XII
Nadie sabía quién había provocado tal enfermedad, pero si sabían que estaba vivo, cuando la comida no llegaba y los ataques aumentaban las maldiciones contra quien los contagio se hacía presente llevando al primer hombre tener algunos días donde sus crisis no eran por la enfermedad sino por la baja autoestima. Los malos comentarios lo lastimaban, aunque él era consciente que no quiso que esto pasara porque él no pidió que empezara el contagio masivo, los comentarios que pedían que muriera a ver si así acaba la enfermedad lo hacían malinterpretar varias cosas que con solo un pequeño intento de suicidio casi logra su pensar.
-Ni se te ocurra poner en tu brazo esa cañería oxidada.
Exclama calmadamente la mujer al ver a su esposo sentado en la tapa del asqueroso retrete del último cubículo del baño de caballeros.
-Yo ya no puedo con esto mujer, estoy cansado de que todos me desean la muerte, quizás si muero la enfermedad que empezó en mí acaba de igual forma.
-No digas idioteces, ¿acaso me quieres dejar sola en esta lucha? -se acercó sin pensarlo dos veces a su esposo para poder abrazarlo y quitarle aquel pedazo de tubo roto de la mano-. Cariño, tú no fuiste el culpable, así como todos y cada uno de los que están aquí tienen la misma enfermedad, su infección fue igual que a ti, fue inexplicable, ya que es una enfermedad que también lo es, porque mira, yo no lo tengo y siempre he estado a tu lado, ya debía estar contagiada.
-Pero como quieres que siga... Todos me juzgan indirectamente al no saber que soy yo el primer infectado, si supieran no sé lo que pasaría...
-No pensemos en eso, ni te preocupes tanto, que las personas siempre culpan a los demás de sus desgracias para sentirse las víctimas ocasionando daños psicológicos peores que esta enfermedad.
-Pero mujer... ¿Cómo quieres que no me sienta culpable? Si muero todo sería mejor, tendrían la cura... Pero está bien... Tienes razón, solo me hace sentir mal... Ellos solo hablan y no saben lo que uno siente...
-Tranquilo, cariño, yo estoy contigo y siempre lo estaré, nada ni nadie te lastimará ni te hará daño, te lo prometo.
La mujer le da un pequeño beso en su frente mientras lo acurruca en su pecho, su marido quien siempre fue un hombre positivo que no dejaba que los malos comentarios le afectarán empezaba decaer, los recién llegados que no eran de la ciudad de Londres culpaban sin razón al aire a cualquiera que los rodeara, maldiciendo a cada londinense que se les cruzara por no haberse encerrado con rapidez.
La mujer estaba dispuesta a defender en cada momento a su marido cuidándolo y protegiéndolo de cualquiera que lo quiera atacar de manera indirecta, él estaba muy afligido para soportar tales ataques verbales por lo que ella junto a los demás de su sala se comprometieron a cuidar de su paz mental sin importarles que tuvieran que quedar en discordia con los demás huéspedes del viejo hospital, que por cierto, ya no daba abasto a ni una persona más.
Al salir por el almuerzo iban a la mujer del primer hombre, el médico y el psiquiatra, estos dos como si fueran sus guardaespaldas, iban acompañándola para hacer el recibimiento de las cajas de comida que todos esperaban con ansias, pero su paso fue obstruido por un hombre fornido que venía frente a ellos siendo seguido por un gran grupo de personas, todos confundidos porque no los dejaban pasar se les hizo algo raro, las personas no decían nada solo se mantenían firmes obstruyendo el pasillo que llevaba al portón, las palabras no hacían falta dejando un incómodo silencio hasta que la mujer decidió hablar ya fastidiada por aquella mediocre actitud.
-Se le ofrece algo mi estimado caballero porque que nosotros sepamos no le debemos nada para que nos impida el paso a la comida. -anuncia cruzándose de brazos para consigo poder arquear una ceja, dejando ver la confusión que brotaba de sus ojos.
Por parte de los no londinenses la respuesta ante aquella pregunta fueron risas y una que otra ofensa verbal, siendo tan incompetentes burlándose de aquellos tres los cuales seguían en su desconcierto, realmente lo único que pensaban era «qué sujetos más raros», todos los que habían salido de las demás salas veían aquella escena sin entender, que varias personas salían a ver qué pasaba y por qué no llegaba la comida porque morían de hambre. La risa cambió de bando cuando por fin pararon y empezaron a culparlos de que ahora ellos también estuvieran encerrados como ratas en ese lugar que tenía más aspecto de cárcel que de hospital, aunque con esa definición no se podía combatir, ya que era lo único en lo que tenían razón por el momento, el culparlos de sus desgracias formó una discusión clara, nadie dejaría que lo pisotearan frente a tal multitud, pero en toda "pelea" siempre saldrá un victorioso.
-Ustedes ratas han sido quienes nos han infectado a todos y cada uno de nosotros, así que no sé por qué se ríen si es la verdad, si ustedes no se fueran contagiado, así de la nada, que apropósito eso no se lo creen nadie, nosotros estuviéramos bien al igual que en nuestras casas.
-Déjeme decirle con todo el respeto que se merece, señor, nosotros si nos contagiamos por un hombre, pero ustedes que no son ni de la ciudad, sino que vienen de ciudades y lugares alternos, que sabían de la enfermedad, están aquí por su misma irresponsabilidad.
-Es cierto lo que dicen. -empiezan a reclamar los hombres y mujeres de las demás salas, los cuales se ponen detrás de los tres que venían de parte de la sala A.
-Y para mayor impresión, señor, me sorprende la cara que tiene usted para venir a reclamarnos por su error, acepte que no se cuidó, porque todas las personas sabían de esta enfermedad gracias a los medios de comunicación así que si su familia y usted están aquí es por la misma razón por la que estamos nosotros.
-Solo llevan una semana, no han sufrido lo que los demás sí hemos sufrido, así que pónganse bien esos pantalones que tienen y dejen en paz a los señores, al igual que a la señora. -una voz grave masculina sale entre la multitud contraria, tomando del hombro al hombre reprochador.
-Pero padre... ¿Cómo quiere que lo haga? Por culpa de ellos, nosotros estamos aquí cuando deberíamos estar en casa. -refuta antes de guardar silencio por una mirada asesina del más viejo.
-Disculpen a mi hijo y por favor vayan por su comida e ignórenlo, solo es el enojo, todos vuelvan a sus salas, es momento de comer, nadie esté fuera de sus grupos para que todos se alimenten como deber ser.
Todos miraron a aquel hombre para asentir en señal de aceptación de las disculpas aunque pensaran lo contrario, los mensajeros de la sala A fueron a tomar las 4 últimas cajas que sobraran, los guardias no se percataron de su presencia que solo hablaban mal de ellos al igual que los recién llegados, la mujer para hacerles la maldad jaloneo del cabello a uno de los hombres los cuales salieron corriendo a lavarse el cabello para evitar ser infectados, la burla de todos se hizo presente en el pasillo, la acción fue tan divertida, pero el hambre los acechaba por lo que no demoraron mucho en volver a su sala para intentar disfrutar de uno de los pocos manjares que su paladar podía probar, el almuerzo constaba de un trozo de carne con arroz y ensalada, de beber habían variado un poco les habían dado botellas que contenían limonada, una exquisitez para todos.
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