y por primera vez, las dudas comenzaron a merodear en su mente.
—¿Catrina, ella ha estado recibiendo el correo desde cuándo?
La mujer mayor cambió su expresión casi al instante, seguramente notando la frialdad en su voz.
—Hace... unas semanas —respondió dubitativa. Si no estaba pensando lo mismo que él, no estaría lejos de llegar a su conclusión. Razón que le había dado cierto titubeo a su respuesta, pues claro que Catrina protegería a su señora, aunque eso significara mentirle a él—. Estoy segura que milady dejó caer la carta en el corredor, voy a buscarla...
—¡Detente! —gruñó él sin levantarse de su asiento, Catrina clavó la vista en el piso.
Una carta extraviada no sería problema, pero el hecho de que la invitación de los Berenfor no hubiese llegado justo cuando Abi comenzó a recoger la correspondencia, eso era lo que realmente lo molestaba. Pasó junto a Catrina y le envió una sola mirada de advertencia, ella asintió en silencio. Le pondría fin a ese misterio en ese preciso instante.
***
Nikky le había dejado una pastilla de jabón para que se aseara y Abi se enorgullecía de darle un buen uso. Por alguna estúpida razón, se sentía sucia, manchada, quizás fuesen las marcas de sus pecados. ¿Quién sabe? Tan solo estaba segura de algo y era que esto tendría que terminar, no estaba haciendo bien. Era tan consciente de eso, que adrede lo estaba ignorando y eso la hacía más arpía que a la misma Elisa. El golpe de una puerta cerrándose con excesiva brusquedad, la exaltó. Abi agudizó los sentidos para poder oír lo que ocurría.
—La señora se está...
—¡Retírate! —Oyó que rugía la voz de su marido, seguramente Nikky había mojado sus enaguas por esa hosca orden. Abi se levantó de la tina, al tiempo que la puerta de su cuarto de baño se abría de par en par. Will pareció vacilar un segundo al verla de pie completamente desnuda. Pero el fuego en su mirada no remitió, ni una pizca. Tomó una de las toallas y se la arrojó al rostro, Abi interpretó eso como un pedido de que se cubriera y así lo hizo. No necesitaba que él dijera nada, tan solo verlo supo leer en sus ojos el motivo de su frustración.
—Will yo...
—¿Estuviste interfiriendo en mi correo estas últimas semanas? —La tajante pregunta la dejó muda, él lo sabía, ella lo sabía. ¿Para qué alargar esa discusión? Asintió. Él blasfemó de una forma en que ella nunca lo había oído antes.
—Lo la...
—¡No me digas que lo lamentas! —exclamó cortando su disculpa de raíz—. De todas las estupideces que haces, esto... ¡Dios, Abi! ¿En qué diablos estabas pensando? —¿Valdría la pena decirle que pensaba en él?—. Hay cosas que...
—No fue mi intención hacerte mal. —Pero Will no la escuchaba, se limitó a mirarla con un gesto de decepción que la desarmó por completo.
—Has invadido mi privacidad y posiblemente has arruinado meses de trabajo... —Ella no podía pensar que Lady Elisa podría tratar asuntos importantes. ¿Acaso él siquiera sabía el correo de quien había interceptado?
—Tan solo quería protegerte... —musitó creyendo que la voz no le saldría, pero Will respondió con una seca carcajada, confirmándole que la había oído.
—¡Por favor! ¡Solo ayúdate a ti misma y madura de una maldita vez! —Abi cerró los ojos para no verlo alejarse de ella y entonces fue consciente de las lágrimas que corrían furtivamente por sus mejillas. Nikky ingresó en cuanto Will estuvo fuera y sin mediar palabra la ayudó a salir de la tina. La doncella había sido testigo de la pelea, pero aun así se mostró completamente ajena y servicial.
Esa noche Abi ocupo una fría esquina en su lecho, Will no fue a buscarla y, a decir verdad, ella no tuvo el coraje de irrumpir en su habitación. Sabía que él estaba molesto, cualquiera pensaría que su reacción había sido exagerada. Pero en el año que casi llevaba viviendo en esa época, Abi había aprendido que el correo era algo extremadamente importante, más para un hombre de negocios. Era su forma de mantenerse conectado con el mundo, era una manera de llegar a otras partes y de manejar incluso pequeños imperios comerciales. Siempre supo que cometía un error, pero no pensaba que obstaculizando a Elisa, ella arruinaría algo importante para Will. ¿Es que tanto le importaba lo que esa mujer podría llegar a decir? Abi lo supo entonces, había dejado que los celos nublaran su juicio y quizás había hecho más daño a su matrimonio, que dejando que las cosas buscaran su propio curso. No logró concebir el sueño, hasta muy entrada la madrugada, solo cuando fue testigo de la aparición del sol frente a sus llorosos ojos, se durmió.
Con el correr de los días, se dio cuenta de cuánto lo extrañaba. No era que Will se hubiese marchado, pues en ese instante lo tenía delante de ella, tomando su desayuno y ocultando su rostro detrás de un periódico. Su ausencia se limitaba a ser mental, no existencial. A pesar que él estaba allí, a tan solo un metro de distancia, Abi sentía que los distanciaba un enorme océano. Demás está decir, que él no le hablaba desde el incidente con el correo. De eso ya habían pasado cuatro días y Will aun continuaba enfadado, Abi pensó que llegado este momento él al menos se limitaría a mirarla, pero no.
Esa era la mañana de su cumpleaños, finalmente tenía diecinueve años y ya había recibido el efusivo saludo de Nikky, una pequeña torta de limón de la cocinera y un alhajero decorado con encaje por parte de Catrina. En tanto que Noah, se había limitado a ofrecerle una florida reverencia y luego olvidándose de todo el decoro, la había abrazado y dado vueltas en el aire. Había iniciado bien, incluso llegó a ponerse feliz hasta que llegó a la mesa del comedor. De alguna forma ya se había resignado a la idea, de que debería desayunar con la mera compañía de un lacayo. Pero para su sorpresa, luego de tres días consecutivos de ausencia, Will estaba allí. Y al verla solo se puso de pie, esperando a que ella se sentara... fue entonces que a Abi se le cayó el alma al piso. Por un mísero segundo había esperado que siendo su día especial, él decidiera dejar la trifulca atrás y perdonarla. Pero aún seguían con las armas en alto, al menos él, porque Abi hacía mucho que se había entregado como prisionera de guerra. Lo observó un segundo, esperando una reacción que nunca llegó. El lacayo llamado Timoti —ya no le veía ningún sentido a seguir con ese juego, pues Will ya no la atormentaba preguntando el nombre de cada quien— se aclaró la garganta antes de servirle el té.
—Gracias, Timy. —El muchacho sonrió, complacido de que ella le hubiese puesto un diminutivo como al resto.
—De nada mi señora, hoy la cocinera ha preparado las delicias que tanto le gustan... ¿Le apetece tomar una?
—Sí me encantaría. —Timy se dirigió al aparador en que servían los dulces y retiró diligentemente, una porción de cada cosa para luego dejarlas sobre su plato—. Guau...
—Todo de limón, pues hoy hay que agasajarla. —Abi rio sin poder evitarlo, los empleados sabían de su pelea con Will, pero ninguno hacía comentarios maliciosos al respecto.
Querían animarla y hacerla sentir bien, a pesar que eran conscientes de que el error lo había cometido ella.
—Envíale mi agradecimiento a Cristi.
—Así lo haré milady, ella estará muy complacida por su detalle.
Alguien carraspeó del otro lado de la mesa y Timy rápidamente comprendió el mensaje, se irguió en toda su estatura antes de retirarse del comedor. Abi dirigió una inquisidora mirada al hombre que la había interrumpido, pues que él la ignorara no significaba que ella debiera quedarse sin compañía para charlar. Nunca en su vida, había tenido un desayuno de cumpleaños más funesto que ese. Pero, ¿la oían quejarse? No, porque ella sabía muy bien que se lo había buscado. Aun así, Will podría darle un respiro y dejarla interactuar con alguien. Pues a pesar de que muchas cosas que le había dicho antes eran mentiras, recordó que una vez admitió odiar estar sola y Will no tomó eso en serio. En ese instante, con él allí pero no estando realmente allí, Abi sintió soledad, sintió un vacío que no tenía previsto sentir jamás a su lado. Y por primera vez en esos cuatro días, dejó rodar las lágrimas delante de él. Se había propuesto no despertar su compasión, si él quería perdonarla lo haría a su tiempo. Ella no quería que sintiera pena, que volviera porque no quería verla llorar, pero ese día y en ese momento, le importaron una mierda sus convicciones. Sin pretenderlo se le escapó un sollozo y entonces Will la observó, Abi no se detuvo a leer su mirada pues se levantó precipitadamente para salir de allí.
Había alcanzado el primer escalón cuando la detuvo por la muñeca, sorbiendo sus tristeza se volvió para plantarle cara. Will le rozó la mejilla con el pulgar, limpiando las malditas lágrimas que no querían detenerse. No le dijo nada, se limitó a mirarla con una expresión entre triste y dolida. Abi no soportaba eso, no quería eso de él. Se deshizo de su amarre y continuó subiendo los escalones, por cada paso que daba sentía el palpitar de su corazón retumbando con pesadez. Quizás esa era la forma de expresar lo que realmente sentía, estar peleada con Will, era igual a quedarse lentamente sin latidos.
—Tengo que ir a unas reuniones... —Se detuvo al oír su voz, no estaba segura si le hablaba a ella o alguien más, por lo que se volvió dudosamente sobre su hombro. Will ya le había dado alcance y estaba un escalón por debajo, curiosamente de esa forma estaban a la misma altura—. Estaré aquí para la cena. —Él se acercó hasta posicionar la frente sobre la suya, Abi suspiró por entre los labios. Will cerró los ojos un segundo asiéndola con su mano izquierda, por la nuca—. Hablaremos —murmuró casi rozando sus labios, entonces zanjó la casi inexistente distancia y la besó. No supo deducir el sabor de ese beso, pues sintió en dosis similares enojo y perdón—. Feliz cumpleaños... —Y la liberó.
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Ya falta poco para terminar esta historia, voy a meterle ritmo así no me demoro una eternidad. Espero les haya gustado.
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