2. Atefobia (Bosque)
"Maldita sea."
Era todo lo que podía pensar en esos momentos. Maldito fuera todo.
¿Cómo había terminado en esa situación?
Maldita la hora en la que su hermana le dejó cuidar a su golden retriever de solo 6 meses, ya que ella tendría que viajar por una semana por una entrevista de trabajo.
Maldita la hora en la que él aceptó, aún a sabiendas de que a él no le gustaban los perros, ni ningún otro animal.
Maldita la hora en la que decidió ir a hacer su caminata usual al bosque, llevándose al cachorro con él.
Y maldita la hora en la que esa maldita ardilla apareció, haciendo que el maldito perro se soltase de la maldita correa mal sujetada para ir en su persecución, ignorando los llamados del hombre y desapareciendo en segundos entre los árboles.
Maldita fuera su mala suerte.
Gruñendo, el jovenzuelo se sacudió la suciedad de las rodillas, producto de la enésima caída que acababa de tener, y siguió llamando al animal, tal y como había estado haciendo las tres horas anteriores. Había intentado llamar a algún servicio que pudiese ayudarlo, pero se había adentrado tanto en el bosque buscando al cachorro, que la señal estaba prácticamente muerta, estable por intervalos de menos de 5 segundos completamente inservibles. Ya furioso, masculló otra palabrota, intentando avizorar cualquier rastro de la indisciplinada masa de pelos dorados. ¿Cómo diablos había desaparecido tan rápido? No era como si se lo hubiese tragado el bosque o...
Al volver a tropezar y mirar al frente, se tragó todas sus palabras.
Ahí, en medio de un pequeño claro, se encontraban las ruinas de una vieja casa de madera, desvencijada casi en su totalidad.
El hombre tragó en seco, sintiendo un sudor frío recorrer sus huesos. Odiaba las ruinas más que nada, odiaba la precariedad con la que apenas se sostenían, la fragilidad con la que podían deshacerse y volverse polvo. Un solo movimiento, y se derrumbaban, sepultándose en el olvido, junto con todo lo que estuviera a su alcance...
Tragó en seco.
¿Sería posible que acaso, por perseguir a la ardilla, el cachorro se hubiese metido ahí dentro y ahora no pudiese salir? ¿Tal vez una viga le había caído encima? ¿Tal vez se había atascado? Tal vez, lo mejor sería que él...
—¡Ah, no! ¡Eso sí que no! —gritó como un energúmeno. —¡No voy a ir a buscarte dentro de esa puta casa de mierda! ¡Arréglatelas solo!
Y dio la vuelta, decidido a no mirar atrás. Un sentimiento que le duró menos de 10 segundos antes de darse la vuelta, vociferando maldiciones mientras caminaba dando fuertes pasos hacia las ruinas. No, a él no le gustaba el perro en absoluto, pero su hermana lo adoraba, y si algo le pasaba tendría que atenerse a las consecuencias de su descuido, a la ira y el dolor de ella, y probablemente a una muy segura reposición que no estaba dispuesto a realizar. En una mezcla de miedo y rabia, azotó lo que quedaba de la puerta, destrozando los goznes por completo, y se adentró en las ruinas, buscando al perro en medio de la repentina oscuridad que se ocultaba en esta.
"Maldito animal imbécil..."
Ayudándose con la linterna de su celular, volvió a llamar al cánido, ya sin nada de paciencia que pudiese quedarle. Maldito perro. Si lo encontraba, le enseñaría a no alejarse nunca más. O mejor, iba a dejarlo en un albergue hasta que su dueña volviera. Carajo. De todos los lugares a los que se le pudo haber ocurrido meterse, había elegido unas ruinas asquerosas, llenas de mugre, que ni siquiera permitían pasar la luz y que ya habían enrarecido el aire con olor a antigüedad, polvo, madera vieja, putrefacción...
¿Putrefacción?
Pudo jurar en ese momento que su corazón se saltó un latido.
Asqueado, pero movido por el miedo, se forzó a volver a inhalar aquel extraño gaseoso que parecía todo menos aire. Sí. Putrefacción. Pero no de madera húmeda y descompuesta. No de las hojas en el suelo, que crujían con cada paso lento que daba.
Carne. No. Azufre. No...
Ambos. Carne quemada y azufre.
Se mordió la lengua para no soltar un grito al hacer la asociación.
Sintió una repentina opresión en el pecho al girar sobre su eje y darse cuenta que la oscuridad se había vuelto más densa. Ni siquiera podía alumbrar más allá de su nariz con la linterna. El aroma se incrementó, nauseabundo, haciéndolo sentir mareado, desorientado. Un sudor frío recorrió su columna, sus manos, casi congelándose con la repentina brisa que sopló en su frente. El celular se le resbaló y cayó al suelo.
Nunca llegó a tocarlo.
Simplemente, se desvaneció en las sombras.
A la mierda el perro.
El hombre echó a correr mientras sentía que su corazón iba a estallar.
Cada paso que daba, cada paso con el que el olor se incrementaba, la casa se hacía más grande, y su camino se distorsionaba, impidiéndole llegar hacia la salida. Cada paso, y los mareos le impedían ver con claridad. Mil rostros confusos, muecas de terror, gritos fantasmales que rugían en los ecos. Sus pies se tropezaron. El techo cedió. La ahora enorme cabaña se lanzó por completo hacia él...
Al final había tenido razón.
Un solo movimiento, y se derrumbaban, sepultándose en el olvido, junto con todo lo que estuviera a su alcance.
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El informe policial reveló que el hombre había desaparecido después de salir a dar su caminata matutina.
Llevaba a un cachorro de golden retriever consigo. Un perrito de entre 6 meses y un año de edad que fue hallado vagando en los límites del bosque.
Lo buscaron intensamente, revisando cada palmo de tierra, buscando cualquier rastro que indicara su paradero o su destino. O bueno, casi...
Porque a ninguno de ellos se le ocurrió buscar en la vieja cabaña abandonada.
La misma cabaña que seguía ahí, alzándose en medio del bosque, ahora con la puerta completamente repuesta.
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