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CAP. 11: LA JUGADA DE UNA STRIPPER

Pasaron algunos días y los compromisos de la empresaria acaparaban su agenda, la situación con Amanda no había cambiado mucho, su mente hacia que muchas veces invirtiera su tiempo en ver a la oficina de la ingeniera. Le encantaba verla en acción toda profesional en su puesto de trabajo y con esos lentes que la hacía ver cómo toda una bella mujer ejecutiva.

—¡Jefa! ¡Jefa! Alexandra Martell— dijo en voz alta, Jhoan. Sacándola del pequeño letargo.

—¡Ay! ¿Qué pasa? Me asustaste— expresó un poco sobresaltada.

—Qué estoy hablando contigo y es como hablar con el escritorio... ¿Recuerdas que hoy es la gala de recaudación de fondos para el Instituto de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Universidad Central? — le preguntó.

—Claro que lo recuerdo, jovencito — dice sin despegar los ojos de los documentos que tenía en el escritorio.

La Gala Anual de Recaudación de Fondos para la Universidad Central, era un evento el cual Alexandra le encantaba asistir, resultaba ser muy activa y comprometida con los nuevos proyectos y quiénes estaban detrás, los estudiantes, el futuro del país. Había pasado la mayor parte de la velada saludando a antiguas amistades y conocidos del mundo empresarial en el área Tecnológica e Investigación, y por fin se había quedado sola, tomando una copa, cuando Amanda entró en la sala con su amigo y compañero, Julio. A la empresaria se le encogió el estómago, no pensó que su empleada podría asistir, pero lo normal es que hubiese asistido ya que el evento no sólo era para empresarios también estaban invitados los empleados de las empresas involucradas en las donaciones. Pronto el recuerdo de aquel momento íntimo que tuvo consigo misma pensando en la ingeniera la inundaron al momento. Estaba bellísima más de lo que podría verla usualmente.

Mientras la joven caminaba del brazo de su amigo a una mesa reservada para el equipo de AT, una mujer se fijo en la ingeniera la miró de arriba abajo con naturalidad y a la empresaria se le detuvo en el corazón. A pesar de estar muy lejos, Alexandra reconoció esa mirada lujuriosa y apetitosa; aquella mujer estaba al acecho. Una sensación de inestabilidad y un extraño sofocó la invadió, trataba de seguir socializando, pero su mirada estaba clavada en esa mujer osada que se atrevía a mirar a su... Amanda. También tenía que pelearse con ella misma para dominar la serie de reacciones físicas que le había provocado aquella aparición. Era un combinación que no había experimentado nunca.

Ardía en deseo, pero ardía más de otra cosa. ¿Celos? «Tengo celos de que otra mujer miré a Amanda?» Ni siquiera sabía con certeza en qué consistía tener celos, nunca los había experimentado en el plano amoroso...y si es que sentía amor. Se estaba volviendo loca de pensar que esa mujer pudiera tocar a Amanda.

Dejó de tanto pensar y se quedó mirando por un momento el menor moviendo, como se comportaba delante de sus compañeros, imaginando que aquellas manos tocaban su cuerpo como lo había hecho en el ascensor, como la vez que bailaron en el centro de la pista de la disco. Se concentró en la boca, en ese último beso que no llegó a destino cuando Amanda la rechazó.

—Sabía que te gustaba — la interrumpió un susurro en su oído y cuanto vio era su asistente. A la empresaria no le quedó de otra que hacerse la desmemoriada.

— No entiendo. ¿De qué hablas?

— Estás embobada por ella — señalando a la mesa dónde se situaba Amanda. — La ingeniera, te gusta... Y no me mientas, hasta las bragas se te caen.

Tomó un trago de su whisky y se rindió ante lo inevitable, -Si, si me gusta, pero ahora es imposible... Y sabes el por qué.

—¿Y ella lo sabe? — preguntó.

— Sí, claro que lo sabe. Lo que pasa es que no se lo he confirmado.

— ¿Te das cuenta que Amanda, no es cómo las demás? Así qué cuidado con quién te metes. Ella, si vale la pena.

Después de unos minutos de conversación con Julio y sus compañeros de trabajo, Amanda empezó a darse cuenta de que estaba siendo observada y con disimulo dejó de mirar a la mesa e inmediatamente conectó con unos bellos e intensos ojos azules que conocía a la perfección, pronto su cuerpo empezó a reaccionar, las manos le sudaban y el estómago empezó a darle vuelta. Veía a Alexandra y parecía perfectamente dueña de sí, con un vaso de la bebida que casi la ingeniera podría jurar que era whisky, estaba hablando con su asistente y con un sentimiento semejante a la desesperación, Amanda pidió ayuda celestial «Dios darme fuerzas para no caer en ese cuerpo» Había tomado la decisión de no acercarse a ella... por lo menos en la gala.

Mientras seguía en su conversación con Jhoan, se saludaron cortésmente, pero de lejos, con un leve movimiento de cabeza, y Alexandra el azul de sus ojos se les oscurecieron. La joven le sostuvo la mirada por unos segundos y volvió a integrarse en el grupo con el que estaba. Cuando Alexandra vio que Amanda le quitó la vista fue cuando resolvió irse a otro lado, pero la misma mujer madura y conservada que vio a Amanda, ahora decidió ir a su mesa y por esta acción Alexandra se quedó en el mismo sitio y le preguntó a Jhoan, quién estaba sentada en la mesa al lado de su ingeniera. ¿Por qué carajo le sonríe? -pensaba-

—Jhoan. ¿Quién es esa mujer? — preguntó con disimulo.

—¿Cuál? — preguntó un poco desorientado buscando a la fulana mujer.

—Esa—  le señalo con un gesto con la boca.

—¡Ah! Ok, ok — dice ubicándose en la mesa de la ingeniera. — Sí, la que esta con Amanda... Es la hija mayor del juez Arístegui. Ella es Gina Arístegui, es abogada y está en un movimiento LGTBI luchando por los derechos laborales en las empresas para la comunidad. Aparte, tiene un despacho cerca de la empresa, por cierto.

Alexandra después de esa conversión desapareció por un rato y la joven no la volvió a ver.

******

Una morena que parecía un striptease irrumpió sorpresivamente y caminando muy rápido se situó de frente a la enigmática directora general. Cuando la empresaria se levantó de la silla para enfrentarse, la morena le dijo algo al oído y después le dio una cachetada sonora. La mujer alta de piel morena y cabello largo liso, giró sobre sus talones, se marchó en medio de murmullos y exclamaciones. De inmediato se produjo una ráfaga flashes como fuegos artificiales qué empezaron a iluminar la cara de la empresaria ya que los fotográficos cambiaron el foco de sus objetivos, -Por fin, algo interesante- dijo uno de ellos. Posteriormente, los periodistas de sociedad enseguida tenían nuevo material para publicar.

Alexandra tardó un poco en reaccionar, estaba perpleja, cuando por fin se ubicó en tiempo y espacio le lanzó una mirada furtiva a Amanda y la otra mejilla se le puso tan colorada como la que había recibido la cachetada, rápidamente miró a su alrededor, se quedó en actitud tensa pero no tardó en recuperar su porte habitual de Emperatriz y dama respetable, no la verían desmoronarse. Haciendo caso omiso a los murmullos y rumores, saliendo detrás de su agresora.

Amanda, no fue la única sorprendida mirando con la boca abierta.

—¡Dios mío! — dijo su fiel compañero, Julio. —Si, alguna vez tenía que pasar.

—Pero ¿Quién era esa mujer? — preguntó Amanda.

—¿Esa? — respondió-Esa es la clase de mujer con quién se acuesta tu jefecita, mi ciela... Seguramente debe tener un lío de falda enorme.

Sí, Alexandra Martell creía que tenía vida íntima, ya podía ir despidiéndose de ella, porque a esta hora debe de estar saliendo en los titulares del noticiero estelar.

*******

—Pero qué linda sorpresa, Alexandra — dijo Martha con sarcasmo.

— No seas estúpida —guardó las llaves de carro en su cartera de mano —¿Puedo pasar? — Fue imposible pronunciar el nombre de la mujer.

—¡Claro! Pasa—  le hizo una reverencia — Siempre serás bienvenida en mi casa... y a mi cama también — dijo viéndola a los ojos con lujuria. Alexandra pasó y pudo controlar el temblor de su cuerpo, gracias a la rabia que sentía por tener que lidiar con las locuras de Martha. Ya que conocía el entorno en el cual estaba, fue directamente al salón.

— Algo de tomar. ¿Un whisky? — preguntó Martha.

Por la desconfianza y el tema qué tenía que tocar con la morena, prefirió rechazarlo y fue directamente al grano.

—¿Qué carajo fue el show que hiciste en la Gala?, acaso, ¿Estás loca?

—¡Ja! Me mandas la policía militar y todavía me preguntas, ¿My love? ¡Qué descarada! —El pecho de Martha estaba casi desnudo subía aceleradamente.

«¿La Policía Militar?» Alexandra trató de dominar su asombró. «¿Será que Juan tomó una medida así y no me consultó nada?» — pensó — ¡Ah! Seguro que te dijeron el motivo por el cuál te visitaron. ¿No? — dijo con mucha cautela.

— ¡Claro! Idiota. Me lo explicaron muy bien... Me vigilan, Alex, tienen todas las conversaciones telefónicas y mensajes que te he mandado. Te crees muy astuta, ¿Verdad?

¿Astuta? A decir verdad, no emplearíamos esa cualidad, sino más bien, confundida. No estaba entendiendo nada, pero no se podía dar el lujo de que Martha sospechara que estaba en una laguna mental.

— ¿Y ahora qué vas a hacer? — preguntó atentamente.

— Quieren que te retiren los cargos y que les entreguen todas las pruebas y que desaparezca de tu vida. De lo contrario, me detendrán. Me acusan de chantaje. ¡Por favor!... ¡Ah! Nombraron algo de que eres Interés Nacional.

«¿Interés Nacional? Pero qué carajo hizo este Juan. No entendía.

— Sabes qué me estás chantajeando, Martita

—¡Me podrían meter a la cárcel!  — exclamó Martha con desesperación.

—¡Ay! Por Dios, pero estas gentes de uniformes sí que son malos —  dijo Alexandra con asombro y un toque de sarcasmo y tampoco dejaba de pensar de lo cómico e insólita conversación.

—Anda, Alex — dijo Martha cambiando su indignación a un tono bajo y quejoso. — Sé qué no quieres que me detengan y me metan en un calabozo feo con mujeres horrendas porque de lo contrario tu y yo no estaríamos hablando...Todavía podemos arreglar lo nuestro. Yo lo estoy deseando.

Alexandra hizo caso omiso al intento de seducción de la morena. Ya el interés que pudo tener en un momento dado se le había esfumado... ¿Por qué la Policía Militar no detuvo a Martha? Se había formulado la pregunta, pero la respuesta la tenía en sus narices. ¡Claro! Si la detenían, la operación fuera la que fuese saldría a la luz. Entonces tendrían que justificar cómo y de dónde habían sacado las pruebas del chantaje. Rápidamente le llegó una luz. «¡No puede ser! Es a mí a quién están investigando, pero no quieren que lo sepa» Una pequeña sonrisa se formó en sus labios. ¿Martha guardando silencio? Imposible.

—Martha me tengo que ir — dijo Alexandra. — Esto ya terminó... Y te digo una cosa y tómalo como algo que tienes que hacer. ¡Lárgate!

—Es que no entiendo — dijo Martha visiblemente decepcionada y tratando de jugar sus últimas cartas -Alex, unos miles de dólares es nada para ti. ¿Por qué no me has querido pagar?

— Sácale dinero a tu marido.— contestó mientras iba hacia la salida.

— ¿Te gastas millones de dólares en universidades y hospitales marginales haciendo regalitos estúpidos y todo para qué... En pro de la educación. ¡Por favor! Niños que no valen nada.

«Y con esta lacra me acosté» —pensó — con repulsión y paró su caminata en seco.

—Te aprovechaste de mí — dijo Martha, derramando lágrimas de cocodrilo.

—¡Ay! No me digas. Pobre.

— Me engañaste y me llevaste a la cama, sin darme opción de elegir. No me di cuenta de cómo eras en realidad hasta ahora -Martha estaba en el portal de su entrada detrás de Alexandra.

— Me encantaría saber en qué parte me aproveche de ti... ¿Cuando estábamos en aquel chalet en Cancún? o ¿Cuándo estabas desnuda y encima pidiéndome que te cogiera duro? — Estalló Alexandra en una carcajada y, por la expresión de furia de Martha, pensó que había sido la reacción más prudente. — O no, no, espera... ¿Cuándo me seguiste hasta la ducha y me rogaste que te hiciera correr? Dime Martha, en cual no te di opción de elegir.

— Así no pasaron las cosas.

— Sí, así justamente pasaron las cosas. Estabas harta de tu marido, de tu vida y querías un poco de desenfreno. Sabemos que ya habías tenido relaciones con otras mujeres y las dos entramos por este camino, siendo tú la que guiabas. — Fue la segunda vez que vio transformarse a Martha.

Y cuando por fin se disponía a salir la pelirroja, otra vez se paralizó.

— ¿Qué? ¿Tu nueva mujercita te lo hace mejor yo? — Alexandra no pudo disimular el espanto que le produjo aquella pregunta. Le sorprendía de cómo podía saber algo de Amanda, tenía un nudo en el estómago, y se le apretó aún más. ¿Quién le dijo? Porque hasta ahora era algo muy íntimo de las dos.

— Sabes a quién me refiero: la que ahora te gusta, la ingeniera, tan linda con ojos color ámbar y cabello oscuro liso ¿No?, ¿Cómo crees que reaccionaría si le contará cosas de ti, que te comprometen? Porque si a la justicia o la prensa no le interesa a ella seguro que si... Por ejemplo, los chats calientes con una chica de 20 años- esa conversación hizo que a Alexandra perdiera los estribos por completo.

— No te atrevas a involucrarla en ninguna de tus cochinadas.

— ¿Qué?, ¿Qué carajo me vas a hacer?, ¿Se lo contarás todo a mi marido? ¡Qué miedo! A él no le importa.

—¡Oye! Te digo algo y con esta finalizó, mujerzuela se cuarta. Una vez te dije que te podía comer viva, así que, si le dices una palabra a ella, le tocas un pelo, le haces daño, algo, algo, infeliz... te lo juro que te destruyó. ¡Adiós!

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